La batalla de Sigüenza

PRIMERA PARTE


POR QUÉ SURGIÓ ESTE LIBRO

La crueldad intrínseca de toda guerra es que tiene como finalidad la exterminación del enemigo. Pero cuando éste tiene el rostro de un familiar, un amigo o incluso un vecino, entonces alcanza tal grado de crueldad que pone en entredicho la supuesta superioridad del ser humano con respecto de los animales. Cuando terminan las guerras civiles ambos contendientes se dan cuenta de que no ha habido vencedores ni vencidos, sino que todos la han perdido. Así son las guerras civiles, por eso es necesario superarlas con profundos y dolorosos actos de reflexión y arrepentimiento colectivos, acompañadas del necesario perdón y si es posible del olvido. Son tan graves sus consecuencias en las comunidades que las padecen, que su sentimiento de culpa permanece años e incluso siglos, en tanto estos sinceros actos de reconciliación no alcanzan a todas y cada una de las comunidades que las han padecido. No es suficiente con que un Gobierno decrete la paz, es necesario ganarla pueblo por pueblo, comunidad por comunidad, y ésta es la intención de este libro: hacer una revisión «histórica» de uno de los episodios más dramáticos de nuestra historia local, y que en mi opinión los «vencedores» no han hecho todavía lo suficiente para reconocer su parte alicuota de culpa en esta tragedia que nunca debió suceder.

Me he permitido entrecomillar la palabra «histórica» para llamar la atención de los lectores sobre un hecho evidente: que hasta ahora no se han escrito trabajos históricos sobre estos sucesos, sino meros panfletos propagandísticos, tanto de uno como de otro lado, de las ideologías enfrentadas en el conflicto.

La diferencia entre un libro de historia y un panfleto propagandístico no radica en los hechos en sí, que pueden coincidir, sino en la valoración de estos mismos hechos. Por ejemplo, un libro de historia diría: «en tal fecha entraron los milicianos republicanos en la ciudad», mientras que un panfleto de propaganda diría: «en tal fecha las hordas de descreídos marxistas, hombres sin Dios, canalla roja y bolchevique, entraron en la ciudad en plan conquistadores, de amos y señores de todo...», tal y como lo expresa en su delirante libro Enrique Sánchez Rueda.

Lamentablemente para ellos, esta valoración propagandística les desautoriza como historiadores y sus esfuerzos de reconstruir la realidad histórica carecen totalmente de crédito. Sin embargo, en este modesto trabajo he tenido en consideración la descripción de muchos hechos que aparecen, arropados de su inevitable verborrea propagandística, en éste y en otros libros que de alguna manera se refieren a estos hechos. Por tanto, mi intención es contar un relato verdaderamente histórico sin que en ningún momento utilice adjetivos peyorativos, todo lo más reflexiones personales, en un intento de interpretar las causas y los efectos, que nunca suelen aparecer en este tipo de libros con claras intenciones propagandísticas. Los historiadores no sólo necesitan datos, sino una gran dosis de sentido común para interpretarlos.




La Guerra Civil en Sigüenza fue extremadamente cruel, sobre todo porque algunos seguntinos (y otros que no lo eran, pero residían circunstancialmente en nuestra ciudad) se ensañaron de tal forma con sus propios conciudadanos que hasta los mismos mandos militares de ambos bandos tuvieron que poner freno a sus odios, cuestionando sus denuncias. Algunos incluso llegaron a hacer de la venganza una especie de «turismo macabro», haciendo viajes de «fin de semana» para denunciar a sus paisanos en Soria, donde ya padecían penas de trabajos forzados.

En este trabajo no se mencionan nombres sino hechos, aun cuando su autor ha hablado con tantos testimonios directos de estos despiadados actos de venganza, que hubiera podido mencionar sus nombres y apellidos, así como las circunstancias y acusaciones con todo tipo de detalles. Muchos de ellos siguieron viviendo en nuestra localidad en contacto diario con algunas de sus víctimas, las que milagrosamente se habían salvado de sus deseos de venganza, sin que durante todo este tiempo tuvieran el más mínimo gesto de arrepentimiento, ni sus víctimas ninguna posibilidad de reivindicarse ni acusar a sus verdugos.

Cuando llegó la Democracia, había pasado una generación y los hijos de las víctimas hicieron un gran esfuerzo por olvidar, sin que se vieran recompensados por actitudes similares por parte de los hijos de los acusadores. Ahora ya estamos prácticamente ante la tercera generación de aquellos luctuosos hechos y todavía unos y otros siguen sin reivindicarse, y muchos nietos de los acusadores siguen sin reconocer la culpa de sus antepasados, con actitudes de intolerancia y desprecio por aquellos valores que deben presidir nuestra época, para salvarnos de nuevos hechos similares. Incluso yo mismo he tenido que sufrir en varias ocasiones esta intolerancia y probablemente tendré que seguir padeciéndola, incluso con más acritud después de hacer público este trabajo, pero como reza un proverbio chino, me complace saber que sólo se apedrean los árboles que dan frutos. Siempre he intentado hacer lo que ha estado en mi mano y en mi capacidad para beneficio de mi propia comunidad, aunque en ocasiones parezca que hago todo lo contrario.

Por eso he creído necesario hacer un último esfuerzo y pedir a los seguntinos que de una vez por todas acepten los hechos tal y como fueron y admitan que todos perdimos aquella guerra y que nadie tenia la verdad ni la razón. Que la verdad es la que dictan las urnas y la razón se expresa por medio del diálogo y la reflexión, tal y como intento hacer con este modesto trabajo, que estoy seguro no será totalmente objetivo, pero que ha sido ampliamente contrastado en sus hechos y conclusiones con muchos miembros de esta comunidad, de todas las ideologías, y que éste es el resultado final de este doloroso trabajo por recuperar la memoria histórica de unos hechos, que la sola descripción entristece profundamente y me parece imposible que hayan podido suceder.


Como novelista siento un gran respeto por los temas basados en hechos históricos y me propuse «revivir» aquellos tres meses con la mayor fidelidad e imparcialidad posible. Cuando empecé a recopilar información y bibliografía sobre la Guerra Civil en Sigüenza me di cuenta con verdadero estupor, que ni yo mismo, que presumía de saber algo de historia universal, desconocía la de mi propia ciudad. Otro de los estímulos fue un breve pero conciso relato sobre los sucesos más significativos que escribió Carlos Arjona, y gracias al cual comencé una metódica labor de recopilación de testimonios, no sólo de él, sino de muchos seguntinos más, ya por haber sido ellos mismos testigos directos, o por hechos relatados por sus familiares.

Al final me encontré con un material tan abundante y apasionante (por lo trágico y violento) que, sin duda me permitía escribir un modesto trabajo en el que estaba seguro de poder contar la «Batalla de Sigüenza», día a día, con detalles tan minuciosos como el contenido de los bultos que algunas milicianas se llevaban a Madrid, la actitud de los niños frente a los milicianos, el horario del tren «blindado» a Madrid, el menú del rancho de la tropa, etc.

Lo que más me sorprendió fue sin duda constatar que ni yo mismo conocía estos hechos, y que los más notables cronistas o ensayistas que habitualmente colaboran en las publicaciones locales, o que han sido la clave la historiografía local, disponían de material ya elaborado sobre este conflicto, pero que simplemente «no se atrevían a publicarlo». Entonces me pregunté si era cierto que todavía no estaban cerradas las heridas de la guerra. Me pareció simplemente absurdo que a estas alturas de la Transición española alguien siguiera pensando que la Guerra Civil debía ser «ensalzada» o incluso «justificada», porque no hay guerras civiles justificadas; las guerras, en general, son un fracaso de la inteligencia, del sentido común y de la propia condición humana, por tanto, todos aquellos que emprenden guerras de agresión son culpables ante la historia, sean quiénes sean: rojos o azules, cristianos o islamistas, etc.

Dicho esto, en mi opinión el estudio de la Guerra Civil española debe enfocarse como una circunstancia puntual, que ya no va a repetirse jamás y que, por tanto, si hemos de hacer algún juicio de valor debe ser desde la perspectiva actual, es decir, desde la defensa inequívoca de un Estado democrático y de Derecho, sometido a convenciones internacionales sobre el respeto a los Derechos Humanos, a la pluralidad y a la condena sin paliativos de toda forma de violencia que no sea en legítima defensa. ¿Por qué entonces debemos tener miedo a contar los hechos tal y como sucedieron? No hay razón para temer nada, pero, no obstante, soy partidario de no citar nombres propios, a excepción de aquellos cuya notoriedad es inevitable. Por tanto, este breve trabajo no citará nombres de familias seguntinas envueltas en el conflicto, para no herir los sentimientos de sus descendientes, pero ellos mismos deben valorar y aceptar la parte de responsabilidad si la hubiera, y hacer su propio examen de conciencia sin que nadie les señale con el dedo, porque, pese a que no soy creyente, acepto el dicho bíblico de que «con la misma vara que midas serás medido».

En definitiva, mi intención es establecer los hechos y que cada cual haga sus valoraciones. Por mi parte, me permitiré también analizar desde mi punto de vista esas «circunstancias» que nos llevaron al conflicto, pero aceptando que no pueden ser más que opiniones subjetivas y personales. Mi deseo es que todos los seguntinos, sin excepción, condenemos estos hechos como luctuosos y detestables, rindamos homenaje a todas las víctimas sin distinción, dejemos fijadas las fechas que debemos conmemorar en su recuerdo, y pasemos página de nuestra historia local con el firme propósito de defender el modelo político y social actual, imperfecto sin duda, pero el mejor de todos los posibles.


En cuanto a agradecimientos, sin duda que este trabajo habría carecido de interés sin la ayuda y el testimonio de un entrañable y extraordinario seguntino, con quien esta ciudad estará en deuda permanente y no habrá nada que podamos hacer para pagarle: me refiero al ya venerable, pero lúcido anciano, Ignacio Costero, superviviente del sitio a la Catedral y voluntario de la milicia seguntina.

Si las personas tenemos algunas virtudes que nos distingan, Ignacio Costero posee un compendio de las mejores: la avidez por el conocimiento, la búsqueda de la verdad, el sentido del deber, incluso en situaciones en que es preciso poner la vida en riesgo, el deseo de justicia social, la capacidad de contemporizar en todo momento y en todas las épocas, y hasta una sana y provechosa curiosidad. Por último, y sin duda la virtud que más me ha impresionado, es su humildad y coraje para soportar el desprecio y el descrédito de los «vencedores», sin rencor, con generosidad y hasta con simpatía. El triste e inevitable día en que nos deje, podemos estar seguros de perder a la persona que a mi entender merece figurar entre los primeros seguntinos que inauguran la historia de la lucha por la libertad y la democracia en nuestra ciudad.

Por último, tengo que agradecer a la hija de Francisco Gonzalo, apodado «El carterillo», Isabel Gonzalo, el que disculpara mi interés por conocer su versión de la muerte de su padre, porque involuntariamente reviví uno de sus recuerdos más dolorosos y que con toda probabilidad el rememorarlos fue abrir una vez más esa herida. Espero que este libro ayude también a mitigar su dolor, imposible de superar a pesar de haber transcurrido tantos años, pero me consta que, al menos, les quedó la imagen de un padre que murió con dignidad y entereza, fiel a sus principios, por lo que la historia de esta ciudad debe hacerle un sitio destacado entre esos «buenos seguntinos» que dieron su vida para que otras personas, como yo mismo, pudiéramos escribir libros como éste, sin temor a sufrir la misma ciega y fanática violencia que él sufrió de sus propios paisanos.