«El árbol de la ciencia»

«¿Comprender?, ¿explicar las cosas? ¿Para qué? Se puede ser un gran artista, un gran poeta, se puede ser hasta un matemático y un científico y no comprender en el fondo nada. El intelectualismo es estéril.» Pío Caro Baroja. Capítulo IV, «Disociaciones», de su libro de 1911 «El árbol de la ciencia». ¡Don Pío me ha robado la idea, pero me ha alegrado la tarde!

En efecto, ésta es una tarde típica primaveral en Berlín. Por momentos ha granizado y luego el viento ha arreciado empapando a los sufridos ciclistas en el centro del paso de de cebra, porque por alguna razón aquí en Berlín muchos semáforos no están sincronizados y hay que cruzar las calles en dos veces. Por fortuna yo estoy calentito en la Hugeldubel (¡que vaya nombrecito!) y veo los toros desde la barrera.
He venido aquí como tantas veces para ver de cerca los libros, pues por desgracia no puedo adquirirlos, es pura lógica de mercado: Primero tengo que vender los míos, pero como tan solo tengo tres editados y ni siquiera están ya en las librerías, con las ventas de «ebooks» en este blog sólo me llega para el café, porque la crema es gratis.
Pago el euro cincuenta (un ebook me permite tomar hasta tres cafés) y me acerco a la sección de libros en español o inglés. En la de inglés suelo seleccionar alguno de Pinguin para leer la nota biográfica del autor, el resto casi me lo sé de memoria, porque son todos los clásicos que leí en mi juventud.
En la sección de español voy con cuidado, prevenido de antemano de que no debo ni tocar los libros con tapa dura que tienen fajines, como el de «La catedral del mar» de Ildefonso Falcones, y menos ojearlos. Pero como sólo el hombre es el animal genéticamente más parecido al burro, he cometido el error de abrirlo al voleo, en el que leo algo así:
«—¡Pues sí, chica, que la Pepi del segundo me ha dicho que los del cuarto se van de vacaciones a Benidorm, y eso que el padre está en el paro. Entre nosotras, chica, creo que es un borrachuzo de cuidado... Pero los suegros, que son de cierta alcurnia, pues eso, que no quieren que la gente vaya murmurando que son unos muertos de hambre...!»
¿Que no es esto? ¡Bueno, qué más da, algo parecido pero en clave medieval! Se trata de un libro de un abogado que deseaba tener emociones, pero a causa de su cerebro plano, literariamente hablando claro, ha producido un robusto ladrillo literario, que con el millón y pico de copias en circulación, incluida la edición alemana, se podría construir otra catedral como la descrita. Pero ¿creen que se arrepentirá? ¡En absoluto! Es muy probable que en estos momentos haya solicitado un receso laboral y ahora ande ya por capítulo decimonónico de «La catedral del Guadalquivir» o «La catedral de la Maragatería», porque después de dorar la píldora a sus paisanos la editorial habrá considerado que ahora le toca el turno a andaluces y leoneses, después ya verán qué se les ocurre, porque en España catedrales hay muchas...
Por cierto que este engendro y otros parecidos están siendo cocinados en la redoma del «Ramón Lluch», que está empeñado en hacerse con un portafolio de literatura catalana cueste lo que cueste, incluso si cuesta sacrificar la misma literatura. Y si algún catalán se lo toma a mal, le sugiero que lea al propio Ramón Lluch, el filósofo y teólogo mas intuitivo y lúcido de su tiempo. Por tanto con mi comentario no trato de denigrar la literatura catalana, sino la mala literatura, y si es catalana pues lo siento por Cataluña, tierra por la que tengo una especial simpatía, pues a mi me atrae todo lo que respira inteligencia.
Pero no he invertido un euro cincuenta para nada y afuera sigue diluviando, así es que me pongo a rebuscar por ahí a ver si doy con algo legible pero que no sea de este siglo, ni de los último medio siglo del otro siglo, y mire por donde en la Hugendubel saben que a los estudiantes de lengua española les interesan los escritores del 98 y del 27, y tienen uno de Pío Caro Baroja, el citado «El árbol de la ciencia».
Contento como un niño sin Nintendo, me busco un sitio cerca de los ventanales para reírme de los ciclistas, pues incluso en tormentas de nieve hay que tener cuidado de no meterse en el carril bici, porque ¡oiga que no dejan la bici en casa ni en sus propios funerales! (yo también tengo bici, pero no exagero). Me arrellano en el sofá y abro el libro al azar, pues un buen libro se puede empezar por cualquier sitio, en tanto que un libro malo se te pierdes las dos lineas del capítulo segundo estás perdido. ¿Por qué el segundo? Porque los malos escritores utilizan el primero para cogerle el punto al bolígrafo, la pluma o el teclado, y sólo a partir del segundo se enteran de que están escribiendo un libro, hay algunos que lo finalizan y siguen probando el teclado.
Me quedo boquiabierto, porque lo que leo es lo que yo mismo había escrito en artículos anteriores, y me ha impresionado tanto que he pensado utilizar estas citas en un nuevo artículo para mi blog, ¡pero no tengo ni lápiz ni papel!. He bajado al departamento de souvenires y he hecho como que quiero comprar un bolígrafo-abrebotellas, con una pegatina del oso de Berlín y una borla roja enorme, que me está dando bastantes problemas para disimular la faena, pero con cierta táctica podré transcribir estos párrafos:
«—¿Por qué lo que se está haciendo en física en estos momentos... no se hace en filosofía...?
»—A una colectividad no se la moverá jamás diciéndole: Puede haber una forma social mejor. Es como si a una mujer se le dijera: Si nos unimos quizás vivamos de una manera soportable. No, a la mujer y a la colectividad hay que prometerles el paraíso.
»—Alguna vez tenemos que dejar de ser niños, alguna vez tenemos que mirar a nuestro alrededor con serenidad. ¡Cuántos temores no nos ha quitado de encima el análisis! Ya no hay monstruos en el seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas nos sentimos dueños del mundo.»
Don Pío no presumía de filósofo, sólo era un escritor más listo que el hambre, pues el hambre era algo familiar en aquellos años, y ya se sabe que «el hambre agudiza el ingenio», y no como ahora. Toda nuestra brillante generación del 98 y también la del 27 eran españoles de los que se podía presumir en el extranjero. Pero ahora estoy considerando la posibilidad de cambiar de nacionalidad y adoptar la turca, para no identificarme con estos «nuevos escritores» según se les describe con exagerada generosidad, pues no todo el que escribe novelas en necesariamente un escritor, y el caso español lo prueba esta tesis. Y digo tuco porque deben ser listos, sólo con ver con que maña cortan el «Fálafel» por la parte tostada, o dicen aquello del «Piechen, Pieshen!» en los mercadillos de frutas (inteligente abreviatura de «Bitte sher» para quien la repite un millón de veces al día), pero sobre todo porque fue un astrónomo turco el que descubrió el asteroide del Principio, para gloria de la literatura francesa y universal.
No señor, no soy un derrotista ni un mal patriota, es que lo de la literatura española es para cambiar de nacionalidad y de apellido. Bueno, el apellido está bien como está, en lo otro seguro que me arrepiento cuando se me pase el berrinche. Me pregunto que dirán de mí en los medios literarios españoles el día que me den el Nóbel: «Es un escritor y filósofo medio español, algo quisquilloso, refunfuñón y engreído, que no encuentra nada bien, casi como Valle-Inclán, ¡pero ni su sombra! Estos del Nóbel ya se juegan el premio a las cartas», etc.
Bueno, como ha parado de llover y el café se me ha enfriado, creo que lo mejor es dejar el libro donde estaba y por el camino de casa le iré dándole vueltas al coco a ver cómo me lo monto con este nuevo artículo sin que se enfade el personal.