Crisis en Europa. ¿La historia se repite?
En 1938 otro premier británico conservador, Chamberlain, acudió también a una importante conferencia europea, no en Bruselas sino en Munich.
En aquella importante reunión se trataba de “apaciguar” la agresiva política expansiva militar de una Alemania abducida por un grupo de esquizoides-paranoicos dirigidos por Hitler. Chamberlain cedió, lo que dio alas a Hitler, que haciendo prácticas en la guerra civil española con total impunidad, preparó su invasión europea, provocando la II Guerra mundial.
En aquella histórica reunión Chamberlain visitaba una Alemania que había padecido los horrores de una crisis económica provocada por un cúmulo de circunstancias parecidas a las actuales, donde una barra de pan llegaba a costa un millón de marcos. El populista partido nazi aprovechó aquellas revueltas aguas nacionales para imponer una solución drástica política y militar, que no sólo debía afectar a Alemania sino al resto de Europa.
Por entonces el Reino Unido, dados los estándares europeos propensos al fascismo, era un modelo democrático a seguir, y acogía a toda clase de revolucionarios idealistas y antifascistas de aquella convulsa Europa. Por el contrario la Alemania nazi, con sus aliados y simpatizantes, representaba el pensamiento fascista, racista, xenófobo, antiliberal, militarista y dictatorial de Europa. Es una paradoja que Kart Marx, después de ser perseguido y expulsado de su propio país, escribiera “Das Kapital” y su “Manifiesto comunista” a pocos metros de la “City” de Londres, el centro mundial del capitalismo de su tiempo, lo que dice mucho a favor de la tolerancia de los británicos.
Pero, al mismo tiempo, ese mismo liberalismo fue gestado, desde los tiempos de David Ricardo, un modelo de capitalismo antisocial y especulativo, que no solo no crea empleo sino que lo destruye. Este modelo consiste en invertir a corto plazo en cualquier valor en alza, sea trigo, petróleo, minerales, divisas o deuda pública de países en vías de desarrollo, y se sirve de supercomputadoras y otros medios tecnológicos para operar con extrema rapidez en sus inversiones especulativas.
Estos capitalistas, ante la incertidumbre de la crisis de los mercados financieros provocada por ellos mismos, han dejado de invertir a largo plazo, dejando esta opción a la inversión pública, pues alguien tiene que financiar las infraestructuras necesarias para mantener la economía nacional competitiva. Pero los gobiernos se ven encerrados en un endemoniado círculo vicioso, pues si aumentan sus inversiones aumenta su deuda, y las agencias de “rating” (financiadas por estos capitalistas) les rebajan la nota, encareciendo el crédito público, necesario para promover el desarrollo y la futura creación de empleo.
Naturalmente que estos capitalistas (el 1% en EE. UU. y porcentajes parecidos en el resto de los países desarrollados) no persigue otro fin que el de incrementar su capital, sin importarle lo más mínimo que estos movimientos especulativos provoquen estas paradojas económicas, destruyendo empleo y la confianza de otros inversores sociales, o alzas artificiales de precios de alimentos o materias primas que afectan sobre todo a los países subdesarrollados o en vías de desarrollo.
Ellos creen firmemente en que cada generación tiene que resolver sus propios problemas a partir de las circunstancias que hereden. Y cuanto peores sean estas circunstancias más creatividad se le exige, mejorando de esta manera su capacidad de adaptación ante la adversidad (darwinismo social). Por tanto no se creen obligados a legar un mundo mejor a las futuras generaciones, pero sí una buena posición económica a su propia descendencia.