Las causas de la religión

Aprovechando la controvertida visita del Papa a España, creo que es una buena oportunidad para argumentar mi tesis en torno a las causas de la religión.


Todas nuestras convicciones y creencias provienen de nuestras percepciones, ya sean físicas, espirituales o mentales. La percepción física proviene de las sensaciones, la espiritual de las emociones y la mental de las impresiones. Por tanto la religión proviene necesariamente de la certidumbre del espíritu. Pero ¿qué el espíritu?

Utilizando el método filosófico podemos definir un espíritu como “algo que percibimos sin concebir su forma de ser”; es decir, algo que pese a que nos apercibirnos de su presencia por su emoción, somos incapaces de determinar su forma de ser. Por tanto la condición de todo espíritu es que debe ser perceptible pero inconcebible. Lo que nos lleva, a su vez, a necesitar una definición de la consciencia.

Podemos definir la consciencia como la representación mental de una sensación, emoción o impresión. De manera que tomamos consciencia de algo cuando podemos determinar qué es lo que nos “sensaciona” (este vocablo debería incluirse en la lengua por necesario), emociona o impresiona. Para ello necesitamos disponer de una voz que represente mentalmente la sensación física que percibimos (ej. “caliente”), la emoción de su valor (ej. “bonito”) o la impresión de su forma (ej. “esférico”). En otras palabras, la consciencia necesita un lenguaje, pues no podemos concebir nada si no podemos nombrarlo (“En el principio fue el Verbo”, Génesis).

Si todo espíritu es percibido pero no concebido, la percepción espiritual no trasciende de las emociones; es decir, se trata de una certidumbre emotiva y aparente (aparición) pero inconsciente. De manera que las percepciones espirituales son aquellas que nos emocionan sin saber realmente la causa. Por tanto la religión, que tiene su fundamento en el espíritu, se sustenta necesariamente en certidumbres emotivas y aparentes. Pero ¿de dónde provienen las certidumbres de las emociones? Sin duda que de la contemplación de las imágenes de las cosas sin concebirlas como objetos.



El espíritu y las imágenes

Si percibimos algo sin tener consciencia de su sustancia ni de su forma es porque de ese algo tan solo percibimos la emoción de su imagen, sin llegar a concebir ni su sustancia ni su forma de ser. Esta imposibilidad es una limitación natural, tanto en los bebés humanos como entre los animales. Un perro reconoce a su amo por la emoción que le produce su imagen y por la percepción de los sentidos, pero nunca podrá ser “consciente” de quién es y cómo se llama, porque carece de la habilidad del lenguaje. Tantos los seres humanos como los animales entendemos (somos conscientes) tan solo de aquello que somos capaces de expresar con las voces o los sonidos.

Si la emoción de una imagen es agradable se trata de una “buena” imagen; si por el contrario es desagradable sin duda que se trata de una “mala” imagen. Es por este simple procedimiento “espiritual” como aprendemos a distinguir lo que “para nosotros” es el bien y el mal, puesto que se trata de una valoración determinada por el carácter o la educación.

Por tanto las emociones que sugieren las imágenes son valores relativos y personales (cada persona tiene su propia espiritualidad), por lo que sin un valor generalmente aceptado que sirva de referencia común, la moralidad social sería caótica. Por esta razón la “buena” convivencia requiere de una moral que no esté basada en la relatividad de cada persona, sino en la emoción de una imagen de referencia del bien absoluto y otra del mal absoluto; es decir, de un dios y de un demonio. Y ésta es la causa de toda religión y de toda doctrina.



Las doctrinas morales

Para este fin fue necesario buscar dos imágenes extraordinariamente emotivas, agradables o desagradables, y que sirvieran de referencia para representar la idea del bien absoluto y del mal absoluto. Como tales imágenes no pueden existir en las formas cambiantes de la realidad natural (politeísmo arcaico), la propia mente humana tuvo que crearlas, trasladando sus emociones (espiritualidad) a las impresiones de dos imágenes (imaginadas), a las que llamó Dios y demonio.

Estas dos imágenes se representan de diversas formas según el gusto estético de cada cultura en particular, pero sin ellas no es posible tener una referencia emotiva del bien y del mal. La teología cristiana tiene también una imagen de Dios (“Dios creó al hombre a su <i>imagen</i> y semejanza”) y establece correctamente a través del Misterio de la Trinidad que el Espíritu “Santo” es Dios y, para hacer más didáctica su doctrina y la emoción del bien sea más accesible, establece la controvertida deificación de la imagen de Jesucristo. La religión católica en particular venera una gran profusión de imágenes para hacer todavía más accesible esta misma emoción, por lo que es una religión de una gran espiritualidad.

Una vez que el espíritu crea las imágenes de referencia del bien y del mal, estas mismas formas adquieren el atributo formal de “verdaderas”, pues todo lo que en el contexto espiritual es bueno o malo, en el contexto mental es necesariamente verdadero o falso. Por tanto la emoción de la imagen de Dios sugiere que existe “verdaderamente” en la forma en que haya sido representado.

Por tanto la religión tiene como función la espiritualidad, que no puede ser reemplazada ni por el racionalismo filosófico, que discierne entre lo verdadero y lo falso, ni por el pragmatismo científico, que discierne entre lo positivo y lo negativo, y que sirve para establecer la moral social; es decir, determinar con carácter general la diferencia entre el bien y el mal. El siguiente paso es interpretar, de acuerdo a los usos y costumbres locales y culturales, lo que está bien y es grato a Dios y lo que está mal y es grato al demonio, que es la causa de la estructura moral de toda doctrina religiosa local.

Puesto que toda doctrina está fundamentada en una interpretación idealizada del bien y del mal absoluto, todas las doctrinas son dogmáticas (idealistas) por su propia naturaleza. Por la misma razón ninguna doctrina puede ser “verdadera”, pues se trata de una interpretación moral de valores basados tanto en valores como en emociones, que son relativos. Naturalmente que indistintamente de cada doctrina, todas las religiones monoteístas tienen un mismo Dios: el bien absoluto, y un mismo demonio: el mal absoluto.


La religión y la moral social

Puesto que nuestro sentido de la justicia depende de nuestra moralidad, el conflicto entre Iglesia y Estado surge porque toda religión promueve una justicia social basada en su doctrina moral dogmática y el laicismo promueve una justicia social basada en una doctrina moral pragmática. Luego el laicismo es también una doctrina moral, pero basada en valores establecidos por consenso democrático. Esto implica el riesgo de que la cultura social, influenciada tanto por la economía como por la política, valore como “buenas” imágenes que sean “desagradables” y como “malas” imágenes que sean “agradables”, malversando la formación de la moralidad social.

Por esta razón la convivencia social necesita tener el componente espiritual que proporciona la religión, pero sus doctrinas deben evolucionar del dogmatismo al realismo social. Se da la paradoja de que muchas sociedades laicas rechazan las doctrinas pero no la religión en sí misma, venerando con profunda espiritualidad (emoción) sus imágenes religiosas locales.

La profusión y “glorificación” de imágenes agresivas y violentas sin una condena social pública, y por supuesto religiosa, como por ejemplo algunos videojuegos, películas o imágenes de televisión, crean confusión en la formación de los valores morales a través de las emociones (la espiritualidad), especialmente entre los adolescentes. Pero todavía se presta a más confusión moral actitudes militaristas que glorifiquen las imágenes de violencia con cualquier justificación.