¿Por qué los filósofos han sido malos políticos?

Platón fracasó con Dionisio de Siracusa y Aristóteles no pudo influir en la ambiciosa política expansionista de su pupilo Alejandro el Magno.
El afamado filósofo John Locke fracasó rotundamente en su encargo de dar una constitución al nuevo estado de Carolina. Voltaire terminó enemistándose con su admirador y protector, el ilustrado Federico de Prusia. Heidegger no ocultó su simpatía por los nazis. Gasset y Unamuno tuvieron serios enfrentamientos con los políticos republicanos, etc.

¿Por qué los filósofos son por lo general tan poco afortunados con sus ideas políticas? Finalmente las constituciones más progresistas no han sido redactadas por ellos, sino por el pueblo a través de sus representantes, aunque en cierta manera las grandes ideas sobre las que se fundamentan fueran inspiradas por ellos. Digamos que los filósofos son fuertes en la abstracción de sus ideas de la “política perfecta”, pero flojos en la práctica de la “política real”.

Lo “ideal” es una ponderación equilibrada entre varios elementos en conflicto, por tanto las premisas que soportan la idea deben variar constantemente para restablecer el equilibrio, o su “idealidad”, o también “idoneidad”. Por el contrario, lo perfecto es una situación inamovible y absoluta, que solo tiene como premisa la unidad, por lo que es inamovible e inexistente, puesto que todo lo que es y existe se mueve. Por esta razón puede haber una política ideal o idónea, pero nunca una política “perfecta” o “verdadera”, la que interesa a los filósofos.

En el primer caso el resultado es una democracia, en el segundo es necesariamente una dictadura. Como idea, la democracia puede avanzar y perfeccionarse, mientras que como dogma la dictadura está tiránicamente sujeta al inmovilismo de su pretendida perfección. El absolutismo monárquico, refrendado por su supuesto origen divino, fue un buen ejemplo de “política perfecta”, pero no ideal ni idónea.

La democracia no es un sistema político perfecto, pero si es el sistema político ideal. La razón de su imperfección es que el pueblo soberano no tiene la misma percepción de la realidad. Una parte, la más ilustrada, tiene una percepción razonable e idealista; otra, la más imaginativa y apasionada (por lo general también la más religiosa), tiene una percepción emotiva y espiritual, y, por ultimo, otra parte, la más realista, tiene una percepción práctica y materialista.

Para filósofos como Locke o Platón los apasionados y materialistas denigran las virtudes políticas de una república “democrática”, y deberían tener restringida su soberanía. Para ellos solo el pueblo ilustrado e idealista debería ser soberano y tener responsabilidades políticas. Esto es verdad, pero precisamente por ello la democracia, como decía, no puede ser un sistema político perfecto pero si ideal, pues en democracia tan importante es la opinión de quienes la denigran como de quienes la enaltecen.

Pero como la democracia es una idea política razonable, solo puede realizarse si es apoyada por una mayoría popular ilustrada y razonable. Si el pueblo apasionado y materialista es mayoría la democracia sucumbe inevitablemente. Este es el dilema actual en Egipto, y el riesgo de toda revolución de terminar en una dictadura.




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