Nina y Nano (Capítulo)


    El viaje
Nina no prestaba atención a lo que le decía su madre. Hacía más de una hora que viajaban en automóvil por la autopista del sur en dirección a una pequeña localidad costera, donde tenían previsto pasar dos semanas de las vacaciones de verano. Contemplaba distraída los verdes y extensos viñedos que iban dejando rápidamente atrás, al otro lado de la autopista. Le llamaba la atención la perfecta alineación de las plantas, donde ya deberían crecer grandes racimos de uvas, pero que todavía no estarían en la madurez necesaria para la vendimia. También llamaban su atención los grandes caseríos que albergaban las bodegas y las suntuosas residencias de los propietarios de los extensos viñedos, que envidiaba, porque a ella le hubiera gustado vivir en uno de aquellos grandes caseríos. Otras veces levantaba la vista y contemplaba extasiada los caprichosos cúmulos de nubes blancas que formaban figuras que ella trataba de identificar, como un gran elefante, un ángel, un ovni o un gigante de cuerpo blanco y voluminoso.
Su madre intentaba en vano que le prestara atención porque Nina no deseaba hacer aquel viaje y no quería escuchar sus argumentos para justificarlo.
Los extensos viñedos no parecían tener fin. A intervalos, se abrían algunos claros, sembrados con otros cultivos, o surgían frondosas arboledas de pinos mediterráneos. Otras veces se abrían caminos que conducían a las mansiones, con los márgenes limitados por estilizados cipreses, milimétricamente separados unos de otros, que daban acogedora sombra a los que circulasen o caminasen por ellos.
Hacia el mediodía lucía un sol radiante y las sombras que causaba el frondoso follaje de los árboles caían en vertical sobre el suelo. De vez cuando cruzaban el cielo bandadas de palomas torcaces, perseguidas por algún halcón. Sobre las copas de los erguidos cipreses se posaban bandadas de ruidosos cuervos, inquietos, pasando de un ciprés a otro, en una interminable lucha territorial.
—Nina, hija, estás distraída y no me prestas atención.
—¡Es que no me interesa lo que me estás diciendo!
—Mi madre me hubiera dado una bofetada si le hubiera contestado de ese modo.
Nina no podía sentir respeto por su madre, porque creía que no se comportaba como una responsable madre, sino como una niña caprichosa que hacía lo que le venía en gana, sin tener en cuenta su opinión.
—¡Mi abuela no hubiera hecho este viaje! —respondió Nina con una expresión airada.
—¡Tu abuela vive en otro siglo!
Nina le pareció que aquella respuesta no tenía sentido, porque en todos los siglos las madres son iguales.
—¡Pues yo me quedo con el siglo de los abuelos!
—Pero ¿qué hay de extraño que pasemos dos semanas en la playa?
—Nada. Pero no vas por la playa, sino para reunirte con un hombre ¡que está casado!
—Es muy desgraciado en su matrimonio, pero su mujer no le quiere conceder el divorcio. Puede decirse que están separados. ¿qué hay de malo que sea su amigo?
—¡Di más bien su amante, y además tu jefe!
—¡Nina, eres muy cruel con tu madre! Me censuras cosas que tú no puedes entender! No hay que avergonzarse por tener relaciones con un hombre. ¡Soy una mujer libre y adulta!
—¡Eres una mujer divorciada!
—¿Y cuál es la diferencia?
—¡Creo que todavía le debes un respeto a papá!
Para Nina el divorcio era tan solo una separación, pero no una ruptura.
—¿Entonces, por qué nos divorciamos?
—¿A mí me lo preguntas? ¡Yo no lo sé!
—Nina, ¡tu padre es la persona más aburrida del planeta!
—A mí no me lo parece...
—Ya sé que tú quieres a tu padre más que a mí. Pero algún día lo entenderás. Los años pasan volando, ¡y la juventud en un suspiro! Con tus quince años no tienes ni idea lo que se siente cuando te ves en el espejo y empiezas a no reconocer la imagen que aparece al otro lado. Tengo 42 años. Antes de que me dé cuenta habré cumplido los 50 y entonces ya no tendremos necesidad de hacer estos viajes, porque no habrá ningún hombre con el que reunirme... Algún día lo entenderás...
Nina se sentía violenta y triste a la vez. Deseaba mantener una buena relación con su madre, pero le exasperaba su manera de comportarse, que ella, con solo 15 años y poca experiencia de la vida, le parecía irresponsable.
Nina trató de imaginarse a sí misma veinte o treinta años más vieja. Posiblemente tendría el mismo aspecto que su madre: flacidez en los brazos, ligera papada, algo de celulitis en las caderas, los senos flácidos y caídos, algunos michelines en la cintura. Sí, su madre llevaba razón, debía ser muy doloroso envejecer con todos esos síntomas. Pero eso no era suficiente para justificar su comportamiento. «Todo el mundo envejece —pensó sin apartar la vista del paisaje que iban dejando atrás—, pero no se comportan como ella».
Los viñedos habían desaparecido del paisaje y empezaban a verse extensos campos de naranjos y limoneros. También estos árboles guardaban una perfecta alineación sobre el terreno. Habían dejado atrás varias de las ciudades de turismo más populares del país. El paisaje rural de casas de campo diseminadas se hacía más denso, y desde la autopista se podían divisar numerosas pequeñas poblaciones rodeadas de campos de naranjos, pero también de otra clase de árboles frutales adaptados a zonas cálidas, como aguacates y mangos. Nina estaba cansada y acalorada, pero no servía de nada abrir la ventanilla, porque el aire, procedente del desierto del norte de África, era tan tórrido y seco que ardía en la piel.
—¡Estoy cansada, sedienta y hambrienta! —protestó Nina—. ¿Podemos parar en la próxima área de servicio para refrescarnos y comer algo?
A pocos kilómetros de distancia encontraron un área de servicio. Aparcaron el recalentado automóvil y, todavía entumecidas por varias horas de inactividad, entraron en el restaurante. Nina eligió el plato del día: pescado fresco del mar de la zona y su madre solo una sencilla ensalada. Tomaron asiento junto a los ventanales desde donde se divisaba el denso tráfico de la autopista.
—¿Está fresco el pescado? —preguntó la madre para romper el silencio. Nina asintió con un leve movimiento afirmativo de cabeza.
—Sé que te gusta más el pescado que la carne. Donde vamos disfrutarás de las más deliciosas parrilladas de pescado de este país.
Nina comprendió que su madre deseaba retomar el tema del que habían intentado hablar durante el viaje.
—Nina, pasado mañana se reunirá con nosotras mi jefe.
—¡Tu amante!
—¡Sí, sí; mi amante! Pero solo se quedará tres o cuatro días.
—¿En nuestro mismo apartamento?
—¡Claro! ¿Crees que yo podría pagar un apartamento al borde del mar en una de las zonas turísticas más caras del este país?
—Entonces, ¿lo ha pagado él?
—Sí.
—¡Y, claro, te tienes que acostarte con él!
—¿Por qué te empeñas en martirizarme? ¿No podrías ser un poco más comprensiva y evitar decirme las cosas con tanta dureza?
Nina sintió que, en efecto, había sido muy dura con su madre, pero su comportamiento era intolerable. No obstante se disculpó.
—¡Perdona, mamá!
—Bueno, está bien, pero tienes que comprender las cosas y ser menos quisquillosa, por no decir ¡puritana! Tú quieres ser una gran cantante, ¿quién crees que paga tus clases de música? Con mi sueldo apenas nos llega para comer, vestirnos y pagar el alquiler. Sí, es verdad, me acuesto con él, porque los extras los pagan también él. ¡Todo el mundo se acuesta con todo el mundo! ¿Que hay de malo en hacer el amor cuando se tiene mi edad y se es una mujer libre? Comprendo que tú veas las cosas de otra manera, y me alegro de que sea así, pero no seas tan ligera juzgando a tu madre, solo porque sabe cómo conseguir todo lo que las dos necesitamos.