La vanidad mueve la Historia (capítulo)

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CAPÍTULO

La historia del ser humano está articulada por tres sistemas fundamentales, como son el sistema religioso, el político y el económico.

 Pero cuando se habla de la historia, la economía no siempre se ha considerado como «hecho histórico» y, sin embargo, es el andamiaje que va apuntalando sus grandes logros. Al público en general le interesan más las epopeyas de Alejandro el Magno por Asia que la forma en que iba organizando la compleja intendencia de su ejército, pero es obvio que sin ella las conquistas no hubieran sido posibles.

Pocos saben que los éxitos de Napoleón se debieron en parte a que sus soldados, por primera vez en la historia de la guerra, se alimentaban con productos conservados en recipientes cerrados al vacío; es decir, utilizaron las primeras latas de conserva, lo que facilitaba su movilidad. Tiene más aceptación popular la «acción» que la «organización». Sin embargo, es la economía la que sostiene al ser humano y sostendrá también a su historia.

Habíamos dicho que la economía era el uso libre y creativo del «capital tiempo» en beneficio de la propia supervivencia. Pero esta escueta definición a lo que nos lleva es a una «economía de supervivencia», es decir, «poco creativa y poco rentable». Tendrá que aparecer otra forma de economía más evolucionada, más libre y más rentable. Esa será sin duda la «economía de mercado». Es decir, una economía donde intervengan nuevos elementos, como son los bienes de consumo destinados al mercado. En otras palabras, la verdadera economía empieza con el comercio.

Descubrir la actividad comercial no sólo le permitirá al ser humano entrar de lleno en la economía como tal, que no se diferencia en nada de la moderna, sino que supondrá un revolucionario y gigantesco paso en sus relaciones personales con su propio clan familiar y con los otros clanes que darán origen a las tribus, y a la larga será la base para la creación de la sociedad nacional y del Estado. Es más, la economía de mercado y su sociedad son dos fenómenos que suceden al mismo tiempo y son la una consecuencia de la otra. Para ello, previamente el «capital-tiempo» deberá transformarse en «capital-dinero».

Pero, una vez más, no puedo evitar volver a mi terquedad de no dar nada por entendido si previamente no lo definimos. Así, me pregunto, ¿qué es el comercio?, y ¿qué será la causa del comercio? Lo sencillo y convencional es utilizar la definición generalmente aceptada: «El comercio es el intercambio de mercancías con beneficio». Bien, pero ¿qué origina el comercio? Porque el trueque, primera fase del intercambio de mercancías sin el uso del capital-dinero, no es propiamente dicho «comercio». Entonces ¿cómo y por qué surge el comercio? La respuesta es similar a la que dábamos sobre la creación del futuro, que todo sucede como la consecuencia de nuevas «creencias» que llevarán a nuevas «creaciones», y una de ellas es precisamente la que dará origen la lucrativa actividad del comercio.

La creación del comercio tiene su origen, en realidad, en el comportamiento de la naturaleza salvaje, anterior a la aparición del ser humano. Los animales que forman grupos sociables, necesitan realiza una complicada actividad simbólica para establecer sus respectivas jerarquías. Es un complejo ritual que debe repetirse constantemente, de otra manera el grupo social se desintegraría. Por otro lado, una de las características de la supervivencia es que los alimentos están a disposición de quienes los consigan, y si son varios los interesados, la competencia es inevitable. Tanto el ritual como la competencia las heredará el Homo sapiens, pero debido al progresivo desarrollo de su cualidad moral y mental, tenderá a reforzar los lazos familiares del clan evitando recurrir a rituales violentos; o dicho de otro modo, poco a poco desarrollará lazos «afectivos» que formarán la nueva idea de familia, que no es otra cosa que el desarrollo de su «mentalidad y moralidad» genuinamente humana.

Estos lazos afectivos dentro del clan están en flagrante oposición con el uso de la violencia (al menos dentro del propio clan), pero, no obstante, la jerarquía heredada de su anterior estado animal prevalece; sigue existiendo un macho o una hembra alfa, o el líder del clan; siguen habiendo otros machos interesados en dirigir el clan cuando el líder deje de influir sobre él; siguen habiendo hembras que deben permanecer en el clan y asegurar la descendencia; en fin, siguen necesitando rituales o elementos que aclaren «quién es quién» dentro del clan sin necesidad del uso permanente de la fuerza y de la violencia, como sucede entre el resto de las especies animales. En términos filosóficos, diríamos que el ser social necesita desarrollar su «entidad colectiva», y ésta se basa en la «lógica del poder», que ordena de forma razonable al grupo social.

Naturalmente que el poder que proporciona «entidad» no se basa en la «fuerza», sino en la «inteligencia». La jerarquía inicial no debe tener su fundamento en la fuerza, sino en la inteligencia, y el primer líder será un «chaman» o «sacerdote» con visión de futuro y experiencia.

Hay muchas teorías sobre el origen del simbolismo, pero lo importante es que por alguna razón uno de estos Homo sapiens encontró la relación entre un objeto y su estatus dentro del clan; se lo colocó sobre la cabeza o colgó del cuello o se lo puso en los brazos y el resto del clan comprendió lo que pretendía: que aquel objeto simbolizara su jerarquía; que aquellos cuernos de ciervo, búfalo o cabeza de león con que se coronaba significaban que él detectaba el liderazgo sobre el clan. O dicho de otro modo, que aquello tenía un significado «simbólico», gracias al cual el clan podía identificar inmediatamente quién les lideraba sin necesidad de poner a prueba constantemente sus excelentes cualidades de líder para mantener alejados a los posibles aspirantes.

No fue éste un hallazgo baladí, sino una auténtica revolución que abriría de par en par las puertas para que en un breve espacio de tiempo, comparado con el que habían necesitado para llegar hasta allí, se colocarán de lleno en la historia. Era, además, un hallazgo perfectamente «económico», porque ahorraba gran cantidad de energía, la necesaria para retarse constantemente y probar sus fuerzas. Gracias, además, a la aceptación del simbolismo, los jefes podían permanecer en el poder por más tiempo, tanto como fueran capaces de conservar el símbolo que los ratificaba como tal.

A este primitivo simbolismo, válido para identificar al líder, le siguieron otros. Cada miembro del clan comprendió que debía identificar su rango a través de cierto simbolismo convencional y, poco a poco, se fueron poniendo objetos en el cabello, colgados del cuello, en los brazos o piernas, que significaban su rango en el clan o su función. Estos objetos no eran útiles ni servían para la caza, y había que elaborarlos a partir de elementos que, por ser convencionales, debían ser estandarizados y, en ocasiones, podían no tenerlos a mano: como plumas de aves raras de encontrar y cazar, colmillos de animales que no siempre abundaban, o piedras brillantes y vistosas que sólo se encontraban casualmente y en determinados lugares.

De esta forma el hombre inteligente y económico, que tendería hacia el «orden y la estabilidad» una vez organizado en «clan familiar», resuelve el problema de la competencia y de la jerarquía dentro de su clan reduciendo al máximo la violencia, aunque sin poder evitarla totalmente, pues finalmente las luchas por el poder serían inevitables. Pero, sobre todo, inventa las primeras «mercancías» con valor inminentemente «clasistas», que serían, a la larga, las que pondría en marcha el comercio y la economía hasta nuestros días. Entre una pluma de pavo real de aquel tiempo y un reloj Rolex de oro de nuestro sólo median el uso de tecnología, un poco de utilidad que no tenía la pluma de pavo real y 400 mil años de evolución de la sociedad. Los valores, como mercancía «clasista», son los mismos.