Los límites de la libertad de expresión

La libertad es la sinergia que produce toda creación de la nada; es decir, se parte de la nada absoluta, o falsedad absoluta, para establecer una primera verdad relativa.

Esta verdad inicial es "útil y necesaria" porque es la "única posible", pues "Este universo debe ser el mejor de los posibles", (Leibniz), y porque "todo lo existente es verdadero en tanto no se demuestre lo contrario", es decir, el argumento que soporta toda verdad debe estar ausente de contradicciones (Hegel).

Una vez creada la primera verdad debe "establecerse" y se inicia un "movimiento" en dos sentidos: dinámico (nuevas creaciones) y estático (consolidación precaria de las verdades que que ya son, que es el principio que mantiene provisionalmente estable el universo).

A partir de la existencia de "algo verdadero" solo cabe ir introduciendo progresivamente nuevas "creaciones", es decir, nuevos argumentos que provoquen no el caos sino una nueva síntesis, y por tanto, una nueva verdad útil y necesaria. Si se cuestiona lo "establecido en su totalidad" se desestabiliza la verdad ya establecida y ya no es posible nuevas creaciones y, por tanto, mas sinergia de libertad.

Se vuelve al caos, o lo que es lo mismo, a la "falsedad absoluta" del inicio del proceso.
La cultura occidental se fundamenta en la introducción progresiva de nuevos argumentos no para cuestionar la verdad útil y necesaria en su totalidad sino para hacerla mas amplia y libre (hasta llegar a tener una conciencia universal), y solo pude hacerse si se mantiene el equilibrio entre los establecido (el legado cultural) y lo creativo (la intuición personal).

Por tanto los limites de la libertad de expresión son los que marca la propia existencia de una verdad útil y necesaria sobre la que fundamentar las nuevas verdades relativas, y solo puede ser ejercida responsablemente si se conoce tanto lo establecido como lo personal, es decir, se trata de un ejercicio de "responsabilidad histórica y personal". Nadie puede coartar la libertad de expresión excepto uno mismo.

Afortunadamente los fenómenos totalitarios se anulan a sí mismos al contrastarlos con la realidad de lo necesario y solo en circunstancias históricas críticas progresan, lo que inevitablemente termina en destrucción y caos, es decir, en una falsedad absoluta.