¡Mi colega, Jorge Semprún! (1923 - 2011)

En cierta ocasión acudí al «Ibero» de Berlín para la presentación de un libro del excelente escritor cubano Miguel Barnet.
Como era algo temprano me senté en uno de los sofás de la entrada y pasé el tiempo ojeando el catálogo de los actos de aquel mes. Instantes después el propio Barnet y su compañera se sentaron en los otros dos sofás que todavía estaban desocupados.
Como no conocía personalmente al escritor me limité a intercambiar un protocolario saludo con un simple gesto de cabeza. La pareja intercambiaron algunos comentarios sobre el «Ibero» y el tiempo, y al cabo de un rato, sin tema de conversación, el propio Barnet comentó a su compañera:
—Vamos a esperar aquí a las personalidades. Por alguna razón que intentaré justificar, aquello me ofendió y sin reflexionarlo dos veces le repliqué:
 —¡Perdone, pero yo soy una personalidad. Así es que no tiene que esperar más! Reímos la gracia y la cosa quedó como un chascarrillo. Llegaron las «personalidades» y el escritor se levantó para cumplimentarlas.
Ciertamente que Miguel Barnet es un buen escritor, pero para venir de un pueblo donde se supone que no hay culto a la personalidad, resultó un comentario inadecuado. Tal vez por eso reaccioné. Digo todo esto porque yo soy un caso particular, probablemente la única «personalidad» de este mundo de la que el gran público es totalmente ignorante.
Es decir, me considero una «persona» y por tanto debo tener mi propia «personalidad», y para ello no necesito el reconocimiento popular. Pero si alguien en mi presencia hace un comentario como el de Barnet no tengo más remedio que recordárselo. Jorge Semprún, sin embargo es una persona con reconocimiento popular, es decir, lo que por convencionalismo decimos «una personalidad», pero de lo que no estoy seguro es si no será más cómodo e interesante no tenerlo.
Semprún ha pasado los ochenta y caminaba con decisión y perseverancia hacia los 90 y quien sabe si conseguirá llegar a los 100 años.
Puede que por entonces siga sus actividades propias de su personalidad popularmente reconocida y le vuelva a encontrar en el «Ibero», como sucedió el pasado miércoles, 6 de febrero (El año anterior formó parte del panel de «Festival Internacional de la Literatura» de Berlín). La popularidad tiene su servidumbre y puede ser agradable o penosa.
No sé por qué este ya mítico personaje de la política, la cultura y la literatura de nuestro país seguía desarrollando este tipo de actividades. Venir a Berlín suponía someterse a unos horarios de vuelos, desplazarse en taxis con frío, lluvia o nieve, aclimatarse a las condiciones de un hotel, etc., y, una vez aquí, cumplir un programa de presentaciones, lecturas, foros, entrevistas, sesiones fotográficas, visitas de protocolo..., que incluso para un joven puede resultar agotador.
Su popularidad en este país es obvia. Junto con la desaparecida Carmen Laforet, es uno de los pocos autores españoles cuyas obras traducidas al alemán pueden verse en las vidrieras de las librerías. En Alemania apenas se editan libros de autores españoles actuales, y la escasa media docena de escritores que hay en estos momentos en las librerías son los «coletazos» de la Feria del Libro de Francfort dedicad a Cataluña y también la consecuencia de la actividad de promoción de la lengua y la cultura catalana del «Institut Ramón Lluc», de la Generalitat de Catalunya, que entre otras cosas subvenciona las traducciones.
Que yo sepa sólo el caso de Carlos Ruiz Zafón es la excepción que confirma esta regla. Cabe señalar otra excepción, en la que no obstante también participa el «Ramón Lluc», como es el libro del abogado barcelonés Ildefonso Falcones «La catedral del mar», un «Bestseller» fabricado por la editorial Mandadori, que es una copia en todos los sentidos de «Los pilares de la Tierra», del británico Kent Follett. Por esta razón la sala de actos «Simón Bolívar» del «Ibero» estaba hasta la bandera y muchos tuvimos que escuchar su presentación de pie o sentados por las escaleras y en los pasillos.
Semprún, algo encorvado y torpe, pero con un excelente estado de ánimo, leyó con una buena dicción alemana un alegato en favor de la promoción de la cultura española en Europa en tiempos de la II República, y un capítulo de una de sus obras. Fue largamente aclamado y el acto concluyó para continuar con una típica invitación a un vino español ofrecido por nuestras autoridades, que dicho se de paso, son muy activas a través del Instituto Cervantes de Berlín.
Allí, discretamente apoyado en una barandilla, volví a encontrarme con mi «colega» Semprún, sin que nadie esperase a ninguna personalidad y tuve la oportunidad de cambiar algunas breves palabras con él (a decir verdad, se trató de un monólogo), y le hablé de mi novela inédita «La guerra de Inés». Nos hicimos la foto de rigor y yo me quedé con la impresión de haber tenido la rara oportunidad de saludar a un «mito», que, no obstante, considero un colega mío; él con su personalidad reconocida y yo con su mía todavía por reconocer.
Pero francamente con el paso de los años y el gusto por la vida sencilla y sin grandes «movidas», creo que prefiero quedarme tal y como estoy, claro que, como todo ser humano y contradictorio, no hago nada serio por conseguirlo, antes bien todo lo contrario.
Para los que desconozcan los detalles más importantes de su biografía, aquí les hago un breve resumen.

 Jorge Semprún Maura Hijo de intelectuales republicanos y nieto del que fuera varias veces presidente durante el reinado de Alfonso XIII, Antonio Maura, nació en Madrid en 1923. Su carrera literaria comienza en París, donde se exilia tras la Guerra Civil española. Allí combatió con la Resistencia, hasta que en 1943 fue detenido por la Gestapo y trasladado al campo de concertación de Buchenwald. Tras su liberación, en 1952 se afilia a clandestino Partido Comunista de España con el alias de Federico Sánchez. En 1964 sus criticas a la linea del partido le valieron su expulsión.
En 1988 Felipe González le llama a Madrid para que se ocupe de la Cartera de Cultura, que ejerció hasta 1991. Desde entonces vive en París entregado, como hemos visto, a una permanente actividad tanto literaria como de relaciones públicas.
Sus principales obras tienen relación con Buchenwald: 1963 : El largo viaje (escrito en francés, “Le grand voyage”). 1967 : El desvanecimiento (escrito en francés, “L'évanouissement”). 1977 : Autobiografía de Federico Sánchez (escrito en castellano). 1980 : Aquel domingo (escrito en francés, “Quel beau dimanche!”, traducción literal: ¡Qué bello domingo!).
Ha sido, además, un activo guionista para el cine francés y fue amigo personal de figuras de la política francesa como Dominique de Villepin, con quien coescribió el ensayo «El hombre europeo».