Los dos grandes errores del marxismo

En su concepción de la historia como el resultado de la lucha de clases Marx cometió un fundamental error, al no distinguir en su tiempo al menos dos clases de ricos y de pobres: los ricos justa o injustamente enriquecidos, y los pobres justa e injustamente empobrecidos.


Entre los ricos, los justos eran en realidad “obreros emprendedores” (empresarios), y los injustos “parásitos ociosos”, cuya fortuna les llegaba por heredad, especulación o abuso de poder. Entre los pobres, los injustos eran los obreros o artesanos a los que se negaba el acceso a la riqueza, y entre los “justos” los campesinos, que por su escasa ilustración y consciencia social vivían resignados a su pobreza.

Marx no hizo esta importante distinción y consideraba “capitalistas” a todo aquel que era poseedor de capital o tenía una valiosa propiedad, sin importarle como los había adquirido, y paradójicamente enfrentaba a clases que por su origen e idiosincrasia, debían llegar a entenderse: como los empresarios y los obreros, y los nobles y sus resignados siervos, los campesinos.

Henry Ford era un “obrero emprendedor”, por lo que podía sentir ninguna animosidad contra sus obreros, antes todo lo contrario, les pagaba generosamente para que pudieran vivir con cierto bienestar. Fueron los capitalistas parásitos y especuladores de su tiempo quienes causaron la Gran depresión, y no los empresarios, cuya animosidad natural contra los obreros les anulaba cualquier problema de consciencia por el desastre económico que llegaron a provocar.

Por su parte, la nobleza rural de su tiempo no estaba realmente enfrentada a sus siervos, que por tradición e ignorancia vivía en cierta armonía. Solo en los países que hicieron la Reforma, la traducción de la Vulgata a las lenguas locales difundió directa y sin interpretaciones partidarias del mensaje fraternal de los evangelios, y los campesinos adquirieron consciencia de su explotación y de su pobreza.

Por tanto las clases históricamente enfrentadas eran la aristocracia de castas (los ricos injustos: nobleza urbana, prestamistas usureros o herederos de industrias, que ya no eran empresarios sino propietarios o accionistas), y el pueblo llano que convive con ellos en las ciudades (los pobres injustos: obreros industriales mal pagados, pequeños artesanos a los que se negaba el crédito o todos aquellos que eran marginados del sistema productivo), como sucedió durante la Revolución francesa.

La confusión de Marx fue debida a la ascensión de la burguesía y su revolución industrial, con las profundas alteraciones que causó en las tradicionales clases sociales, mezclando clases incompatibles con clases compatibles. Desde Thomas Moro a nuestros días, ninguna utopía comunista ha justificado la propiedad privada ni la posesión de capital, aunque hubieran sido laboriosamente adquiridas.

Pero todavía cabe imputarle un nuevo error, incluso más grave que el anterior. En una sociedad abierta y sin castas, y sin que el nacimiento determinase la clase social, como ya era la sociedad burguesa de su tiempo, tanto pobres como ricos no basaban sus diferencias personales en su consciencia de sí, lo que hubiera sido encomiable, sino en la opinión que de ellos tenían sus conciudadanos.

Esta opinión no se basaba en sus valores personales, morales o culturales, por lo general despreciados por unos y por otros, sino en los bienes materiales que poseían, y en su capacidad para consumirlos. Ni los ricos ni los pobres cifraban sus máximas aspiraciones en trabajar para poder consumir tan solo bienes necesarios para la supervivencia, sino bienes innecesario que no servían directamente a la supervivencia pero sí a su “clasificación social”, es decir, todos aspiraban a poseer “bienes de clase” para clasificar su posición social.

Y estas han sido siempre las causas del colapso de todos los experimentos comunistas de nuestra historia, y, por tanto, los errores de Marx y del marxismo.