Un solo Dios y varias religiones? ¡No tiene sentido!


Cuanto más profundizo en la lectura de la historia de las religiones, más me considero un trasnochado seguidor de Voltaire, pues no veo por ninguna parte que la religión haya sido la causa del progreso moral, antes bien me parece que ha sucedido, y está sucediendo, todo lo contrario, que ha sido causa de su retraso.


Si Constantino no hubiera instaurado el cristianismo primitivo como religión del Imperio, y Justiniano no hubiera cerrado las escuelas de filosofía de Roma dos siglos después, seguramente que nos hubiéramos ahorrado el oscuro periodo histórico de la Edad Media, evitando cinco siglos de terribles sufrimientos e inútiles controversias teológicas.

El estoicismo, que es considerado como inspiración del cristianismo, fue una filosofía moral sin dogmas, profetas o Mesías, que reconocía la existencia del “alma”, cuyas cualidades deberían ser el fundamento de nuestra conducta moral, opuesta a las pasiones materiales del “cuerpo”. El budismo también es una filosofía moral, sin dogmas ni un Dios de referencia.

¿Por qué el cristianismo primitivo estableció el dogma de la divinidad de Jesucristo, vinculando sus doctrinas morales a la existencia de un Dios “cristiano”, distinto del Dios de otras religiones monoteístas? Aquí está la clave de sus futuras controversias, que terminaron inevitablemente en fanatismo religioso irracional y violento.


La imposible idea razonable de Dios

Cualquier persona medianamente razonable, sin que sea necesariamente ateo, llega a la conclusión de que la naturaleza es dialéctica, y que todo efecto proviene de una causa. Pero precisamente por esta razón, también tiene que aceptar que no puede haber una respuesta razonable ante un efecto del que desconocemos su causa. En otras palabras, que no podemos concebir una “primera causa”, a pesar de que conocemos su efecto, como es nuestra propia existencia.

Una vez sumidos mentalmente en esta limitación, y al constatar que existimos sin que podamos conocer la causa primera, nos vemos obligados a reconocer que no podemos hacernos una “idea razonable” de qué o quién ha “creado” el mundo; es decir, no podemos probar la existencia de Dios, pues no hay posibilidad de concebir algo de lo que no podemos hacernos una idea objetiva. Entonces ¿de dónde surgió la idea de Dios?

La idea de los dioses surge en un periodo cultural dominado por la imaginación y los mitos, cuyas fuentes no son razonables sino “creativas”, pues no surgen de la intuición, que alumbrarían una idea razonable, sino de la fe, que es una percepción psicológica basada en la certidumbre que nos trasmite la emoción de las sensaciones, transformadas en “impresiones” irracionales pero ciertas.

Detrás de cada emoción causada porun gran fenómeno natural se “imaginaban” la existencia de un dios mitológico, cuya caprichosa forma estaba precisamente en la “capacidad creadora” de la imaginación. Por tanto, los dioses son necesariamente una creación de la imaginación del ser humano. Para la teología cristiana, esta imaginación creativa está inspirada por la “Revelación”.


Las causas del dogmatismo cristiano


En el tránsito del politeísmo al monoteísmo, la idea de Dios se adapta también a este cambio de creencias, y deja de ser una comunidad de dioses sobrenaturales para convertirse en un Dios único y omnipotente. No es que se haya descubierto un nuevo y único Dios, sino que se ha imaginado de distinta forma y con distinta entidad, pero no deja de ser una creación de la imaginación, puesto que sigue si poderse concebir razonablemente como idea.

Es evidente que Jesús, no solo tenía fe en la existencia de Dios, sino que lo consideraba su “Padre celestial”, aunque se pueda interpretar que lo era también de todas las criaturas, sin que él fuera su hijo único y exclusivo. Pero los primeros padres de la Iglesia lo interpretaron literalmente, de manera que lo vincularon directamente con su Dios imaginado, y, por la misma razón, su doctrina era “divina”, o inspirada por el “Espíritu Santo”. De manera que por pura y simple lógica, quedó establecido el “Misterio de la Trinidad”. Ya solo faltaba incluir a María, declarándola virgen, a pesar de su maternidad.

Este dogma no podía ser cuestionado sin cuestionar el mismo cristianismo, pero por su irracionalidad, no podía ser aceptado sin un acto de fe. Desde ese momento el cristianismo además de una filosofía moral, perfectamente aceptable por cualquier persona razonable, se convertió en una religión, cuya defensa de sus dogmas fue su principal <i>“leit motiv”</i>, y la causa de siglos de atrocidades, masacres, perversidades e interminables discusiones teológicas completamente estériles.

Empezaron los arrianos negando la divinidad de Jesucristo y terminaron los maniqueos, negando su naturaleza. Las controversias surgidas por los valdenses, albigenses, calvinistas o luteranos más que dogmáticas eran éticas y formales.

Solo tras la reacción racionalista que se inicia con Spinoza y Descartes, se empieza a cuestionar el dogma cristiano por ser incompatible con el discurso razonable, pero no el cristianismo como filosofía moral. Fueron necesarios algunos siglos más, hasta el edicto de Nantes, y más objetivamente, la Revolución francesa, para conseguir alcanzar cierta tolerancia religiosa, al menos en Occidente.


¿Cuál es el Dios verdadero?



No hay tal cosa como un Dios verdadero y otro falso, pues la verdad y la falsedad deben establecerse dentro del contexto de una reflexión razonable, y, como hemos visto, la idea de Dios es una impresión formada en la imaginación en un acto de fe, y no de la experiencia, para lo que sería necesario un objeto, falsa solución de los panteístas. Por tanto, Dios no es una idea verdadera o falsa sino simplemente “creíble” si tenemos fe en su improbable existencia o “increíble” si no la tenemos.

Como creación imaginada, a toda religión le corresponde su propio Dios, que se ajusta a los valores, dogmas y ritos de sus doctrinas. Por esta razón no podemos decir que haya un solo Dios y varias religiones distintas, que no tiene sentido, sino un Dios diferente para cada religión.

Para concluir, de todo lo expuesto se deduce que el cristianismo es bueno y pacífico como filosofía moral, que es la causa del humanismo cristiano y que inspiró la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero, como por desgracia podemos constar por su historia, potencialmente violento y amoral como religión dogmática, como son todas las religiones dogmáticas. Tal vez Voltaire se excedió de radical porque le faltó argumentar esta importante matización.