¡Joven, pare este trasto que yo me apeo!

Nota: Este artículo lo escribí hace varios años, pero sigue vigente,
No sé que está pasando, pero la literatura, la universal, está cayendo en un auténtico pozo ciego,
o más literariamente hablando, en una letrina nauseabunda. ¡Y nadie respetable lo denuncia! No hace ni una semana que se presentó en Alemania la nueva novela de Carlos Ruiz Zafón, “El juego del ángel” y ya “Der Spiegel” la sitúa en el número 2 de los superventas. ¡Pero si no hemos tenido tiempo ni de leerla! Sencillamente, ¡ya viene leída y valorada por el marketing, y será número 1 sea buena o mala!

Antes de dar mi opinión he consultado las críticas en Internet y veo que por la razón que sea los críticos le tienen miedo a la editorial, porque apenas si le ven algunos "defectillos", ¡pero no hablan claro ni que les maten! Al menos la crítica alemana la considera una obra confusa, y una pobre copia de la anterior. Esta obra monumental (no me atrevo a calificarla de novela así sin más, dado el amplio y profundo significado de esta expresión) no puede ser calificada con una expresión extraída del léxico literario sino del de la construcción, porque es sencilla y llanamente ¡un ladrillo!

¡Lástima de árboles utilizados en su elaboración! ¡Lástima de tiempo perdido en su lectura (hasta donde se sea capaz de llegar)! Y ¡lástima del dinero que se invierta en un libro del que sólo se puede aprovechar el lomo para que se vea en nuestra librería! ¿Por qué soy tan duro? ¡Porque se trata, una vez más, de un monstruoso fraude literario, fruto de la codicia de ciertas editoriales sin escrúpulos literarios! No me irrita el que la obra sea mediocre, Zafón puede escribir como le venga en gana, sino que nos la quieran presentar poco menos que como ¡la nueva versión del Quijote! ¿Por qué Cervantes no pudo ser inglés o ruso, para que los españoles nos olvidemos de una vez por todas de encontrarle descendientes?

Una “novela” debe contener al menos tres elementos indispensables: estilo, técnica y compromiso. Si carece de estilo, es decir, de gracia, calidad expresiva, musicalidad, tono o ritmo, tenemos un artículo periodístico de 700 páginas. Si carece de técnica, tenemos una monstruosidad gramatical encuadernada en forma de libro. Si carece de compromiso, tenemos un “folletín” insulso, desmotivado, desconectado con la realidad social de su tiempo; un montón de tonterías al precio de 25 euros. El nuevo libro de Zafón es un fiel ejemplo de la carencia de estos tres elementos fundamentales.

Zafón no es un escritor, sino que por alguna razón “escribe libros”, que es muy distinto. Ser escritor es una forma de ser, que se expresa en forma de novela, relato, cuento, poesía, ensayo, o incluso en un blog. Un escritor no es alguien que se sienta frente al ordenador y nos cuenta la primera idea que le viene a la cabeza, fruto inequívoco de una prodigiosa memoria cargada de estereotipos. No; un escritor es alguien que descubre la palabra como el medio de expresar su complejo mundo de sentimientos, y es a través de esa palabra como les da la forma adecuada para convertir sus vivencias cotidianas en una obra de arte trascendental, es decir, que le trascienda; que esté por encima de su simple persona para hacerse universal e intemporal.

Nada de eso está presente en la obra de Zafón, ni en la literatura española desde Carmen Laforet, salvo honrosas excepciones que no hacen sino confirmar la regla. La culpa la tienen ciertas editoriales por su desgraciada ocurrencia de estimular a los escritores, no con la gloria sino con el dinero, promoviendo premios millonarios y lanzamientos espectaculares.

Tal vez me he pasado un poco y de la obra de Zafón se pueda salvar algo a lo que poder calificar de “literatura”; puede. Pero en estos críticos momentos por las que atraviesa la literatura es mejor pasarse que quedarse corto y soportar la bronca de los defensores de la “literatura-basura”. Es muy posible que la globalización, además de muchas cosas valiosas y necesarias, se lleve también por delante lo que todavía queda de nuestra hermosa literatura nacional y regional. ¡Si no se la ha llevado ya!

Para ilustrar mi severa crítica, reproduzco un par de diálogos encontrados al azar:



“—Yo te hablo de una mujer de verdad, de las que hacen que uno sea lo que tiene que ser.”

O sea, que hay mujeres de verdad y otras de mentira, y que uno no es con las de mentira y es con las de verdad.

“—Yo, a su edad, de haber tenido ese coro de mozas, habría pecado como un cardenal.”

O sea, que un cardenal peca al escuchar un coro de mozas. Yo siempre he asociado el pecado de los cardenales con la gula: "Boccato di cardinale", y no con el sexo por causa de mozas coristas. ¡Y así las 600 páginas del libro!

Nunca, ni en los programas de la tele-basura, había escuchado diálogos tan raros, que me recuerdan a los de Juan Marsé y Rosa Regàs. En realidad ambos hubieran podido escribir una novela tan mala como ésta o peor todavía (Zafón es de la escuela "Marseísta", no confundir con "Marxista").

Puede que se haya producido un cambio generacional de lectores y escritores, y esto, que antes era malo, ahora resulta que es bueno. ¡Y yo sin enterarme, y todavía leyendo a Onetti, Pushkin, Kafka y últimamente a Saint-Exupery para poner en orden mis sentimientos, y lo que es peor todavía, a Quevedo y a Lope de Vega!

¡Vale, lo acepto! ¡Joven, pare este trasto que yo me apeo! Sí, ya sé que estamos en pleno desierto, pero prefiero esta silenciosa y grata soledad (ver ilustración), que el escandaloso ruido de los cajeros automáticos cuando cuentan el dinero, ¡que ya es lo único que se escucha por todas partes!