Nina & Nano


Jaime Despree, escritor y ensayista español residente en Berlín desde 2006.
En obras de ficción, es autor de relatos, cuentos y novelas, entre las que destaca una trilogía de novelas históricas sobre tres periodos decisivos en la historia de España: la II República y la Guerra civil, 1931-1936, «La guerra de Inés», la Transición democrática, «Mi querida libertad», y el drama sobre la inmigración durante el espectacular desarrollo económico de los años noventa, y su cultura de nuevos ricos, «La extraña».
En no-ficción, es autor de varios ensayos, entre los que destacan los ensayos filosóficos «Filosofando sobre el Ser, Dios y el Cosmos», con un extenso prólogo sobre la percepción de la realidad y los contextos del lenguaje y «La vanidad mueve la Historia».




Jaime Despree

Nina&Nano
Historia de dos músicos
 


NOVELA-MUSICAL



© Jaime Despree

Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción sin la autorización del autor
http://jaimedespree.com/

ISBN: 9781081414894
Editado por el autor
Primera edición: Julio de 2019
Ilustración de portada: https://pixabay.com/es/



Deseo dedicar esta novela, escrita ya casi por un anciano,
pero que habla de adolescencia, inocencia, amistad y amor,
a mi entrañable y leal amigo y tocayo, Jaime Nubiola,
un querido profesor de filosofía que sabe perfectamente
el significado y el valor de estas emotivas palabras.


«Son los inocentes y no los sabios
los que resuelven las cuestiones difíciles»
Pío Baroja (1872—1956),




PRIMERA PARTE:
EL ENCUENTRO




⦁    El viaje
Nina no prestaba atención a lo que le decía su madre. Hacía más de una hora que viajaban en automóvil por la autopista del sur en dirección a una pequeña localidad costera, donde tenían previsto pasar dos semanas de las vacaciones de verano. Contemplaba distraída los verdes y extensos viñedos que iban dejando rápidamente atrás, al otro lado de la autopista. Le llamaba la atención la perfecta alineación de las plantas, donde ya deberían crecer grandes racimos de uvas, pero que todavía no estarían en la madurez necesaria para la vendimia. También llamaban su atención los grandes caseríos que albergaban las bodegas y las suntuosas residencias de los propietarios de los extensos viñedos, que envidiaba, porque a ella le hubiera gustado vivir en uno de aquellos grandes caseríos. Otras veces levantaba la vista y contemplaba extasiada los caprichosos cúmulos de nubes blancas que formaban figuras que ella trataba de identificar, como un gran elefante, un ángel, un ovni o un gigante de cuerpo blanco y voluminoso.
Su madre intentaba en vano que le prestara atención porque Nina no deseaba hacer aquel viaje y no quería escuchar sus argumentos para justificarlo.
Los extensos viñedos no parecían tener fin. A intervalos, se abrían algunos claros sembrados con otros cultivos, o surgían frondosas arboledas de pinos mediterráneos. Otras veces se abrían caminos que conducían a las mansiones, con los márgenes limitados por estilizados cipreses, milimétricamente separados unos de otros, que daban acogedora sombra a los que circulasen o caminasen por ellos.
Hacia el mediodía lucía un sol radiante y las sombras que causaba el frondoso follaje de los árboles caían en vertical sobre el suelo. De vez cuando cruzaban el cielo bandadas de palomas torcaces, perseguidas por algún halcón. Sobre las copas de los erguidos cipreses se posaban bandadas de ruidosos cuervos, inquietos, pasando de un ciprés a otro, en una interminable lucha territorial.
—Nina, hija, estás distraída y no me prestas atención.
—¡Es que no me interesa lo que me estás diciendo!
—Mi madre me hubiera dado una bofetada si le hubiera contestado de ese modo.
Nina no podía sentir respeto por su madre, porque creía que no se comportaba como una madre responsable, sino como una niña caprichosa que hacía lo que le venía en gana, sin tener en cuenta su opinión.
—¡Mi abuela no hubiera hecho este viaje! —respondió Nina con una expresión airada.
—¡Tu abuela vive en otro siglo!
A Nina le pareció que aquella respuesta no tenía sentido, porque en todos los siglos las madres son iguales.
—¡Pues yo me quedo con el siglo de los abuelos!
—Pero ¿qué hay de extraño en que pasemos dos semanas en la playa?
—Nada. Pero no vas por la playa, sino para reunirte con un hombre ¡que está casado!
—Es muy desgraciado en su matrimonio, pero su mujer no le quiere conceder el divorcio. Puede decirse que están separados. ¿Qué hay de malo que sea su amigo?
—¡Di más bien su amante, y además, tu jefe!
—¡Nina, eres muy cruel con tu madre! Me censuras cosas que tú no puedes entender! No hay que avergonzarse por tener relaciones con un hombre. ¡Soy una mujer libre y adulta!
—¡Eres una mujer divorciada!
—¿Y cuál es la diferencia?
—¡Creo que todavía le debes un respeto a papá!
Para Nina el divorcio era tan solo una separación, pero no una ruptura.
—¿Entonces, por qué nos divorciamos?
—¿A mí me lo preguntas? ¡Yo no lo sé!
—Nina, ¡tu padre es la persona más aburrida del planeta!
—A mí no me lo parece...
—Ya sé que tú quieres a tu padre más que a mí. Pero algún día lo entenderás. Los años pasan volando, ¡y la juventud en un suspiro! Con tus quince años no tienes ni idea lo que se siente cuando te ves en el espejo y empiezas a no reconocer la imagen que aparece al otro lado. Tengo 42 años. Antes de que me dé cuenta habré cumplido los 50 y entonces ya no tendremos necesidad de hacer estos viajes, porque no habrá ningún hombre con el que reunirme... Algún día lo entenderás...
Nina se sentía violenta y triste a la vez. Deseaba mantener una buena relación con su madre, pero le exasperaba su manera de comportarse, potque ella, con solo 15 años y poca experiencia de la vida, le parecía irresponsable.
Nina trató de imaginarse a sí misma veinte o treinta años más vieja. Posiblemente tendría el mismo aspecto que su madre: flacidez en los brazos, ligera papada, algo de celulitis en las caderas, los senos flácidos y caídos, algunos michelines en la cintura. Sí, su madre llevaba razón, debía ser muy doloroso envejecer con todos esos síntomas. Pero eso no era suficiente para justificar su comportamiento. «Todo el mundo envejece —pensó sin apartar la vista del paisaje que iban dejando atrás—, pero no se comportan como ella».
Los viñedos habían desaparecido del paisaje y empezaban a verse extensos campos de naranjos y limoneros. También estos árboles guardaban una perfecta alineación sobre el terreno. Habían dejado atrás varias de las ciudades de turismo más populares del país. El paisaje rural de casas de campo diseminadas se hacía más denso, y desde la autopista se podían divisar numerosas pequeñas poblaciones rodeadas de campos de naranjos, pero también de otra clase de árboles frutales adaptados a zonas cálidas, como aguacates y mangos. Nina estaba cansada y acalorada, pero no servía de nada abrir la ventanilla porque el aire, procedente del desierto del norte de África, era tan tórrido y seco que ardía en la piel.
—¡Estoy cansada, sedienta y hambrienta! —protestó Nina—. ¿Podemos parar en la próxima área de servicio para refrescarnos y comer algo?
A pocos kilómetros de distancia encontraron un área de servicio. Aparcaron el recalentado automóvil y, con las piernas  entumecidas por varias horas de inactividad, entraron en el restaurante. Nina eligió el plato del día: pescado fresco del mar de la zona y su madre solo una sencilla ensalada. Tomaron asiento junto a los ventanales desde donde se divisaba el denso tráfico de la autopista.
—¿Está fresco el pescado? —preguntó la madre para romper el silencio. Nina asintió con un leve movimiento afirmativo de cabeza.
—Sé que te gusta más el pescado que la carne. Donde vamos disfrutarás de las más deliciosas parrilladas de pescado de este país.
Nina comprendió que su madre deseaba retomar el tema del que habían intentado hablar durante el viaje.
—Nina, pasado mañana se reunirá con nosotras mi jefe.
—¡Tu amante!
—¡Sí, sí; mi amante! Pero solo se quedará tres o cuatro días.
—¿En nuestro mismo apartamento?
—¡Claro! ¿Crees que yo podría pagar un apartamento al borde del mar en una de las zonas turísticas más caras del este país?
—Entonces, ¿lo ha pagado él?
—Sí.
—¡Y, claro, te tienes que acostar con él!
—¿Por qué te empeñas en martirizarme? ¿No podrías ser un poco más comprensiva y evitar decirme las cosas con tanta dureza?
Nina sintió que, en efecto, había sido muy dura con su madre, pero su comportamiento era intolerable. No obstante se disculpó.
—Perdona, mamá.
—Bueno, está bien, pero tienes que comprender las cosas y ser menos quisquillosa, por no decir ¡puritana! Tú quieres ser una gran cantante, ¿quién crees que paga tus clases de música? Con mi sueldo apenas nos llega para comer, vestirnos y pagar el alquiler. Sí, es verdad, me acuesto con él, porque los extras los paga también él. ¡Todo el mundo se acuesta con todo el mundo! ¿Qué hay de malo en hacer el amor cuando se tiene mi edad y se es una mujer libre? Comprendo que tú veas las cosas de otra manera, y me alegro de que sea así, pero no seas tan ligera juzgando a tu madre solo porque sabe cómo conseguir todo lo que las dos necesitamos.
Nina escuchaba a su madre, pero no podía estar de acuerdo. Para ella no había justificación para acostarse con un chico si no estaba enamorada. Pero no quería contradecirla y la dejó hablar sin interrumpirla.
—Cuando yo tenía tu edad era como tú, además de que eran otros tiempos. Las mujeres no podíamos hace nada sin el consentimiento de los hombres. No teníamos libertad ni podíamos tomar la iniciativa en nada. ¡Todo era pecado! Con quince años todavía llevábamos calcetines blancos y era de fulanas llevar pantalones. Ahora os podéis vestir como os dé la gana, sois libres de tomar la iniciativa y nadie os pregunta si sois o no vírgenes, porque ya no tiene importancia. ¿Te gustaría que volvieran aquellos tiempos?
Nina hizo un leve gesto de negación con la cabeza.
—¡No, claro que no! Por eso yo no encuentro mal que si dos personas se gustan y se desean hagan el amor sin necesidad de que se prometan amor eterno. Tú eres libre de pensar de otra manera, pero al menos, respeta mi manera de pensar y no me juzgues a la ligera.
La madre parecía dudar de lo que deseaba decir a continuación a su confundida hija, pero era necesario que lo supiera.
—Nina, como estaremos todos juntos en el apartamento tenemos que hacer algo para que sepas cuándo debes o no entrar. Yo pondré la toalla de baño roja en la barandilla de la terraza para que sepas cuando debes esperar en la playa, y cuando no esté ya podrás entrar. ¿Estás de acuerdo, Nina?
A Nina le pareció intolerable aquel indecente sistema, pero por nada del mundo deseaba sorprender a su madre en la cama con un hombre, así es que asintió con una enérgica respuesta, que dejaba claro su malestar.
—¡Sí, mamá, estoy de acuerdo!
—Bueno, es hora de seguir el viaje, aún nos quedan muchos kilómetros, y no quisiera llegar muy tarde.
Las dos mujeres se reincorporaron a la autopista y prosiguieron el viaje sin que ninguna de ellas rompiera el tenso silencio creado por la conversación del restaurante.
Ahora el paisaje había vuelto a cambiar, y eran abundantes los palmerales y eran pocos los espacios que no estuvieran urbanizados. Sobre suaves lomas surgían infinidad de casas de veraneo con amplios jardines bien cuidados, en muchos casos, con refrescantes piscinas.
El crepúsculo enrojecía las nubes mientras el sol se hundía en el horizonte, liberando el ambiente de su sofocante influencia.
A pocos kilómetros de su destino, salieron de la autopista y circulaban por una angosta carretera, a cuyos lados se veía un mar de plástico de cientos de invernaderos, debajo de los cuales maduraban con urgencia hortalizas que invadirían los supermercados del norte de Europa.
Era frecuente encontrarse con trabajadores de los invernaderos, de aspecto árabe, caminar por los arcenes de la carretera, o montados en destartaladas bicicletas, por lo que conducir por aquellas carreteras era un peligro constante.
Por fin remontaron una suave loma desde donde divisaron la población de su destino. Ya lucían las escasas farolas callejeras, y una brillante luna llena iluminaba la pequeña bahía en donde se asentaban una línea de apartamentos a escasos metros de la playa.
Sobre la ladera por donde descendían había espectaculares casas de veraneo, muchas de las cuales estaban iluminadas y sus afortunados residentes descansaban indolentes sobre tumbonas en sus amplias terrazas. Las dos mujeres se sintieron aliviadas y admiradas de la belleza del lugar elegido, pero cada una tenía una causa diferente.
—¡Qué maravilla de pueblo! ¡Vamos a intentar disfrutar de este precioso lugar sin complicarnos la vida! ¿Vale, Nina?
Nina no contestó, porque no compartía el mismo entusiasmo que su madre por las expectativas de unas vacaciones inolvidables, pero también se sintió sobrecogida por la belleza del paisaje.
El pueblo, ahora dedicado en exclusiva al turismo, había sido una insignificante aldea dedicada enteramente a la pesca, porque el terreno era demasiado reseco y árido como para permitir cualquier clase de cultivos. En sus laderas crecían chumberas silvestres, llegadas de México cinco siglos atrás, y que prosperaban con amenazante profusión por todo el terreno colindante.
Cuando entraron en la calle principal, que moría en la misma playa, todavía estaban abiertos los dos restaurantes del lugar. Sus acogedoras terrazas, iluminadas con farolillos chinos, estaban ocupadas por relajados turistas y residentes de las mansiones de la ladera.
La brillante luz de la luna llena, se reflejaba en una escarpada costa, al final de la playa que se asemejaba a la gigantesca cabeza de un gigante surgido del mismo mar. En el horizonte se veía el destello de las luces de los faroles  de las pocas barcas de pesca que quedaban en el pueblo,  que atraían a las valiosas agujas.
A esas horas de la noche todavía permanecían algunos veraneantes tendidos sobre la arena, contemplando aquel sobrecogedor paisaje, o el débil resplandor de unas estrellas ocultadas por la bruma que quedaba suspendida en el aire, tras un caluroso día de verano. 
Su apartamento estaba en la primera línea de mar, a pocos metros de una playa de arena dorada. Lo más destacado era la amplia terraza, con vistas directas sobre la playa y el inmenso mar, que se comunicaba con un amplio y luminoso salón a través de unas grandes puertas correderas acristaladas.
La madre de Nina sugirió que un baño caliente les quitaría el cansancio del viaje y estarían en mejor estado para terminar aquel primer día de sus vacaciones cenando al aire libre en alguno de aquellos concurridos restaurantes. Pero Nina prefería una ducha rápida para irse a dormir lo antes posible. La madre aceptó su sugerencia y tras ducharse y cambiarse de ropa, acudieron al restaurante.
—¿Te sientes más animada ahora? ¿No es un lugar ideal para unas vacaciones? Mañana pasaremos todo el día en la playa, y almorzaremos una enorme y deliciosa parrillada de pescado. ¿No es eso lo que te gusta?
Nina sabía que su madre intentaba complacerla para que aceptara la situación de la mejor manera posible, pero ella seguía creyendo que no serían unas vacaciones felices, y no ocultaba su negativo estado de ánimo.
—Para ti serán buenas, pero para mí no. Hubiera preferido haberme quedado con los abuelos. No sé por qué te empeñaste en que te acompañara.
—¿Pero cómo puedes decir que no te sientes bien en un lugar como este? Soy tu madre, pero francamente, Nina, ¡no te entiendo! No conozco a nadie que no se muera de ganas por pasar unos días en este paraíso. ¿No te gusta la playa? Cuando tenías 10 años llorabas cuando llegaba el último día de las vacaciones, ¡y eso que íbamos a unas playas horribles!
—¡Estaba también papá!
—¡Ya salió tu padre a relucir! ¿Es que nunca vas a aceptar que estamos divorciados? ¡Hay millones de matrimonios divorciados con hijas como tú en el mundo, y lo aceptan con resignación, ¡los padres no somos perfectos! Hija, dame una tregua, y disfrutemos de estas cortas vacaciones! ¿De acuerdo?
—Lo intentaré.
—Con eso me conformo.
⦁    El bikini
A la mañana siguiente, Nina se despertó con los primeros rayos de un sol envuelto en una misteriosa bruma. El mar parecía una inmensa balsa de aceite, y reflejaba el color violáceo del cielo. Nina se acomodó sobre una de las tumbonas de la terraza y contempló extasiada el lento clarear del cielo. En apenas media hora, el sol se había desprendido de la bruma y brillaba intensamente. El cielo fue tornándose más azul y el mar recobraba su color azul turquesa. El frescor del amanecer se transformó en un calor húmedo que se dejaba sentir en la piel.
Permaneció concentrada en la contemplación de aquella sublime metamorfosis de todos los amaneceres, hasta que un extraño ruido la arrancó de su ensoñación. Se levantó contrariada y se asomó sobre la barandilla de la terraza para encontrar al causante de aquel inoportuno ruido. Era el encargado de las tumbonas, que las desplegaba con gran agilidad y destreza sobre la playa.
En pocos minutos armó un gran número de hamacas a lo largo del espacio reservado de la playa. Nina lo observó fascinada por su destreza. Era un joven no mucho mayor que ella, vestido con una camiseta con el logotipo de la localidad y unas bermudas que dejaban ver sus morenas y musculosas piernas. Se cubría la cabeza con una gorra de visera, con el mismo logotipo, que ocultaba un cabello de color castaño, posiblemente quemado por el sol. Cuando terminó de desplegar las hamacas, se acercó a donde Nina permanecía inmóvil, como si la visión de aquel joven la hubiera convertido en una estatua, porque guardaba las hamacas en un pequeño almacén situado debajo de su apartamento. Cuando estuvo prácticamente bajo su terraza, la mirada de Nina se encontró con la del joven, y pudo ver el color verde de sus ojos, que habían quedado momentáneamente fijos en los suyos. Cuando reaccionó quiso alejarse de la barandilla, pero su voluntad se negaba a obedecer, y permaneció inmóvil. El joven parecía también sorprendido, y se limitó a saludarla con exagerada formalidad.
—¡Buenos días! ¿Eres nueva en esta playa?
Nina se limitó a asentir con un gesto de cabeza.
—¡Bienvenida! Espero que pases una felices vacaciones con nosotros. Me llaman Nano, y tú, ¿puedo saber cómo te llamas?
—¡Me llamo Nina!
—¡Nina y Nano! ¡Qué curioso! Bueno Nina, encantado de conocerte. Si quieres usar una tumbona avísame. ¡Nos vemos...!
Nina se limitó a hacerle un gesto de despedida con la mano, y volvió a recostarse sobre la hamaca. El verde turquesa del mar ganaba intensidad y al contemplarlo vio en su imaginación el color verde de los ojos del joven de las hamacas. «Son del color del mar» —pensó—. «Nano, que curiosa coincidencia», y se quedó dormida con una leve sonrisa en sus labios.
Las barcas que durante la noche habían salido a la pesca de las agujas, regresaban a la playa y las varaban en el área reservada para los amarres. Los pescadores, curtidos por los vientos marinos, descargaban sus apreciadas capturas, que eran rodeadas por posibles compradores.
Los veraneantes más madrugadores se tendían ya sobre las hamacas y se protegían del sol embadurnándose con crema protectora con rutinarios movimientos, repetidos de la misma forma cada mañana. El restaurante abría también sus puertas y preparaba los desayunos de sus clientes habituales, que sentados en la terraza, esperaban pacientemente a que todo estuviera listo para servirles una estimulante taza de café.
El ruido de los motores de las embarcaciones había vuelto a despertar a Nina, que permanecía tumbada sobre la hamaca sin pensar en nada. La imagen del chico de las hamacas se había disipado de su imaginación y ahora solo contemplaba distraída los acantilados que limitaban la pequeña bahía. Una bandada de ruidosas gaviotas había seguido a las embarcaciones pesqueras desde alta mar y se posaba sobre la playa, lanzando sus histéricos graznidos
Su madre apareció también somnolienta en la amplia terraza, cubierta con una ligera bata de seda de un llamativo color fucsia, estampada con caracteres chinos. Acercó una de las hamacas junto a la de Nina y se recostó como si pretendiera proseguir allí su sueño.
—¿Con quién hablabas, Nina? —le preguntó, sin que estuviera interesada en una repuesta.
—Con el chico de las hamacas.
—Ah, bueno. Debe ser muy temprano; ¿No puedes dormir?
—Quería ver el amanecer. Es sublime. Creo que hoy será un día muy caluroso.
—Pues nos meteremos en el agua y no saldremos en todo el día... ¿Es guapo el chico de las hamacas?
—¡Mamá!
—¿He dicho algo malo? Solo te he preguntado si el chico era bien parecido. Ya tienes 15 años. A tu edad yo ya tenía novio.
—No lo sé, no me he fijado.
—¿Has estado hablando con él y no te has fijado? Nina, hija, me cuesta hacerte esta pregunta, pero creo que es necesario que te la haga. Tal vez desconozca cómo eres en realidad y por eso encuentras extraño mi comportamiento...¡No serás lesbiana!
—¿Te lo parezco?
—¡Tu comportamiento me confunde!
—Puedes estar tranquila, ¡no soy lesbiana!
—Entonces, te has fijado en el joven de las hamacas.
—Sí, me he fijado, ¡y es muy guapo!
—¡Ahora hablamos el mismo idioma!
—Yo no lo creo. El que reconozca que es guapo no quiere decir que quiera acostarme con él. ¡Es guapo y ya está!
—Está bien, Nina, dejemos este tema de conversación. No he visto nada comestible en este apartamento, tendremos que desayunar en el restaurante. Pero iremos listas para ir después a la playa... No sé si me atreveré a ponerme el bikini. ¡Estoy hecha una facha! He engordado cinco kilos este invierno, y eso que he pasado hambre todo el año. Iremos a un sitio que no esté muy concurrido...
Las dos mujeres quedaron en silencio, cada una entregada a sus propios pensamientos sobre lo que esperaban de aquellas vacaciones. Para la madre de Nina era tan solo unos días de descanso, que aprovecharía para encontrarse con un hombre que le gustaba y con el que deseaba hacer el amor. Para Nina eran dos semanas de resignación en las que no esperaba gozar de ninguna diversión. Se preguntaba por qué su madre se había empeñado en que la acompañase.
Cuando sus padres se divorciaron ella tenía solo 10 años, y el juez decidió que fuera la madre quien tuviera su custodia, porque en aquellos días el padre estaba desempleado, mientras que su madre tenía un buen empleo en una renombrada agencia de publicidad, donde era la secretaria particular del director. Cargo que había obtenido, más que por sus méritos, gracias a su relajada moralidad.
La madre de Nina se probó el bikini antes de decidirse a ir a la playa y quedó horrorizada de su aspecto.
—¿Cómo voy a ir a la playa donde hay tanta gente con estas cartucheras y estos horribles michelines? ¡Estoy hecha un adefesio, no sé si quedarme en el apartamento y tomar aquí el sol!
Nina creía que los lamentos de su madre sobre su físico eran reacciones histéricas, de una mujer incapaz de aceptar el paso del tiempo, y sus inevitables efectos en el deterioro físico. Las playas estaban llenas de mujeres de mediana edad que habían perdido su figura y no se comportaban de aquella histérica manera.
 —¡Mamá, tú no eres la única mujer con cartucheras y michelines de la playa, hay muchas peores que tú y no se avergüenzan de su cuerpo!
—Hablas así porque tú no tienes este problema. ¡Ya te acordarás de tu madre cuando tengas mi edad!
—Además, ¡que más te da si le gustas así a tu amante!
—¿No habíamos acordado una tregua?
—Sí, mamá, pero pon tú un poco de tu parte...
—Bueno, está bien, Nina, ¡haya paz entre nosotras! Vamos a desayunar y me resignaré a ser el hazmerreír de todos en la playa.
Cuando las dos mujeres bajaron a la playa, numerosos veraneantes ocupaban ya las tumbonas que el joven Nano había desplegado sobre la playa horas antes. El sol recalentaba la arena de la playa, y una cálida brisa llegaba del mar, con sabor a salitre, que refrescaba como un bálsamo la piel. Nano vio llegar a las dos mujeres y se adelantó para ofrecerles dos de las pocas hamacas que aún quedaban desocupadas.
—Buenos días, ¿quieren una tumbona? Hoy es un día de mucho calor, estarán mejor debajo de una sombrilla.
Nina volvió a sentir la mirada de Nano, y a admirar el color de sus ojos, que había asociado al color del mar. La madre aceptó la oferta de Nano y se acomodaron en las hamacas debajo de unas amplias sombrillas de brezo, que les protegían de un sol cada vez más implacable y abrasador.
—Creo, Nina, que hemos elegido el día más caluroso del verano para nuestro primer día de vacaciones. Llevas razón, el chico de las tumbonas es muy guapo, y creo que le gustas, por la forma en que te miraba.
Nina creyó que su madre le estaba incitando a que sedujera al joven, tal vez para que se pusiera en su lugar y fuera más tolerante con su conducta.
—Nina, nunca me has hablado de tus relaciones con los chicos de tu edad. Ya tienes quince años, supongo que habrás tenido ya alguna aventura romántica.
—No, mamá, no he tenido ninguna aventura romántica, como tú dices...
—¿No has encontrado todavía ningún chico que te gusté?
—Claro que sí, como todas las chicas, supongo, pero eso no quiere decir que deba tener una aventura con todos los chicos que me gustan.
Su madre se había propuesto aprovechar aquellas vacaciones para conocer mejor a su hija, con quien apenas habían intercambiado confidencias sobre un tema tan sensible y difícil de tratar, como era la sexualidad. Nina sabía prácticamente todo sobre su madre, pero ella no sabía nada sobre su hija.
La siguiente pregunta fue más directa y personal.
—Nina, si no quieres no me contestes, pero soy tu madre y debo hacerte esta pregunta: ¿Eres virgen todavía?
Nina se ruborizó y se negó a contestar, porque no creía que a su madre le preocupase si ella era o no virgen. Al menos nunca se había preocupado por enseñarle todo lo que debía saber sobre el sexo. Ella lo aprendió por sí sola, con las confidencias de sus amigas y toda la información que se podía encontrar en la red Internet.
—¿Eso te preocupa? ¡Es una novedad!
—Está bien, no me contestes si no quieres, pero ¿no crees que deberíamos tener una charla de mujer a mujer...?
—No es necesario, mamá, ya sé todo lo que se tiene que saber sobre el sexo. ¡Llegas un poco tarde!
—Lo siento. Sí, no soy una madre ideal...
La llegada de Nano interrumpió aquella conversación entre madre hija. Llevaba una bandeja, sobre la que había dos vasos de plástico con zumos de frutas. Se acercó a Nina y se lo ofreció:
—¡Regalo de la casa. Te refrescará un poco!
Nina se sorprendió, pero aceptó el regalo. Su madre cambió una mirada de complicidad con ella y aceptó a su vez el vaso que le ofrecía Nano.
—Eres muy amable, Nano, gracias —se limitó a decir la sorprendida Nina.
—Soy el camarero del bar de las hamacas, si quieren algo solo tienen que llamarme.
—Lo haremos, Nano.
El joven esperaba que Nina comprendiera que desde que la conoció aquella misma mañana, se había sentido atraído por ella, y le diera alguna muestra de que era correspondido, pero Nina no le mostró el mínimo afecto. La madre observaba a su hija sin atreverse a intervenir, y Nano volvió al bar decepcionado por la frialdad con la que había aceptado su regalo.
—Si te comportas siempre así, serás una solterona amargada. ¿No podrías ser un poco más amable? —le comentó la madre decepcionada por el carácter huraño de su hija. —¡Desde luego que no te pareces en nada a mí!
Nina pensó que de haber sido ese encuentro en otras circunstancias y sin la presencia de su madre, se hubiera mostrado más amable, pero allí no estaba de humor. Deseaba que su madre supiera que no aprobaba su conducta, y se mostraría de esa misma manera hasta el final de las vacaciones. Lo sentía por Nano, pero no estaba dispuesta a cambiar de actitud ni siquiera por él.
Bebieron los zumos en silencio. Al mediodía la brisa cambió de dirección, no provenía del mar sino del interior, recalentada en su tránsito por los parajes semidesérticos de los alrededores.
—¡Este calor es insoportable —se quejó la madre—. No sé si quieres bañarte conmigo, pero yo me voy a dar un chapuzón para quitarme este sofoco!
Nina también se sentía agobiada por el calor y accedió a bañarse junto a su madre. Madre e hija entraron en el agua, salpicándose una a otra. Durante unos minutos el estímulo del baño hizo que Nina olvidase su propósito de mostrarse huraña y ambas mujeres se entregaron a inocentes juegos dentro del agua. Finalmente la madre sujetó a Nina con un abrazo para que dejara de salpicarla. Cuando la madre se dio cuenta de que abrazada a su hija, no pudo evitar un amargo comentario:
—Nina ¿por qué no podemos ser buenas amigas? No te pido que me quieras, porque no puedo cambiar tus sentimientos hacia mí, solo te pido que me aceptes como soy y que no me juzgues, ¡porque nadie es perfecto!
Nina se libró del abrazo de su madre y respondió con cierta amargura:
—¡Lo siento, mamá, pero también tú debes aceptarme a mí como soy, y no puedo justificar tu comportamiento!
—Qué quieres que haga, ¿enterrarme en vida? ¿Olvidarme de que tengo un cuerpo? ¿Perder mi empleo? O, tal vez, ¿volver con tu padre?
Nina no respondió, y se alejó de la madre nadando lentamente, en dirección opuesta a la playa. La madre empezó a alarmarse cuando vio que Nina seguía nadando alejándose peligrosamente de la costa.
—¡Nina, no te alejes tanto—le gritó—. Vuelve, por favor. No seas imprudente!
Pero Nina no parecía escucharla. Dejó de nadar y agitó los brazos, tal vez para saludarla, pero ella lo interpretó como si estuviera pidiendo ayuda. Nano había estado siguiendo los juegos entre madre e hija, y también creyó que Nina se encontraba en apuros, y vestido como estaba, se arrojó al agua y nadó vigorosamente hacia donde estaba Nina. Cuando llegó, Nina estaba relajada, flotando en el agua sin el menor indicio de que estuviera en peligro. Nano le reprocho su comportamiento.
—¡Has asustado a tu madre, creía que te estabas ahogando!
Nina no respondió, pero nadó regresando a la playa, seguido de el decepcionado Nano.
—¡Nina, no vuelvas a asustarme! —le reprochó su madre cuando estuvo junto a ella.
Nano también estaba molesto y con las ropas mojadas por culpa de aquella falsa alarma. Para colmo algunos clientes estaban esperando sus encargos, que Nano había dejado de servir para aquel frustrado salvamento. Cuando regresó al bar, su jefe le reprendió severamente:
—Nano, tu no eres el salvavidas de esta playa, sino el camarero de este bar, y has dejado de cumplir con tu obligación para salvar una joven que seguramente nada mejor que tú. Ve a atender a los clientes y que sea esta la última vez que abandonas tu trabajo.
⦁    La invitación
La madre cumplió su promesa y degustaron una deliciosa parrillada de pescado en uno de los restaurantes de la playa. Nina parecía disfrutar de aquel plato tan especial y relajó su actitud huraña.
—¿Tienes que comerte una parrillada de pescado para ser amable con tu madre? ¡Caro me va a salir tu afecto! No sé tú, pero yo me muero por una cama. ¡Nos sentará bien una buena siesta! ¿No es maravilloso poder estar de vacaciones, no pensar en nada y dormir todo el tiempo que nos apetezca?
—¡Claro, mamá!
El calor húmedo de aquella mañana había provocado la formación de oscuras nubes que amenazaban tormenta. A pesar de la claridad del día, ya se podían ver en el horizonte el resplandor de los relámpagos, no muy lejos de allí. La madre de Nina sugirió que no tomarían café para volver cuanto antes al apartamento y evitar la lluvia, que no tardaría en caer. Cuando regresaban caminando por la playa, se encontraron con Nano, que atendía a unos clientes.
—Hola, Nano —le saludó Nina, mostrándose más amable que durante la mañana—. Todavía no te he dado las gracias por lo de esta mañana. Si hubiera estado en peligro me hubieras salvado de ahogarme. ¡Eres muy valiente!
—Gracias, Nina, pero me alegro de que no estuvieras en peligro, aunque me costara un buen remojón y una bronca de mi jefe.
La madre de Nina aprovechó la ocasión para que su hija se mostrara amable con aquel joven, entablara amistad y sobrellevara mejor aquellas vacaciones.
—Nano, ¿por qué no cenas con nosotras esta noche? Encargaremos unas pizzas y nos las comeremos tranquilamente en la terraza. ¿De acuerdo?
—Estaré encantado, pero tendrá que ser tarde, porque yo termino tarde mi trabajo.
—Te esperaremos, ¿verdad, Nina?
Nina sabía cuál era la intención de su madre: sin duda que pretendía que encontrara alguien con quien distraerse cuando ella estuviera con su amante, por eso no estuvo de acuerdo con su madre.
—No sé, pero yo no quiero acostarme muy tarde; tal vez otro día, cuando Nano tenga el día libre...
—Yo no tengo ningún día libre —interrumpió Nano—, trabajo todos los días de la semana, solo por dos meses. Pero no se preocupe, le agradezco el detalle, que es lo importante. Nina debe estar cansada...
—Sí, estoy cansada; bueno, adiós, Nano. Tenemos que darnos prisa porque está a punto de llover. ¡Se está preparando una buena tormenta!
Nina urgió a su madre para que llegaran cuanto antes al apartamento, pero no era por temor a la lluvia, sino por temor a que hiciera su voluntad buscándole alguien que la entretuviera.
—¡Hija, eres incorregible! ¿No tienes corazón? ¿Cómo puedes tratar así a este muchacho? No puedes estar cansada.
—Mamá, no insistas en buscarme alguien que me entretenga mientras tú te acuestas con tu amante. ¡Prefiero estar sola! ¿De qué podríamos hablar?: «Gracias por distraerme mientras mi madre se acuesta con su jefe. No; no es una cualquiera, solo que es muy liberal y no encuentra raro acostarse con un hombre casado durante sus vacaciones».
La madre reaccionó con agresividad.
—¡Nina, estás agotando mi paciencia! ¡Creo que estás decidida a arruinarme estas vacaciones!
—¡Dame el dinero para el viaje y me voy ahora mismo con los abuelos!
—Cuando seas mayor de edad podrás hacer lo que mejor te parezca, pero hasta entonces tendrás que estar a mi lado. Puede que no sea una madre ejemplar, pero al menos me he propuesto darte los medios para que completes tu educación. Después podrás valerte por ti misma y hacer lo que te parezca bien. Solo te pido que hagamos llevadera nuestra relación hasta que llegue ese día. ¡No es mucho lo que te pido!
Las dos mujeres permanecieron en silencio hasta llegar a su apartamento sin que descargara la amenazante tormenta. Fuertes vientos del interior disipaban los oscuros nubarrones. La madre de Nina se retiró a su dormitorio y Nina prefirió recostarse sobre una hamaca de la terraza y contemplar fascinada los nuevos nubarrones  cargados de electricidad que reemplazan a los disipados por el fuerte viento.
Nina recordó su primer encuentro con Nano y la impresión que le causó el color verde mar de sus ojos, y reconoció que su madre llevaba razón: había sido muy descortés con él. Sintió la necesidad de disculparse lo antes posible. Saltó a la playa desde la terraza y se encaminó al bar de Nano para disculparse y avisarle que aceptase la invitación de su madre para cenar juntos cuando estuviera libre de su trabajo.
Una súbita lluvia torrencial interrumpió su camino y corrió a refugiarse bajo el porche de un piano-bar situado bajo la terraza del restaurante. El local era una amplia sala decorada con artes de pesca. La mitad del casco de una barca servía de barra y de las paredes colgaban numerosas postales, enviadas desde sus respectivos lugares de residencia, por veraneantes que habían estado allí. Junto a las postales colgaban fotografías de personas y grupos sonrientes, fotografiados en el mismo bar, que habían dejado como recuerdo de sus vacaciones en aquel lugar. En el fondo de la sala había un pequeño escenario, donde cada noche actuaba algún cantante o músico espontáneo que veranease en la localidad, el resto eran sillas y mesas para los asistentes a esas actuaciones. El local carecía de ventanas y estaba sumido en una penumbra que daba relieve al escenario, iluminado con uno de los pocos focos de luz eléctrica de la sala.
Cuando cesó el estruendo de la lluvia torrencial, del interior del local se escuchaba el sonido de una guitarra, que interpretaba improvisaciones de gran armonía y belleza musical.
—¡Estoy soñando o alguien está interpretando música clásica con una guitarra!
Nina entró en el bar de donde provenía la música y, para su asombro, el guitarrista era Nano, que sentado sobre un taburete en el pequeño escenario, estaba ofreciendo un breve recital a los clientes del local. Nano la vio entrar y le dirigió una sonrisa como saludo. Nina le devolvió el saludo con otra tímida sonrisa y un leve gesto con la mano, y permaneció inmóvil como si la música de Nano la hubiese encantado, hasta que finalizó su actuación.
Nano combinaba su trabajo como camarero y responsable de las hamacas, con breves interpretaciones con la guitarra en aquel piano-bar, y por las noches, al finalizar su trabajo en la playa, acompañaba a los cantantes espontáneos. Cuando Nano finalizó su breve concierto, Nina se acercó al escenario con una mal disimulada expresión de asombro.
—¡Nano, tocas muy bien la guitarra!
—No tan bien como sería mi deseo, pero estudio en el Conservatorio para ser un buen guitarrista...
—¿Estudias música? —Nano afirmó con un leve gesto de cabeza, y lo acompañó con un armonioso acorde.
—Yo también estudio música, y también toco la guitarra, aunque no tan bien como tú, ¡quiero ser una gran cantaautora!
—¡Nina y Nano! ¿No sería un buen nombre para un dúo? Tal vez, si no te acostaras temprano, podías venir esta noche a escuchar a los cantantes espontáneos. Son pésimos, pero divertidos. Pero si te animas tú también podrías cantar alguna canción, este auditorio no es muy exigente. Después podíamos cenar juntos las pizzas que había comentado tu madre.
Nina se sintió atrapada, pero la favorable impresión y la sorpresa que le había causado el descubrimiento de la vocación de Nano venció, y aceptó la invitación.
—¡De acuerdo, Nano, aquí estaré!
Cuando Nina regresó al apartamento y comentó con su madre su asombroso descubrimiento y lo que había acordado con Nano, no podía ocultar su satisfacción por el cambio de humor de su hija. Su encuentro con Nano había sido providencial. Creía que Nina podría tener su primera aventura amorosa, lo que la haría más comprensiva y tolerante.
—¡Quién nos iba a decir que el chico de las tumbonas era un músico excelente! ¿Te alegras ahora de haber venido?
Nina tuvo que reconocer que aquel inesperado descubrimiento le había hecho olvidar por unos momentos su propósito de mantener su negativa opinión sobre el comportamiento de su madre. Ahora estaba pensando en la propuesta de Nano de cantar alguna canción en aquel bar de aficionados, y se sintió inspirada para componer ella misma la canción que podía interpretar, y en el tiempo que tenía hasta regresar al bar.
—Sí, mamá, pero eso no quiere decir que apruebe tu conducta.
—Me he resignado ya, pero al menos espero que nos llevemos mejor. Solo son dos semanas. ¿Podrás hacerlo?
Nina no quería que las tensas relaciones con su madre anulasen su inspiración, y cedió a sus deseos.
—De acuerdo, mamá, lo intentaré.
Cuando llegaron al apartamento Nina desenfundó su guitarra y salió a la terraza. Sacó una hoja de papel pautado de una carpeta y escribió las primeras notas de su improvisada canción.
—¿Nina, no vas a dormir la siesta? —comentó la madre extrañada por el nuevo comportamiento de su hija.
—No, mamá, quiero componer una  canción para interpretarla esta noche en el bar de Nano.
—Me parece una maravillosa idea, Nina. Te dejo sola para que no pierdas la inspiración.
—Gracias, mamá.
Cuando se quedó sola pensó que necesitaba una letra para componer después la melodía. Recordó el color de los ojos de Nano y su parecido con el color del mar y escribió sin saber de dónde provenían unos inflamados versos en el dorso de la partitura:
Cuando escribió el último verso no sabía de dónde habían surgido. Pero no comprendía por qué uno era tan trágico. Porque no tenía nada que ver con su estado de ánimo en aquellos inspirados momentos.
Compuso después la melodía, y se maravillaba de sí misma, por haber sido tan fácil componer aquella breve pero apasionada canción. La cantó varias veces para memorizar la letra y cuando su madre despertó de su siesta, la canción ya estaba completamente terminada.
La madre había escuchado la última vez que Nina la cantó y estaba asombrada de la transformación de su hija, que a juzgar por la letra era evidente que se había enamorado de Nano, pero no quiso violentarla y no hizo ningún comentario sobre esta posibilidad.
—Es una bonita canción, Nina, ¿la has compuesto tú?
—Claro, no hay nadie más aquí, ¿Quién podía haberla compuesto?
—Pues mi enhorabuena, porque es una hermosa canción. Tendrá mucho éxito esta noche en el bar de Nano.
A medida de que se aproximaba el momento de su actuación, Nina se sentía más nerviosa e insegura. Nunca había cantado ante un público tan variado y esa era, además, la primera vez que lo hacía con una de sus propias composiciones.
—Mamá, voy a dar un paseo sola por la playa, quiero quitarme los nervios por lo de esta noche.
—Está bien, lo comprendo. Yo aprovecharé para hacer las compras para la cena.
Cuando estuvo en la playa, Nina se encaminó en dirección a los acantilados. Un grupo de jóvenes jugaban un partido de balón-bolea, en los límites de la playa, en una zona reservada para la práctica de los deportes. En una de las boleas el balón fue a para a sus pies. Uno de los jóvenes vino en su busca. Cuando estuvo cerca de ella, Nina reconoció asombrada que era un compañero de su academia de música.
—Nina, ¡qué sorpresa! ¿Veraneas también tú aquí?
—Sí, Marc, paso dos semanas con mi madre. ¡Qué increíble coincidencia! ¿Has venido con tus padres?
—¡Qué remedio, no tengo medios para veranear por mi cuenta!
—¿Por qué no vienes esta noche al piano-bar que hay debajo del restaurante? ¡Voy a cantar una canción que he compuesto hoy mismo!
—Dalo por hecho, allí estaré. Y tú, ¿por qué no te unes a nuestro grupo? Aquí no hay muchas cosas para entretenerse, es un lugar para viejos, y tenemos que buscarnos la manera de divertirnos. Mañana Carmen, una chica de nuestra pandilla, da una fiesta de despedida en el chalet de sus padres. ¿Por qué no vienes tú también?
—Gracias, Marc, ya lo hablaremos esta noche en el bar.
—¡Vale, nos vemos allí!
Nina prosiguió su paseo, mientras el grupo de jóvenes reemprendían el juego. Al llegar a los límites de la playa, se dejó caer apesadumbrada sobre la arena.
El sol del crepúsculo bordeaba el horizonte del lado de las laderas del interior y las sombras de las casas de veraneo se alargaban, hasta dejar la playa en la sombra. Los veraneantes abandonaban las hamacas con movimientos lentos y perezosos, y se encaminaban sin prisa a sus respectivas residencias. Algunos perros abandonados por los veraneantes merodeaban por los alrededores de los restaurantes, o se sentaban sobre sus cuartos traseros y esperaban pacientemente a que alguien les arrojase algún resto de comida.
Nina regresó sin prisa, caminando con parsimonia, porque no deseaba encontrarse de nuevo con su madre. Cuando le dijera que se había encontrado con un compañero de su academia, y que estaba con sus padres, sería inevitable que se encontrasen en un lugar tan reducido. Marc podía presentar sus padres a cualquiera de sus amigos, pero Nina tenía que ocultarles a su madre, porque se avergonzaba de su conducta inmoral.
Estaba todavía a mitad de camino cuando se encontró con Nano, que parecía excitado y la estaba buscando.
—¡Por fin te encuentro!
—¿Pasa algo, Nano?
—¡Claro que pasa algo! Esta noche tenemos un oyente de excepción: el director gerente de una importante discográfica, que acaba de llegar a su casa de veraneo de la ladera, y nos ha confirmado que vendrá al bar esta noche. No sé lo que quieres cantar, pero sea lo que sea ¡lo tenemos que ensayar!
Nina sintió que asumía una responsabilidad para la que no estaba preparada. Ella solo pretendía pasarlo bien haciendo lo que más le gustaba, y ahora parecía como si estuviera en juego sus sueños del futuro.
—He compuesto una pequeña canción para esta noche. Tal vez le guste
—¿Puedo escucharla?
—Vamos a mi apartamento y te la cantaré.
Cuando llegaron al apartamento, coincidieron con la madre que cargaba con dos grandes bolsas del supermercado local, con todo lo necesario para la cena y para los días sucesivos.
—¡Un robo! ¡Aquí todo es carísimo! Si vuelvo otro año me traeré provisiones para todas las vacaciones! Nano, ¿no deberías estar en tu trabajo? ¿Sucede algo?
—Espero que mi jefe no me eche en falta. Es un tirano, pero tenía que encontrarme con Nina. Pero no perdamos el tiempo. Enséñame la partitura de esa canción.
Nina le mostró las hojas de papel pautado donde había escrito la melodía, y donde estaba también escrita la letra en la parte correspondiente a la melodía. Nano la tarareó según la iba leyendo, y su expresión ganaba entusiasmo a medida que progresaba. Cuando la finalizó, permaneció unos instantes pensativo y, de improviso, se volvió hacia Nina, y exclamó sin disimular su asombro:
—¡Nina, es magnífica! ¡Cántala!
Nina se sentía halagada, pero al mismo tiempo, sentía cierto rubor de cantar su canción ante la persona que la había inspirado. Pero accedió.
Cuando finalizó, Nano le hizo una pregunta que para ella no tenía respuesta.
—Nina, ¿en quién estabas pensando cuando escribiste la letra de esta canción? ¡Empieza felizmente, pero habla de una  tragedia! ¿Por qué?
—No lo sé, me salió así.
—Bueno, dejemos eso ahora. Llévate tu guitarra. Yo me llevo esta partitura para hacer unos arreglos para una segunda guitarra. ¡Tu actuación tiene que ser perfecta!
⦁    La canción de Nina
Nina y su madre llegaron al bar de Nano cuando todavía no había acudido ningún cliente. Nano estaba ensayando los arreglos que había escrito para una segunda guitarra. Ambos se saludaron con un leve gesto. Nina dejó su guitarra sobre el escenario; se sentó junto a su madre en las sillas más próximas al escenario, y se concentró en los arreglos de Nano.
No había terminado de interpretarlos, cuando entraron en el piano-bar Marc, su compañero de la academia, y el grupo de adolescentes que formaban la pandilla. Todos saludaron efusivamente a Nina, y le deseaban éxito en su actuación. Instantes después entraron los padres de Marc, acompañados de los padres de otros adolescentes. La madre de Marc conocía a la de Nina, por haberse encontrado en varias ocasiones en las puertas de la academia, esperando a sus hijos.
—¡Qué curiosa coincidencia! —exclamó sorprendida—. ¡Verdaderamente el mundo es un pañuelo! ¿Veranea usted también aquí?
—Por desgracia, no. Solo hemos venido a pasar dos semanas —contestó ella haciendo un esfuerzo por mostrarse amable.
—¡Qué lástima que no puedan quedarse más tiempo, porque es un lugar maravilloso! Nosotros venimos cada año, porque tenemos una casita en la ladera. Pero mi marido solo pasa un mes con nosotros, porque tiene que atender sus negocios. ¿Y el suyo, está con usted o también es un esclavo del trabajo?
La madre de Nina se sintió incómoda y violenta, porque no esperaba que en aquella pequeña población, situada en un remoto lugar del país, pudiera encontrarse con algún conocido. ¡Por eso la habían escogido! Intentó encontrar una respuesta evasiva, para no descubrir su estado de divorciada.
—¡Todos son iguales!
—Es encantadora su hija Nina, y una gran artista. Marc siempre nos habla de ella como una se las promesas de la academia de música. ¡No nos perderíamos su actuación por nada del mundo!
Nina estaba rodeada por los amigos de Marc, pero había observado a su madre conversar con la suya y estaba inquieta por lo que pudieran estar hablando.
Poco a poco el local se fue llenando de público. Nano había escrito con grandes caracteres sobre una pizarra colgada en la entrada del local la actuación extraordinaria del nuevo dúo, «Nina y Nano», que había levantado más expectativa de la habitual.
Los padres de Marc se sentaron en la misma mesa de la madre de Nina, junto al escenario, y continuaban relatando las maravillas de la población donde tenían su residencia de verano.
—Aquí todavía se puede encontrar un sitio donde tomar el sol en la playa. Hay localidades de veraneo en este país donde ya es necesario reservar un espacio en la playa con un año de antelación.
La madre de Nina sonrió la ocurrencia, pero no se sentía con humor como para seguir aquella conversación, por lo que permaneció en silencio.
Nano estaba pendiente de la entrada del director de la discográfica, porque probablemente no permanecería mucho tiempo en el local. Le había reservado una de las mesas situadas junto al escenario. Comprobó que la megafonía tenía el volumen correcto y cuando creyó que todo estaba en orden, se unió al grupo de amigos de Marc.
El bar estaba ya abarrotado, y algunos permanecían en la puerta ante la imposibilidad de poder entrar al interior.
Mientras esperaban la visita del ejecutivo de la discográfica, Nano amenizaba a los reunidos con improvisaciones de música clásica, que era del agrado de aquel auditorio. Por fin, media hora más tarde llegó el invitado de excepción acompañado de una joven, que probablemente debía ser su hija. Nano los acomodó en la mesa reservada para ellos y avisó a Nina, que estaba todavía con los adolescentes, para que se preparase para su actuación.
—¡Buenas noches a todos! —saludó Nano, y presentó a Nina con la profesionalidad de un maestro de ceremonias —. Esta noche les vamos a presentar un nuevo dúo que se ha formado en este mismo lugar, entre una cantante y compositora, Nina y yo, Nina ha compuesto esta misma tarde una canción romántica para su presentación, que estoy seguro de que les agradará. Un aplauso para ella.
Nina se subió al pequeño escenario y recibió el aplauso con inquietud y nerviosismo, y por la expresión de su rostro era evidente que se sentía abrumada. Nano le dirigió una afectiva mirada, que pretendía darle ánimos, e inició los acordes iniciales que había escrito para acompañarla. En momento preciso, Nina cantó su canción.

He soñado que tus brazos me abrazaban, como abraza una barca el temporal.
Que tus labios me besaban, como besa la luna llena el mar.
Que tu sonrisa me cautivaba, como cautiva la aurora boreal

Tus ojos son del color del mar,
tus caricias como las olas que vienen y van.

Soñé que te hundías en el mar y me hiciste llorar.
Que te habías desvanecido, como se evapora el agua del mar.
Que  éramos dos extraños, como la montaña y el mar.
Que solo me quedaba esta canción, donde antes tenía un corazón.

Tus ojos son del color del mar,
tus caricias como las olas que vienen y van»

Soñé que te devolvía el mar, y me hiciste recordar.
Que ayer nos amábamos, como ama la lluvia el mar
Que hoy nos encontramos, para no volvernos a separar.
Que volvía a tener un corazón, donde antes solo tenía una canción.

Tus ojos son del color del mar,
Tus caricias como las olas que vienen y van.

Cuando finalizó la canción se produjo un dramático silencio entre los asistentes, sobrecogidos por la trágica belleza de su canción. Cuando reaccionaron prorrumpieron en un fuerte y caluroso aplauso. Nina se sentía abrumada por aquella muestra de admiración por su canción. Nano, que había hecho unos brillantes arreglos, cogió de la mano a Nina y ambos agradecieron los interminables aplausos con muestras de humildad.
—¡Gracias; sois un gran público —dijo Nano a los asistentes, visiblemente emocionado—. Pero Nina merece vuestro aplauso! ¡Es una preciosa canción!
El ejecutivo de la discográfica parecía tomar notas en la agenda de su móvil. La madre de Nina estaba desbordada por el indudable éxito de su hija. Solo Nano no parecía sorprendido, porque sin duda estaba convencido de aquel éxito.
El ejecutivo de la discográfica guardó su móvil e hizo una señal a Nano para que se acercara.
—A finales de esta semana venid a mi casa de la ladera y hablaremos de vuestro futuro —le dijo sin mostrar la mínima emoción—. Necesitamos alguien que entusiasme a los adolescentes... —y abandonó el local seguido de su joven acompañante.
Nina era incapaz de asumir la extraordinaria acogida de su canción. Parecía estar ausente, viviendo ya en otra dimensión: ¡la de la fama! Los adolescentes amigos de Marc la rodeaban y la agobiaban con sus elogios. Nano creyó que debía rescatarla de sus primeros y entusiasmados admiradores, y recordó a la madre el plan de cenar las pizzas en la terraza y librar a Nina de aquel agobiante ambiente de triunfo, para el que no estaba preparada.
—Me siento responsable de la confusión de Nina. Un éxito inesperado puede ser destructivo —comentó con la madre—. Yo no busco el éxito, solo aspiro a ser un buen músico, no un buen ídolo, y creo que Nina debería adoptar esta misma filosofía, o el éxito la destruirá.
La madre estaba totalmente de acuerdo con Nano.
—¡Esperemos que todavía se acuerde! —le contestó—. Creo que a partir de ahora Nina será otra chica diferente.
Llamaron a Nina para recordarle que habían planeado cenar justos después de su actuación, pero Nina no parecía entusiasmada con la idea, y prefería ir a cualquier sitio, pero con el grupo de sus nuevos amigos y admiradores.
—¡Mamá, no me apetece encerrarme ahora en nuestro apartamento. Creo que me iré con estos amigos a celebrarlo!
—¿A celebrar qué, Nina? —le preguntó Nano.
—¿Y tú me lo preguntas? ¡Mi éxito!
—¡Yo creía que era nuestro éxito!
—Bueno, sí, nuestro éxito, ¡que más da! ¿Por qué no vienes también tú con nosotros?
—¿Te has olvidado de que soy el chico de las tumbonas? Cuando nos conocimos eran las seis y media de la mañana, la hora en que empieza mi trabajo. ¡Tengo que madrugar, no puedo acompañaros!
—¡Compréndelo, yo estoy de vacaciones!
—Sí, casi lo había olvidado. Entonces, que te diviertas, Nina. ¡Te lo mereces!
La madre pensó que finalmente Nina se comportaba de la forma más favorable para sus planes. La localidad era tranquila y no corría ningún riesgo. Podía regresar a la hora que quisiera, y cuanto más tarde regresara más tiempo podía dedicar a su amante. Lo sentía por Nano, pero su hija había demostrado un carácter muy voluble. Tal vez sería mejor que aquella amistad no prosperase. Y sin su ayuda su carrera de cantante se vería muy limitada.
Nina y la pandilla de nuevos amigos abandonaron el bar y se dirigieron a la zona de la playa que limitaba con los acantilados, en el mismo lugar donde los había conocido, que estaba desierta a esas horas de la noche. La playa permanecía en la oscuridad y solo podían verse unos a otros por la iluminación de una pálida y brumosa luna, rodeada de un difuso anillo de vapor de agua. Alguien había traído varias botellas de soda y otras de ginebra y se prepararon bebidas para todos. Encendieron un equipo musical portátil creando un ambiente festivo, en el que los adolescentes se sentían identificados.
Cuando todos tuvieron sus bebidas, Marc propuso un brindis:
—Brindemos por Nina, porque esta noche ha nacido otra estrella en el firmamento.
—¡Por Nina, nuestra estrella! —corearon los adolescentes.
Media hora después todos estaban bajo los efectos del alcohol, y uno propuso darse un baño, porque la noche era calurosa y bochornosa, por causa de la pasada tormenta. Hubo total unanimidad. Se desnudaron y se lanzaron al agua haciendo toda clase de graciosas piruetas.
Nina les imitó y cogida de la mano de Marc, se lanzaron al agua, participando en los juegos de los demás adolescentes. Cuando se cansaron, volvieron a la playa y se tendieron exhaustos sobre la arena. Marc se tendió junto a Nina. Una fresca y húmeda brisa secaba sus cuerpos desnudos. Marc cogió la mano de la desprevenida Nina, se inclinó sobre ella y la besó en los labios. Nina, todavía bajo los efectos del alcohol, no reaccionó, y sintió que el beso de Marc recorría todo su cuerpo con un escalofrío de placer. Marc acarició sus senos y nuevamente sintió que un intenso placer que le dejaba incapaz de reaccionar y evitar sus caricias. Instantes después estaban haciendo el amor sin que Nina tuviera fuerza de voluntad para negarse. Después se quedaron dormidos, al igual que sucedía con el resto de los adolescentes.
El fresco relente de la mañana le despertó y Nina sitió un intenso dolor de cabeza. Cuando intentó erguirse se dio cuenta de que Marc la rodeaba con uno de sus brazos y comprendió lo que había sucedido. Un súbito sentimiento de culpa le oprimió el pecho. Se deshizo del abrazo de Marc y buscó sus ropas que habían quedado esparcidas por la playa. Se vistió apresuradamente y sin despedirse de los adolescentes, emprendió el regreso a su apartamento, sin poder contener unas lágrimas amargas por lo que había sucedido. Ahora ya no podía censurar a su madre de inmoral, porque ella se había comportado de la misma manera.
«Al menos ella saca algún provecho, mientras yo he sido una tonta, que lo he hecho por nada, y ni siquiera estoy enamorada de Marc» —pensó amargamente. Se secó las lágrimas y trató de serenarse antes de que se pudiese encontrar con su madre.
Aquel amanecer le recordó el primero que contempló apenas hacia veinticuatro horas y parecía como si hubiera pasado ya un año. Al menos ella se sentía mucho más vieja y deprimida. Cuando se disponía a entrar en el apartamento se encontró por sorpresa con Nano, que como cada mañana armaba y desplegaba las hamacas en la playa. Nina trató de evitarle, pero Nano ya la había visto, y fue hacia ella.
—¡Buenos días trasnochadora! ¿Cómo ha ido la celebración? ¡Ha tenido que ser muy divertida cuando llegas a estas horas de la mañana!
Aquel inesperado encuentro con Nano la hizo sentirse todavía más culpable, pero no estaba de humor para seguir la conversación, y le contestó airada:
—¡Déjame en paz! ¡Estoy muy cansada y no tengo ganas de bromas!
—¡Esta bien, señorita mal genio! Será mejor que duermas, porque realmente tienes un aspecto horrible. ¿Habéis estado toda la noche haciendo carreras?
Nina creyó que Nano había adivinado por su aspecto que había hecho el amor con alguno de los adolescentes, pero no podía saberlo, y le daba igual que lo imaginara. «¡No tengo que dar cuenta a nadie de mis actos, y menos a alguien que apenas hace veinticuatro horas que lo conozco!». No quería aceptar que le había traicionado, lo que la haría sentirse todavía más culpable.
Entró en su apartamento sin despedirse de Nano. Una vez dentro se dirigió a su habitación con sumo sigilo, para evitar despertar a su madre, pero vio luz en su dormitorio, y supuso que estaba ya despierta esperándola. Se abrió la puerta bruscamente y apareció la madre con la expresión de preocupación en su rostro y con unas profundas ojeras, como si hubiera pasado la noche en blanco.
—¿Nina, dónde has estado toda la noche? ¡Ya iba a salir a buscarte! ¡Me has tenido muy preocupada!
Nina debía reflejar en la expresión de su rostro su sentimiento de culpa, porque su madre se alarmó.
—Hija, no parece que vengas de una fiesta, sino de un entierro. ¿Te sucede algo?
—No me sucede nada, y si no te importa, me voy a dormir, ¡estoy rendida, eso es todo!
Su madre no insistió y Nina se encerró en su dormitorio. Cuando se encontró sola y a oscuras en la habitación, la imagen de lo ocurrido durante la noche volvió a su mente. Había despreciado a Nano, de quien solo hacía unas horas creía estar enamorada, y que le había inspirado su canción, y había hecho el amor con Marc, un compañero de clase sin talento y sin ningún atractivo, por quien apenas sentía una superficial amistad. ¿Qué había sucedido para que se comportara de aquella manera tan desleal e irreflexiva? ¿Habría heredado de su propia madre su inmoralidad, que ella tanto había censurado? Todo había sido como un sueño seguido de una pesadilla, y había sucedido tan deprisa y en tan corto espacio de tiempo, que hasta ese amargo momento, no había sido plenamente consciente de lo que había sucedido.
Primero la invitación de Nano, luego la rápida e inspirada composición de su canción, después el clamoroso éxito en el piano-bar, más tarde la fiesta en la playa, y por último, algo te estaba segura de que había sucedido, pero que no podía recordar. Todo había pasado demasiado deprisa; demasiado intenso; le pareció que no podía haber sucedido en realidad. Finalmente llegó a una lamentable conclusión: «Nada de todo esto me hubiera ocurrido si nunca hubiera escrito esa maldita canción. No hay duda. ¡El culpable es Nano!»
Ahora que había encontrado un culpable, creyó sentirse exculpada, y ya podía dormir tranquila. Apenas había cerrado los ojos cuando escuchó dos leves golpes sobre su puerta.
—Nina, ¿puedo entrar?
—Claro, pero ¿qué quieres? Tengo sueño, no tengo ganas de hablar. Lo que sea me lo dices cuando me despierte.
—Nina, esta tarde llegará mi jefe. No te pido que os hagáis amigos, pero al menos procura tratarlo con respeto, después de todo, es quien me paga la nómina cada mes, para que las dos podamos vivir dignamente.
—Está bien, mamá, lo intentaré; pero, por favor, ¡déjame dormir!

⦁    El jefe
A Nina le despertaron unas voces que venían del salón. Era la voz de un hombre, por lo que no había duda de que eran del amante de su madre, que habría llegado ya. Debía ser muy avanzada la tarde, porque un rayo de sol entraba directamente a través de su ventana. Apenas había despertado y nuevamente las imágenes de lo sucedido la noche anterior volvieron a su mente, porque le pesaban en su conciencia. Ahora no estaba tan segura de culpar a Nano, porque recordaba que le pidió que les acompañase a cenar con ellos, tal como les había prometido, pero ella prefirió irse con los amigos de Marc. ¡Solo ella era la culpable!
El ruido de dos suaves golpes sobre la puerta interrumpieron sus amargos pensamientos. Sin esperar su respuesta, entró su madre en el dormitorio.
—Nina, ¿estás despierta? Mi jefe ya está aquí, y hemos pensado ir a cenar al restaurante. Me gustaría que nos acompañases...
—Mamá, no tengo hambre, prefiero quedarme aquí. Podéis ir vosotros dos solos.
—Está bien, pero procura estar vestida cuando volvamos. Mi jefe quiere saludarte.
La madre volvió al salón, y unos minutos más tarde escuchó cerrarse la puerta de la calle, y el apartamento quedó en un absoluto silencio. Nina no sentía deseos de conocer a nadie, y menos al amante de su madre. Solo sentía deseos de llorar ¡y no levantarse nunca de aquella cama!
Cuando estuvo más calmada, se levantó, se duchó y se vistió, tal como era el deseo de su madre. Todo lo hacía de forma mecánica, sin que fuera en ningún momento su voluntad. Se preparó un café y salió a la terraza cuando estaba ya oscureciendo. Una luna llena que ganaba intensidad se reflejaba todavía levemente en las calmadas aguas del mar. Esa imagen le recordó la letra de su canción: «Como besa la luna llena el mar». Esta imagen y el resto de la letra de su canción: «Soñé que te hundías en el mar, y me hiciste llorar.» ¡Ahora comprendía por qué escribió aquellos versos! Tal vez había tenido el presentimiento de lo que iba a suceder después de la felicidad del primer verso.
Nina recordó al recién llegado y pensó que con toda probabilidad su madre y su amante harían el amor aquella noche, y ella no quería estar en el apartamento. Decidió salir a dar un largo paseo por la playa y dejó una nota para su madre, en la que le recordaba su acuerdo sobre la toalla roja. La noche era agradable y la arena acariciaba sus pies descalzos. Sus nuevos amigos adolescentes estaban celebraNdo la despedida de uno de ellos, pero Nina no había sido invitada. Marc no quería saber nada más de ella, por temor a que hubiera podido quedar embarazada. Su éxito del día anterior no sobrevivió al día siguiente.
Pasó por delante del bar donde solo unas horas antes se había sentido admirada, con un nuevo sentimiento de culpa, y escuchó el sonido de la guitarra de Nano, que interpretaba sus improvisaciones de temas clásicos, como los que había escuchado la noche anterior. Pero no deseaba encontrarse con él, y prosiguió su paseo. En la terraza del restaurante vio a su madre en compañía de su jefe, un hombre de mediana edad, completamente calvo y de un físico vulgar, que para ella no tenía ningún atractivo, pero que parecía divertir a su madre, quien reía por lo que le estuviera contando su jefe. Era evidente que su madre no tenía ningún remordimiento y simplemente gozaba de su amante sin ningún problema de conciencia.
Cuando se alejó de las últimas casas del pueblo, se sentó sobre la arena y se concentró en la contemplación del mágico espectáculo de la luna reflejada en el mar, que brillaba ya con gran intensidad, y se propuso dejar la mente en blanco y no pensar en nada que la atormentase. Otros veraneantes, con otras motivaciones que serían menos tristes que la suyas, paseaban también por aquella solitaria parte de la playa.
Permaneció en ese mismo lugar ensimismada en su contemplación hasta que la brisa marina se torno más húmeda y fresca. Supuso que su madre había tenido tiempo suficiente para acostarse con su amante y regresó a su apartamento sin apresurarse y prestando atención a todo lo que en esos momentos se podía observar en la playa. Al pasar de nuevo por el bar de Nano, todavía se escuchaba su música y tuvo deseos de entrar y disculparse por la forma en que le había tratado a su regreso de la fiesta con los adolescentes. Pero no tenía el ánimo necesario y esperaría al día siguiente, en que confiaba encontrarse más animada.
Cuando llegó a su apartamento la toalla roja seguía sobre la barandilla de la terraza. Nina se sintió profundamente deprimida y olvidada por todos. No tenía ganas de volver a pasear y decidió ir al bar de Nano y pedirle disculpas. Pero ya no se escuchaba su guitarra. Entró en el bar y, en efecto, Nano hacía unos minutos que había salido del bar. Nadie pudo informarle dónde había podido ir. Nina se sintió profundamente abatida. No sabía qué hacer ni cómo pasar el tiempo, y se sentó sobre una de las barcas varadas en la playa, sin poder evitar un amargo llanto, porque se sentía sola y abandonada por todos.
En medio de su profundo abatimiento, escuchó el sonido de una guitarra que provenía de una de las barcas. El corazón le dio un vuelco y dejó de sollozar. Se levantó y se dirigió emocionada a donde provenía la música, porque sabía que esa era la guitarra de Nano. Y allí estaba él, apoyado sobre una de las barcas, tocando los primeros acordes de los arreglos que había escrito para su canción.
Nano se sorprendió por la súbita aparición de Nina, porque estaba pensando en ella mientras tocaba esos primeros compases. Nina no dijo nada y se sentó junto a él. Nano empezó a cantar la canción de Nina, y el úlimo verso lo cantaron a dúo:

«Soñé que te devolvía el mar, y me hiciste recordar.
Que ayer nos amábamos, como ama la lluvia el mar
Que hoy nos encontramos, para no volvernos a separar.
Que volvía a tener un corazón, donde antes solo tenía una canción».

Después de aquel afortunado reencuentro en la barca varada en la playa, ambos decidieron afianzar sus ambiciones musicales consolidando el dúo, que tanto éxito habían tenido en su presentación el día anterior. Nina regresó aquella noche al apartamento acompañada de Nano, y la toalla roja ya no pendía de la barandilla de la terraza. Nina puso al corriente a Nano de la relación de su madre con su amante y la tensa relación que mantenía con ella.
—Al menos ahora mi madre no tendrá que preocuparse más por mí. Ya tiene lo que deseaba: alguien con quien pasar el rato mientras ella se entretiene con su  amante.
Se despidieron con un apasionado beso y se prometieron que, a partir de aquella noche, solo existían ellos dos, en un mundo que despreciaba la inocencia y solo buscaba su propia satisfacción. Pero ellos no eran así, y se esforzarían para que pasase lo que pasase, no perderían nunca la inocencia.
Cuando entró en el apartamento, la madre estaba preocupada por la actitud que podría tener Nina cuando le presentara a su amante. Pero para su sorpresa, Nina no parecía afectada, sino todo lo contrario, se mostró amable, incluso divertida.
—Para ser el amante de mi madre, ¡tiene usted menos cabello que el que yo imaginaba!
—¡Nina, no le faltes al respeto!
—No, no me falta al respeto; tu hija lleva razón, ¡estoy calvo como una bola de billar, y ese no debe ser el aspecto que se espera de un amante!
—Pero, Nina, ¿qué te ha sucedido que estás tan alegre?
—¿Por qué no iba a estarlo?
—No sé, pero hace solo unas horas parecías muy enfadada...
—En unas horas pueden pasar muchas cosas. Ya no tienes por qué preocuparte, Nano y yo hemos decidido formar el dúo y yo cantaré cada noche en el piano-bar de Nano. No vendré hasta la media noche.
—Es una gran noticia. Me alegro, porque Nano me parece un buen muchacho y un gran músico —respondió la madre aliviada de sus temores, sobre el comportamiento huraño de su hija de aquella misma tarde, cuando regresó de la fiesta con sus nuevos amigos.
—¡No me habías dicho que tu hija era una artista! —dijo su jefe para ganarse la amistad de Nina.
A la mañana siguiente, Nina, su madre y su amante desayunaron juntos en la soleada terraza. Todos estaban de buen humor, como si cada uno hubiera visto colmados sus deseos sin que nadie hubiera resultado herido. Había amanecido otro día ideal para disfrutarlo en la playa, pero Nina prefirió quedarse en el apartamento para escribir una nueva canción.
—Si lo prefieres, puedes quedarte —le dijo su madre, satisfecha por la decisión—, pero nosotros nos vamos a la playa. Hoy será otro día de mucho calor, y habrá que pasarlo dentro del agua. Ponte un sombrero, y no estés mucho tiempo al sol.
Cuando su madre y su acompañante salieron del apartamento, Nina sintió que una vez más se encontraba inspirada para componer una nueva canción. Esta vez sería también romántica, y con un final feliz. Los versos surgían como si los tuviese escritos ya en algún extraño lugar de su mente:

Aquel verano que te conocí
salió el sol solo para mí.
Eras acogedor como la cálida arena.
Estimulante como la fresca brisa.
Deseado como la esperada lluvia.
Sensible como la pálida luna.
Misterioso como las lejanas estrellas.
Fiel como las constantes olas.
Libre como una gaviota.
Necesario como un faro en la niebla.
Fuerte como el viento huracanado.

Aquel verano que te conocí,
Tú estabas en la playa tan cerca de mí,
que podía escuchar latir tu corazón por mí.

Aquel verano en que te conocí nunca tendrá fin.

Ahora Nina estaba segura de sus sentimientos por Nano, porque todas sus canciones le evocaban a él. Tal vez fuera el vuelo de una elegante gaviota o el intenso azul turquesa del mar, o aquel inmenso cielo azul, lo que inspirase una nueva melodía para aquella canción. Escribió sus notas en una nueva hoja de papel pautado y el título en la cabecera de la hoja: «El verano que te conocí». Ahora solo faltaba que Nano escribiera nuevos arreglos para dos guitarras, como con tanto éxito había hecho con su primera canción. Su vida, que en solo 24 horas había estado en el cielo y en el infierno, le había vuelto a sonreír. Intentó olvidarse de lo sucedido la pasada noche y de la pandilla de adolescentes tan mudables en sus pasiones, y, sobre todo, de su despreciable compañero de la academia, al que no deseaba volver a ver.
Cantó su nueva canción varias veces y le hizo algunos arreglos. Le gustaba. También esa nueva canción estaba inspirada. Se sentía feliz.
A mediodía el calor era sofocante y Nina entró en el salón donde la temperatura era más aceptable. Pensó que soportaría mejor aquel bochorno vistiendo una ligera bata de seda, como las que vestía su madre, y fue al dormitorio para buscar una. Encima de la mesilla había un teléfono móvil, que no era el de su madre, por lo que debía ser el de su jefe. No pudo resistir la curiosidad y lo encendió. Se sorprendió que no estuviera protegido con una contraseña y accedió a un fichero que debía contener fotografías. Nina estuvo a punto de dejar caer el móvil, porque las numerosas fotografías eran de su madre haciendo el amor con dos amantes. Uno era su jefe, pero el otro hombre no lo conocía. En algunas practicaba una felación a uno de los amantes, mientras el otro la poseía. Nina estaba horrorizada.
Cerró el fichero, apagó el móvil y lo volvió a dejar sobre la mesilla de noche. Salió sin la bata de su madre, para que no sospechase que había entrado en su dormitorio. Se dejó caer aturdida y avergonzada sobre el sofá y no pudo evitar condenar el comportamiento indecente de su propia madre, y exclamó airada: «¡Mi madre es una puta!». Cuando comprendió la gravedad del juicio que había hecho de su madre, le vino de nuevo la imagen de ella dejando que Marc la poseyera, y volvió a exclamar con profunda amargura: «¡Yo no soy mejor que ella!»
Se sentía atrapada entre la inmoralidad de su madre y la suya propia. Ni siquiera tenía el consuelo de censurarla sin paliativos, porque ella no había demostrado más honestidad. Necesitaba desahogarse con alguien y contarle la causa de sus remordimientos. Solo Nano podría obrar semejante milagro. Lamentaba no ser mayor de edad para emanciparse de la negativa influencia de una madre sin escrúpulos, y, por supuesto, sin moralidad. Ahora temía volverse a encontrar con ella y su amante cuando regresara de la playa, porque ya no podría ver a su madre sin ver, a su vez, aquellas horribles imágenes.
Deseaba ver a Nano, pero estaría trabajando en el bar y no podría confesarle sus remordimientos. Además, su madre y su jefe estaría también allí, y no deseaba verlos. Tendría que esperar hasta la noche, cuando se encontrarían en el bar. Nina se tendió en el sofá y dejó pasar el tiempo sin saber en qué pensar.
⦁    La confesión
A primeras horas de la tarde regresaron su madre y su amante de la playa. Habían decidido volver a degustar una deliciosa parrillada de pescado y querían que Nina les acompañase. Nina no se pudo negar. Después de ducharse y refrescarse, acudieron al concurrido restaurante. La madre notó el nuevo cambio de humor de Nina y quiso saber la razón. Parecía como si su hija no fuera capaz de mantener el mismo estado de ánimo más de veinticuatro horas, y no sabía por qué.
—Nina, hija, esta mañana parecías la chica más feliz de este mundo, y ahora pareces la más desgraciada. ¿Por qué tienes esos cambios de humor? ¿Qué te ha sucedido ahora?
Nina hubiera deseado sincerarse con su madre y preguntarle por qué consentía en hacerse fotografías de su indecente comportamiento, pero no se atrevió.
—No es nada; es por este calor, ¡es muy agobiante!
—¿Por qué no vienes a la playa con nosotros?
—Tengo que terminar de hacer algunos arreglos en la canción que voy a cantar esta noche en el bar de Nano. Se lo he prometido...
—Hija, la música no es todo en la vida, también hay que distraerse un poco haciendo otras cosas.
Nina sabía ahora a qué se refería su madre con «hacer otras cosas», y le volvieron con crudeza las pornográficas imágenes del teléfono móvil.
Apenas probó el pescado, que en otras circunstancias le hubiera deleitado.
—¿Has aborrecido el pescado, Nina? Hace dos días te entusiasmaba, y hoy ¡ni lo has probado! ¡No estarás enferma!
—No, mamá, no tengo apetito, ya te he dicho que debe ser por el calor.
—Creo que después de una buena siesta, todos nos sentiremos mejor.
Al regresar al apartamento encontraron a Nano en la entrada del bar, pendiente de los clientes de las tumbonas. Nina se acercó a él para hablarle de su nueva canción.
—Nina, nosotros nos vamos al apartamento, puedes quedarte aquí, ya vendrás más tarde.
Nina trataba de describirle su nueva canción y Nano le prometió que haría los arreglos como había hecho con la primera canción. Estaba tan interesado en escuchar a Nina que no vio que algunos clientes estaban tratando de llamar su atención. Su jefe estaba observando su distracción y, malhumorado, recriminó a Nano su falta de atención.
—Nano, ya te advertí que no te distrajeras y abandonases a los clientes, pero veo que has hecho poco caso. Puedes hablar cuanto quieras con tu amiga, porque ¡estás despedido! Mañana pásate a por tu liquidación, recoge tus cosas y antes del mediodía deja la habitación libre, que otros la ocuparán.
—¡Gracias! —replicó Nano indignado—, ¡no sabe el favor que me hace!
Nina se sentía culpable de aquel fulminante despido, lo que se añadía a su sentimiento de culpa de lo sucedido la noche anterior.
—Ha sido por mi culpa, Nano. ¿Dónde irás si te echan de tu habitación? Creo que mi madre aceptará que te quedes en nuestro apartamento hasta que encuentres una solución mejor. Ven, vamos a preguntarle.
Cuando llegaron frente al apartamento, una toalla roja colgaba de la barandilla de la terraza.
—Nano, tendremos que esperar, porque mi madre está ocupada en lo que parece que es ¡su diversión favorita!
—¿Y cuál es su diversión favorita?
—¡Acostarse con su amante tres o cuatro veces al día!
—¡Estás hablando de tu madre!
—¡Aunque me avergüence, así es! Pero no soy yo quién deba juzgarla... —Nina se tendió sobre la arena de la playa, contempló unos instantes el pálido reflejo de la luna en el mar y pidió a Nano que se sentara junto a su lado—. Supongo que debes saberlo. Antes de conocerte yo era una chica inocente, creía en la virtud y en la buena fe de la gente. Estaba convencida de que jamás aceptaría tener relaciones con un chico si no estaba enamorada. Cuando te conocí leí en tu mirada la misma inocencia y comprendí que éramos dos almas gemelas. Cuando supe que eras músico ya no tuve la menor duda de mis sentimientos. Me había enamorado de ti, y por eso surgió la primera canción... Pero tienes que saberlo... La misma noche de nuestro gran éxito yo debí perder la cabeza, porque fuimos con la pandilla de mi compañero de la academia de música a bañarnos en la playa... Y consentí hacer el amor con él. ¡Por eso yo ya no soy quién para juzgar a mi madre! ¡Ahora ya sabes por qué tenía aquel horrible aspecto cuando nos encontramos por la mañana!
Nano escuchaba la angustiosa confesión de Nina sin saber qué debía responder. Se sintió culpable por haber colaborado a su inesperado éxito. Sus temores se habían confirmado: ¡el éxito repentino la destruiría, pero había sucedido mucho antes de lo previsto!
—¡Nina, lo siento!
—¡Nano, vámonos de aquí! ¡Que mi madre se acueste con todos los amantes que le dé la gana! ¡Ya no soporto su presencia! Tú ya no tienes trabajo, nada te ata a este falso paraíso. Vivamos nuestra vida con inocencia. Nos ganaremos la vida cantando nuestras canciones en las calles de otras ciudades donde nadie nos conozca. Tú y yo solos, sin jefes ni amantes ni directores de discográficas ni tumbonas. ¡Solos tú y yo y nuestra música, no necesitamos nada más!
Nano se sentía profundamente confundido. Escaparse con Nina y vivir una vida de aventura y según su deseo le parecía una opción cercana a lo que debía ser el Paraíso. Pero sabía que no llegarían muy lejos, porque ninguno de los dos había alcanzado la mayoría de edad. No tardarían en localizarla y devolverla con su madre, a pesar de su conducta inmoral. En cuanto a él podía ser acusado de rapto o cualquier otro delito, si algún abogado mercenario se lo proponía.
Nina contemplaba el cielo donde brillaban débilmente las estrellas, apagadas por la bruma del agua evaporada del mar.
—Quiero ser libre y vivir mi vida tal como yo la entiendo. No soporto la falsedad, el engaño, el disimulo, la vanidad, la envidia, la codicia, la indecencia. Una madre no es solo quien te ha parido, sino quien te enseña a ser una persona para que puedas vivir tu vida dignamente... ¡Me gustaría ser capaz de volar y perderme entre esas millones de estrellas que hay en el universo y no volver jamás a poner los pies sobre este corrompido mundo!
—Nina, tal vez tu sueño pueda hacerse realidad...
—¿Nos escaparemos? ¿Hablas en serio?
—Sí, hablo en serio. Yo también estoy harto de todo esto. No estudio música y guitarra solo para cambiar de jefe. Somos los artistas los que hemos hecho este mundo agradable. Pero de nosotros solo les interesa nuestras creaciones y nuestras ideas, pero no los seres humanos. Sí, Nina, hablo en serio, nos escaparemos. ¡Vale más un solo día de libertad que cien años de esclavitud!
—¿Y dónde iremos?
—Tengo unos amigos que han formado un grupo musical para actuar los veranos en hoteles, yo formaba parte de ese grupo antes de venir a este pueblo. Ellos nos ayudarán y no están muy lejos de aquí. Yo tengo algún dinero ahorrado, suficiente para los viajes y, si no diéramos con ellos, podremos sobrevivir algún tiempo.
—¿Y cuándo nos vamos?
—Mañana mismo. Tu madre y su amante irán seguramente a la playa. Quédate en el apartamento con alguna excusa, y aprovecha para coger tus cosas, solo lo imprescindible y que quepa en tu mochila. Después reúnete conmigo en la parada del autobús que sale de aquí a las 12:30. ¿De acuerdo?
—¡De acuerdo, Nano, allí estaré!
—¡No te olvides de tu guitarra!
—¡Por supuesto, ella va siempre donde yo voy!

⦁    La última noche
Nina entró en el apartamento con la inquietante sensación de que su madre pudiera descubrir sus planes de escapada, o sugerir cualquier cosa que le impidiese encontrarse con Nano al día siguiente, según lo acordado. Su madre estaba recostada en el sofá, junto a su jefe, que vestía simplemente con un traje de baño. Ella vestía una de sus ligeras batas de seda.  Nina no tenía ganas de hablar, solo deseaba retirarse a su habitación y pensar sobre la escapada del día siguiente. Su madre volvió a notar el cambio de humor de su hija. Ahora parecía como si estuviera ausente, concentrada en sus pensamientos, lejos de allí.
—¿Nina, ha gustado tu nueva canción? ¡No pareces muy contenta!
—Mamá, esta noche no he cantado.
Nina se sentía violenta, y no podía borrar de su mente las imágenes, en las que participaba aquel hombre. Su sola presencia le repugnaba. No era desde luego un hombre atractivo. Tenía ya un incipiente  abdomen. Apenas tenía vello y su piel  era pálida y lechosa, en general era un hombre vulgar y, para ella, incluso repugnante. ¿Cómo podía su madre sentir una apasionada atracción física por él?
La madre supuso que su cambio de humor tendría que ver con el tiempo que estuvo esperando a que ellos terminasen de hacer el amor.
—No estarás enfadada conmigo por encontrarte con la toalla roja. Yo suponía que tu llegarías más tarde.
—Está  bien, mamá, no estoy enfadada.
—¿No quieres contarnos cómo te va con Nano?
—No hay nada que contar  de lo que tú te imaginas, ¡solo somos amigos, pero no amantes!
—Solo es una niña —interrumpió el jefe—, todavía no tiene edad para pensar en esas cosas.
Aquel inapropiado comentario la indignó. Era lo suficientemente  mayor para condenar su comportamiento.
—¿Cuándo cree usted que las niñas piensan en esas cosas?
—Yo no lo sé, eso tu madre lo sabrá.
—¡Mi madre no sabe nada sobre niñas!
—Nina, ¿qué quieres decir con eso?
—Nada, mamá, era solo un comentario que me ha venido a la cabeza…
—Tú no apruebas mi relación con tu madre, ¿verdad, Nina? —le preguntó el jefe.
Después de su comportamiento de la noche anterior, Nina no podía responder a esa pregunta.
—Yo no soy quién para aprobarla o condenarla, ¡todavía soy una niña para entender de esas cosas!
—No te caigo bien, ¿verdad?
—A quien tiene que caerle bien es a mi madre, lo que piense yo no tiene importancia. Mi madre nunca me pide mi opinión.
Nina pensaba que aquella sería posiblemente la última vez que hablaría con su madre, porque estaba segura de que su escapada resultaría un éxito y nunca volvería con su repudiada madre.
Nina no deseaba seguir aquella conversación y salió a la terraza. Se recostó sobre  una hamaca y se entregó a sus excitantes pensamientos de todo lo que pensaba hacer cuando fuera libre y lejos de la negativa influencia de su madre.
¿Cómo reaccionaría cuando supiera que se había escapado? ¿Denunciaría su escapada a la policía para que fueran en su búsqueda? ¿Y qué le sucedería a Nano, le acusarían de algún delito por el que pudiera ser recluido en un reformatorio?
Debía escribir una nota, tratando de justificar su huida y que le dejara vivir su vida como ella deseaba. Tal vez debía mencionar las fotografías pornográficas del móvil, eso sería   un buen argumento para que no denunciara su huida a la policía. Ningún juez le daría su custodia con ese comportamiento inmoral. Sí, eso sería una buena coartada para ponerse a salvo y proteger a Nano. No tendría más remedio que aceptar los hechos y permitirles vivir su vida. En cuanto a su carrera musical, ya sabía lo suficiente como para escribir sus canciones y Nano podría ayudarle a perfeccionar su estilo. Lo que ahora necesitaba es adquirir experiencia en la calle, o en los cafés, que ella había comprobado que era la mejor escuela.
Si quería escaparse tendría que renunciar a muchas cosas, porque, como le había pedido Nano, solo podría llevarse lo que pudiese caber en una mochila. ¿Se puede vivir solo con lo que cabe en una mochila? ¡Pronto lo sabría! De nuevo la luna se reflejaba en un mar en calma, y los acantilados semejaban cabezas de gigantes marinos en permanente lucha con el mar. Nina improvisó unos versos sobre aquellas gigantescas figuras, que sería el tema de una nueva canción:

Surgen del mar gigantes dormidos
y despiertan lentamente sus sentidos

para ver la luna reflejarse en el mar
y las estrellas en el cielo ver  brillar.

Surgen del mar gigantes dormidos
y despiertan lentamente sus sentidos

para ver el amanecer en el mar
y  ya despiertos poder soñar.

Surgen del mar gigantes dormidos
y despiertan lentamente sus sentidos   

para ver que tú estás conmigo,
porque tú eres mi mejor amigo.




























































SEGUNDA PARTE:
LA ESCAPADA















































⦁    La nota de despedida
A la mañana siguiente, tal y como había previsto Nano, la madre de Nina y su amante se prepararon para pasar la mañana en la playa. La madre insistió en que Nina les acompañase.
—Nina, hija, ¿por qué no vienes a la playa tú también? Volveremos a casa y tú seguirás tan pálida como si no hubieras estado en la playa.
—Tal vez mañana, hoy quiero volver a componer una canción. Tengo que aprovechar ahora que estoy inspirada.
—Como quieras; tú sabrás por qué no vienes con nosotros, pero creo que no es por componer canciones, sino porque sigues sin aceptar mis relaciones con mi jefe. ¿Por qué no eres un poco más comprensiva? No es tan mala persona como tú supones.
Nina no pudo evitar indignarse, porque ella sabía qué clase de individuo depravado era su jefe.   
Por fin salieron del apartamento dejándola sola y sumida en una angustiosa sensación. Tenía que tomar una grave decisión que podía marcar su destino, pero no estaba dispuesta a renunciar. Ahora tenía que escribir la nota de despedida, en la que quedase bien claro que la culpable de su huida era ella.
Salió a la terraza y escribió en el dorso de una hoja de pauta:

«Mamá, cuando leas esta nota Nano y yo ya estaremos lejos de aquí. No puedo  tolerar ni un día más tu irresponsable comportamiento y he decido escaparme con Nano, para que juntos podamos vivir de acuerdo a nuestra conciencia.
Quiero que sepas que, por desgracia, pude ver en el móvil de tu jefe fotografías tuyas que me escandalizaron y me hicieron tomar esta grave decisión.
No intentes buscarme o denunciar mi escapada a la policía, porque entonces me veré obligada a mencionar la existencia de esas fotografías, y estoy segura de que ningún juez te volvería a dar mi custodia.
¡Lo siento, mamá, pero tú te lo  has buscado!
Nina.»
La dejó sobre la gran mesa del salón. Sentía una gran tristeza por tener que tomar aquella grave decisión, porque sabía que su madre se sentiría profundamente afectada y no sabía cuál sería su reacción. Por muy mala madre que fuera, su huida le causaría un profundo sentimiento de culpabilidad,  y lo más probable es que intentase averiguar dónde podría haber ido. Con toda probabilidad, cancelaría aquellas conflictivas vacaciones, pero lo más probable es que no volviese hasta no dar con su paradero y regresar juntas otra vez. ¿Le serviría al menos de lección?
A medida que se aproximaba la hora de su encuentro con Nano  crecía su inquietud y era mayor su sentimiento de culpabilidad. Por un momento estuvo decidida a no seguir adelante con el plan, acudir a su cita con Nano y disculparse. Estaba segura de que él lo entendería y le perdonaría, pero al recordar una vez más las fotografiás de su madre, se dijo a sí misma que su huida estaba plenamente justificada. 
Recogió lo que le parecía imprescindible, lo metió en su mochila, y ya en la puerta  se detuvo unos instantes, contempló con tristeza la nota de despedida y se dijo a sí misma como en un susurro:
—Adiós, mamá, no podemos seguir juntas. Perdóname si me equivoco… —y salió del apartamento sin poder evitar  un amargo sollozo.
 Nano había cobrado la liquidación de su empleo y esperaba ya en la parada del autobús. Miraba angustiado el lado de la calle por donde debería aparecer Nina. No estaba seguro de que finalmente ella acudiera a la cita, y tampoco quería pensar en las consecuencias de aquella dramática huída. Nina llegó a la parada del autobús a la hora prevista. Al encontrarse con Nano, se abrazó a él y le susurró profundamente angustiada:
—¿Estamos haciendo lo correcto, Nano? Yo estoy confundida. Sé que debo hacerlo, pero..?
—Nina, puedes volverte atrás si lo deseas, ¡todavía estás a tiempo!
—No, Nano, ya he tomado la decisión, y si tú estás de acuerdo, podemos subir ya al autobús.
Quince minutos más tarde el autobús emprendía la marcha en dirección a la capital de la provincia. Cuando remontaron la suave loma desde donde se  contemplaba la localidad, Nina la contempló por última vez, y exclamó:
—Es un precioso pueblo, espero que algún día podamos volver y no recordar estos amargos días, pero solos tú y yo, ¡como si fuéramos los últimos habitantes del planeta!
Y se abrazó a Nano, que sentía la tristeza de Nina, por  lo que comprendió que era mejor permanecer en silencio.
⦁    Primer día de libertad
Durante el viaje cada uno estaba entregado a sus propios angustiosos pensamientos. Nina contemplaba el paisaje que solo hacía tres días lo había recorrido con su madre en dirección opuesta y se preguntaba por qué estaba ella viajando en aquel autobús huyendo de su madre, cuando hubiera deseado no tener ningún motivo para repudiarla y mantener una cariñosa relación con ella. ¿Era ese el mundo de los adultos? ¿Serían normales aquellas prácticas sexuales entre adultos y ella lo ignoraba? Ella no tenía la respuesta y tampoco creía que Nano la tuviera, porque él era tan inocente como ella.
Cuando el autobús se alejó del litoral y entró en la zona de los invernaderos, el sol de mediodía se reflejaba sobre las inmensas superficies de plástico,  Nina tuvo la sensación de que había dejado atrás un mundo mágico, de noches encantadas por la belleza de la luna reflejándose sobre un mar rizado por la brisa, y durante el día la sensación de tener los rayos del sol enterrados en las doradas arenas de la playa, y sentirlos en los pies descalzos durante los agradables paseos. En ese pequeño mundo todo era agradable y placentero; todo invitaba a vivir intensamente sin sentir nada que fuera molesto o desagradable. El mar era como un bálsamo para su espíritus doloridos,  la playa un hogar para cuerpos cansados, e incluso los acantilados sugerían protección y encanto. Era  una lástima no haber podido pasar unas agradables vacaciones con una madre sin nada que reprochar, tan inocente como era ella, porque Nina necesitaba rodearse de cosas bellas y amables. Por esa razón pudo componer sus primeras canciones; porque estaban flotando en aquel paisaje, solo tenía que sentirlo y escribirlo sobre una hoja de papel pautado. 
Cuando llegaron a la estación terminal de autobuses, los planes para encontrar a los amigos de Nano ocuparon su atención y se olvidó de todo lo que había dejado atrás. Era como si hubieran aterrizado en un país extraño, donde tenían que pensar cómo sobrevivir en un mundo que todavía no habían tenido tiempo de conocer.
Fue entonces cuando  Nina fue consciente de su nueva situación. A partir de esos momentos tendría que aprender a sobrevivir sin contar con ayuda de nadie, excepto de Nano, que parecía tan preocupado y confundido como lo estaba ella. Por otro lado, su madre ya habría regresado al apartamento y leído su nota. ¿Cuál sería su reacción? Ellos no estaban lo suficientemente lejos como para sentirse a salvo. ¿Habría acudido a la policía? Para denunciarla, tendría que venir también ella a la capital de provincia. Tal vez ya estuviera en camino. Con el coche de su amante, llegaría mucho antes que con el lento circular del autobús, y tal vez estuviera al llegar o ya estaba allí. Por eso urgió a Nano para que salieran cuanto antes de aquella ciudad.
—¿No estás seguro de dónde se encuentran tus amigos? —preguntó ella angustiada por la posibilidad de encontrarse con su madre en aquel concurrido lugar —. Vamos a cualquier sitio, pero salgamos de aquí. Mi madre podría aparecer en cualquier momento.
Apenas habían emprendido la aventura de su huida y ya se sentían prófugos y culpables de algún delito que no podían imaginar haber cometido. ¿Separarse de una madre inmoral era un delito? ¿Huir del corrompido mundo de los adultos era también un delito? ¿Vivir de acuerdo a su conciencia sin perder la inocencia, era un delito que debía merecer un castigo? Nina no tenía las respuestas, y tampoco se sentía capaz de juzgar su comportamiento. En esos angustiosos momento lo único que deseaba era encontrar un lugar seguro donde su madre no la pudiese encontrar.
—No estoy seguro de si mis amigos seguirán en el misma localidad donde actuaron el año pasado, pero hay un autobús nocturno que nos llevará hasta allí, —comentó Nano sin poder ocultar él también la misma preocupación—. Esperemos que la suerte nos acompañe y tu madre no se le ocurra venir hasta esta terminal cuando salga el autobús.
—¿Y dónde pasaremos la noche? —preguntó Nina, quien comenzaba a ser consciente de las dificultades de su escapada.
—No lo sé, pero el tiempo es bueno y las noches no son frías, tal vez encontremos un sitio resguardado en la playa donde pasar la noche. Mañana podremos buscar un lugar más adecuado.
—¿Crees que saldremos adelante con esta escapada, y que no nos veremos obligados a regresar?
—Nina, no te dejes llevar por el pesimismo, y no olvides las causas de nuestra huida. Superaremos todas las dificultades si creemos en nuestra inocencia.
—Perdona, soy una tonta, pero tengo miedo de la gente; aunque también confío en ti. ¡Seguiremos adelante!
—Ahora tenemos que buscar un lugar donde ocultarnos.
Como dos fugitivos, Nina y Nano salieron de la terminal de autobuses. En aquellas primeras horas del atardecer el ambiente se había vuelto sofocante. Un sol abrasador seguía brillando despiadado y Nina, cargada con su pesada mochila y la guitarra, se sentía desfallecer y era incapaz de seguir el vigoroso paso de Nano.
—¡Nano, no puedo más, necesito descansar y beber algo. Creo que te has buscado una mala compañera de aventuras! Ya echo de menos algo de mi madre: ¡su coche!
Cruzaron un amplio y concurrido paseo y llegaron a un pequeño parque próximo al embarcadero, desde donde partían  barcos con destino a localidades de la otra orilla del Mediterráneo. Se dejaron caer exhaustos sobre uno de los bancos y Nina parecía recobrar el aliento.
—Aquí estaremos a salvo —comentó Nano, inquieto por la debilidad de Nina—,  mañana todo será diferente. Encontraremos a mis amigos y podremos descansar en algún lugar seguro. Tienes que hacer un último esfuerzo. Todo saldrá bien.
Nina se apoyó en el hombro de Nano, respondió con una débil sonrisa y agotada por el esfuerzo y el calor asfixiante se quedó dormida.
⦁    La nota de Nina
Cuando la madre de Nina entró en el apartamento y vio la nota de despedida de Nina,  dejada de manera que pudiera ser vista fácilmente, tuvo el presentimiento de que contendría alarmantes noticias que estarían relacionadas con su hija.
—¿Nina, estás aquí? —llamó la madre. Pero estaba segura de  que su hija no estaba en el apartamento y, posiblemente, tampoco estaría ya en la localidad. ¡Sin leer la nota ya tuvo el presentimiento de que Nina había huido!
Leyó la nota presa de una gran ansiedad y pudo confirmar que se habían cumplido sus temores.
—Es de Nina —le dijo a su confundido amante—, ¡se ha escapado con Nano! ¡Dios mío!, ¿cómo ha podido hacerme algo así? ¿Dónde habrán ido? ¡Solo es una niña, y no sabe los peligros que puede correr con esta escapada!
Se dejó caer sobre el amplio sofá y releyó una vez más la dramática nota de despedida de Nina.
—¡Es culpa mía! ¡Yo la he echado de mi lado! Más tarde o más temprano tenía que suceder. No he sido una buena madre, y ahora pagaré todas mis culpas, ¡porque soy la única responsable de lo que le pueda suceder!
Tras una nueva lectura no pudo evitar un amargo sollozo y le invadió un profundo sentimiento de culpabilidad.
—Ha visto las fotografías de tu móvil —le dijo a su jefe entre sollozos—, piensa que soy una fulana, ¡y lleva razón!
Su jefe se sentía molesto y no deseaba participar de aquel drama familiar. Ella tenía que resolver sus problemas, que a él no le incumbían. Había venido a pasar unos días de descanso, con su secretaria  y su amante y olvidarse de sus propias preocupaciones, pero no estaba allí para crearse más problemas. Se revolvió inquieto y esperó a que ella se calmara.
—Bueno —dijo después de meditar una drástica decisión—, creo que yo ya no pinto nada aquí. Mejor me marcho hoy mismo. Espero que tengas suerte y des con el paradero de tu hija… Ya hablaremos de nuestro futuro cuando regreses al despacho.
Pero la madre de Nina no escuchaba, porque seguía sollozando y releyendo una y otra vez la escueta nota de despedida de Nina. 
—¿Cómo he sido tan ciega? ¡Ella misma me había pedido quedarse con sus abuelos! ¿Por qué  la obligué a que me acompañara? ¡Y ha visto esas fotografías! ¿Qué pensará de mí? ¡Que soy una perdida; eso es lo que soy! ¡He perdido a mi hija, nunca podré presentarme ante ella con la cabeza alta y sin avergonzarme de mi comportamiento!
Cuando consiguió serenarse e intentó pensar qué hacer para  recuperar a su hija, su jefe había terminado de hacer su pequeña maleta y estaba vestido para el viaje de regreso.
—¿Te vas tú también?
—Sí, me marcho, este no es mi problema. No estoy para dramas. Esa no era la idea de nuestras vacaciones. No te pagué el alquiler para esto. ¿Por qué tenías que traer a tu hija? Se supone que estaríamos solos tú y yo. No eres mala secretaria, pero me estás resultando demasiado cara y no me compensas como se esperaba. En cuanto a las fotografías, las he vendido a un portal de Internet, pero no ha sido suficiente para cubrir una décima parte de todos tus gastos. No eran lo suficientemente originales y hay mucha competencia en ese mercado. Pero este no es el momento más adecuado para hablar de negocios. Adiós, y que tengas suerte con lo de tu hija, ¡pero creo que la chica ha hecho lo que te mereces! 
La madre de Nina no sabía que responder. Su jefe la trataba como si fuera una prostituta. Tal vez lo era, al menos se había comportado como ellas.
Antes de abandonar el apartamento, su jefe le advirtió:
—No voy pagar el alquiler de la próxima semana, por lo que tendrás de dejarlo libre antes del lunes.
Y cerró la puerta dando un violento portazo.
La madre de Nina no reaccionó, su sentimiento de culpabilidad la abrumaba y le impedía pensar. Permaneció postrada sobre el sofá, con la mirada perdida en el trozo de cielo que se divisaba desde los grandes ventanales del salón. En vano intentaba encontrar una justificación que aliviara su angustia, porque era tan evidente su irresponsable comportamiento que no había nada que la disculpase.
Lentamente fue saliendo de su estado de turbación y pudo volver a pensar con cierta lucidez y hacerse cargo de la situación. Al menos, pensó con cierto alivio, había huido con Nano, a quien apenas conocía pero se había formado una buena opinión, y le consolaba pensar que cuidaría de Nina y la protegería de cualquier peligro. Sí, estaba segura de que Nano sabría protegerla mucho mejor que ella misma. Por eso había huido con él.
«Tengo que encontrarla y pedirle perdón, y que podamos empezar de nuevo nuestra relación como madre e hija sin sombras o mi vida será un infierno —se dijo a sí misma—. ¿Pero dónde han podido ir? Tal vez en el piano-bar donde actuaba Nano sepan algo sobre ellos.»
Sin poder ocultar su angustia en la expresión de su rostro, se dirigió al bar de la playa, donde ya había otro joven al cuidado de las hamacas.
—Lo lamento —le informó el  dueño del bar—, pero no tengo ni idea dónde ha podido ir Nano después de que le despidiera, pero tampoco me interesa saberlo. Desde que llegó su hija descuidó sus obligaciones y tuve que despedirle.
—Señora —intervino el joven que había escuchado la pregunta—, Nano me dijo cuando recogía sus cosas de su habitación que se iría en el autobús de las 12:30. Estaba muy excitado, porque no se iba solo, sino que le acompañaría una amiga suya, que debía ser su hija. Deben estar ya en la capital.
—¿Y no te dijo nada más, como dónde pensaban ir después?
—¡Ni una palabra!
No era mucho lo que sabía, pero tal vez todavía permanecían en la capital. Volvió precipitadamente al apartamento, hizo ella también su maleta de viaje, se vistió con la ropa adecuada y emprendió viaje a la capital.
«¡Quiera Dios que todavía estén allí!» —pensó esperanzada.
Durante todo el viaje no pudo apartar de su mente cuál sería la reacción de Nina si se volviesen a encontrar. ¿Tendría el suficiente valor de sincerarse con su hija y contarle por qué le ayudaba su jefe y amante? Las fotografías que había visto Nina no eran las únicas. Ella había aceptado posar para una publicación exclusiva de adultos, pero su jefe le había garantizado que aquellas imágenes no se publicarían donde su hija pudiera verlas. Lamentablemente las vio en el móvil de su amante ¡y ya el mal estaba hecho! ¿Cómo justificarse ante Nina por su conducta? ¿Debía renunciar a ella para que no se avergonzara de su madre?
Su sentimiento de culpa seguía  oprimiéndole el pecho  y era incapaz de serenarse. Conducía a una velocidad imprudente por la angosta carretera, sobre todo cuando entró en la zona de los invernaderos, porque corría el riesgo de atropellar a alguno de los muchos trabajadores que deambulaban por los arcenes de la carretera, sin tomar precauciones.
Cuando por fin llegó a la capital, se dirigió directamente a la terminal de autobuses, donde Nina y Nano deberían haber estado. La recorrió varias veces, entró en el bar—restaurante, incluso en los lavabos, pero no había el menor rastro de los fugitivos. Desalentada y angustiada pensó que ya debían de estar lejos de allí, y si no tenía el menor rastro de dónde se dirigían, todos sus intentos por dar con su  paradero parecían inútiles.
«Tal vez estén en la estación de ferrocarril, y todavía no hayan abandonado la ciudad» —pensó al borde de la depresión. Pero en las estación del ferrocarril tuvo el mismo negativo resultado. Descorazonada, se dejó caer sobre uno de los asientos de la sala de espera y se repitió a sí misma que había perdido irremediablemente a su hija, y solo ella era la culpable.
⦁    El padre de Nina
Sin ninguna esperanza de dar con el paradero de Nina, su madre estaba profundamente desorientada. No sabía qué hacer. Aparcó el coche y se adentró en el concurrido paseo. Necesitaba sosegarse y pensar con tranquilidad qué más podría hacer para dar con los fugitivos. Se sentó en la terraza de un café y pidió un refresco.
¿Dónde podrían haber ido? Se preguntaba una y otra vez sin esperar una respuesta. Cuando estuvo más calmada pensó que el padre de Nina debería saber que su hija había huido y podía correr algún peligro, a pesar de haberse escapado en compañía de otro joven que a ella le parecía responsable. Pero le resultaba muy doloroso tener que aceptar  que no había sido la madre a la que un juez diera su custodia. Ella era la única responsable de lo que le pudiera suceder.
Pero, a pesar de ser doloroso, debía informarle de la desaparición de Nina. ¡También era su hija!
Sumida en una gran desazón y vergüenza, marcó el número del padre en su teléfono móvil, y esperó con ansiedad escuchar la voz de su ex-marido, a quien no había vuelto a ver desde que si hizo legal su divorcio.
Instantes después escuchó la voz familiar del padre de Nina, y estuvo a punto de no responder, porque no se sentía  con fuerzas suficientes para admitir su fracasó. Pero se resignó a sufrir la censura de su ex-marido, porque  no podía demorar por más tiempo la triste noticia.
—Hola, soy yo, Laura, y tengo una mala noticia que darte.
—Hola Laura... ¿Cómo está Nina?
—Precisamente es sobre Nina…
—Le ha sucedido algo. ¡Laura, no me alarmes!
—Tu hija se ha escapado con un joven y no tengo ni idea dónde pueden haber ido!
—¿Escapado? ¿Quieres  decir que no está contigo?
—¡Lamentablemente así es!
—¿Qué ha sucedido? ¡No puedo creer que Nina haya sido capaz de hacer algo así! ¿Habéis discutido?
—No, es  por otras razones, pero no puedo explicártelas ahora.
Los dos permanecieron en un dramático silencio. El padre de Nina estaba intentando hacerse cargo de la situación y encontrar una respuesta adecuada.
—¿Dónde crees que puede haber ido?
—Estábamos pasando unos días de vacaciones en un pueblo de la costa. Deben de estar por alguna localidad del litoral, pero no tengo ni idea de en cuál.
De nuevo se hizo un dramático silencio, porque el padre estaba tratando de tomar una decisión.
—Laura, voy a coger el primer avión que vuele a donde te encuentras. Espérame en el aeropuerto y la buscaremos por toda la costa si es necesario. ¡Solo es una niña, no podemos dejar que le suceda algo irreparable!
—Lo siento, ¡yo soy la culpable! Si la encontramos, tal vez será mejor que viva contigo. ¡Nina no me quiere, pero a ti te adora!
—No hablemos ahora de eso, primero tenemos que encontrarla, y ¡quiera Dios que no tengamos nada que lamentar!
—Te estaré esperando en el aeropuerto.
Laura colgó el teléfono y por un momento tuvo la sensación de que no había hablado con su ex-marido, sino con un hombre comprensivo, sereno, capaz de tomar rápidas decisiones y hasta le pareció amable. No era el mismo hombre del que se había divorciado: depresivo, débil, aburrido y prácticamente impotente. Sin duda había cambiado.
«Ese no es mi ex-marido, ¡es otra persona! —pensó sin  recuperarse del asombro inicial. —Ni un reproche. ¡Nada! No me ha hecho sentirme culpable. ¡No puedo creerlo! Sí, te esperaré en el aeropuerto, ¡Quiero conocer a este nuevo hombre!

⦁    El viaje nocturno
Al anochecer Nina y Nano se encaminaron de nuevo hacia la terminal de autobuses. El vuelo del padre de Nina tenía su llegada a la misma hora que la salida del autobús nocturno. Prácticamente se cruzaron con su madre  cuando arrancaba su coche, aparcado cerca del parque, y se dirigía en dirección al aeropuerto. La suerte parecía confabularse con  los dos adolescentes.
Nina se esforzaba por mostrarse animada, pero empezaba a sentirse como un niño encerrado en una habitación a oscuras. Al llegar a la terminal sintió miedo de los viajeros que  esperaban  para subir a su mismo autobús. La mayoría eran jóvenes emigrantes de algún remoto país africano. En sus rostros era visible el sufrimiento, la frustración y la tristeza por la añoranza de sus familias dejadas en una pobreza extrema, y que ellos intentaban desesperadamente solucionar, aunque muchos fueran indignamente tratados y explotados.
Por si esta triste imagen no fuera suficiente para desmoralizarla, estaba el deprimente espectáculo de las despedidas: padres abrazando a niños soñolientos y asustados, amantes exagerando sus afectos antes de su separación o hijos desgarrados de sus familias, que se enfrentaban a sus primeras vivencias de soledad.
Ella también se sentía marginada, separada violentamente de su familia, aprendiendo a ser adulta sin nadie que les mostrara el camino. Obligada a renunciar a los sueños banales de la adolescencia y cambiarlos por las pesadillas de los adultos.
—Nano, perdóname, pero tengo miedo de subir a ese autobús.
—¿Por qué, Nina? ¿De qué tienes miedo?
—No lo sé, Nano, pero tengo miedo. Todas estas personas parecen tan infelices. Todo es tan triste…, tan deprimente…
—Sí, esta pobre gente no tiene motivos para sentirse felices, pero no tienes por qué tenerles miedo, solo son desdichados pero no agresivos. Vamos, sube Nina, en el autobús estaremos más seguros. Tu madre podría aparecer en cualquier momento.
 Nina se acomodó en un asiento junto a Nano y contemplaba sin ocultar sus temores al resto de los pasajeros que iban ocupando sus plazas. En los asientos del otro lado del pasillo se acomodó una joven de color con un bebé en sus brazos, que gimoteaba y la madre lo mecía susurrándole una canción que debía ser de su cultura natal. A Nina le pareció una hermosa canción y al escucharla consiguió olvidarse de sus temores y sentirse más animada. Cuando el bebé se durmió, Nina preguntó a la joven madre dónde había aprendido esa canción.
—Soy de un poblado del Senegal —respondió la joven madre en un aceptable castellano—. Es una canción tradicional, nadie sabe quién la compuso. La  trasmitimos de madres a hijas:
—Y de qué habla la canción.
—¿Quiere conocer la letra?
—¡Sí, por favor!
—¡Pero no entenderá nada, es wólof!
—¿Puede traducirla?
—¡Lo intentaré!

«Soy Fatou, la bonita Fatou.
Fatou oh, oh Fatou,
Como todos los niños del mundo
Soy Fatou, la bonita Fatou.
Fatou oh, oh Fatou,
Como todos los niños del mundo
Soy Fatou, la bonita Fatou.
Soy feliz y pronto voy a crecer,
Creceré como todos los demás,
Como los elefantitos y las jirafitas,
Como todos los demás
Como los elefantitos y las jirafitas»

—Es muy bonita. Hasta yo me dormiría si me la cantasen.
La joven madre sonrió la gracia de Nina y volvió a susurrar la misma nana, porque el bebé no parecía conciliar el sueño.
—Sabes, Nano, voy a componer una nana. Una nana como me hubiera gustado que mi madre me la cantara, como esta joven se la canta a su bebé. Pero mi madre no sabe cantar. Nunca me meció con una nana; solo recuerdo haberme quedado dormida con el ruido del televisor.
—Sí, Nina, deberíamos aprender muchas cosas de las gentes de los poblados de África.
—Ahora me siento mejor. ¿Qué magia tiene el canto que alegra el alma y te hace ver las cosas con más optimismo?
—¡El canto es el lenguaje del alma!
Nina permaneció en silencio escuchando la canción de cuna de la joven madre, que le transportaba a su propia infancia. Se veía sobre los hombros de su padre, que le hacía sentirse grande y fuerte, o haciendo castillos en la arena con la ayuda de su madre, que  se deshacían cuando llegaba a la playa alguna ola de una fuerza inesperada. Entonces las dos corrían para ponerse a salvo, su madre la cogía por los brazos y la levantaba  por encima de la impetuosa ola. Nina se abrazaba a ella y se sentía a salvo, segura en los brazos de su madre.
—Sabes, la canción de esta joven mamá  me trae recuerdos felices de mi infancia, mi madre no siempre ha sido como la has conocido —le comentó a Nano—¡parecíamos todos tan felices! ¡Y ahora estoy huyendo de la misma persona que me rescataba de las fuertes olas y me estrechaba entre sus brazos, donde yo me sentía segura y feliz! ¿Por qué, Nano?
—Nina, yo no tengo la respuesta, pero los seres humanos son imprevisibles e inconstantes.
—Entonces mis padres se querían y parecían felices. ¿Por qué se separaron? Mi madre era una mujer alegre y muy divertida. Hacía reír a mi padre con sus gracias. Cuando paseábamos por el parque, ellos iban siempre cogidos de la mano, y se besaban por cualquier motivo… Pero todo cambió cuando mi padre perdió su empleo. Sí; esa fue la causa… No hay otra explicación.
Nina interrumpió el relato de sus recuerdos porque el autobús iniciaba la marcha, y sintió que aquel enorme vehículo la separaba todavía más de la madre repudiada. Volvió a sentir una enorme sensación de vacío; de no pertenecer ya a ningún sitio y no tener ningún hogar donde refugiarse. Solo le quedaba Nano, le cogió del bazo y se recostó sobre su hombro.
—Nina, ¿sigues teniendo miedo?
—No, Nano, no es miedo, es tristeza. Siento como si al ponerse en marcha este autobús  se quedaran atrás mis mejores recuerdos infantiles. No sé dónde vamos ni por qué estamos aquí, pero siento un enorme vacío y desolación.
—Piensas en tu madre.
—Sí, a pesar de todo, creo que siento afecto por ella, y seguro que estará sufriendo por mi huida.
—¿Quieres regresar?
—No, Nano, es solo nostalgia. Tal vez más adelante, pero ahora creo que debo seguir adelante. Presiento que nos esperan días felices, y yo tengo muchas ideas en la cabeza sobre nuevas canciones. Necesito sentirme libre...
—Los artistas hacemos del sufrimiento nuestra mejor fuente de inspiración…
—Sí, es verdad; las más bellas canciones han sido las más tristes, porque el arte es lo único que sirve de consuelo a la tristeza.
El autobús circulaba ya por una amplia autopista. Atrás quedaban las últimas luces de la ciudad. El ruido del vehículo apagaba el insistente canto de la joven madre, que parecía tener más sueño que su bebé. Nina intentó contemplar el paisaje por donde circulaba, pero tan solo vio su rostro reflejado en el cristal. Tenía la impresión de haber envejecido varios años. A lo lejos se divisaban las potentes luces de la pista de aterrizaje del aeropuerto, y un avión, en el que viajaba su padre, estaba entrando en pista. Cansada y  saturada de emociones, se quedó dormida sobre el hombro de Nano.
»Pobre Nina —pensó Nano—, ¡está huyendo de lo que más añora!»
⦁    En busca de Nina
La madre de Nina no podía ocultar su inquietud cuando   anunciaron la entrada en pista del vuelo en el que llegaba su ex-marido.
«No puedo ser sincera. Si le digo la verdadera razón por la que Nina se ha escapado, él también me rechazará. Tengo que pensar algo que pueda creer y que no le escandalice. Le diré que Nina se ha escapado porque no toleraba que yo invitase a pasar unos días con nosotras, en nuestro apartamento, a un buen amigo mío. Sí, eso parece razonable. No puedo mencionarle la existencia de las fotografías, se escandalizaría y huiría también de mí, como ha hecho Nina.»
Durante la espera de la llegada del vuelo recordó con nostalgia los primeros felices años de su matrimonio. Se conocían  desde niños, porque vivían en el mismo vecindario. Él tuvo una forma muy peculiar de declararse, porque los dos tenían un gran sentido del humor y se tomaban pocas cosas en serio.
Fue durante un domingo en la playa  de una populosa localidad costera, al norte de su ciudad.  Por entonces él era un flamante abogado de 30 años, y había conseguido un lucrativo empleo en una gran multinacional.
Ella había cumplido  26 años, y tenía un carácter alegre y amistoso. A su lado nadie podía aburrirse.
Él había ido a comprar dos grandes helados de fresa, y regresaba de vuelta con ellos cuando tropezó en su toalla y ambos helados fuero a caer sobre el escote del bikini. Él intentó recuperar los helados y volver a ponerlos dentro de sus cucuruchos vacíos, pero fue inútil. Laura no se enfadó, y después de recuperarse de la impresión, le dijo:
—¡Buen servicio! Gracias  por los helados, pero la próxima vez no es necesario que utilices el servicio de urgencia.
Él también tenía un gran sentido del humor y siguió  aquella disparatada conversación.
—¡No los traía para comerlos, sino para refrescarte!
—Pues vuelve a por otros dos, pero de vainilla y chocolate, porque los de fresa ya me han refrescado bastante.
—No puedo volver…
—¿Por qué?
—Porque me prometí desde que era un niño que si algún día cometía la torpeza de dejar caer un helado de fresa sobre una mujer, tendría que casarme con ella.
—¿Me estás pidiendo que me case contigo, o es una excusa para no ir a buscar los helados?
 —¿Yo he dicho eso? ¡Pero ya que insistes, de acuerdo, me casaré contigo!
A lo  que ella respondió:
—Tu mamá no te ha enseñado que a las mujeres no se las conquista solo con un helado?
—Sí, me ha enseñado que las mujeres son como los helados, ¡cuando se calientan se derriten!
—Tienes una madre muy sabia, no estaría mal tenerla como suegra.
—Eso tiene fácil solución, y solo te va a costar dos palabras: «Sí, quiero».
—¿Y si no quiero?
—¡No habrá helado de vainilla y chocolate!
—¡Creo que serías un marido muy cruel!
—Solo te torturaré los sábados, a la hora del partido!
—¿Y que harás por las noches?
—¡Te refieres a eso!
—¿Sí, a eso!
—Lo que hace todo el mundo.
—¿Y qué hace todo el mundo?
—¡Procurar que siempre haya gente en el mundo!
—¿Está bien, me has convencido: aceptaré ese helado de vainilla y chocolate, pero sin servicio de entrega urgente!
De esta manera tan desenfadada fue como se declaró a Laura. Para ellos la vida era un juego divertido, y había pocas cosas  que se las tomaran en serio. Cuando se casaron y le preguntó el sacerdote si le aceptaba por esposo, ella dijo:
—Sí, quiero, pero que sea un secreto entre los tres.
—¿Por qué? —preguntó el sacerdote asombrado.
—¿No querrá usted que se entere mi marido?
A lo que él respondió:
—¡No le haga caso, padre, solo quiere darme celos!
 Laura todavía sonreía cuando recordaba aquellos tiempos felices, pero el aviso de llegada del avión le devolvió al mundo real, que ya no era ni feliz ni gracioso.
Los pasajeros del avión ya habían desembarcado y comenzaban a salir los primeros por la puerta de embarque. Laura se arregló los cabellos con un gesto involuntario. Temía que no la reconociera, porque aquellos años habrían dejado en su rostro las huellas del tiempo. ¿Y él, qué aspecto tendría? ¿Lo reconocería? Estaba tan ensimismada en estos pensamientos que no fue consciente de la presencia de su ex-marido hasta que estuvo frente a ella.
—Laura, ¿es que ya no te acuerdas de mí? ¿No merezco  siquiera un saludo?
Laura volvió en sí, pero fue tal la impresión que le causó el nuevo aspecto de su ex-marido, que durante unos instantes fue incapaz de reaccionar y devolverle el saludo.
—¡Perdona, estaba distraída! ¿Cómo estás?
—Estoy muy preocupado por Nina. Todavía no puedo creerme que se haya escapado.
—Sí, yo tampoco puedo creerlo…
—¿Conoces al chico que la acompaña?
—Sí, lo conozco, es un gran músico y un joven responsable. No puedo creer que fuera él quién convenciera a Nina para que se escapara.
—¿Eran novios?
—Nina le admira y pensaban formar un dúo. Creo que estaba enamorada de él, ¡y es su primer amor!
—Esa no es una razón para arriesgarse a una aventura tan peligrosa. ¡Tiene que haber sucedido algo más grave!
La madre de Nina presintió que su ex-marido esperaba de ella algo más para que Nina tomase aquella dramática decisión, pero ella se sentía incapaz de sincerarse y contarle la verdadera causa, y le expuso la razón que había previsto.
—Creo que la causa fue que invité a pasar unos días con nosotras a un amigo mío. ¡Es por mi culpa, ella no deseaba venir, pero pensé que le sentarían bien unos días de descanso en la playa…
—Está bien, dejémonos ahora de lamentaciones. Yo también soy en parte culpable. Los hijos de divorciados siempre padecen de algún trauma, ¡Nina no es una excepción!
Laura se sentía insignificante y perversa al lado de su ex-marido. No había en él ni el menor rastro del hombre del que se divorció. Había adquirido un aspecto respetable, seguro de sí mismo y tolerante. También su aspecto físico se había transformado. Conservaba todavía abundante cabello, pero plateaba en las sienes, parecía más fornido y de movimientos ágiles y precisos. Incluso le impresionó sus forma de vestir, con prendas de estilo casual, pero perfectamente combinadas. Tenía todo el aspecto de una persona a cargo de grandes responsabilidades profesionales. Pensó que aquella asombrosa transformación debió ser el resultado de reincorporarse al ejercicio de su profesión, después de dos destructivos años de desempleo.
La preocupación por el paradero de Nina le impedía interesarse por aspectos más triviales y personales, pero Laura deseaba saber la causa de todos aquellos asombrosos cambios.
—Esta noche no podemos hacer nada —comentó él—, mañana empezaremos la búsqueda. He traído algunas fotos de Nina, pero no son recientes.
—Yo tengo en el móvil algunas fotos que le hice durante su actuación.
—¿Actuación?
—Sí, tu hija será una gran cantante y compositora. Con la ayuda de su amigo Nano, tuvo un enorme éxito con una de sus primeras canciones, en una actuación en un piano-bar del pueblo donde veraneamos.
—Entonces ya tenemos una pista: tendremos que buscar en lugares donde actúen músicos. Es posible que hayan pensado ganarse la vida con actuaciones callejeras.
—¡Desde luego que no ha heredado nada de nosotros! Nina es como mi madre. En su juventud llegó a cantar  en todas las celebraciones del barrio. ¡Nina adora a su abuela!
—Ya tendremos tiempo de hablar de Nina y pensar en su futuro, pero ahora tenemos que buscar un hotel para esta noche.
—Estamos a solo unos pocos kilómetros del pueblo donde todavía tengo un apartamento alquilado. Podemos pasar allí esta noche.
⦁    La policía
Nina no podía conciliar el sueño y contemplaba las esporádicas luces de caseríos que aparecían en la lejanía dispersos en las tinieblas. No podía apartar de su mente la imagen de su madre, y lo que pudiera estar haciendo en aquellos momentos. En el otro asiento, la joven madre y su bebé dormían plácidamente, arrullados por el rumor del autobús. Nano también se había dormido, y se apoyaba en un precario equilibrio sobre el respaldo reclinable del asiento. Nina le contemplaba y se sentía afortunada por haberle conocido, porque aquella amistad daría sus frutos. Estaba segura de que si no sucedía algún  imprevisto que le obligara a separarse de él, con su ayuda y su inspiración, compondría muchas bonitas canciones.
Dos horas después de su salida, el autobús entraba en la localidad donde tenía prevista la primera parada. Las luces de las farolas que iluminaban la entrada despertaron a Nano.
—¿Ya hemos llegado? —exclamó todavía somnoliento.
—No, Nano, creo que es solo la primera parada.  Necesito bajar del autobús y estirar las piernas, las tengo entumecidas.
—Entraron en la estación de autobuses, donde nuevos viajeros, con el mismo desolador aspecto, esperaban su llegada. La joven madre y su bebé también se habían despertado, y el bebé volvió a llorar todavía con más energía. Los viajeros  estaban molestos y parecían recriminar a la madre por no hacer algo que le hiciera callar. Nina se interesó por la causa de aquel persistente llanto.
—Tendría que cambiarle los pañales, pero no sé si me daría tiempo.
—Le preguntaré al chófer. No puede ir sucio todo el viaje! Nano, acompáñame, quiero preguntarle al chófer cuánto tiempo tiene de parada.
Descendieron del autobús y entraron en el bar de la terminal, donde el chófer conversaba con dos hombres de aspecto sobrio. Tenían las chaquetas colgadas en el respaldo de la silla, y por su similitud Nano pensó que debían ser uniformes. Se acercó a ellos con el pretexto de pedir un refresco, y vio dos placas en sus bolsillos, por lo que dedujo que debían ser policías. Pagó el refresco y se reunió con Nina.
—¡Nina, aquí termina por el momento nuestro viaje!
—¿Por qué, Nano? —preguntó ella alarmada.
—Porque hay dos policías con el chófer y seguramente  subirán al autobús para comprobar la identidad de los pasajeros. Tenemos que recuperar nuestro equipaje con alguna excusa. Sí, diremos que tenemos que volver porque nos han comunicado la muerte de un familiar.
En efecto, tal como había deducido Nano, los dos eran policías y subieron al autobús, mientras ellos recuperaban sus mochilas y las guitarras. Momentos después el autobús partía de nuevo sin ellos dos.
Se sentaron apesadumbrados en uno de los bancos de la terminal, y, a pesar de aquel inesperado contratiempo, se sentían aliviados, porque habían superado la primera prueba de su arriesgada aventura. En pocos minutos la terminal de autobuses se había quedado desierta y el bar cerró sus puertas. Se apagaron la mayoría de los focos que iluminaban el aparcamiento, y tan solo quedó iluminada la estancia donde ellos permanecían confusos y desorientados.
—¿Dónde estamos? ¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Nina angustiada.
—No lo sé, Nina, pero algo se me ocurrirá…
—Un vigilante de la terminal entró de improviso en la sala y  de nuevo se alarmaron, pero solo les advirtió que debían salir, porque tenía que  cerrar la terminal hasta la llegada del próximo autobús. Cargaron con las mochilas y las guitarras y momentos después se encontraban en una desolada avenida, de las afueras de la localidad.
—¿Y ahora qué hacemos, Nano?
—Buena pregunta, Nina, ¡ojalá pudiera contestarla! Si pudiéramos llamar un  taxi…
—¿Y adónde le decimos que nos lleve?
—Puede que en el centro haya movimiento y algún café esté todavía abierto.
—No me vendría mal, porque empiezo a tener hambre.
—¿Estás descansada para caminar? No podemos quedarnos aquí, tenemos que ir al centro y no hay otro medio que ir andando.
—Está bien, espero que no esté muy lejos.
Caminaron durante más de media hora, pero no llegaron a ningún lugar que pudiera ser el centro, y todos los bares y restaurantes estaban ya cerrados. Nina estaba exhausta. De improviso se encontraron en un espacioso y bien cuidado paseo protegido por un muro de contención contra el crecimiento  de las mareas o las fuertes olas  de los temporales. A lo largo del paseo había lujosas viviendas de veraneo. La mayoría no parecíar estar habitadas.
Una de ellas, ya al final del paseo, estaba profusamente iluminada y les  llegaba el sonido de música de los últimos temas más populares  del momento.
—Deben estar celebrando una fiesta. Si nos acercamos creerán que somos parte de ella y podremos descansar en la playa.
El amplio jardín de la lujosa vivienda estaba profusamente iluminado con farolillos chinos, y un grupo de niños y adolescentes, ataviados con prendas de dormir, celebraban una pijama-party.
—Parecen divertirse —comentó Nina recordando a los que había asistido ella—. Me gustaría poder estar en esa fiesta en lugar de huir y escondernos como si fuéramos delincuentes.
Entraron en la playa al otro lado del paseo y se dejaron caer exhaustos sobre la cálida arena.
—¡Yo no puedo dar un paso más —se lamentó Nina—. Nos quedamos aquí pase lo  que pase!
—Creo que aquí podemos descansar seguros, nadie pensará que no somos parte de la fiesta.
La noche era cálida, pero una fresca brisa secaba el sudor de sus frentes, porque vestían ropas demasiado abrigadas. El resplandor de los farolillos chinos iluminaba tenuemente la arena de la playa, pero no podían divisar la orilla del mar, tan solo les llegaba el monótono sonido de las olas al romper en la arena.
—Nunca he dormido en una playa, excepto una noche de mal recuerdo que no tuve la oportunidad de contemplar las estrellas, pero ahora que estoy aquí siento que es hermoso quedarte dormida contemplando las estrellas —comentó Nina—, aunque apenas se vean. Es una maravillosa sensación de libertad. Cuando todo esto pase, y no estemos huyendo de nadie, volveremos a estas playas y dormiremos sobre la arena las noches que sean claras y se vean las estrellas, ¿verdad, Nano?
—¡Por supuesto, Nina!
—Nano, me apetece cantar, ahora me siento bien. Desenfunda tu guitarra y acompáñame.
Nina parecía sentirse transportada por arte de magia a un cielo estrellado suspendida en el espacio. Se sentía profundamente motivada por aquel sublime espectáculo y tarareó algunas frases musicales de una improvisada canción:

«Cuando estás a mi lado
las estrellas parecen reír
la luna parece soñar
el mar parece cantar.

Cuando estás a mi lado
el viento parece jugar
el sol parece besar
el cielo parece acariciar»

Cuando finalizó se escucharon unos aplausos que venían del paseo, y una mujer de mediana edad, vestida también con un camisón, se acercó a ellos y comentó entusiasmada:
—¡Bravo, bravo, preciosa canción!
Ellos se alarmaron, pero la mujer les tranquilizó.
—No os asustéis, soy la mamá de los niños que celebran el pijama-party. He salido porque hay demasiado jaleo allí dentro. Pero ¿quiénes sois y qué hacéis aquí? Pero ¡no me lo digáis porque lo puedo adivinar! ¿Cuánto hace que os habéis escapado de vuestras casas?
—¡Nosotros no…! —quiso protestar Nina, pero la mujer le interrumpió.
—No temáis, yo no os denunciaré. Sé que os habéis escapado porque la canción estaba rebosante de nostalgia; por eso me ha encantado. Me recordáis a mí misma. ¡Yo también me escapé de casa, y tenía una buena razón, como seguramente la tendréis vosotros. Los adultos nos olvidamos de cuando éramos adolescentes e inocentes, y no entendíamos su corrompido mundo. Mis padres se peleaban constantemente, por causa de desavenencias con el dinero. Eran ricos, pero mi madre despilfarraba el dinero con sus extravagantes caprichos.  Yo no lo pude soportar más y hui de casa, pero no tuve la suerte que tienes tú, niña, yo me escapé sola y mi aventura no duró ni 24 horas. Me encontraron llorando en el banco de un parque y me devolvieron a mi casa. Los adultos no entendían mis razones. Mi padres parecían muy afectados, pero una semana después volvían a pelearse. Fue un alivio que se divorciaran. ¿Os pasa algo parecido a vosotros? Pero, dejémonos de charlas y venid a la fiesta, quiero que cantéis para los niños, y después os podéis quedar a dormir en mi casa, pero mañana tenéis que proseguir vuestro camino, y a mí no me habéis conocido, ¿de acuerdo, niños? Pero cómo os llamáis, porque supongo que no os gusta que os llamen niños, aunque para mí lo sois todavía.
—Yo me llamo Nina y tengo casi 16 años —respondió Nina.
—Yo me llamo Fernando, aunque todos me llaman Nano, pronto cumpliré 18 años.
—Que curiosa coincidencia: Nina y Nano. ¡Un nombre perfecto para un dúo! Yo me llamo Sofía, aunque mis hijos me llaman simplemente «Sofi».
Nina y Nano recogieron sus mochilas y entraron en el amplio jardín de la casa, ante la mirada curiosa de los niños que participaban en la fiesta.
⦁    La noche de sus padres
Laura conducía con extremada prudencia, porque sentía una gran responsabilidad por el pasajero que le acompañaba. Durante el viaje de regreso apenas intercambiaron unas palabras sobre los posibles destinos de los fugados. Laura seguía sintiéndose culpable, pero no tenía el suficiente valor como para hablarle sobre las fotografías que motivaron la escapada. Ella misma no comprendía cómo había consentido en posar para la revista pornográfica. La presencia de su ex-marido le recordaba una Laura totalmente distinta, que nunca habría aceptado esa proposición. Sin apenas ser consciente, y presionada por el viciado ambiente de su empleo, fue aceptando gradualmente propuestas cada vez más escandalosas, hasta caer en la pornografía. Ella solo encontraba una justificación: costear la educación musical de su hija y permitirse algunos costosos caprichos, como prendas de vestir caras de marcas reconocidas, salidas a restaurantes y espectáculos  o aquellas dramáticas vacaciones en la playa. Pero en ese momento, con un testigo de excepción de su pasado, creía que el precio había sido muy elevado.
Cuando se divorciaron, Laura era ya una asidua de clubs nocturnos y restaurantes de lujo, y su marido un desempleado deprimido y desmotivado, que nunca tenía el estado de ánimo suficiente como para compartir sus deseos de diversión. Llegó un momento en que era inevitable la separación, porque Laura ya tenía un sustituto como amante, su propio jefe, con quien compartía diversiones y mantenía relaciones sexuales.
Él fue quién la indujo a la pornografía. ¿Cómo no aceptó la censura de su propia hija de su inmoral comportamiento? Tal vez —pensó cuando divisaban ya la pequeña  localidad costera—no sea demasiado tarde para rectificar.
A partir de aquel momento, Laura se propuso renegar de todo lo que había sido su desordenada vida en los últimos diez años e intentar que Nina la perdonara y la aceptara de nuevo, aunque le costase su empleo y la renuncia a todos sus caprichos.
«Tal vez él me pueda ayudar». Se dijo a sí misma, pensando en su desconocido ex-marido.
—Tenemos suerte —comentó Laura al llegar al apartamento—, el restaurante todavía está abierto, pero no tardarán mucho en cerrar, podremos cenar algo si nos apresuramos. Supongo que tendrás hambre.
Aparcaron el coche y se dirigieron directamente al restaurante. Se acomodaron en una mesa junto al lado de la playa y la misma Laura decidió el plato a elegir: agujas pescadas la noche anterior. Su ex-marido estuvo de acuerdo con la elección.
Laura no se había dado cuenta de que en la mesa contigua estaban los padres de Marc.
—Magnífica elección, querida, son deliciosas estas agujas. No hay ningún sitio que las preparen mejor que aquí. Veo que nuestros maridos se han puesto de acuerdo y han venido a disfrutar de este maravilloso lugar. ¿Le gusta este pueblo? —preguntó al desprevenido ex-marido.
—Me encanta —respondió, recordando su sarcasmo de viejos tiempo—, mi mujer y yo estábamos pensando en comprar aquí un chalet, pero son demasiado baratos para nuestro presupuesto.
—¡Que buen sentido del humor tiene su marido, querida, el mío solo sonríe cuando suben sus acciones en la bolsa!
—Y cuando bajan ¿llora?
—Peor que eso, le da por cantar opera.
—Tal vez el área de Donizetti, «Una furtiva lágrima».
—¡Ja, ja. Su marido es muy gracioso, querida, debe estar muy divertida con un hombre así.
Laura estaba a punto de romper a llorar. Aquel era el joven de quien se enamoró. No había cambiado nada, solo algunas canas en las sienes. También a ella se le escapó una furtiva lágrima. Su ex-marido notó su turbación, y le preguntó extrañado:
—¿Te ocurre algo, Laura? ¿He dicho algo inapropiado? Esta mujer es una entrometida, no vale la pena tomar en serio sus chismes.
—No, no me pasa nada. Se me ha debido meter un mosquito en el ojo, pero ya ha salido.
—Por cierto —insistió la madre de Marc—, ¿cómo está su encantadora hija, Nina? Ayer no cantó en el piano-bar. Tampoco hemos vuelto a ver al chico de las hamacas, ¡hacían  tan buen dúo!
Laura tuvo que levantarse bruscamente y encerrarse en los lavabos, donde no pudo evitar el llanto. Intentó reponerse y secarse las lágrimas, pero brotaban descontroladas. Mientras tanto su ex-marido respondía a la entrometida:
—Gracias por su interés. Mi hija está perfectamente, ayer mismo ingresó  en un convento de clausura y Nano, creo que se ha alistado en la legión extranjera.
La mujer comprendió que se  estaban mofando de ella y con un airado gesto, le volvió la espalda, y comentó algo con su impasible marido, sin que este hiciera el menor gesto. El ex-marido de Laura se levantó y pidió al camarero que le sirvieran en una mesa del interior. Instantes después Laura se reunió con él y le comentó ya más sosegada:
—La buena mujer solo se interesaba por Nina, ¿cómo iba a saber que se ha escapado con Nano?
Cuando finalizaron aquella accidentada cena, volvieron al apartamento caminando por la playa. La luna estaba en cuarto menguante y solo el lejano resplandor de las luces de la terraza del restaurante les alumbraba el camino. Pasaron por el piano-bar, pero apenas había animación. Era evidente que echaban de menos a Nano.
—Aquí es donde cantaba Nina —le dijo Laura a su ex-marido—. Ella y Nano formaban un dúo magnífico. No sé si lo sabes, pero Nina estudia música en una academia y ya sabe escribir las canciones que compone. Nano también estudia guitarra clásica en el Conservatorio. Se entendían muy bien. Supongo que si se han ido juntos es porque les une su amor por la música.
—Yo no sabía que Nina quería ser cantante. La última vez que nos vimos me dijo que no estaba segura qué carrera estudiar cuando  terminara el Instituto. Parecía muy confusa.
—Fue mi madre quien la animó a que estudiara música y canto, porque creía que tenía cualidades naturales y talento. Ha sido el destino quien la ha puesto en contacto con Nano. No me extrañaría que se hicieran famosos.
—¡Mi hija cantante, nunca lo hubiera podido imaginar! Yo le aconsejé que hiciera la carrera de Derecho, pero es evidente que no tenía ningún interés.
Cuando llegaron al apartamento Laura se sentía inquieta, porque no le hubiera importado acostarse con su ex-marido, pero dejó que fuera él quien tomara la iniciativa, y prefirió dormir separados.
—Yo puedo dormir en este sofá, solo necesito algo para cubrirme, aunque no parece necesario.
Laura se resignó.
—No tienes que dormir en el sofá, hay otra habitación; la que ocupaba Nina. Puedes dormir allí.
Se retiraron a sus habitaciones y se despidieron con un simple «Buenas noches», sin que su ex-marido mostrara interés por despedirse con un simple beso en la mejilla. Cuando Laura se encontró sola en la habitación que había ocupado horas antes con el amante repudiado, la actitud de su ex-marido le hacía pensar que tal vez había rehecho su vida sentimental con alguna otra mujer, y esa posibilidad agravó  todavía más sus remordimientos.
«¡Me lo merezco!» —se censuró a sí misma.
⦁    La mecenas
A la mañana siguiente Nina se despertó en el dormitorio reservado a invitados, descansada y animada. Nano, que había dormido sobre un amplio y confortable sofá en el salón, también se despertó con el mismo optimismo. La ayuda de aquella amable mujer había sido providencial en uno de los momentos más críticos de su huida. De algún lugar de la casa venía un agradable aroma de café recién molido, y ya se escuchaba el ruido de los niños jugando en sus dormitorios.
—Buenos días, Nina, ¿has dormido bien? —le saludó entrando en la habitación—. Tu amigo  ya está listo para proseguir vuestra aventura. Os he preparado un buen desayuno para que tengáis fuerzas suficientes para cargar con esas pesadas mochilas y las guitarras.
—¡Gracias, es usted muy amable!
—Tu amigo me ha contado tu historia y comprendo que hayas tomado la decisión de alejarte de tu madre, pero, a pesar de todo, creo que deberías hacerle saber que estás bien, aunque no le digas dónde estás. Por muy mala madre que sea no es necesario que le hagas sufrir con la incertidumbre de no saber nada de ti. Supongo que tendrás un móvil. Puedes enviarle un SMS para tranquilizarla. ¿Me prometes que lo harás, Nina?
—Pero no tenemos móvil…
—Puedes enviarlo desde el mío.
—¡Sí, lo haré!
—Toma mi móvil, enviáselo ahora mismo y después baja a desayunar.
 La mujer le dejó el teléfono y Nina escribió:
«Mama, sé que habrás sufrido por mi huida, pero no debes preocuparte, porque nosotros estamos bien. Nina».
El mensaje era escueto, pero Nina creyó que era suficiente, y su protectora también pensó que tranquilizaría a su madre.
—¡Así está mejor, tenéis que demostrar que os comportáis con la responsabilidad de los adultos, aunque a veces los adultos seamos más irresponsables que nuestros hijos adolescentes!
Nina asintió con una melancólica sonrisa.
—Como madre y mujer me gustaría darte un consejo: Nina, no compliques más tu situación con un indeseado embarazo. Tu amigo parece un buen chico y lo comprenderá. Ya tendréis tiempo de disfrutar del sexo cuando podáis llevar una vida normal, ¡y hasta puede que os caséis!
Nina se ruborizó, pero, al mismo tiempo, el recuerdo de lo que había sucedido en la playa la noche de su primera actuación le entristeció.
—¡Gracias, sí, seguiré su consejo… Si mi madre me hubiera hablado así…
—Vamos, vístete y baja a desayunar que el café se estará enfriando. —le interrumpió.
Cuando se reunieron los tres en la gran cocina para el desayuno, la anfitriona se interesó por los planes de la huida de Nina y Nano.
—Intentamos encontrar unos amigos de Nano que forman una orquesta para amenizar los bailes de los hoteles. Esperamos que ellos nos ayuden y yo pueda encontrar un lugar tranquilo para componer un montón de canciones que tengo en la cabeza.
—Entiendo —contestó la anfitriona, mostrando un vivo interés por ellos—¿Y qué haréis si no los encontráis o no pueden ayudaros?
—Nos ganaremos la vida cantando en la calle y tal vez nos admitan en algún club… —respondió Nano, sin demasiada convicción, porque él también temía que no los llegasen a encontrar, o si los encontraban, que no quisieran asumir la responsabilidad de ayudar a dos menores fugados—. ¡Algo encontraremos para sobrevivir!
—Nano, eres muy optimista, pero ¿qué canciones cantará Nina si no las ha podido componer? ¡De la cabeza no sale música!
Nina asintió con una leve sonrisa.
—Tengo un buen abogado, espero que pueda sacarme del lío en que me voy a meter con vosotros, pero siempre he deseado ser la mecenas de algún artista con talento, y creo que por fin me ha llegado la oportunidad de hacerlo. ¡Creo que yo os puedo ayudar! Tengo una vieja casa en el campo, heredada de mis abuelos, no muy lejos de aquí, rodeada de naranjos, donde podéis trabajar y componer todas esas hermosas canciones que Nina lleva en la cabeza. Está habitada por un matrimonio encargado del cuidado de los naranjos, pero la casa es suficientemente grande para que podáis compartirla sin que os molesten. ¿Qué decís, os parece bien la idea?
Nina y Nano estaban sorprendidos por aquella extraordinaria oferta, y ambos contestaron prácticamente al unísono:
—¡Nos parece maravillosa!
—Entonces pongamos manos a la obra y preparemos todo lo que os hace falta. Yo os llevaré hoy mismo con mi coche.
En ese momento  irrumpieron en la gran cocina los cuatro hijos  de la mecenas y se dieron los buenos días con gran profusión de besos y abrazos.
—¡Buenos días, mami! —dijo el más pequeño—. ¿Se quedarán a vivir con nosotros? —preguntó a su madre señalando a los asombrados músicos.
—No, cielo, pero vivirán algún tiempo en la casa de los abuelos.
—Yo también quiero vivir en la casa de los abuelos, porque tiene muchos animales que me gustan.
—Ya lo sé, cariño, pero tenemos que dejarlos solos, porque son artistas y los artistas necesitan estar tranquilos para crear sus obras.
—Mami, ¿qué es un artista? —preguntó a su vez el pequeño.
—Una persona que hace cosas que nos hacen felices, como los cuentos que lees o las canciones que tanto te gustan.
—Ya entiendo.
La hija mayor saludó a Nina con un comentario sobre su actuación de la noche anterior:
—Me gustó mucho  tu canción.  Yo también estoy aprendiendo a tocar la guitarra, pero no sé cantar tan  bien como tú. Tienes una bonita voz.
—Estos son mis hijos —comentó la anfitriona—. Silvia, la mayor, que también tiene vocación de artista, Jorge y Carlos, que como podéis ver, son gemelos. Los dos quieren ser pilotos de helicópteros, aunque no se por qué, y el benjamín de la familia, Quico, que nos tiene a todos cautivados por sus ocurrencias.
El pequeño Quico se acercó a Nano, le cogió de la mano,y le dijo:
—Mi papá sabe tocar  la guitarra, pero ahora está en el Cielo.
Nano cambió una significativa mirada con su madre.
—Sí, cariño, y debe tocarla para que le escuchen los angelitos… —y dirigiéndose a Nano le dijo en voz baja para que el niño no lo escuchase—. Mi marido murió hace dos años en un accidente de coche. Vivo sola con mis cuatro hijos, pero ya nos hemos hecho a la idea. Solo Quico no puede comprender lo que le sucedió a su padre.
⦁    El SMS
Laura y su ex-marido madrugaron para preparar el plan de búsqueda de Nina. Consultaron un mapa y decidieron que empezarían la búsqueda por la primera localidad costera de cierta importancia, al norte de la capital, donde tuvieran parada los autobuses.
—Si viajan en autobús deben de estar en alguna localidad donde tengan parada. Empezaremos por informarnos de todos los autobuses que se dirijan hacia el norte y al sur, porque no creo que se alejen de las localidades de la costa. Tal vez encontremos alguien que los haya visto subir al autobús y nos oriente en qué dirección buscar.
Laura hizo su equipaje con todo sus enseres y los que había dejado Nina, porque creía que ya no volverían a ese apartamento. Al recoger un sujetador de Nina, volvió a sentirse culpable. Su hija se había convertido en una mujer sin que ella se diese cuenta, y había descuidado su relación personal con ella. Siempre la consideró una niña, a quien no se le podían confiar ciertas cosas, porque no las entendería. Pero ahora se daba cuenta de que era ella la que no las entendía, como la inocencia, la lealtad o el afecto maternal. No solo había sido una mala madre, sino además una estúpida, incapaz de distinguir lo que está bien y lo que está mal.
Acudieron de nuevo al restaurante para desayunar y vieron al nuevo chico  encargado de las hamacas.
—¡Buenos días, joven —le saludaron.
—Buenos días, señora —le respondió acercándose a la terraza del restaurante—. Me alegro de verla, porque después de que usted se fuese, recordé que Nano me dijo que tenía intención de encontrarse con unos colegas suyos en alguna de las localidades del norte, pero no sabía en cuál podían estar.
—Gracias, eso nos será de gran ayuda.
El chico volvió a su trabajo en el bar de la playa y Laura comentó con su ex-marido la  nueva información.
—¡Ahora ya sabemos dónde tenemos que buscar!
De pronto, sonó el tono de un SMS, y a Laura le dio  un vuelco el corazón, porque algo le decía que tendría que ver con su hija. No esperaba mensajes de nadie, sobre todo a esas horas de la mañana. Buscó nerviosa el móvil que había guardado en el bolso revuelto con otros objetos personales, y, tras una  angustiosa búsqueda, por fin pudo leer el mensaje de Nina. Su ex-marido tampoco podía disimular su ansiedad por conocer el contenido de aquel inesperado mensaje. Laura lo leyó y se dejó caer sobre la silla, como si hubiera perdido la fuerza para mantenerse erguida.
—¡Es de Nina —exclamó—. Dice que no me preocupe por ella porque está bien!
—¿No dice dónde está?
—¡No, supongo que no quiere que lo sepa! ¡Gracias, Nina, por haber tenido compasión de tu madre! ¡Al menos ahora sé que no les ha sucedido nada que tengamos que lamentar! ¿Qué crees que debemos hacer? —preguntó a su ex-marido.
—No voy a regresar sin saber dónde está y haber podido hablar con ella.
—Nina no sabe que estás aquí. Ella te adora, y te hará caso de lo que le pidas.
—Déjame el móvil, le enviaré una respuesta.
—¿Pero, qué haremos si regresa? Conmigo ya no querrá vivir, y ahora no es el momento de hacer cambios...
—Laura, Nina volverá contigo si se lo pido yo.
—Pero, ¿de qué viviremos? ¡Voy a renunciar a mi empleo!
—¿No soy su padre? ¡Yo  os mantendré!
—No merezco que hagas eso por mí, tú no sabes lo que ha sido mi vida en estos últimos diez años. ¡Si lo supieras me aborrecerías!
—Laura, ahora tenemos que pensar en Nina y en su futuro. Después ya tendremos tiempo de ocuparnos de nosotros mismos. No quiero saber nada de lo que has hecho todos estos años, ahora eso no es importante.
—¡Pero yo me siento culpable de nuestro divorcio!
—No, los dos somos culpables. Me casé contigo porque eras una mujer alegre y divertida, ¿qué derecho tenía a amargarte la vida con mis preocupaciones? Yo fui la causa de nuestra separación… Pero ahora no es el momento para confesar nuestros errores, porque Nina es la víctima inocente. Es necesario que recupere la confianza en nosotros, lo demás no es importante.
—¿Y cómo lo conseguiremos?
—No lo sé, pero le enviaré un mensaje y la rogaré que me permita verla y hablar con ella.
—Está bien, toma el móvil y envíale ese mensaje. ¡Quiera Dios que te escuche!
El ex-marido escribió su respuesta:
«Mi querida Nina, soy tu padre quien te envía este mensaje y te ruego que me permitas verte para hablar sobre los  motivos que te han llevado a separarte de tu madre. Sabes que te quiero y no deseo verte sufrir. ¿Lo harás por mí?»
Leyó el mensaje a Laura y lo envió.
—¿Crees que accederá a verte?
—Eso espero, ¡no tiene motivos para negarse!
⦁    La respuesta
Sofía recibió el SMS del padre de Nina mientras desayunaban, pero no se lo enseñó a ella.
«Esperaba esta respuesta —pensó—, ¡un perfecto chantaje emocional! ¿Por qué los padres no entienden a sus hijos y tienen que ser extraños los que los entiendan? Nina está profundamente  herida y ese mismo dolor es lo que le impulsa a crear. Hasta que no desahogue todo ese dolor y lo transforme en canciones, es inútil intentar que vuelva a ser una persona normal, capaz de razonar lo que debe o no debe hacer. Nina necesita tiempo y libertad, y ¡lo último que necesita ahora es un chantaje emocional!»
Apagó el móvil y comentó con ellos:
—Otra amiga que me invita a tomar el té con ella. Todos piensan que porque soy viuda tengo que estar deprimida. Bueno jóvenes, si habéis recogido todas vuestras cosas, ya podemos marchar. Silvia, tú y los gemelos os quedaréis aquí, porque no cabemos todos en el coche, pero Quico vendrá con nosotros. ¡porque quiere ver los animales que tanto le gustan! ¿Verdad, Quico?
—¡Sí, mami!
Cargaron las mochilas y las guitarras en el coche y se dirigieron hacia el interior por una angosta carretera bordeada por jóvenes naranjos que daban sus primeros jugosos frutos, todavía verdes y de pequeño tamaño. La carretera ascendía por una ladera hasta remontar la cumbre que daba acceso a un extenso valle, también con grandes plantaciones de naranjos protegidos del salitre de la brisa marina. Cruzaron el valle y de nuevo remontaron una colina más elevada que la anterior, que daba acceso a una meseta desigual, y desde allí se podían ver un gran número de caseríos, rodeados de naranjos.
—Ya estamos llegando —dijo Sofía—. Aquí no os molestará nadie y tú, Nina, podrás componer todas esas bonitas canciones que nos has prometido.
Salieron de la carretera asfaltada y entraron en un camino donde apenas podía circular un solo vehículo. Unos metros más adelante salieron al camino dos grandes y esbeltos perros lebreles, que rodearon el vehículo, ladrando escandalosamente. Pero cuando  reconocieron el automóvil, dejaron de ladrar por algunos momentos para acercarse a la ventanilla, desde donde Sofía trataba de calmarlos.
—¡No arméis tanto escándalo que somos nosotros! Con estos dos magníficos lebreles estáis bien protegidos. ¡Nadie entra aquí sin su permiso!
Los perros volvieron  a sus ruidosos ladridos mientras seguían al automóvil hasta la explanada que se abría frente al caserío. Algunas aves de corral picoteaban y escarbaban insistentemente en el suelo. Dos gatos dormitaban tumbados perezosamente sobre una gran mesa. Junto a la puerta esperaban la llegada de Sofía y de sus acompañantes, el matrimonio encargado del cuidado de la finca.
—No os lo había dicho —les comentó Sofia—, son rumanos, pero ella habla muy bien nuestra lengua. Ella os preparará las comidas, pero no temáis, la cocina rumana es tan sabrosa como la  española.
—Hola, Oana, —saludó Sofía a la mujer, que se secaba las manos en su delantal—, os traigo los invitados de que os hablé por teléfono. ¿Cómo está todo por aquí?
—¡Tranquilo, como siempre, señora. Nos alegra verla y  a sus invitados! ¡Ah, y también  ha venido el pequeño Quico!
—Quiere ver los animales.
—¡Sí, quiero ver los conejitos! —dijo el niño, descendiendo del automóvil—. ¿Dónde están lo conejitos?
La mujer cambió una significativa mirada con Sofía, y le comentó en voz baja:
—No hay conejitos. Han ido todos a la cazuela, pero no podemos decirle eso a Quico.
—Cielo, los conejillos se han hecho mayores y se han ido al campo, con otros amigos suyos  —dijo la madre al pequeño—. Por eso ya no  hay conejillos.
El pequeño parecía apenado, pero al ver los dos gatos sobre la gran mesa, se olvidó de los conejos y se interesó por los gatos.
Nina y Nano descendieron del coche y contemplaron asombrados los campos de naranjos que rodeaban el caserío en todas las direcciones. En el lado norte, la plantación ascendía una suave ladera, con árboles jóvenes perfectamente alineados, porque había sido roturada y plantada recientemente.
—¡Sabes, Nano, yo siempre he deseado vivir en el campo, rodeada de naturaleza y no de asfalto, como nos rodea en las ciudades. Este matrimonio son muy afortunados de poder vivir en un sitio así.
Sofía se acercó a ella y le preguntó, aunque por su expresión ya sabía la respuesta.
—Bueno, Nina, ¿qué te parece el sitio? ¿Te podrás inspirar aquí?
—¡Es como un sueño! —respondió ella sin ocultar su asombro.
La mujer rumana sirvió unos refrescos sobre la mesa donde los dos gatos no parecía abandonar su descanso y apenas cambiaron de sitio sobre la mesa, para dejar espacio a los invitados, que se reunieron a su alrededor.
—¡Oana, estos jóvenes son Nina y Nano, dos buenos músicos y quiero que pasen unos días en la casa.
—¡Estaré encantada de que estén con nosotros, nos harán compañía—y dirigiéndose a ellos, le dijo:
—Bienvenidos a esta casa, pedidme lo que necesitéis. ¿Os gusta la cocina rumana? Si no os gusta, os preparé comida al estilo español, que ya he aprendido a cocinar muchos platos de aquí. Si necesitáis algo de la ciudad, mi marido baja los días de mercado y él puede traerlas.
—Ocuparéis habitaciones separadas —dijo Sofía, dirigiéndose a ellos y poniendo énfasis en esta decisión—. Sé que Nano es un joven juicioso y tú, Nina, también, pero es mejor evitar las tentaciones, porque la carne es débil. Espero que comprendáis lo que me sucedería si Nina se quedara embarazada estando huida y en mi casa. Sé que os comportaréis como dos personas responsables, y no tendremos nada que lamentar. ¿De acuerdo?
Nina y Nano asintieron con un enérgico gesto de cabeza.
—Bien, ahora tengo que regresar y preparar algo de comer para este batallón de hambrientos que son mis hijos. Vamos, Quico, sube al coche, que tus hermanos nos estarán echando de menos.
Madre e hijo subieron al coche y regresaron a la ciudad. Los dos perros lebreles les siguieron durante unos metros, pero regresaron cuando rebasó los límites de su territorio.
⦁    El arrepentimiento
Los padres de Nina decidieron esperar la respuesta de su hija. Después de desayunar, intentaron calmar su inquietud dando un largo paseo por la playa. El rocío de la mañana había dejado sobre las escasas plantas que bordeaban la solitaria playa una vivificante humedad. El mar estaba en una calma inusual, y apenas se escuchaba el rumor de la arena deslizarse con el rebufo de las escasas olas. Caminaban en silencio, pendientes del sonido del teléfono móvil.
Laura se sentía bien paseando por aquel maravilloso entorno con el hombre del que se enamoró, no con el que se divorció.
—Sergio, ¿puedo preguntarte qué ha sido de tu vida en estos últimos diez años? Tengo que confesarte que me ha sorprendido tu cambio de personalidad. Te encuentro más interesante y, tengo que decirlo, ¡también más atractivo! En cambio yo me siento mucho más vieja, gorda y fea…
—No estoy de acuerdo, Laura, para mí sigues siendo la misma que conocí desde que éramos unos niños. Con la que me casé, y la misma que jugaba con Nina en la playa.
—Gracias, Sergio, eres muy amable, pero estás mintiendo. ¡Ya no soy la misma, porque he hecho cosas que me han marcado y  anulado mi dignidad, y que no tienen reparación posible… Pero háblame de ti. ¿Te has vuelto a casar?
—No, Laura, no me he vuelto a casar, porque yo nunca me he sentido divorciado, solamente separado. Siempre he pensado que si superaba mi depresivo estado de ánimo, te podría recuperar. Yo soy un hombre de una sola mujer. Lo que hecho estos diez años ha sido buscar un empleo que me librase de mi ansiedad y falta de estímulos, lo que había sido la causa de nuestro divorcio. Después de muchos esfuerzos, conseguí un nuevo empleo y, desde entonces no pasaba un solo día sin que no pensara en nuestra posible reconciliación. Creo que yo siempre he estado enamorado de ti. Incluso después del divorcio.
Laura sintió que su corazón rebosaba de felicidad, porque no esperaba que su ex-marido siguiera sintiendo afecto por ella. Esperaba que estuviera casado, e incluso que tuviera hijos y hubiera formado otra familia, por lo que ya  se había mentalizado para aceptarlo sin hacerse ilusiones, y conformarse con recuperar su amistad. Pero la respuesta dio alas a su aturdido corazón.
 —Laura, ¿por qué vas a renunciar a tu empleo? —preguntó Sergio a la transfigurada Laura.
Laura no estaba preparada para que le hiciera esa pregunta y no supo qué responder, a menos que le revelara la causa, pero tenía miedo de echar por tierra todo lo que habían ganado en su reencuentro en aquellas 24 horas. Él no encontraría justificado su comportamiento, que ni ella misma lo justificaba. Permaneció en un tenso silencio.
«Tal vez deba afrontar los hechos —pensó—, y confesarle la verdad, porque más tarde o más temprano lo sabrá».
Su ex-marido esperaba una respuesta, pero no quería presionarla.
—Si no quieres no necesitas responder a mi pregunta. Supongo que tendrás tus razones…
—Sí, las tengo —reaccionó Laura, decidida a poner fin a aquella angustiosa situación—. ¡Ellos son la causa de mis problemas con Nina!
—No lo entiendo.
—¡Tal vez lo entiendas si te muestro una página en Internet—. Laura estaba dispuesta a poner fin a su angustia, y enseñarle las fotografías pornográficas que su jefe había vendido a un portal de Internet. Sabía que sería el final de aquel esperanzador reencuentro, pero era inútil tratar de ocultarlo.
—¡Sergio, Nina se escapó porque descubrió algo de mi comportamiento que la escandalizó!
—¿Y qué es lo que descubrió?
—¡Ahora lo verás tú mismo!
Laura encendió el móvil y se conectó a Internet. Escribió la dirección del portal donde habían publicado sus fotografías y, a pesar de sus temores, pulsó la tecla de acceso. Pero no apareció la temida página, sino un aviso de que aquel portal había sido cerrado por orden judicial.
—Y bien, Laura, ¿qué es lo que me deseabas enseñar?
—No comprendo, no se puede acceder a esta página. La han cancelado! Pero aquí había unas fotografías…
—¡Pornográficas!  —interrumpió Sergio—. Creo que sé dónde están esas fotografías. Están aquí, en este lápiz de memoria.
Laura estaba confusa y avergonzada. ¿Cómo podía su ex-marido tener una copia de aquellas fotos pornográficas?
—¡No comprendo! ¿Cómo tienes tú mis fotografía?
—Ahora soy fiscal del Estado, y me ocupo de los delitos en Internet. Ese portal había incurrido en un delito de pederastia, y lo hemos cerrado, y también hemos secuestrado las últimas ediciones de su revista. ¡Ya no hay fotografía tuyas en ningún sitio!
—Entonces, ¿tú has sabido todo el tiempo por qué había huido Nina?
—¡Sí, lo sabía! Solo  quería saber si tú aceptabas tu culpa y estabas dispuesta a rectificar. Has sido muy valiente al quererme enseñar esas fotografías.
Laura estaba a punto de romper a llorar, cuando su ex-marido la cogió de la mano y se acercaron a la orilla del mar.
—¡Tu pasado ya no existe! —y lanzó el lápiz de memoria al mar—, solo los peces tendrán conocimiento de su existencia! Ahora ya puedes alzar la cabeza y mirarme cara a cara sin nada de qué avergonzarte.
Laura se abrazó a su ex-marido y no pudo evitar el llanto, ¡pero ahora era de felicidad!
—Laura, Nina nos necesita reconciliados; pero nosotros la necesitamos a ella todavía mucho más, porque ella ha hecho posible nuestra reconciliación.
—Tengo una idea, voy a comprar dos helados de vainilla y chocolate ¡si me prometes que te  volverás a casar conmigo!
El sonido del móvil interrumpió el emotivo reencuentro.
—Debe ser de Nina, ¡gracias a Dios que ha contestado!
Abrió el mensaje, pero la respuesta no la había escrito Nina, sino Sofía.
«Estimados padres de Nina. Me llamo Sofía, soy una viuda con cuatro hijos, pero tengo una buena posición económica.  He sido yo quien ha acogido a vuestra hija Nina y a su amigo, Nano. Están pasando unos días en una casa de campo, no lejos de esta localidad. Les adjunto unas fotografías que les hice en esta casa. Sería importante que vinieran a mi casa y hablásemos de su hija, porque no puede hacerse por teléfono. Esta es mi dirección… Espero su respuesta. Un afectuoso saludo, Sofía.»
⦁    El manantial

Cuando los dos lebreles volvieron a la casa, hicieron rápidamente amistad con Nina y Nano, y cansados de la carrera tras el automóvil  de Sofía y al regreso, se tendieron a los pies de Nina.
—Creo que ya nos hemos hecho buenos amigos de los perros.
También los gatos sintieron curiosidad por los recién llegados. Se levantaron, se desperezaron y se acercaron a Nina. Ella les acarició el arqueado lomo y los gatos parecían complacidos, porque se tumbaron nuevamente, esperando mas caricias de Nina.
—Son muy cariñosos —comentó la mujer rumana—. Los hemos traído de Rumanía. ¡No podíamos dejarlos abandonados! Parece que les gusta este país. Nos ha costado que se entendieran con los perros, pero ya se han hecho amigos. Jóvenes, mientras preparo el almuerzo pueden ir a refrescarse a la alberca. La encontrarán siguiendo este sendero. El agua es de un manantial y sale muy fresca. Se puede beber del manantial, es muy saludable.
Nina y Nano  aceptaron la propuesta y, precedidos por los lebreles, que ya conocían el camino, bajaron por el senderó hasta un claro entre naranjos, donde había una balsa que recogía las cristalinas aguas de manantial.
Nina se descalzó y  metió los pies en el agua.
—¡Está fresquita! ¿Crees que podremos bañarnos aquí! —preguntó Nina, chapoteando con los pies en el agua.
—¿Y por qué no? No es agua estancada, parece limpia. Pero mejor le preguntamos a Oana.
—Sabes, Nano, el agua de un manantial es como el amor: surge puro y cristalino de las entrañas del alma y calma la sed de los amantes. Se me ocurre unos versos para una canción.

Como surge el agua cristalina
de las entrañas de la tierra,
surge mi amor por ti
de las entrañas del mi alma.

Yo soy la  montaña
de donde fluye el agua
que calma tu sed,
Yo soy el manantial
donde brota mi amor
que conquista tu corazón.

Como surge el agua cristalina
de las entrañas de la tierra,
surge mi amor por ti
de las entrañas del alma.

Yo soy el agua
tú eres la sed,
yo soy el manantial,
tú el estanque.

Como surge el agua cristalina
de las entrañas de la tierra,
surge mi amor por ti
de las entrañas del mi alma.

—Es muy bonita, Nina, ahora tenemos que ponerle una música que sea tan romántica como la letra.
—Creo que ya la imagino, volvamos a la casa, quiero ponerle música a esta letra antes de que pase su encanto.
Regresaron cuando Oana preparaba la gran mesa para el almuerzo.
—¿Les ha gustado el manantial? —les preguntó mientra preparaba una ensalada.
—¿Podemos bañarnos en la alberca?
—¡Por supuesto! ¡Sobre todo en estos días de tanto calor! El almuerzo estará listo en un minuto, ya podéis sentaros a la mesa.
—No la sirvas todavía, Oana, ahora Nano y yo vamos a ensayar una nueva canción, pero no tardaremos mucho.
—¿Es que los artistas no comen? —comentó con una sonrisa.
Desenfundaron sus guitarras, y Nano sugirió los primeros compases. Nina le parecieron adecuados y entre los dos terminaron de componer la melodía. En unos minutos  la nueva canción  tenía letra y música. La cantaron varias veces y se asombraron de lo sencillo que había sido la composición.
—Si, este es un lugar perfecto para crear. —comentó Nina—. Porque no hay mejor escenario para inspirar a un artista que la  naturaleza.
Después del almuerzo, que Nina encontró delicioso, entraron en el gran salón del caserío, huyendo del calor del exterior de la casa. Una gran chimenea presidía la amplia estancia, y numerosos sillones de diferentes estilos y formas, invitaban a sentarse frente al fuego en las frías noches del invierno, pero en plena canícula del verano permanecía apagada.
Los dos se acomodaron en dos amplios sillones y mantuvieron un emotivo silencio.
—Nina, ¡un penique por lo que piensas! —dijo Nano para romper el silencio.
—Nano, pienso que tal vez yo no tengo talento para llegar a ser una reconocida cantautora. A veces pienso que no vale nada lo que compongo, y que la gente me aplaude por cortesía.
—Es cierto, Nina, que no debes confiar en los halagos y los arrebatos de entusiasmo de tus admiradores. Tú eres la única que debe saber si lo que compones es bueno, mediocre o malo, sin esperar el aplauso del publico. Si tú no sabes valorar tus composiciones, dependerás del cambiante gusto de tus admiradores. El talento consiste en ser uno mismo. Un artista no crea lo     que quiere su público, sino que su público tiene que querer lo que crea el artista. Solo así el artista es libre y puede poner alas a su imaginación.
—También pienso en mi madre. Ella me ha pagado las clases de  música. A pesar de su comportamiento, estoy en deuda con ella. No sé cómo se lo podré pagar.
—¿Y  qué sabes de tu padre?
—La última vez que lo vi estaba haciendo oposiciones para no sé que cargo oficial. Parecía muy cansado y deprimido. Creo que sigue queriendo a mi madre, pero no se siente con fuerzas para intentar reconciliarse con ella. ¿Y los tuyos, Nano? ¡Nunca me has hablado de ellos!
—Yo puede decirse que no tengo padres. Son dos simples empleados,  que nunca se han preocupado de mi futuro, porque mis ambiciones iban más allá de lo que ellos pueden imaginar. Siempre me he valido por mi cuenta, sin ayuda de nadie.
—Y ahora, por mi culpa, tendrás que abandonar tus estudios en el Conservatorio.
—No, Nina, ¡quién sabe lo que nos depara el destino! Yo creo en ti, es mi deseo ayudarte y no me importa sacrificar mi carrera.
—Eres muy generoso, pero para mí es una gran responsabilidad.
—Nadie me obliga a estar a tu lado, para bien o para mal. ¡Pero no pienses en el fracaso o fracasarás! No importa que algo salga mal al principio. El éxito no se aprecia si no viene después de sufrir un fracaso.
—Nano, me gusta escucharte. Hablas como si tuvieras ya 30 o 40 años, y todavía no has cumplido 18 años!
—No es solo la edad lo que te enseña a vivir. Un niño de diez años abandonado en la calle es más sabio que un anciano que ha tenido una vida regalada. Yo me he criado prácticamente en la calle.
—¡Entonces me he enamorado de un niño de la calle!
—Nina, no te has enamorado de Nano, sino del músico.
—¿Y cuál es la diferencia?
—El músico es una hoja de papel pautada; Nano es un hombre de carne y hueso.
—¡No entiendo!
.—No importa, solo era un pensamiento sin sentido.
—Mi cabeza no funciona bien, porque me muero de sueño…
—¡Sí, una buena siesta nos vendrá bien a los dos!
Instantes después Nina se quedó profundamente dormida. Nano la contemplaba sin poder evitar un gesto de alguna triste premonición.
«Sí, Nina, yo sé la diferencia, y lamentablemente algún día tú también lo sabrás —se dijo tratando de sobreponerse a su triste presentimiento.

⦁    La visita
Laura y su ex-marido aceptaron la invitación de Sofía y ese mismo día viajaron a encontrarse con ella.
—Ha sido una suerte que Nina y Nano encontraran a esta mujer —comentó aliviada Laura—. Ahora estoy tranquila porque sé que Nina está en buenas manos. Esa mujer debe ser una buena persona.
Llegaron a la localidad y encontraron con facilidad el gran paseo donde estaba la casa. Sofía salió a recibirlos en el jardín, todavía engalanado con los farolillos chinos del pijama—party de la noche anterior.
—¡Bienvenidos a mi casa! Espero que se queden a almorzar, hoy  tenemos paella. ¿Les gusta la paella? ¡Sí, supongo que sí, a todo el mundo le gusta la paella!
Entraron en el interior de la casa y Sofía les sirvió unas cervezas frías.
—¿Tal vez prefieran una copa de vino, o un coñac?
—No se moleste, ya están bien las cervezas.
Los hijos de Sofía acudieron al salón para conocer a los nuevos invitados. Sofía los  presentó:
—Estos son mis cuatro hijos. Yo sé muy bien lo que significa ser madre y que tus hijos te muestren su cariño. Imagino lo que sufriría si un día se escaparan de casa —comentó Sofía—. Ustedes son muy afortunados de tener una hija como Nina. No me cabe la menor duda de que será una gran cantautora, porque tiene talento, y el destino la ha juntado con el joven Nano, que le ayudará  a demostrarlo. ¡Hacen una pareja perfecta! ¡No sabe cómo me alegra el verlos juntos a los dos! Querida, Nano me ha contado su historia. ¡Todos hemos cometido errores! Son muy afortunados los que tienen una segunda oportunidad, y supongo que usted la tiene. Lo digo porque veo en la expresión de su ex-marido que sigue sintiendo afecto por usted. ¿Se han reconciliado?
—Así es —contestó el ex-marido—. Laura y yo nos volveremos a casar cuando todo esto haya pasado y recuperemos a Nina.
—¡Es maravilloso! Nina será la hija mas feliz del mundo cuando lo sepa!
—¿Podremos verla?
—Querida, ya sé que siente el natural deseo de una madre de reconciliarse con su hija, pero no creo que sea ahora el momento adecuado. Tiene que tener paciencia y resignación, hay heridas que tardan en curarse, y Nina está muy dolida por todo lo que ha sucedido. Creo que es mejor para las dos que deje  que su hija se tome todavía algún tiempo y aproveche sus dolor para componer las canciones que tiene en su mente. Nunca volverá a tener un estado emocional como el que tiene ahora para crear.
—Sí, tal vez usted lleve razón —contestó Laura resignada.
—Vayan preparando todo para su boda mientras Nina se toma el tiempo necesario para perdonar y olvidar. Espere a que su hija venga a usted, que estoy segura que lo hará, ¡pero necesita tiempo!
—Ella ha sido la causa de nuestra reconciliación —comentó el ex-marido de Laura—. Supongo que debemos permitirle que se tome el tiempo que necesite para recuperar nuestro afecto. Laura y yo nos resignaremos y esperaremos lo que sea necesario…
—Me alegra oírselo decir. ¡Nina tiene los padres que merece!
Después de aceptar la propuesta de Sofía y del prometido almuerzo, los padres  de Nina regresaron a la pequeña localidad costera.
—Creo que me vendrán bien unos días de descanso en la playa.  —comentó Sergio cambiando una significativa mirada son Laura.
—Y a mí también me sentará bien olvidarme de todo lo pasado  y disfrutar de unos días sin remordimiento ni mala conciencia.
Cuando llegaron el sol declinaba y se ocultaba detrás de la ladera de las viviendas de veraneo. La playa seguía concurrida, con todas las hamacas todavía ocupadas, y llegaban las primeras barcas que habían estado pescado durante el día, con los habituales compradores haciendo corros alrededor de las cestas de la preciada captura.
—Sergio, hoy no iremos al restaurante. Compraremos algo de pescado fresco y yo lo cocinaré en el apartamento. Quiero que de aquí en adelante te sientas otra vez como si estuviéramos en nuestra casa.
—Me parece una excelente idea, Laura, tú siempre fuiste una gran cocinera!
⦁    El paseo
Después de la reparadora siesta, Nina y Nano decidieron  dar un largo paseo por la finca entre los naranjales. En el cielo se formaban cúmulos con formas alargadas y caprichosas, que se cargaban de humedad, tornándose grises. Los lebreles correteaban a su alrededor, entre ruidosos ladridos, que manifestaban así su entusiasmo por el paseo.
—Sabes, Nano —dijo Nina con un gesto de preocupación—, yo siempre he soñado con ser una gran cantautora, pero a veces tengo miedo de no saber cómo comportarme si  lo consiguiera. Después del éxito en el piano-bar perdí la cabeza… puede que sería mejor que ni siquiera lo intentase. Ahora sé que es verdad lo que tú decías: el éxito demasiado rápido perturba la mente, y cometemos muchas tonterías. ¿Tú qué piensas, Nano?
—Lo que yo piense no cambiará las cosas; tú ya estás decidida a conseguirlo y nada ni nadie podrá disuadirte de intentarlo, y yo estoy seguro de que lo conseguirás.
—Pero tengo miedo…
—¿Miedo de qué, Nina; miedo de ti misma?
—Sí, cuando me aplaudieron en el piano-bar después de cantar la canción, me sentí por encima de ellos. No sé cómo  explicarlo, era como si su admiración por mí les hacía sentirse a ellos inferiores, porque ellos  no merecían un aplauso. Yo les recordaba lo insignificantes que eran. No sabía si toda esa gente me admiraban o me envidiaban.
—Es el precio de la fama…
—La pandilla de Marc me adoraban la noche de mi actuación, pero al día siguiente se olvidaron de mí y ni siquiera me invitaron a la fiesta que daba uno de ellos.
—Cuando alguien destaca los sentimientos son encontrados, lo admiran porque les gusta, pero en el fondo lo detestan, porque a la vez su admiración les anula su voluntad. Por eso tenemos que hacer nuestro trabajo sin esperar el aplauso, que está envenenado.
—Entonces, Nano, ¿crees que debería renunciar a mi ambición de ser una gran cantautora?
—No, Nina, tú tienes que seguir fiel a tu intuición, por que tú no eres culpable de la debilidad y simpleza de los demás.
—¡Nano, eres un gran amigo, solo tú me entiendes!
—Si, lo sé; y lo lamento…
—¿Qué quieres decir?
—Nada, Nina… pero ahora vamos a disfrutar de este paseo.
Recorrieron el lado norte de la finca, la que había sido recientemente plantada, hasta llegar a una colina, desde donde se contemplaba una espectacular vista de la meseta desigual, con los caseríos rodeados de los naranjales en perfecta alineación y cargados de frutos tempranos. Todavía quedaban floraciones de azahar, que desprendían su embriagador perfume. Nina sintió que aquel perfume le sugería la letra de una nueva canción, e improvisó unas pocas estrofas:

La flor del azahar,
que embriaga mis sentidos,
me trae tristes recuerdos
de mis amores perdidos.

Ayer era mi perfume preferido,
hoy es el perfume más dolido

La flor de azahar
perfuma la noche estival,
pero tú no estás conmigo,
y no sé por qué te has ido.

Cielo, oye esta canción desesperada,
y vuelve de donde te hayas ido
oye esta canción desesperada
y vuelve para estar conmigo

La flor del azahar,
que embriaga los sentidos,
me trae tristes recuerdos
de mis amores perdidos.

—¿Qué te parece, Nano?
—Nina, ¿de dónde surge tu inspiración? Apenas llevamos unas horas en este maravilloso lugar y ya has compuesto la letra de dos canciones!
—No lo sé, Nano, pero todo lo que veo me está diciendo algo; porque todo es natural y tiene su mensaje particular y su propia belleza.
—Entonces, ¿por qué son las letras tan tristes?
—La tristeza es tan bella como la alegría. Los que no son bellos ni alegres son el dolor, el sufrimiento o la depresión, pero la tristeza puede inspirarte la misma belleza que la alegría. ¿Comprendes?
—Sí, por supuesto, pero ¿qué motivo tienes para estar triste?
—¡Mi madre!
—Sigues pensando en ella. Te sientes culpable.
—En cierta manera, sí. Después de lo que sucedió en la playa, el día de mi actuación, creo que comprendo que ella no tenga voluntad para rechazar a sus amantes. ¡Tampoco la tuve yo  para rechazar al mío, y no estaba enamorada! Tal vez me comporté como una ingenua adolescente, que no sabe nada de pasiones, ni de deseos.
—¡Solo tienes 15 años!
—Lo sé, pero los últimos acontecimientos me han hecho adulta. ¡Ya no soy la Nina inocente que viajaba con su madre a un lugar de vacaciones! ¡Soy la Nina que se ha acostado con un chico solo por el placer, como hace mi madre!...Tienes que perdonarme. Nano, sé que no debía hacerte a ti estas confidencias, pero tu eres mi amigo y sé que puedo confiar en tí.
—¡Sí, desgraciadamente! —murmuró Nano apesadumbrado, sin que Nina lo escuchase.
—Pero ahora no quiero estar triste, porque tenemos mucho trabajo por hacer. Volvamos a la casa, quiero poner música a esta nueva canción.
—Y yo escribiré  los arreglos para que sea perfecta.
⦁    Añoranzas
Laura se sentía inmensamente feliz. Había recuperado al hombre del que se había enamorado, y ahora estaba recordando con enorme añoranza aquellos tiempos felices de los primeros años de su matrimonio. Solo la sombra de la huida de Nina enturbiaba su felicidad. Pero estaba convencida de que su hija volvería y la perdonaría, sobre todo después de su reconciliación con su padre, por quien sentía verdadera pasión.
—¿Crees que Nina me perdonará? —preguntó a su ex-marido, mientras se disponía a servir lo que había cocinado.
—Estoy seguro, creo que conozco a Nina y sé que no es rencorosa.
Laura intentaba no mostrarse afectada y volver a ser la mujer alegre y divertida de su juventud, pero no podía librarse del recuerdo de su pasado.
—A veces los hijos nos dan grandes lecciones morales a los padres —comentó su ex-marido—. Esta generación no es la nuestra. Tienen mejor juicio porque han vivido más intensamente y tienen la experiencia de los adultos. Sobre todo, porque están expuestos a muchas tentaciones en un mundo que se ha excedido en su liberalismo. Cada día tienen que rechazar las innumerables ofertas de inmundicias, en la red y en la calle. Ellos han aprendido a decir: «No, gracias». Nosotros no sabíamos negarnos, porque todo era nuevo y atractivo. ¿Crees que Nina tiene talento y será una gran cantautora? —preguntó con un gesto que evidenciaba sus dudas—, ¿No será una fantasía de adolescente?
—Creo que nuestra hija tiene talento y una gran voluntad de triunfo, pero me temo que es demasiado joven para saber verdaderamente lo que quiere hacer de su vida. Ahora es la guitarra, mañana puede ser cualquier otra cosa donde pueda expresar su talento. Nina es una persona excepcional, tal vez por eso hemos tenido dificultades para entendernos.
Durante unos instantes ambos permanecieron en silencio. Laura no podía apartar de su mente la desafección de su hija, hasta el extremo de huir de su lado. Aquella era la primera vez en muchos años que su responsabilidad como madre superaba con creces su deseo de gozar de su libertad. Desde su divorcio, Nina no había tenido una madre, sino una protectora, que consideraba suficiente con asegurarle el importe de las clases de música, vestirla y alimentarla, lo mismo que haría con un animal de compañía.
Cenaban en la amplia terraza, con la pálida iluminación que llegaba de los farolillos de la terraza del restaurante. Se escuchaba la música que llegaba del piano-bar, pero no debía ser de actuaciones en directo.
—Ha sido una cena deliciosa. ¡Te felicito, Laura! Hacía mucho tiempo que no cenaba en un ambiente tan agradable, en tan buena compañía y degustando un plato tan delicioso. ¡Deberíamos poder vivir así todo el año!
—Gracias, Sergio, yo tampoco me había sentido tan bien en muchos años. Cuando se es feliz hasta el pescado colabora para hacer gratos estos momentos. Solo se aprecia la felicidad cuando has  sido desdichada.
—Hemos aprendido una dura lección: nunca abandones a  una persona cuando tiene sus momentos bajos, porque aunque seas libre, los remordimientos te harán desdichado. La felicidad no puede llegar sin sacrificios.
—Lo dices por mí. Sí, yo he sido libre, pero no he sido feliz. ¿De qué nos sirve la libertad si somos desdichados?
—Laura, puedes pasar mi pijama a tu habitación, pero antes me gustaría dar un paseo por la playa, y si podemos  conseguirlo, me gustaría invitarte al helado de vainilla y chocolate que te había prometido.
—Me parece una fantástica idea. Recojo todo esto y salimos a dar el paseo.
—Déjame que te ayude, tú ya has hecho bastante, y yo tengo que volver a habituarme a recoger la mesa y fregar los platos… ¡Como en los viejos tiempos!
⦁    La nana
Nina y Nano regresaron a la casa y trabajaron en el gran salón hasta la caída de la noche en la composición y los arreglos de las dos nuevas canciones. Nina prefería melodías de ritmo lento y melancólico, Nano era partidario de melodías con ritmo más vivo y arreglos para otros instrumentos, como la mandolina, el acordeón o la flauta travesera. Nina prefería los arreglos para violín. Finalmente se pusieron de acuerdo en un consensuado termino medio.
Cansados, pero satisfechos, cantaron todavía varias veces las nuevas composiciones, hasta que la anfitriona les advirtió que la cena ya estaba servida en la gran mesa de la entrada.
—Les he cocinado mici, es nuestro plato tradicional de los campesinos, y nosotros somos campesinos. Supongo que comerán carne, porque están rellenos de carne de cordero. Si no les gusta les puedo cocinar otra cosa.
—Lo probaremos, ¡seguro que nos gustará!
Se acomodaron en la gran mesa del exterior, y la mujer trajo varias cervezas frías.
—El mici debe acompañarse con buenos tragos de cerveza. No es como la rumana, pero también la de aquí es buena. ¡Que les aproveche!
Cuando terminaron de cenar, Nina estaba ligeramente mareada por la cerveza que había bebido en abundancia, siguiendo los consejos culinarios de la anfitriona rumana.
—Creo, Nano, que estoy viendo doble, ¡ahora tengo dos amigos, y no sé por cuál de los dos decidirme!
—Puedes decidirte por el amigo o por el amante. ¿Con cuál te quedas?
—¡Con los dos! —respondió ella con un tono divertido—, uno para el día y el otro para la noche!
—¡Una elección muy sabia!
—Nano, ¿estás viendo lo que veo yo?
—¿Y qué ves?
—¡Un hermoso cielo estrellado! Desde aquí se ven las estrellas. ¿Te das cuenta? ¡Hay millones, y cada uno de nosotros tenemos allí en el cielo nuestra estrella. ¿Cómo podría saber cuál es la mía?
—Muy sencillo: ¡la que más brille!
—No me interrumpas, Nano, creo que ya tengo la nana que deseaba componer… ¡y dedicársela a mi madre!

Duérmete mi niña,
ea, ea, an,
porque si te duermes
los ángeles cantarán.

Duérmete mi cielo
ea, ea, an,
porque si te duermes
las estrellas bailarán.

Duérmete mi princesa
ea, ea, an,
porque si te duermes
las hadas reirán.

Duérmete mi amor
ea, ea, an,
porque si te duermes
la luna te besará.

Duérmete mi lucero
ea, ea, an,
porque si te duermes
tu madre te velará.

Nina no pudo continuar su canción de cuna, porque algo le oprimía el pecho hasta hacerla llorar.
—Nina, ¿estás llorando?
—Sí, estoy llorando, porque me hubiera gustado que mi madre me hubiera mecido con una nana como esta…
—Considérate feliz por haberla escrito, porque otros bebés tendrán la suerte de que sus madres les canten tu nana.
—¿De verdad te gusta?
—¡Me encanta!
—Ahora tenemos que componer la música…
—Pero no debe tener apenas fondo de instrumentos, porque lo que duerme al bebé es la voz de su madre. Prácticamente hay que cantarla a capella, y con un ligero acompañamiento de guitarra; unas notas siguiendo la voz y nada más.
—Sí, es una buena idea. ¿La podemos componer esta misma noche? ¡No quiero que pase este momento mágico!
—Si es preciso no dormiremos, pero esta nana  tendrá su música esta misma noche! ¡Tres canciones en el primer día! ¡Nina, eres un monstruo!
⦁    Confidencias
Sergio y Laura se despertaron temprano, porque deseaban dar otro agradable paseo por la playa antes de que el sol calentase con todo su rigor y estuviera muy concurrida. La primera mañana de su reconciliación invitaba al paseo. Una estimulante brisa con un intenso olor a salitre vivificaba el paisaje, todavía envuelto en una ligera neblina que desdibujaba los imponentes acantilados que bordeaban la playa.
De regreso acudieron a la llegada de las barcas de los pescadores de agujas, y Laura compró algunas para el almuerzo, que también cocinaría en el apartamento. Junto al corro de compradores y curiosos se encontraron con la madre de Marc, que después del desaire de la última vez, no parecía tener interés en saludarles. Pero Laura intentó justificar las ironías de su ex-marido.
—Tiene que disculparlo, aquella noche tuvimos malas noticias de unos familiares y no estaba de buen humor.
—¿Alguna desgracia?
—No; fue una falsa alarma.
—Le disculpo. Todos tenemos alguna vez un mal día. ¿Y cómo están pasando sus vacaciones, querida? ¡Tiene un magnífico aspecto, se ve que le ha probado la compañía de su marido! Por desgracia el mío ya no está con nosotros. Sus negocios le reclamaban y ha regresado a la ciudad.
—No sabe cómo lo siento.
—¿Por qué no vienen esta tarde a mi casa y tomamos un té juntas?
—Estaremos encantados, ¿verdad Sergio?
—Si eso le sirve de disculpa, aceptamos su invitación.
—¿Qué tal a las siete, que ya no hace tanto calor?
—Allí estaremos.
—Mi casa no tiene pérdida, es la más grande de la ladera. Hasta luego, querida. ¡Qué frescas están estas agujas. Creo que compraré alguna para el almuerzo!
Laura y Sergio concluyeron su paseo en la terraza del restaurante, donde desayunaron. Todas las hamacas estaban ya ocupadas y la playa empezaba a estar muy concurrida. Varias familias habían instalado sus propias tumbonas y parasoles y varios niños de corta edad, acompañados de sus padres, jugaban a hacer figuras de arena con sus cubos, que llenaban de arena y vaciaban una y otra vez con torpeza, sin que las figuras mantuvieran su consistencia.
—¿Qué te recuerdan estos niños, Laura? —preguntó Sergio, aunque ya sabía la respuesta.
—Tú ya lo sabes, Nina y nuestros juegos en la playa. No puedo hacerme la idea de que hayan pasado más de doce años. Al ver estos niños me dio la impresión de que fue ayer  cuando yo hacía lo mismo con Nina. ¡En aquellos años me sentía la mujer más dichosa de la tierra! Y después…
—Nunca es tarde para empezar de nuevo.
—Pero Nina ya no tiene tres años.
—No, es cierto, yo tampoco podría hoy llevarla sobre los hombros.
Se acomodaron en una mesa junto al lado de la playa y la llegada de una camarera interrumpió sus nostálgicos recuerdos. En la playa, junto a la terraza, se escuchaban las voces de un grupo de adolescentes de la pandilla de Marc. Laura y Sergio podían escuchar su animada conversación, pero los adolescentes no podía verlos a ellos. Estaban en la entrada del piano-bar, y comentaban las actuaciones de aquella noche.
—No vale nada lo de esta noche, son los cuatro horteras de siempre —comentó Marc con sus amigos.
—¿Qué habrá sido de aquel guitarrista tan bueno, que actuaba aquí cada noche?
—El chico de las hamacas me ha dicho que se fugó con la cantante, con la que formaba un dúo.
—Se lo estará pasando bomba, porque estaba como un tren, y era fácil. ¡Yo me la tiré en la playa, el día que actuó aquí!
—Eso le debía venir de herencia, porque parece ser que su madre era una cachonda mental, y se acostaba con todo Dios!
Laura se estremeció y sintió una profunda sensación de malestar y tristeza al escuchar aquella asombrosa declaración. Sergio también estaba profundamente apesadumbrado por lo que había escuchado, e hizo el gesto de levantarse y preguntar a los adolescentes si había sido una bravuconada, pero Laura le detuvo.
—¡Déjalo, Sergio! Sí, debe ser cierto, porque ese día Nina llegó de madrugada al apartamento malhumorada y parecía sentirse culpable de algo. ¡Dios mío, cómo no me di cuenta! ¡Cuánto debió sufrir aquel día sin tener en quién confiarse!
—Esa debió ser también otra razón por la que huyó con su amigo.
—¡Pobre, Nina! ¡Yo tengo la culpa, por mi mal ejemplo!
—Ya es tarde para lamentaciones. Un día u otro tenía que suceder… Ahora confiemos en que no haya tenido consecuencias, porque estoy segura de que no tomarían ninguna precaución… Creo que Nina era virgen. Yo se lo había preguntado ese mismo día. Parecía saber todo sobre el sexo, esperemos que fuera cierto, porque yo no había tenido nunca con ella una conversación de mujer a mujer sobre este delicado tema.
—Creo que no debemos ir a la invitación de la madre de ese bravucón. No me gustaría encontrarme con él.
—No, Sergio, debemos acudir, como si no hubiéramos escuchado nada. No toda la culpa debe ser del chico, no creo que la forzara, ella debió consentir. Pero no lo entiendo. ¡Nina me recriminaba mi conducta, porque parecía estar muy segura de cuál debía ser la suya! No sé qué debió suceder en la playa esa noche. Tal vez bebieron demasiado y no fue consciente de lo que hacía. Cuando llegó al apartamento parecía mareada. No me di cuenta de que Nina está en la peor edad, cuando más ayuda necesita. Yo podía haber evitado todo lo que está pasando.
—Ya no tiene remedio, ahora solo nos queda confiar en que supere esta crisis cuanto antes y vuelva con nosotros sin mayores consecuencias.
⦁    El mareo
Nina y Nano despertaron al día siguiente eufóricos por haber concluido la composición de las tres primeras canciones que ellos consideraban muy inspiradas, y se tenía  con el estado de ánimo necesario para componer otras con la misma inspiración.
Antes de desayunar, comentaron lo que harían aquel nuevo día, que prometía ser tan creativo como el primero. Se habían propuesto componer suficientes temas como para completar las necesarias para grabar un compacto, que enviarían a la discográfica.
—Otro gran día, Nina, espero que estés tan inspirada como ayer —comentó Nano, jugando con los lebreles, que parecía pedirles que volvieran a dar un excitante paseo.
—Hoy no tengo humor para temas románticos. Hoy me siento más viva que nunca, y eso es precisamente lo que ya me está rondando la cabeza, una alegre canción de gracias a la vida…
—Eso me recuerda a una cantautora argentina.
—¡Violeta Parra! —le interrumpió Nina—. Recuerdo los preciosos versos:

«Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio dos luceros, que cuando los abro,
Perfecto distingo lo negro del blanco
Y en el alto cielo su fondo estrellado
Y en las multitudes el hombre que yo amo...».

—¿Crees que yo puedo llegar a ser algún día tan popular y buena cantautora como ella?
—¡Vas camino de conseguirlo!
—Nano, vamos a ponernos los bañadores, porque hoy quiero empezar el día con un buen chapuzón en la alberca, eso me inspirará.
—¡Una excelente idea!
 Bajaron a la alberca, siempre precedidos por los ágiles lebreles, y Nina se adelantó entrando es las cristalinas y frías aguas.
—¡Está helada, Nano, pero me gusta! ¡Vamos, no seas friolero y entra tú también!
—Nina, no tengo tantas ansias de vivir como tú, no sé si soportaré el agua fría...
—¡Nano, ya me has dado la idea para una nueva canción! Escucha:

Doy gracias a la vida,
porque me ha dado la esperanza,
    la ilusión y la confianza.
La pasión y la inocencia
la virtud y la tolerancia.
La juventud y la nostalgia.
la poesía y el canto.

Doy gracias a la vida,
porque me ha dado el recuerdo,
la felicidad y la alegría,
el sueño y el encanto,
la simpatía  y la bondad,
el amor y la amistad.
La amabilidad y la cortesía.

Doy gracias a la vida
porque me ha dado el placer de los sentidos,
el olor de los perfumes,
el sonido de la música,
la imaginación de los cuentos
la fantasía de los sueños
y la visión de la belleza.

Nina sintió que aquellos sencillos versos habían surgido de lo más profundo de su alma, porque hablaban de ella y de sus deseos de vivir y ser feliz haciendo lo que le apasionaba.
—¿Ha sido el agua fría la que te ha inspirado? —le preguntó Nano, sin disimular su admiración.
—No, Nano, han sido el color verde—mar de tus ojos, ¡como todas las demás!
—¡Conseguirás que me ruborice! Nina, tal vez sea este el momento más adecuado para hacerte esta pregunta. Sé que somos buenos amigos, y todavía mejores colegas, y que nos entendemos perfectamente, pero ¿me deseas también como amante?
Nina se sobresaltó por la pregunta de Nano. Después de la dolorosa experiencia en la playa empezaba a sentir aversión por cualquier alusión a la sexualidad. Ella sentía que se estaba volviendo insensible y hasta frígida, y no tenía  ningún deseo de volver a hacer el amor. Ahora comprendía las veladas alusiones de Nano sobre sus relaciones. No; no podía ver a Nano como un amante, porque no deseaba tener ningún amante.  Pero necesitaba tenerle a su lado, y no podía hacerle sentirse indeseable. Nano esperaba una respuesta y ella no  podía mentirle. Tras unos  angustiosos instantes de duda, encontró la única respuesta posible:
—Nano, recuerda lo que prometimos a Sofía. Es más prudente no hablar de este tema mientras estemos viviendo en su casa. ¿Estás de acuerdo?
Nano sabía que la respuesta había sido «No». Lo supo desde el mismo día en que la conoció. Nina le admiraba, pero no le deseaba, como había deseado a su compañero de clases de música. Sin duda la causa de su creciente frigidez era la consecuencia de este conflicto, para el que no había solución. Nano no tenía más opción que aceptar los hechos y resignarse a ser una hoja de papel pautado, como había comentado en alguna ocasión. Después de todo el culpable había sido él, por invitarla a cantar en el piano-bar y colaborar en su éxito con su estímulo y sus arreglos, para el que no estaba preparada. Nano tenía la triste sensación de que para Nina él seguía siendo el chico de las tumbonas que tocaba bien la guitarra, del que le atraía tan solo el color de sus ojos, motivo de inspiración de su primera canción.
—Claro, Nina; estoy de acuerdo.
—Entonces un buen baño de agua fría te sentará bien. ¡Ven, no seas friolero y báñate conmigo!
La conversación de la alberca había conseguido ensombrecer el entusiasmo con el que se habían despertado, y regresaron en silencio a la casa.
La anfitriona les preparó el desayuno, pero Nina apenas bebió una taza de café. La expresión de su rostro denunciaba un súbito malestar. Incluso había perdido el color rosado y saludable de las mejillas. La mujer temió que pudiese estar enferma, porque el día anterior había comido con avidez.
—¿No se encuentra bien? —le preguntó alarmada.
—Sí, Oana; solo es un ligero mareo, debe ser por el baño en la alberca. ¡El agua estaba muy fría!
—Es extrañó, porque el agua fría más bien le estimula. ¿No le sentaría mal el misi que comió anoche? Tal vez se excedió con la cerveza, y es por mi culpa. ¡Pero esta mañana parecía muy animada!
—No es nada, ya me está pasando.
Nano también se alarmó, porque le parecía que aquel mareo debía tener una causa, y no podía imaginar cuál podía ser.
—Nano, me gustaría comer fresas. ¿Dónde podríamos comprar fresas?
—Estamos en el campo, aquí no hay supermercados ni fruterías. ¿Dónde podemos conseguir fresas en este lugar?  ¡No será un antojo!
—No lo sé, pero tienes que ir a buscar fresas.
De pronto, Nina sintió náuseas y ganas de vomitar, y no pudo disimular más los síntomas.
—Nano… ¡creo que estoy embarazada!
—¿Estás segura?
—Sí, estoy segura. ¡Tengo todos los síntomas de un embarazo!
—¡Tu compañero de clase!
—¡Sí, Marc!
—No sé si debo felicitarte o compadecerte.
—Mis padres no deben saber nada. Tengo que abortarlo. ¡Ayúdame! Tenemos que buscar a un  ginecólogo que practique abortos y no haga preguntas.
—No es tan sencillo, solo tienes 15 años, no podrás abortar sin el consentimiento de tus padres.
—¡Dios mío, en que lío me he metido por causa de aquella maldita noche! ¡No puedo tener un hijo a los quince años, y renunciar a mis ilusiones y proyectos!
—¿No crees que debería saberlo el padre?
—¿Quién, ese estúpido y engreído de Marc? ¡No,  Nano, él menos que nadie!
La anfitriona de la casa no había estado presente durante los primeros síntomas. Cuando regresó con más café, Nina volvió a tener náuseas y vómitos. La mujer rumana reconoció los síntomas de embarazo y se atrevió a preguntar a Nina:
—¡Válgame Dios, niña!, ¿no estarás embarazada?
Pero Nina no pudo responder, porque continuaban las náuseas. Nano creyó que debía encubrirla, y no dudó en negarlo.
—No; seguramente es algo que le habrá sentado mal.
—¡Usted debe saberlo mejor que nadie!
—Precisamente por eso, puedo asegurar que Nina no puede estar embarazada.
—Comprendo… Le haré una infusión de unas hierbas que le sentarán bien.
Cuando la mujer entró en la casa, Nina reaccionó.
—Gracias, esto tiene que ser nuestro secreto.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que consiga abortar y termine esta pesadilla. ¡Tenemos que salir de esta casa!
—¿Y dónde iremos?
—No lo sé, no puedo pensar con claridad. ¡Piensa tú  por mí!
—Nina, tienes que afrontar los hechos, esto no es un juego;  tu madre tiene que saberlo. Solo ella puede ayudarte.
—Si tengo que volver con mi madre, quiero pedirte algo muy delicado, y puedes negarte si no lo aceptas. No quiero que nadie sepa que estoy embarazada de Marc. ¿Podrías asegurar que es tuyo?
—Nina, ¿me pides que convenza a tu madre para que autorice tu aborto?
—Sí, te lo ruego…
—¿Sabes lo que significa lo que me estás pidiendo?
—¡Lo sé, pero no quiero que nadie sepa quién es el padre, porque le odio y no quiero que se entrometa en mi decisión de abortar. Si tú te haces responsable todo será más sencillo. Mi madre te aprecia y le será más fácil aceptar el aborto.
—Esto no es cantar a dúo. Me pides que sea cómplice de tu aborto.
—Sí, y sé que es una difícil decisión, pero tú eres mi mejor amigo y necesito tu ayuda.
Nano permaneció en un dramático silencio. Estaba tratando de imaginar las consecuencias de lo que le pedía.  Pero si no accedía Nina sería mucho más desdichada. Él sentía un gran afecto por ella y no quería verla sufrir.
—¡Está bien, haré lo que me pides. Supongo que es en estas pruebas como se sabe el valor de una amistad.
—¡Gracias, sabía que podía confiar en ti!
⦁    La noticia
Oana sabía que Nina podía estar embarazada, a pesar del testimonio de Nano, y llamó a Sofía para informarle de la situación.
—¡Santo cielo, es lo que más temía, esta niña embarazada! Pero no ha sido en mi casa, porque debía de estarlo ya cuando  llegaron. Ahora mismo cojo el coche y voy a buscarlos. No pueden permanecer ni un día más en mi casa.
Sofía estaba profundamente contrariada, pero al mismo tiempo sentía compasión por Nina, porque estaría pasando unos momentos muy difíciles y muy dolorosos, y necesitaba alguien que la consolara y no la hiciera sentirse todavía más  culpable.
»Pobre chica, me imagino lo mal que lo debe estar pasando. Cálmate Sofía, eso puede pasarle también a tu propia hija, y no reaccionarías de esta manera. Esa chica necesita apoyo, no censura… Pero tengo que informar inmediatamente a sus padres de la situación. Supongo que ellos sabrán mejor que yo qué hacer en esta delicada situación...»
Sofía escribió un escueto mensaje, porque no  quería alarmarles:
«Estimados padres de Nina, creo que su hija desea volver con su madre. Les ruego que  vengan a buscarla lo antes posible, un abrazo, Sofía».
El ladrido de los lebreles avisó a Oana de la llegada de Sofía. Nina descansaba en el dormitorio de huéspedes, recuperándose de las dolencias de su probable embarazo, y Nano permanecía en el amplio salón rasgando con desgana la guitarra, sin poner interés en las improvisaciones que solía interpretar en el piano-bar. No podía apartar de su mente la propuesta de Nina, que él había aceptado. Cuando escuchó la llegada del automóvil acompañado por el ladrido de los perros, supuso que sería Sofía. Dejó la guitarra y se mentalizó para mentir con la suficiente convicción como para que no hubiera ninguna duda sobre su responsabilidad en el embarazo de Nina.
Sofía preguntó a la compungida Oana su opinión sobre el estado de Nina:
—Señora, yo creo que está embarazada, pero Nano asegura que no es posible, porque..., ya me entiende…
—¿Dónde está Nina? ¿Se encuentra bien?
—Está descansado arriba en el dormitorio de invitados: Solo tiene las molestias del embarazo, ¡pero es tan joven..!
.¿Y Nano?
—Lo  he visto en el salón, debe seguir allí.
—Tengo que hablar con él sin que Nina esté presente. Quiero saber la verdad.
Nano había escuchado la conversación de las dos angustiadas mujeres y salió a reunirse con ellas con una fingida expresión de culpabilidad:
—¡Nano, vamos a dar un pequeño paseo. Quiero que me cuentes lo que sucede.
Nano obedeció con docilidad y ambos se adentraron por un sendero entre los naranjales. Sofía fue directa y le preguntó sin titubeos:
—Nano, ¿te habías acostado con Nina antes de venir a mi casa? ¡Dime la verdad, porque sus padres tienen que saber  quién ha dejado embarazada a su hija!
Nano tuvo que hacer un gran esfuerzo para cumplir con la promesa que había hecho a Nina, y contestó tratando de mostrar firmeza y sin vacilación:
—¡Sí, es cierto, yo soy el responsable! Pero no creíamos que pudiera quedarse embarazada, no eran los días…
—¿Y qué piensas hacer?
—No lo sé. Supongo que debo hablar con su madre. Haré lo que deba hacer. Ya he dicho que soy el responsable.
—Su madre vendrá hoy mismo a recogerla. ¿Qué dice Nina sobre su embarazo?
—Está pensando en abortar.
—¿Y tú que opinas?
—¿Qué quiere que opine? Es su cuerpo el que tiene el embrión, no el mío. ¡Haré lo que ella decida!
—Todo esto es un desgraciado asunto…
—Sí, Nina lo está pasando muy mal. Ella no se esperaba esto.
Sofía y Nano regresaron a la casa y se encontraron con Nina, que se había recuperado y jugaba con los gatos sobre la gran mesa de la entrada. Al ver venir a Sofía y Nano supuso que habrían estado hablando de su embarazo:
—Nina, he sabido lo de tu embarazo —le dijo Sofía mostrándose compasiva—. Debes sentirte muy mal. ¡Eres demasiado joven para ser mamá!
Nina no contestó, bajó la cabeza avergonzada, y siguió jugando con los gatos, porque no sabía qué responder.
—Tu madre vendrá hoy para llevarte con ella, y entre  las dos decidiréis qué hacer… Nano no se ha portado con mucha sensatez, ¡pero ya no tiene remedio!
Nina cambió una expresiva mirada con Nano, y sintió remordimientos, pero tenían que continuar con aquella farsa, porque estaba determinada a abortar y no podía arriesgarse a que los padres de Marc pusieran algún impedimento.
»Pobre Nano —pensó apesadumbrada—, ¡no sabe mentir!»
⦁    El té
Laura recibió el mensaje de Sofía cuando estaba tomando el té con los padres de Marc, y no pudo evitar un gesto de sorpresa y malestar.
—¿Malas noticias, querida?
Laura  no sabía qué responder, pero no quiso darle la noticia del embarazo de Nina hasta no haber  hablado a solas con su ex-marido.
—Sí, parece que mi anciano padre no está muy bien de salud y temen por su vida.
—¡Cuánto lo siento, querida! Yo también perdí  a mi padre no hace mucho. ¡Sé lo que se siente!
—Ha sido muy amable al invitarnos, pero tengo que despedirme para  preparar el viaje de regreso, mi madre me pide que vuelva lo antes posible.
—Es una verdadera pena que tengas que dejarnos, pero un padre es más importante que unas vacaciones. Sí, vaya; vaya con su padre lo antes posible.
Cuando salieron de la casa, Laura estaba profundamente afectada, lo que alarmó a su ex-marido.
—Laura ¿qué ocurre?
—¡Lo que nos temíamos, Nina está embarazada!
—¡Con solo 15 años!
—¿Qué haremos ahora, Sergio?
—No lo sé, pero debemos ir en su busca ahora mismo. Nina necesita nuestra ayuda y tenemos que conocer su opinión.
—¿Y cuál es la tuya, Sergio?
—Nina no puede ser madre con 15 años, tal vez debemos considerar la posibilidad de un aborto, ¡si no es demasiado tarde!
—¿Pero sin consultar con el padre?
—Ese joven es un calavera, no sería capaz de asumir esa gran responsabilidad! No, Laura, es mejor que no sepa nada del embarazo.
—¡Nuestra pequeña Nina embarazada de un joven irresponsable! ¿Cómo ha podido suceder? ¡Pero yo soy la responsable! ¿Cómo puedo presentarme ante ella sin sentirme culpable?
—No te atormentes. ¡Todos somos culpables!
Emprendieron viaje directamente desde la casa de los padres de Marc hacia la localidad de Sofía.
—Nina debe saber que tú estas aquí —comentó Laura durante el viaje—, espero que eso le sirva de consuelo. Se alegrará de verte. Pero creo que es mejor que me encuentre primero yo sola con ella. Quiero saber si todavía está resentida conmigo o si me ha perdonado. Después le daremos la sorpresa de nuestra reconciliación. ¿Estás de acuerdo?
—¡Claro, Laura!
Cuando llegaron al gran paseo marítimo donde estaba la casa de Sofía, Nina y Nano ya habían regresado del caserío del naranjal y esperaban la llegada de su madre en el jardín. Laura supuso que estarían allí y se detuvo a una prudente distancia.
—Bájate aquí, Sergio, Nina puede  estar esperándome en el jardín de la casa.  Espera quince minutos y te reúnes con nosotras. ¡Nina se llevará una gran sorpresa! 
Laura prosiguió el viaje hasta la casa y se sentía profundamente inquieta por saber cuál sería la reacción de su hija en el reencuentro. Aparcó el coche frente a la puerta del jardín  y se dijo a sí misma: «Bueno, Laura, ha llegado el temido momento de recuperar  o perder a mi hija».
Pero apenas había salido de coche, Nina salió a su encuentro y para su sorpresa, se abrazó a ella y,  al borde del llanto, le susurró.
—¡Mamá, lo siento!
Laura no supo cómo reaccionar ni qué contestar. Abrazó a su compungida hija y permaneció en un emotivo silencio. «Sí, me ha perdonado!» —pensó, haciendo un gran esfuerzo por evitar también ella el llanto.
Nina seguía abrazada a su madre cuando llegó Sergio, que había contemplado la emotiva escena. Se acercó a ellas, puso sus manos sobre el hombro de Nina y le susurró al oído.
    —Nina, hija, ya ves que tu madre te quiere. Me alegra que la hayas perdonado. ¡Todos hemos cometido errores..!
Nina se volvió sorprendida al escuchar la voz de su padre.
—¡Papá, estás aquí, con mamá! ¿Qué ha pasado?
—Nada, Nina, solo que tu madre y yo nos hemos reconciliado. ¡Y ha sido gracias a ti!
Sofía y Nano habían contemplado también el feliz reencuentro de madre e hija, pero temían que aquella momentánea felicidad tuviese un final amargo cuando trataran el penoso tema del embarazo.
Cuando padres e hija se calmaron tras el emotivo encuentro, Sofía intervino, invitándoles a pasar al interior de la casa.
—Ha sido un maravilloso reencuentro, y no saben cómo me alegra que Nina haya superado su desafecto por usted y vuelvan a ser una familia unida, pero ahora deben ser realistas y afrontar el embarazo de su hija. Me he tomado la libertad de llamar a un ginecólogo amigo de la familia para que la examine y nos diga cómo se encuentra su hija. No tardará en llegar. Por suerte para ustedes  el padre, aunque algo irresponsable, está aquí y no pondrá impedimentos por la decisión que tomen respecto a su hija.
Nano se sintió aludido y quiso disculparse ante los padres de Nina.
—Sí, yo soy el culpable del embarazo de Nina, no me he comportado como debía, lo siento, pero estaré de acuerdo con lo que decidan sobre ella.
Nina escuchó aquella falsa acusación sin poder evitar un profundo sentimiento de culpa, por haber pedido a Nano que asumiera su embarazo. Pero los padres de Nina ya conocían el verdadero padre.
—Nano, debes querer mucho a nuestra hija —respondió el padre de Nina—, porque estás dispuesto a asumir una paternidad de la que tú no eres el responsable.
Nina se inquietó por la respuesta de su padre.
—¿Qué quiere decir? —preguntó asombrada Sofía.
—Que Nano no es el padre, sino Marc, su compañero de estudio de música. Lo gestaron la noche del triunfo de Nina en el piano-bar. Se lo escuchamos decir al mismo Marc.
Nina no pudo evitar el llanto por el descubrimiento de su engaño, y exclamó entre sollozos.
—Sí, papá… yo le pedí que lo hiciera… Yo no quiero que Marc sepa de mi embarazo… porque yo quiero abortarlo… y temo que los padres de Marc pongan algún impedimento… Nano es muy bueno… Yo se lo he pedido.
Sofía estaba asombrada por aquella inesperada revelación, y se apresuró a disculparse al confundido Nano.
—¡Te pido mil disculpas, Nano, la verdad es que yo no lo podía creer. ¡Eres un gran amigo y una gran persona!
La oportuna llegada del ginecólogo puso fin a aquella dramática confesión.
—¿Qué sucede, Sofía? ¿Quién está enfermo? ¿Es tu hija?
—No, no es nadie de mi familia, es la hija de estos amigos míos. Quiero que la examines y nos digas cómo se encuentra.
—Está embarazada —intervino la madre de Nina.
—¿Esta jovencita embarazada?
Nina sintió nuevos deseos de llorar y se abrazó a su madre avergonzada.
—Estas cosas pasan… —comentó Sofía conciliadora.
—Está bien, ¿podemos usar una habitación?
—Ya conoces la casa. Usad el dormitorio de invitados.
—Vamos, pequeña. Veremos cómo esta ese embarazo:
Nina estaba tratando de serenarse y no parecía querer desprenderse de los brazos de su madre.
—Ve, hija, acompaña al doctor —insistió el padre —. Es mejor que sepamos cómo  te encuentras antes de regresar a casa.
Nano también le sugirió que acompañara al paciente doctor.
—¡Ahora te toca a ti ser valiente!
Nina se desprendió de los brazos de su madre y secándose las lágrimas, acompañó al médico resignada.
—No temas, niña, no te pondré ninguna  inyección ni te pincharé para hacerte un análisis de sangre. Solo vamos a ver cómo está ese embarazo.
Cuando salieron del salón, Sofía preguntó al afectado padre de Nina:
—¿Han pensado lo que harán?
El padre de Nina cambió una significativa mirada con Laura, que parecía estar confusa.
—La verdad es que no sabemos qué hacer. Es una situación muy complicada. Nina es demasiado joven para ser madre, pero un aborto podría causarle un trauma de por vida. ¿Qué haría usted en nuestro lugar?
—Yo tampoco tengo la respuesta —contestó Sofía confundida —. Es un terrible dilema en el que no me desearía encontrar.
Guardaron un significativo silencio en el que todos parecían reflexionar sobre una posible respuesta.
—Creo que voy a preparar café, ¿o prefieren una cerveza?
Todos  aprobaron el café y Sofía salió del salón, dejando solos a Nano con los padres de Nina.
—Nano, Laura me ha dicho que eres un gran guitarrista. ¿Habéis hecho planes Nina y tú sobre la música? —preguntó el padre de Nina al afectado Nano.
—Sí, habíamos pensado que Nina compusiera suficientes temas para grabar un compacto… Nina tiene un gran talento musical… pero... —Nano se interrumpió, porque no quería reconocer que tal vez Nina era demasiado joven para asumir los riesgos y las nuevas situaciones que podían crearse ante un posible éxito.
—¿Pero qué, Nano? —preguntó Laura.
—Me temo que Nina es demasiado joven para enfrentarse a  un posible éxito… Creo que sería mejor dejar pasar algún tiempo. Además, ahora con su embarazo tendrá que olvidarse de todos los planes que habíamos hecho…
—Sí, eso me temo —dijo el padre —, yo también pienso que Nina no está emocionalmente preparada para asumir esa responsabilidad. ¿Has pensado qué harás  tú sobre Nina? ¿Sois algo más que amigos?
—No se preocupe por mí… Nina no está enamorada, solo me admira como músico. Se olvidará pronto de mí…
Sofía llegó con el café interrumpiendo las dolorosas declaraciones de Nano. Instantes después entraron en el salón Nina y el doctor. Para sorpresa de todos, Nina apareció  sonriente, y volvió a abrazarse a su confundida madre.
—Y bien, doctor, ¿cómo se encuentra nuestra hija?
—¡Nunca había examinado a un paciente con mejor estado de salud. ¡Su hija está perfectamente bien!
—¿Y su embarazo? —preguntó Laura, sin salir de su asombro.
—¿Qué embarazo? ¡Su hija no está embarazada!
—¡Pero los síntomas…!
—¡Ah, los síntomas! Su hija ha padecido lo que en la jerga médica llamamos una pseuciesis, un embarazo psicológico. Tenía tanto  miedo a haberse quedado embarazada que ella misma se provocó los síntomas. Pero no estén preocupados, no hay tal embarazo, pero podrá estarlo cuando ella lo desee, porque goza de unas excelentes facultades físicas para la maternidad, ¡Cuando le llegue el momento, claro está!
—Sí, mamá, ¡no estoy embarazada! —exclamó Nina eufórica de alegría.
—¡Gracias a Dios que todo ha sido un susto! —dijo el padre de  Nina, sin ocultar su alegría por la feliz noticia.
Nano estaba también conmocionado y  se sintió profundamente aliviado. Nina se acercó a él y le confesó emocionada.
—Nano, nunca olvidaré tu noble gesto, pero creo que llevabas razón, ¡soy demasiado joven para lo que nos habíamos propuesto! Ha sido un sueño maravilloso, pero tengo que despertar y tú tienes que pensar en tí mismo y en tu carrera. ¡Eres un gran músico y creo que  no debes sacrificarte  por mí!
—¿Qué piensas hacer, Nina? —preguntó Nano tratando de contener su tristeza.
—No lo sé, pero tengo necesidad de sentirme parte de mi familia, ahora que mis  padres se han reconciliado. Necesitaré algún tiempo para volver a pensar en la música. Solo deseó regresar a casa con mis padres. No puedo pensar en nada más.
—Lo comprendo.
—¿Y qué piensas hacer tú?
—Ah, yo; tampoco lo sé, pero creo que aprovecharé una beca para estudiar guitarra contemporánea en Londres. Me han notificado que he sido admitido en una reputada institución musical…
—¡Qué interesante!
Nano intentó sonreír, pero su amargura se lo impedía.
—No estés triste, Nano, puede que el destino nos vuelva a unir, pero ahora nos tenemos que separar…
—Sí, Nina, supongo que debe ser así… Yo tampoco te olvidaré. Afortunadamente, me quedan tus canciones…
Nina besó a Nano y se reunió con sus padres.
Sofía se acercó al desconsolado Nano y le propuso que se alojase en su casa hasta que decidiera qué hacer, o a dónde ir.
—Comprendo tu estado de ánimo, sé que quieres a esa chica, pero la vida da muchas vueltas. ¡Quién sabe lo que os deparará el destino! Ahora Nina necesita una familia. La música puede esperar… —Nano asintió con un resignado gesto de cabeza—. Puedes quedarte en mi casa hasta que decidas lo que quieres hacer.
El padre de Nina se acercó también a Nano y le ofreció un cheque:
—Nano, quiero que aceptes esta ayuda, porque Nina te ha hecho perder tu empleo y lo necesitarás para proseguir tus estudios de música.
—Gracias, pero no puedo aceptarlo; fue idea mía el escaparnos.
—¡No, Nano, fue mía! ¡Yo te pedí que huyéramos! ¡Acepta lo que te ofrece mi padre!
—Bueno, creo que ha llegado el triste momento de las despedidas —comentó Laura—. Tenemos que marcharnos ya.
Nina cogíó del brazo a Nano, y salieron juntos al jardín.
—Nano, nunca te olvidaré, porque siempre que contemple el mar me acordaré de ti, porque... «Tus ojos son del color del mar»…
—«Y tus caricias como las olas que vienen y van» —continuó Nano. Poco después veía a Nina alejarse en el automóvil de su madre, que le saludaba  con un enérgico gesto de despedida. Sofía se acercó a él y le comentó:
—Hace dos años yo también despedía un ser querido, ¡pero él nunca regresó!










TERCERA PARTE:
EL REENCUENTRO
(Cinco años después)









































⦁    La fama
Cuatro años después de la reconciliación de sus padres, Nina cursaba su tercer año en la Facultad de Derecho, obedeciendo a los deseos de sus padres, que trasladaron su residencia a una tranquila urbanización situada en la periferia. Nina habitaba en la ciudad, en un pequeño estudio bien comunicado con la Universidad, y, además de una generosa asignación mensual, disponía de un pequeño utilitario de una marca italiana, regalo de su padre por haber seguido sus recomendaciones profesionales y elegido su misma carrera.
Después del tercer año de carrera, Nina volvió a sentir la llamada de su vocación musical y había conseguido convencer a su padre para que le permitiera un año de pausa, durante el que se propuso grabar una maqueta con las canciones que compuso junto con Nano y enviarlas a  varios sellos discográficos.
Acudió a su antigua escuela de música para intentar encontrar algún músico que quisiera ayudarla y coincidió con un Marc transfigurado. Gracias a su vecindad en la localidad costera con el director de una importante discográfica, había conseguido el cargo de asistente del director artístico. Cargo que combinaba con la de representante de solistas contratados por la discográfica.
Ella esperaba en la pequeña sala reservada para los visitantes a que la directora estuviera libre para exponerle su deseo. Estaba tan ensimismada en su petición, y en qué músicos serían necesarios, que no se percató de la entrada de Marc en la misma sala hasta que no escuchó su nombre.
—¿Nina?
Nina se sobresaltó ante la inesperada presencia de quién había sido la causa  de muchos remordimientos, pero su  transfiguración le decía que no era el mismo Marc que conoció aquel agitado verano en la pequeña localidad costera y reaccionó favorablemente.
—¿Marc?
—¡El mismo! Pero ¿qué ha sido de tu vida estos últimos años? ¡Desapareciste del pueblo dejándonos a todos con la miel en la boca! Y ¿tienes idea de lo que pasó con el guitarrista? Porque ¡también él desapareció!
—Es una larga historia, prefiero no hablar de eso… Pero ¿qué ha sido de la tuya? Tengo que confesarlo… estás muy cambiado. Creo que si me hubiera cruzado contigo en la  calle no te hubiera reconocido!
—¿Cambiado? ¿Para bien o para mal?
—No puedo adivinarlo, pero yo diría que para bien.
—Gracias, Nina. Sin embargo tú eres la misma de…, bueno ya sabes... de aquella noche…
Nina se ruborizó, porque el recuerdo de lo sucedido  entonces estaba todavía vivo en su imaginación. Marc sintió que debía disculparse por lo que sucedió, porque todavía se sentía culpable de su conducta posterior.
—¡Fueron cosas de adolescentes! En aquellos días estábamos todos locos. No teníamos ni idea de lo que estaba bien o mal. Solo sabíamos que estaba bien lo que era divertido y mal lo que era aburrido. ¡Así de simple era nuestro mundo! Siempre me he sentido  culpable de lo que pasó aquella noche… Me asusté y te rehuía para no encontrarme contigo y saber que estuvieras embarazada. ¡Aquella idea me horrorizaba!
—¡Déjalo, Marc! No tienes por qué sentirte  culpable, y puedes estar tranquilo, ¡porque no hubo embarazo!
—Entonces, ¿amigos?
—¡Claro, amigos!
Y juntaron la palma de sus manos, en un claro gesto de la amistad recuperada.
—Ahora que volvemos a ser amigos, ¿puedo preguntarte qué ha sido de tus preciosas canciones? ¿No formastéis un dúo Nano y tú? ¡Los dos erais geniales!
Nina se sentía violenta, porque ahora que había conocido al joven Marc se avergonzaba de su negativa a informarle de su frustrado embarazo.
—Marc, lo que sucedió después me resulta difícil de contar. Creo que yo también tengo que pedirte disculpas por algo que…
—Nina, tengo una idea. ¿Por qué no buscamos un lugar tranquilo donde podamos beber unas cervezas y me cuentas todo lo que te sucedió después? Si estás esperando para entrevistarte con la directora, creo que tardará en recibirte, porque  está reunida con los profesores. Tendremos tiempo de tomar esas cervezas antes de que esté libre.
Nina creyó que contarle lo sucedido contribuiría a calmar su mala conciencia, por eso accedió a la propuesta de Marc.
No fue fácil encontrar el lugar adecuado, pero al fin encontraron un conocido café, al parecer frecuentado por escritores, poetas y gente de letras de toda  la ciudad.
Se acomodaron en una de las mesas más apartadas, pidieron dos cervezas y Marc propuso un bíblico brindis.
—Por el feliz reencuentro de dos pecadores arrepentidos.
Nina brindó también por lo que le parecía una buena definición de ella misma.
—Cuando quieras puedes empezar tu relato, porque estoy seguro de que será apasionante.
⦁    Nina recuerda
Nina contó a Marc su escapada con Nano y el caudal de temas que le había inspirado, y el falso embarazo, así como su intención de no hacérselo saber, asumiendo Nano su supuesta paternidad, de lo que ahora se sentía  culpable, por esa razón también ella debía pedirle disculpas.
Marc parecía afectado por las revelaciones de Nina, pero aceptó que ambos habían obrado mal y por esa razón debían perdonarse mutuamente.
—Tú tampoco tienes que disculparte, yo te puse en ese riesgo y tampoco hubiera aceptado mi paternidad. Soy más culpable que tú. Y ya que hemos hecho nuestra confesión sobre ese oscuro capítulo de nuestra pasada relación, hagamos borrón y cuenta nueva y cuéntame qué ha sido de todas esas maravillosas canciones que compusiste junto a Nano. ¿Qué ha sido de ellas?
—Por deseo de mi padre, me he matriculado en la Facultad de Derecho. Quiere que tenga alguna licenciatura, porque él cree que la música no es una profesión, solo un entretenimiento. Muchas veces yo pienso lo mismo…
—¿Tú, abogada? —interrumpió Marc—. No puedo creer que estés hablando en serio. Tú llevas el veneno del arte en tu sangre y no has nacido para defender pleitos de cosas mundanas, o la redacción de un testamento o tramitar la denuncia por fraude de un comerciante sin escrúpulos. ¿Es que no lo ve tu padre?
—Creo que sí lo entiende, pero desconfía del mundo del arte y quiere que asegure mi futuro con algo más sólido que las notas de una partitura. Pero mi padre me ha permitido tomarme un año de pausa para que tenga la oportunidad de poner a prueba mi vocación musical. Por eso estaba en la academia de música, porque necesito algún músico que me ayude a grabar las canciones que tú ya conoces.
Marc bebió un largo trago de cerveza, y permaneció unos instantes en silencio, sin poder evitar una expresión de asombro.
—Creo, Nina, que el destino está haciendo su jugada, porque me ha reunido contigo en el momento adecuado…
—¿Qué quieres decir?
—Que yo puedo ser la persona que estás necesitando, porque soy el asistente del director artístico de la discográfica más importante del país, además de representante  de algunos de nuestros mejores músicos. ¡Yo puedo hacer realidad tu sueño si permites que te represente. Sé que tus canciones tendrán un gran éxito. ¿Confías en mí?
Aquella era una extraña jugada del destino, pero Nina aceptó poner en las manos de Marc sus sueños y ambiciones, no solo porque ahora confiaba en él, sino porque había una parte de los recuerdos de la noche que hicieron el amor, que se había negado a aceptar  hasta su fortuito reencuentro en la academia de música: su irresistible atractivo físico, el enervante olor de su bronceada piel y la sensualidad de sus manos acariciando sus senos. Solo después de su  reencuentro, Nina reconoció con un doloroso sentimiento de culpa que Marc la había seducido por sus irresistibles atractivos,  que entonces no tenía Nano para ella, con quien solo le  unía su compartida pasión por la música. ¡Y Nano lo sabía!
⦁    La maqueta
Marc había instalado en su apartamento un sencillo estudio de grabación, donde grababan  las maquetas de sus músicos representados para presentarlas a la discográfica.
—Entonces —le dijo Marc sin ocultar su alegría por la aceptación de Nina —prepara las partituras porque grabaremos  una maqueta en el estudio que tengo en mi apartamento. No es muy bueno, pero servirá. ¿Qué músicos necesitas? Pero mejor vemos juntos las partituras y decidimos los arreglos que les convienen.
—Nano escribió también los arreglos, solo necesitamos un guitarrista y un violinista —Nina sintió la nostalgia de su desaparecido amigo, y le pareció que grabar  las canciones en su ausencia era como una traición, pero no podía negarse a esa oportunidad.
Quedaron al día siguiente, cuando Marc finalizase su trabajo en la discográfica, para preparar la grabación.
—Encargaré unas pizzas y cenaremos juntos. ¿Te gustan las pizzas?
—¡Claro! ¿A quién no le gustan las pizzas?
—Entonces, acordado. Ya no necesitas ir a la academia, porque desde hoy soy tu agente, y te puedo asegurar que serás aceptada en la discográfica y tendrás un gran éxito con tus canciones.
Nina no podía ocultar su satisfacción por aquella optimista visión, pero una vez más echó de menos la ausencia de Nano.
—¡Lástima que no esté mi amigo Nano en la grabación! Él sabía los arreglos que necesitaba cada canción… ¡Lo voy a echar de menos!
—Sí, lo comprendo, pero tienes que aceptarlo: si no se ha puesto en contacto contigo en todo este tiempo es porque ya no tiene interés por mantener tu amistad.
Como habían acordado, Nina y Marc se encontraron en el apartamento de Marc. Nina llevaba todas las partituras de sus canciones, con anotaciones de Nano para los arreglos. Marc se sentó al piano del estudio e interpretó, una tras otra, las canciones de Nina, y ella tarareaba sus letras.
—¡Fantásticas! —exclamó Marc, convencido una vez más de su previsible éxito—. Y  Nano ha dejado suficientes notas para hacer los arreglos, será un trabajo fácil.
Nina guardó las partituras en su mochila, mientras Marc hacía una llamada para ordenar las pizzas. Mientras las esperaban, Marc volvió al piano y, con un tempo más lento, trataba de interpretar una de las canciones de Nina que había conseguido memorizar, mientras ella ojeaba una revista musical sentada en el único sillón del estudio.
Marc detuvo su improvisación y sorprendió a Nina con una pregunta:
—Nina, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
—Pero te contestaré según cómo sea de personal.
—¿Estabas enamorada de Nano?
La pregunta cogió por sorpresa a Nina, porque nunca llegó a saber qué sentía por él. En algunas ocasiones creía estar enamorada, pero en otras solo sentía una profunda admiración por el músico y un gran afecto por la persona, pero que no podía ser amor.
—¡No lo sé, Marc! ¿Cómo se sabe si estás o no enamorada..?
—Creo que es muy sencillo: cuando no puedes quitártelo de la cabeza y solo vives cuando estás a su lado.
—¡Muy romántico! No sé, supongo que no estaba enamorada de él, aunque le eché de menos, pero le quería… y todavía le quiero, a pesar de que es posible que se haya olvidado de mí.
—¿Y cuál es la diferencia entre querer y amar?
—No lo sé, no soy filósofa y no sabría explicarlo, pero yo creo que el amor es posesivo y hasta egoísta  y el cariño es generoso. Esa debe ser la diferencia...
El sonido del timbre de la puerta interrumpió aquella emotiva conversación. Nina se sintió aliviada, porque no sabía cuál podía ser la intención de Marc con aquel interrogatorio.
—¡Las pizzas!
⦁    Las grabaciones
Los días que siguieron a su primer encuentro en el estudio de Marc fueron de una enorme intensidad y trabajaban hasta altas horas de la madrugada cuando algo no salía bien. Marc consiguió reunir un guitarrista y un violinista, y él mismo interpretaba los arreglos para piano o hacía la percusión con bongos cuando el tema lo requería.  En ocasiones, cuando era necesario un coro, Marc había conseguido la colaboración desinteresada de un trío de cantantes de color, muy populares en todos los locales de Jazz de la ciudad, y que él representaba.
Tres meses después de aquel exhaustivo trabajo, Marc presentó la maqueta a su director artístico, quien, para su sorpresa, puso numerosas objeciones y no parecía dar su aprobación.
—¿Pero quién es esa tal Nina?
—¡Qué importa quién es ella, lo que importa son sus canciones! ¿No le parecen buenas?
—No es suficiente con eso, tiene que tener algún atractivo; algo que enganche al público.
—¡Lo tiene, se lo aseguro!
—¡Oye, Marc, no será una de tus últimas amantes!
—¿Por qué no la entrevista? ¡Así lo comprobará por usted mismo!
Antes de que el escéptico director artístico le res
pondiera,  entro al despacho el director gerente, quien había proporcionado el empleo de Marc.
—¡Ah, el joven Marc! —y dirigiéndose al director artístico, le pregunto:
—¿Cómo va el trabajo del joven Marc? ¿Se gana su sueldo?
—Creo que sí. ¡Últimamente está muy activo!
—¿Y en qué anda metido?
—Nos ha  traído una  exclusiva; una joven cantautora que él asegura que tiene un gran talento.
—Usted ya la conoce  —intervino Marc—, la vio actuar en el piano-bar de donde tiene su residencia de verano…
—¿Nina.., Nina…? ¡Ah sí, ya la recuerdo! ¿Pero no formaba un dúo con un tal Nano? No parecían muy interesados en grabar, porque no acudieron a la cita que les di. ¿Y tú crees que en solitario será interesante?
—Eso mismo le estaba comentando yo –intervino el director artístico—, pero él insiste que la chica promete.
El director gerente contempló unos instantes al espectante Marc y le preguntó:
—¿Estás seguro, hijo?
—¡Totalmente!
—Está bien, le daremos una oportunidad al joven Marc. Si triunfa tendrás tu ascenso, pero si fracasa, olvídate de tu ascenso los próximos dos años. Que pase a grabación.
⦁    La oportunidad
Marc estaba eufórico por la aceptación de su propuesta, y llamó a Nina para quedar aquella misma tarde y hacerle saber la gran noticia cuanto antes.
—Sí, Nina, es importante, ven a mi apartamento esta misma tarde, encargaré dos pizzas y cenaremos juntos.
La noticia inquietó a Nina, porque hasta ahora siempre había cantado para sus amigos o pequeños grupos de gente, pero no estaba segura de poder subirse a un escenario ante cientos de personas que esperaban la presencia de su ídolo.
—Lo lograrás, Nina, tienes que empezar a mentalizarte que ya eres su ídolo y que te imitarán en todo lo que hagas, vistas o, incluso, lo que bebas o comas, por lo que tendrás que elegirlo con cuidado.
—No había pensado en esta responsabilidad; no sé si me gustará ser un ídolo.
—¡Te gustará!
—¿Y qué será de mi libertad? ¡Me perseguirán los periodistas! ¡No podré estar tranquila en ningún sitio!
—Te acostumbrarás, y yo estaré siempre a tu lado para protegerte; ¡seré tu agente y tu guardaespaldas! En cuanto a la libertad,  si conoces a alguien que sea libre, abandonaremos todo y tú te harás abogada, pero si no, es mejor perder la libertad siendo alguien, que siendo un don nadie. Y sobre la prensa del corazón, bastará con ganar un par de demandas por violación del derecho de privacidad para que te dejen tranquila, al menos dentro de tu hogar.
—Está bien, confío en ti, haré lo que tú me digas ¡Eres mi agente!
—Quiero que vengas mañana mismo al estudio de grabación para que conozcas a los músicos que te acompañarán en las grabaciones. Todos son profesionales,  podrás pedirles que hagan lo que creas conveniente.
—Pero yo nunca he estado en un estudio de grabación. Estaré muy nerviosa.
—Lo aprenderás pronto, no es muy complicado, solo necesitas un buen oído musical y tener muy claro cómo quieres que suenen tus canciones, y tú lo sabes muy bien, porque ya hemos hecho varias grabaciones en mi estudio con las ideas muy claras. El resto lo hacen los técnicos de sonido. ¡Te sorprenderá lo que son capaces de hacer con las tomas de grabación!
—¡Lástima que no estuviera Nano en el estudio! ¡El sabía  hacer los arreglos que convenía a cada canción!
—Nina, tienes que acostumbrarte a vivir sin Nano. Tú eres Nina, y tienes tu propia personalidad. ¡Descúbrela!
Las sesiones en el estudio de grabación fueron agotadoras. Nina estaba nerviosa y cometía frecuentes errores.
—¡Nina, Nina, concéntrate! Tenemos que repetir la toma otra vez. ¡Has entrado a destiempo en el último compás!
—Marc, ¡no puedo más! ¡La he repetido ya seis veces, estoy agotada; no saldrá bien. Tal vez yo no sea capaz de grabar mis propias canciones…
—No, Nina, tenemos que conseguir una toma perfecta esta misma noche, porque mañana este estudio estará ocupado con otras grabaciones.
—¡Si Nano estuviera aquí todo sería distinto, con él no cometía errores! —insistió la angustiada Nina.
—Pero Nano no está aquí, solo estoy yo, y he puesto mi futuro profesional en tus manos y sé que no me defraudarás.
—Perdona, Marc, yo no quiero que…
—Nina, no te sientas culpable, solo te pido que te concentres y no pienses en nada más que en tu canción.
—Está bien, Marc, lo volveré a intentar.
Finalmente hicieron una toma de voz satisfactoria, y podían empezar a hacer las  mezclas. Tres meses después terminaron de grabar todas las canciones del compacto, y la discográfica preparó su lanzamiento.
El primer compacto de Nina tuvo el éxito esperado por Marc, y pronto se situó a la cabeza de las principales listas de las revistas especializadas. Las críticas eran unánimes: había nacido una nueva estrella en el firmamento musical.
⦁    El gran concierto
El director gerente estaba reunido con sus directores con un solo tema en la agenda: Nina.
—Parece ser que el joven Marc se ha ganado un ascenso, tuvo un buen olfato. Esa chica puede ser un filón de oro. Quiero que organicéis un gran concierto y que llene un estadio. Esa joven tiene carisma. La convertiremos en el nuevo ídolo de los adolescentes. Contratar a los mejores  teloneros, que atraiga a los más jóvenes. No escatiméis en gastos, que tenga una buena campaña de promoción. Yo le conseguiré que la inviten a los programas musicales de la televisión. ¡Ah, y que le hagan un buen video! Elegir del director más creativo, sin que importe el precio. ¿Habéis anotado todo?
Los directores asintieron al unísono.
—¡Pues entonces  poneos a trabajar!
Cuando finalizó aquella lacónica reunión,  el director gerente hizo venir a Marc a su despacho.
—Bueno, jovencito, te has ganado tu ascenso, ya no serás asistente, sino adjunto al director artístico. Si quieres llegar lejos en esta casa tienes que ascender peldaño a peldaño, y si tienes tesón y paciencia, en unos cuantos años podrás ser uno de mis directores en el Consejo, pero yo prefiero llamarlos «Mis empleados de confianza». Tu nuevo despacho de adjunto estará listo en un par de días. Si sigues así no me extrañaría que algún día ocupes mi cargo. Estamos viviendo en un mundo en plena revolución de las nuevas tecnologías, pero también de las conciencias. Cada día hay algo nuevo. Los viejos ya no nos podemos adaptar. Esta industria tiene que renovarse con directores que conecten con todas estas innovaciones.
Marc soportó aquel paternalista discurso, porque deseaba saber qué habían decidido en el Consejo sobre el futuro de Nina.
—Dará un gran concierto en algún estadio rebosante de  fans!
—¿No es un proyecto excesivo para una joven sin experiencia? —se atrevió a replicar Marc.
—Nina es joven, y la juventud puede con todo. No temas, en estos temas yo nunca me equivoco. ¡Arrasará! Bien eso era todo lo que deseaba decirte. Adiós, muchacho, que tengas muchos éxitos en tu nuevo cargo.
Y condujo a Marc hasta la puerta de su despacho. Marc tenía muchas preguntas sobre los planes concretos que tenían previsto para su promoción, pero era evidente que  el director gerente no estaba habituado a dar explicaciones de sus órdenes.
⦁    La promoción de Nina
Al día siguiente Nina recibió una llamada de la discográfica a primeras horas de la mañana, cuando todavía estaba somnolienta.
—Señorita Nina, soy el chófer de la discográfica. Dentro de 30 minutos pasaré a recogerla, porque hoy tiene usted una sesión fotográfica.
—¿Una sesión fotográfica? ¡A mí nadie me había dicho…!
—Señorita Nina, yo no puedo darle más explicaciones, solo me han ordenado que la traiga a los estudios. ¿Estará  preparada dentro de media hora?
—¡Claro, pero…!
—Entonces hasta luego, tocaré dos veces el claxon —interrumpió el chófer, colgando después el teléfono.
Nina estaba desconcertada y enfadada, porque nadie le había consultado sobre una sesión fotográfica. Llamó a Marc, porque él debería saberlo y haberla advertido.
—No, Nina, no tenía ni idea, pero ese es su estilo: deciden algo y lo llevan a cabo sin contar con la opinión de los interesados. Hay algunos apartados del contrato que firmaste que te obligan a aceptar todas las iniciativas que puedan tener para tu promoción.
—Está bien, Marc, supongo que me acostumbraré y unas cuantas poses no matan a nadie, ¡pero podían haber esperado siquiera una hora más, porque estoy muerta de sueño!
Apenas tuvo tiempo de tomar una ducha rápida y terminar de vestirse, cuando llegó el chófer.
—Buenos días, señorita Nina, tenemos que apresurarnos, porque hay un cambio de planes, no harán las fotos en los estudios, sino en una chatarrería en las afueras de la ciudad…
—¿En una chatarrería?
—Bueno, no exactamente; en uno de esos terrenos donde se amontonan los autos viejos para el desguace.
—Y qué  pretenden, ¿desguazarme a mí también?
—¡Ja, ja, tiene usted un gran sentido del humor!
—¡Es que no me lo puedo tomar en serio, porque es para llorar!
Recorrieron algunos kilómetros por la autopista del norte, hasta que, a escasos metros de la carretera, divisaron un gran espacio donde se amontonaban pilas de automóviles accidentados o demasiado antiguos para permitirles circular.
—Aquí debe ser —comentó el chófer.
Nina se preguntaba quién había podido elegir aquel sucio escenario para promocionar sus canciones, en la mayoría románticas. ¿Por qué no  en las playas, que no estaban muy lejos de allí, o en algún cuidado jardín. Pronto tuvo oportunidad de saberlo. En la entrada del recinto había una caravana aparcada, y un pequeño grupo de personas sentadas en sillas plegables. Cuando vieron llegar el automóvil con Nina, el que debía ser el fotógrafo, se adelantó para recibirla.
—Buenos días, Nina, encantado de conocerte. Soy Remi, tu fotógrafo. ¡No te rías si te digo que Remi viene de Remigio! ¡En qué estarían pensando mis padres! Ven, siéntate aquí y te explico lo que quiero hacer. ¿Quieres un café? Todavía debe de estar caliente —Nina asintió con un gesto de cabeza, porque el fotógrafo encadenaba un tema con otro sin dejar de hablar ni un instante. —¡Chico, trae una taza de café para Nina! Pues, como te decía, he elegido este sitio porque mi idea es crear unas  imágenes que impacten a los más jóvenes; que les impresione la imagen de lo vivo y lo muerto; lo bello y lo feo; lo activo y lo pasivo. ¿Lo entiendes, Nina! ¡El contraste! ¡Ya me entiendes!
Nina no lo entendía, pero sabía que no esperaba conocer su opinión.
—Ahora que sabes lo que quiero, mientras preparamos la iluminación, Adela te enseñará tu vestuario en la caravana. Espero que sea de tu talla.
Nina quedó horrorizada por lo que debía vestir para aquella extraña sesión.
—¡Pero estas prendas son para un thriller de mujeres guerreras! —exclamó Nina visiblemente contrariada —. ¡Además, posaré prácticamente desnuda!
—Hable con el fotógrafo, señorita, yo solo soy encargada del vestuario, pero no los elijo.
—Creo que, si me deja hablar, le haré unas cuantas preguntas.
Nina protestó por la elección de aquel vestuario, pero el fotógrafo no estaba acostumbrado a que rechazaran sus ideas estéticas, y apenas le dejó terminar su pregunta.
—Mira, Nina, no soy un fotógrafo barato. Con mis imágenes se han vendido miles de productos. Yo sé lo que conviene. Nina, tú eres cantante y entenderás de música, que es lo tuyo, pero no entiendes de imágenes, que es lo mío. Con ese vestuario y este fondo daremos la  imagen de una joven luchadora en las peores condiciones, que vence la adversidad por una combinación de belleza y fuerza. ¡Esta imagen seduce a cualquier adolescente!
Nina intentó replicar, pero el fotógrafo la interrumpió.
—¡No, no digas nada! Todo está acordado. Piensa en lo que ganarás gracias a mis imágenes por las ventas de tus canciones cuando lancen  la promoción. Eso te animará Pero si insistes, lo dejamos, pero tendrás que enfrentarte a una legión de buenos abogados que te demandarán por incumplimiento de las clausulas del contrato que firmaste, y tienes muy pocas posibilidades de ganar los pleitos. ¿Lo comprendes, Nina? Venga, sé realista, ves a la caravana y ponte esa ropa. ¡No tenemos todo el día!
Nina estaba furiosa, pero el fotógrafo había sido muy claro y no tenía otra  opción que ceder.
«¡Marc me ha traicionado! ¡No me advirtió de todo esto!» —pensó airada.
Su estado de ánimo no era el más adecuado para una sesión fotográfica y tuvo que repetir una y otra vez poses que ella consideraba ridículas, entre restos de automóviles desguazados sucios y grasientos. Pero el fotógrafo parecía entusiasmado con la expresión natural de su enfado.
—¡Así, Nina, así está perfecto! ¡Eres una luchadora, y las luchadoras no sonríen!
⦁    La entrevista
Después de varias agotadoras horas que duró la sesión fotográfica y de haber tomado cientos de imágenes, de las que solo elegirían una, Nina pudo recobrar la calma y el exigente fotógrafo parecía complacido.
—¡Magnífica sesión, Nina, te has portado maravillosamente bien. Tendrás mucho éxito, ya te lo digo yo, que he fotografiado a todas las cantantes de la discográfica!
Pero Nina no contestó, empezaba a ser consciente del elevado precio que tendría que pagar por la deseada fama.   Estaba furiosa con Marc porque no había sido claro y haberle prevenido sobre todo aquello que humillaba su dignidad. Apenas descendió del automóvil que la trajo de regreso, llamó a Marc  para reprocharle su comportamiento.
—Nina, cálmate, comprendo que estés furiosa conmigo, pero yo tampoco sé cómo funciona todo este mundo de las discográficas, solo hace seis meses que trabajo aquí y hasta ahora he sido prácticamente el chico de los recados del director artístico. Ahora, al menos me permiten asistir a ciertas reuniones. Tú has sido la primera iniciativa que he presentado y que han aceptado, pero ignoro tanto como tú cómo funciona esta fábrica de ídolos.
—Está bien, Marc, acepto tus excusas, pero ¿que más querrán que haga en contra de mi voluntad?
Nina tuvo pronto la respuesta, y fue el mismo director gerente quien le informó de la entrevista que debía conceder a un conocido presentador de un popular programa de música pop.
—Jovencita, no la veo muy animada —comentó el director gerente apenas la introdujo el propio Marc en su despacho —¡Estabas más animada en aquel piano-bar de la costa!
Nina intentó forzar una sonrisa, pero apenas se quedó en un leve gesto.
—¿No estás contenta del gran éxito de tu primer compacto? Si hay algo que no te guste dímelo y lo arreglaremos. Quiero que te sientas bien en esta casa…, pero pasemos a otro tema. Te hemos acordado una entrevista en el programa musical de más audiencia entre los adolescentes. El productor y yo somos amigos desde  la infancia y hará lo que le pida. Aquí tienes el cuestionario de las preguntas que te harán y tus respuestas. Es mejor que te tomes el resto del día de descanso y te aprendas las respuestas.  ¡Mañana te pasaremos a buscar e iremos juntos a los estudios de la televisión, quiero saludar a mi viejo amigo, y darle algunas ideas de cómo debe ser la entrevista. ¿Lo has entendido bien?
Nina volvió a asentir con un resignado movimiento de la cabeza, porque para ella todo lo que sucedía a su alrededor ¡eran solo mentiras!
Cuando salieron del lujoso despacho del director—gerente Nina no pudo evitar hacer a Marc una airada pregunta:
—Marc, ¿no hay alguna manera de librarme de todo esto?
—Me temo que no, Nina, solo la muerte o una grave enfermedad es una justificación para rescindir el contrato...
Al día siguiente como estaba previsto el director—gerente recogía en su lujoso automóvil a una Nina estresada y con claros síntomas de haber pasado la noche en vela, por las incertidumbres que padecía. El director—gerente se alarmó.
—Nina, no tienes buen aspecto. ¿Has pasado una mala noche? ¿Te inquieta la entrevista? Ya lo había supuesto, por eso he convencido a mi buen amigo productor para  que la grave y la emita en diferido, así es que no tienes porqué preocuparte. Todo saldrá bien. ¿Te has aprendido el cuestionario? —Nina asintió con un gesto de cabeza —¡Magnífico! Nina, no eres muy habladora, pero es preferible a que seas una charlatana. Está bien, pongámonos en marcha, porque esta es la peor hora del día y podemos encontrarnos algún atasco.
En los estudios de la televisión el propio productor del programa acudió a una concurrrida sala de visitas para saludar a su viejo amigo, el director gerente.
—¡Querido amigo, hacía tiempo que no te veíamos por esta casa! —y dirigiéndose a Nina le dijo exagerando sus gestos —¡Ah, tú eres Nina, la revelación de este año! ¡Mis hijos te adoran! Pero vamos a mi despacho, allí estaremos más tranquilos.
Nina conoció al popular presentador que debía entrevistarla, quien trató de calmar su creciente nerviosismo.
—No estés preocupada, Nina, haremos la grabación sin público, y podremos editarla si algo no sale bien. Ya sabes lo que te preguntaré y cuáles deben ser tus respuestas. No cites nombres de personas ni marcas o productos, y tendrás que alegrar un poco esa expresión de preocupación —Nina  sonrió, por complacer al presentador——¡Así está mejor! Tienes que dar la imagen de una chica fuerte y segura de ti misma, pero sonriente y alegre. Eso es lo que esperan tus numerosos fans.  ¡No puedes defraudarles!
«¡Yo soy  la que está defraudada!» —pensó Nina, indignada, pero sin abandonar su forzada sonrisa.
Nina superó aquella nueva prueba, pero sintió que traicionabas Nano cuando le hicieron la pregunta que más temía:
«—Nina, a simple vista se puede ver que eres una joven  atractiva, además de alegre y divertida, y, por si esto no fuera suficiente, eres la estrella musical del momento. Ya tienes miles de fans que te adoran, y tú les trasmites a cambio toda la energía positiva de tus canciones, pero ¿y tu corazón? ¿A quién has abierto tu corazón?
A lo que estaba obligada a responder:
«—¿Mi corazón? Mi corazón es libre como un pájaro, pero desea encontrar a alguien amable, alegre y divertido, para hacer un nido.»
Una hora después de la emisión de  la entrevista, el correo electrónico del canal de la televisión se bloqueó con cientos de correos con el mismo tema en el campo «Asunto»: «el corazón de Nina», y lo mismo sucedía en el «Messenger». En Twitter apareció un  nuevo hashtag: «#elcorazondeNina».
⦁    Los carteles
No  pasaba un solo día sin alguna sorpresa para Nina. Un día después de aquella indigna entrevista comenzaba a ser consciente de lo que la discográfica se había propuesto: utilizarla para crear el ídolo que convenía a sus intereses, sin tener en cuenta sus sentimientos o sus opiniones. La confirmación de sus sospechas la tendría aquella misma mañana. En la vorágine en que se vio envuelta los últimos días apenas tuvo tiempo de ocuparse de tareas domésticas, como fregar  los cuatro platos de las últimas comidas o ir al supermercado para reponer en una nevera que solo contenía algún yogur con la fecha de caducidad pasada.
Por primera vez nadie la había  importunado con llamadas a horas intempestivas. Trató de olvidarse de los últimos acontecimientos, decidida a comportarse  como una persona normal, entró en un supermercado con una pequeña lista en la que había anotado lo más importante. Por alguna razón inexplicable se sentía  relajada y despreocupada. Recorrió varias secciones, seleccionando lo que deseaba. Pero empezaba a notar algo extraño en el comportamiento de los otros compradores, dejaban de hacer sus compras y la contemplaban como si se hubiera olvidado de quitarse los rulos, o llevase la cremallera del vestido abierta. Comprobó que todo era normal, pero cada vez eran mas los compradores que la observaban descaradamente. En medio de aquella angustiosa sensación de acoso, se acercó a ella una adolescente con un móvil en la mano y pregunto a la asombrada Nina:
—¿Nina, me dejas que me haga una foto contigo? ¡Estás cool en la foto del cartel!
—¿En el cartel? ¿Qué cartel?
—Pues qué cartel va a ser: ¡el tuyo, en el que anuncias tu concierto, que yo no me lo pierdo! ¿Me dejas que me haga una foto contigo? En el Instituto van a flipar, y cuando la suba en Facebook y en Twitter me van a llover los «me gusta».
No pudo continuar hablando con la adolescente porque se había formado un denso corro en torno a ella fotografiándola con sus móviles. Alguien salió del corro con una botella de vino en una mano y un rotulador en la otra.
—Por favor, Nina, firmarme un autógrafo en esta botella de vino, ¡la guardaré como recuerdo de este encuentro!
Nina se sentía como si fuera un  animal acorralado. Abandonó la cesta con lo que había seleccionado y se abrió paso entre el denso corro y salió precipitadamente a la calle, y allí mismo, en el espacio dedicado a la publicidad de la marquesina de la parada de autobús, estaba el cartel que le mencionó la adolescente: una de las muchas imágenes que le tomó el fotógrafo de la discográfica en el desguace de automóviles.
Aparecía en una pose agresiva, cubierta con dos escasas prendas de estilo mitológico. Pero lo que simulaba ser un golpe de viento, levantaba su escasa falda mostrando parte de sus glúteos.
Nina se sintió terriblemente avergonzada. Si la hubiesen consultado, ella no hubiera autorizado aquella imagen. No solo se habían propuesto humillarla, sino, además, ¡corromperla!
La adolescente había salido tras ella, porque insistía en fotografiarse con Nina.
—¡Está cool la imagen, eh, Nina! ¿No hacemos la foto ahora?
Nina deseaba ocultarse, volver a su apartamento y no salir hasta que fuera de noche cerrada para que nadie la reconociera. Sabía que aquella  insistente adolescente la seguiría hasta conseguir lo que se había propuesto. Se juntó ella y le urgió:
—¡Haz rápido tu foto y déjame en paz!
—¡Si te vas a poner así,  pues no hago la foto y en paz, pero en Internet se van a enterar del mal genio que gastas!
—¡Disculpa, me has cogido en un mal momento! Venga haz la foto que tanto deseas.
Apenas la adolescente tuvo su ansiada fotografía, sonó su teléfono móvil, y Nina tuvo el presentimiento de que se avecinaba una tormenta. En efecto era su padre y parecía muy contrariado.
—¡Nina, cómo has consentido que te hicieran esa foto? ¿Es para eso que querías un año de pausa?
Nina estaba al borde del llanto y era observada por un grupo de curiosos que habían relacionado la  imagen del cartel con ella. Mientras su padre seguía reprochándole su conducta se alejó con rapidez de aquel concurrido lugar, subió precipitadamente las escaleras sin esperar el ascensor, abrió con torpeza la puerta de su apartamento y, una vez dentro, se dejó caer sobre la cama profundamente abatida. Mientras su padre reclamaba insistente su atención.
—¡Nina, ¿me escuchas?
—¡Sí, papá, te escucho!
—¿Y qué tienes que decir?
—Me obligaron, papá; me amenazaron con demandarme por incumplimiento del contrato...
—¿Y por qué no me lo consultaste?
—No tuve oportunidad… todo fue muy rápido…
—Está bien. Envíame una copia del contrato.
—Pero, papá, es que lo tiene Marc… y es mi agente…
—¿Marc? ¿Nina, no será el mismo Marc que…?
—Sí, papá, es el mismo en el que  tú piensas.
—Nina, hija, creo que has perdido la cabeza y debes abandonar cuanto antes tus sueños de grandeza y volver a la Facultad. ¡Ese mundo no está hecho para ti!
—¡Pero, papá»..!
—¡No hay «peros», hija, has demostrado tener poca cabeza. Mañana mismo me entrevistaré con el abogado de la discográfica y veré si podemos rescindir tu contrato, y puedas volver el curso que viene a la Universidad.
⦁    Cuestiones legales
Como había prometido a su hija, el padre de Nina se presentó en la discográfica, solicitó entrevistarse con su abogado, y entregó a la secretaria de recepción su impresionante tarjeta de visita con la mención de «Fiscal del Estado» en letras doradas. La recepcionista se alarmó y decidió informar de su inesperada visita directamente al director-gerente.
—¿Un fiscal del Estado? Pregúntele cuál es el motivo de su visita.
Instantes después le informó que era el padre de Nina, y que deseaba entrevistarse con el abogado…
«—¿El padre de Nina fiscal del Estado? ¡Nunca lo hubiera imaginado! Los hijos de los abogados del Estado normalmente estudian la carrera de Derecho, pero nunca son parte del show business»
—Está bien, dígale que yo mismo vendré a recibirle en unos instantes ordenó su despacho y retiró todos los informes y otros documentos y salió a su encuentro.
—¿Es usted el padre de Nina? ¡Es un placer conocerle! Pero vamos a mi despacho y me cuenta cuál es el motivo de su grata visita.
El padre de Nina estaba confundido, porque no esperaba ser recibido con tanta cortesía, estaba seguro de que ya deberían saber cuál era el motivo de su visita.
—Aquí no nos molestará nadie, ¿le apetece beber algo, una cerveza, un refresco, o tal vez una copa de coñac, pero si lo prefiere puedo ofrecerle un café, nos lo traerán en unos instantes. Pero tome asiento, por favor, siéntase como en su casa.
No, gracias, no deseo nada, pero quiero ir al asunto que me ha traído aquí…
—¿Y bien, cuál es ese asunto? No creo que tengamos ningún litigio pendiente con el Estado.
—Se trata de mi hija, Nina, creo que su empresa ha cometido un delito de abuso de autoridad, y tengo intención de demandarles si no rescinden su contrato inmediatamente y retiran esos indecentes carteles de mi hija.
—¡Cálmese, está usted muy excitado. Somos personas civilizadas y podemos discutir las cosas sin acalorarnos. Usted es fiscal del Estado y puede hacernos mucho daño, pero nosotros también tenemos buenos abogados, recurriríamos cualquier resolución condenatoria y el caso llegaría al Tribunal Superior de Justicia, después de estar enredados en mil gestiones burocráticas y judiciales. No creo que eso no nos beneficia a ninguno de los dos. Usted quiere recuperar a su hija y yo quiero recuperar lo invertido. Supongo que lo encuentra razonable. ¿Se imagina lo que pasaría si tuviésemos esas pérdidas? Pues que bajaría nuestra cotización en la bolsa y nuestros más modestos accionistas, familias que nos han confiado sus ahorros para tener una jubilación digna, se llevarían un gran disgusto. ¿Sabe usted lo difícil que es mantener la rentabilidad de una empresa como la nuestra? Con lo que perdemos por la piratería podríamos pagar la nómina de un año, ¡y no hablo de sueldos tercermundistas! En cuanto a la fotografía de su hija, yo me opuse en un primer momento pero los argumentos de mi director artístico me convencieron. La idea de lo que es inmoral en los jóvenes no coincide en absoluto con la de nuestra generación. Se bañan en top-less, se bañan desnudos en sus fiestas en las playas, incluso algunas jóvenes se atreven a ir  desnudas por algunos lugares de veraneo y solo suscitan curiosidad, pero nadie ya se escandaliza. La foto de su hija es cool, como ellos lo llaman. Toda esa pornografía que invade Internet no les llama la atención, la consume nuestra generación. En cuanto a los que nos acusan porque fabricamos ídolos no lo niego, pero si no hay ídolos naturales no tenemos otra opción que fabricarlos, porque la gente corriente necesita modelos para imitar, Role models, como dicen los ingleses. Su hija se estaba convirtiendo en uno de esos modelos y no veo nada censurable que un artista, que ya es un personaje público sea, además, un buen modelo a imitar.
El padre de Nina parecía estar reflexionando sobre los argumentos que  el director—gerente esgrimía en su defensa, y no tenía motivos para intervenir.
—Yo mismo fui —continuó el director-gerente— quien acepté a su hija para que publicara sus canciones en nuestro sello sin el visto bueno del director artístico, pero no lo hice por su hija, que apenas conocía, sino por dar una oportunidad al joven Marc  para ganar su primer ascenso, porque creo que ese joven llegará muy alto en esta empresa…
—¿Se refiere al joven que veranea en la misma localidad que usted?
—¡El mismo, yo personalmente le contraté y no me ha defraudado! Nos trajo a su hija, a quien representa. Nina tiene talento, pero no más que otras muchas jóvenes que harían cualquier cosa  por tener la misma oportunidad que ha tenido su hija. Por otro lado el gran éxito de su Nina no se debe a sus canciones, que no digo que sean malas, sino a los magníficos arreglos que escribió un tal Nano, quien está afincado en Londres, y según mis colegas ingleses, se lo disputan las orquestas sinfónicas para que interprete como solista temas para guitarra de compositores españoles, en los que se ha especializado, sobre todo el Adagio del Concierto de Aranjuez.
El padre de Nina empezaba a sentirse culpable por lo equivocado que estaba sobre los juicios de Nina al elegir a Marc como su agente, y después de escuchar la visión de la moral de esa generación, se daba cuenta de que la había juzgado  con los prejuicios morales de su generación.
—Creo que aceptaré el café que  me ofreció antes.
—Enseguida nos los traerán. Yo le acompañaré con la misma bebida. ¡El café estimula el entendimiento y compartido favorece la amistad. ¿No le parece?
—Sí, también yo creo que es así.
—Usted es un destacado miembro del Estado y yo de la empresa privada, ¿no cree que deberíamos tomar café juntos con más frecuencia?
—Tal vez sería conveniente…
—Las empresas somos la sangre del Estado, si no fluye sin obstrucción, el Estado no tiene buena salud y las empresas tampoco. Las grandes empresas de hoy, como Amazon, Google o Apple empezaron como aquel que dice en un garaje y el Estado no intervino hasta que fueron mayores de edad y capaces de valerse por sí mismas… ¡Ah, aquí llega el café! Y volviendo a la razón de su visita. Usted nos exige, bajo amenazas de posibles demandas que dejemos libre de sus compromisos a su hija, retiremos la campaña y suspendamos el concierto y sin una compensación. ¿Le parece razonable? No, supongo. Yo le propongo un acuerdo más razonable: que su  hija cante en el concierto, recuperamos la inversión, y el día siguiente rescindimos el contrato. ¿No le parece más razonable?
El padre de Nina reconoció que su agresiva actitud inicial no tenía ya justificación, y no tendría más opción que aceptar su propuesta.
—Me hago cargo de su situación, de sus decisiones depende el bienestar de muchas familias. Comprendo que mi negativa tendría graves repercusiones. Yo puedo estar de acuerdo, pero no sé si mi hija lo aceptará…
—Hágaselo ver con buenas razones. Supongo que ella tendrá confianza en usted. ¡Es su padre!
—Me temo que la haya perdido. Juzgué su comportamiento en todo lo que ha sucedido muy a la ligera, y no le di la oportunidad de defender su inocencia. ¡Ha sido un grave error,  que me costará su afecto.
—Tal vez yo podría convencerla.
—¡Sí, cualquiera menos su padre!
⦁    La segunda escapada
Nina empezaba a temer que si no se serenaba, aquel impremeditado viaje podía terminar en tragedia. No había dejado de sollozar en silencio desde su partida y las lágrimas le enturbiaban la visión, haciendo penosa la conducción. En aquellos angustiosos momentos no pudo entender cómo había permitido que la manipularan. Y en cuanto a su padre, siempre lo había considerado una persona justa y tolerante. Entonces ¿por qué no le había dado la oportunidad de justificar su elección? ¡Él también le había decepcionado!
Circulaba por la misma autopista del sur por la  que hacía cinco intensos años lo hiciera en compañía de su madre, pero ahora viajaba sola y  conducía su propio automóvil. No tenía intención de disfrutar de unas relajantes vacaciones en la misma pintoresca población costera de tan gratos recuerdos, porque no tenía ningún plan en concreto. Simplemente huía orientándose por la dirección que le señalaba su corazón. Ni siquiera había reservado habitación en el único hotel de la pequeña localidad.
Había tomado la decisión de hacer aquel viaje en un arrebato de su profunda depresión y la añoranza de aquellos días vividos junto al desaparecido Nano, en los que componer bellas canciones era tan sencillo como respirar, porque gozaban de una generosa libertad.
Ahora todos la habían tratado como si fuera la inocente adolescente  de hacía cinco o seis años.
«¡Pues bien, sí, yo soy la misma adolescente —murmuró angustiada—, y me vuelvo a escapar, como entonces, pero no de mi madre, sino de mi padre! ¡Solo Nano me hubiera respetado y comprendido! ¡Cómo te echo de menos, Nano! ¿Dónde estás?
Tampoco el tiempo acompañaba. Incomprensiblemente, la segunda quincena de agosto había comenzado con un cielo plomizo y fuertes vientos racheados, las menos adecuadas para unas divertidas vacaciones.
Nina era consciente de su deplorable estado y circulaba a una velocidad excesivamente lenta para una autopista, para exasperación de los vehículos que la seguían. Había decidido emprender ese inesperado viaje a última hora de la tarde y ya era noche cerrada, lo que hacía más penosa  la conducción. La humedad del aire presagiaba lluvia, y empezaban a estrellarse en el parabrisas diminutas gotas de agua, que fueron haciéndose más intensas hasta convertirse en la esperada lluvia, perdiendo prácticamente la visibilidad del asfalto. Activó el limpiaparabrisas y recuperó la visibilidad, pero no podía continuar en aquellas lamentables condiciones y decidió dejar la autopista en la próxima salida, buscar un lugar donde relajarse y decidir si aquel alocado viaje tendría alguna utilidad que mereciese aquel riesgo.
Unos kilómetros más adelante encontró por fin una salida hacia una población que desconocía, pero ninguna luz indicaba que estuviera próxima a la autopista, y se sintió desolada y desorientada en medio de aquella opresiva oscuridad. Solo unas débiles luces sugerían la posible existencia de un surtidor de gasolina, en el que tal vez hubiera un bar donde detener aquella angustiosa carrera hacia un pasado que ya estaba muerto y olvidado.
Afortunadamente, junto al surtidor había un hotel de carretera, uno de esos establecimientos situados en medio de la nada, donde solo los empleados permanecen más de 24 horas, con clientes de expresiones fatigadas y movimientos lentos, con los músculos todavía  entumecidos por largas horas de inactividad.
Nina se sintió aliviada, aparcó lo más cerca que pudo de la entrada del providencial hotel, y cuando apagó el motor, cesó todo movimiento y se hizo un absoluto silencio, solo roto por el golpear de una lluvia debilitada en el techo y el esporádico paso de algún vehículo por alguna carretera secundaria próxima al hotel. Se dejó caer abatida sobre el volante, como si fuera la  única superviviente de un naufragio.
Unos suaves golpes en el cristal  empañado de su automóvil puso fin a su abatimiento.
—Señora, ¿le sucede algo? ¿Está usted bien?
Nina reaccionó, intentó serenarse y aparentar normalidad. Salió del automóvil y tranquilizó al que debía ser el vigilante del aparcamiento.
—Sí, estoy bien, gracias. —espondió contrariada, porque lo consideró como una intromisión intolerable en su privacidad.
—¿Viene usted de muy lejos? ¡Parece que está muy cansada!
Nina no tenía ningún deseo de proseguir aquella conversación, y se dirigió a la entrada del hotel sin responder al despechado vigilante, quién creyó vengarse con una noticia que podía contrariarla.
—Si está buscando habitación tendrá que ir a otro hotel, porque en este está todo ocupado. Pero dudo que encuentre una habitación libre en toda comarca, porque, no sé si lo sabrá, pero en esta localidad estamos en fiestas.
Nina comprendió la intención vengativa de su advertencia y no le hizo ningún caso. No quería ser  reconocida y antes de entrar se cubrió los ojos con unas exageradas gafas de sol que aseguraban su anonimato y entró en la sala de recepción del hotel. En uno de los lados estaba el restaurante, de donde salían los familiares sonidos de los cubiertos y el rumor de las conversaciones cruzadas. Tenía hambre y hubiera entrado en el restaurante, pero se  sentiría violenta cenando sola, por lo que optó por un pequeño  bar situado en el lado opuesto de la sala. Pidió un café solo bien cargado, porque estaba decidida a continuar aquel nostálgico viaje y le ayudaría a mantenerla despierta. Se sentó junto a un gran ventanal desde donde se divisaba el aparcamiento, y se propuso pensar con menos pasión la utilidad de aquel inesperado viaje.
Sorbía lentamente su café con un fuerte sabor amargo, mientras la sala del bar se llenaba de los clientes que habían terminado de cenar. Se sentía incómoda e incapaz de  concentrarse en sus angustiosos pensamientos. Allí no tenía ninguna oportunidad de reflexionar sobre su confusa situación y decidió proseguir el viaje, porque, al menos estaba absolutamente  segura de que no deseaba regresar. Había cesado de llover y se retiraban los negros nubarrones, dejando entrever una brillante luna entre jirones de nubes con escasa humedad, que se movían con rapidez empujadas por el viento.
Se disponía a salir cuando un cartel adherido a la puerta acristalada del hotel llamó su atención. Anunciaba la actuación de la Orquesta Sinfónica provincial que interpretarían el «Adagio» del famoso «Concierto de Aranjuez», de Joaquín Rodrigo. Pero lo que le causaba una intensa emoción era el nombre el solista de guitarra: «Fernando M.», porque su intuición le decía que aquel guitarrista podía ser Nano.
«Sí, es él; estoy segura. ¡Me lo dice el corazón! ¡Es Nano!» —se dijo a sí misma, sobrecogida por la emoción de aquel asombroso descubrimiento.
La actuación estaba programada para ese mismo día y apenas faltaba algo más de una hora para que diera comienzo  el concierto. Salió precipitadamente del hotel y se encontró en el zaguán de la  entrada con el despechado vigilante del aparcamiento, que al verla de nuevo, hizo el ademán de alejarse, pero Nina le detuvo:
—¡Espere, no se vaya! ¡Le pido disculpas por mi comportamiento! ¿Cuántos kilómetros hay hasta la capital?
El sorprendido vigilante aceptó sus escusas, porque después de todo, era una clienta, y era su deber ayudarle.
—Diez kilómetros, siguiendo estas misma carretera.
—¿Conoce usted bien la ciudad?
—¡Como la palma de mi mano! Allí he nacido.
—¿Podría indicarme donde está el Auditorio?
—¿El aitorio? ¿Qué es eso?
—Es... un sitio donde se ofrecen conciertos de música.
—¡Ah,  usted debe referirse a la casa rara que ha construido el Ayuntamiento, donde está ahora la banda municipal, porque antes estaba en mi barrio, a dos pasos de mi casa.
Nina estaba a punto de perder los nervios.
—¡Sí, sí; ésa debe ser!
—Pues no tiene pérdida, porque está en el barrio de los ricos. Cuando llegue a la ciudad encontrará un semáforo. No, ese no es, es el tercero. En el tercero gire usted a la derecha y allí lo encontrará. Pero ponga mucha atención en el paso a nivel  no vaya a pasar cuando llegue un tren, porque a veces se avería la barrera. ¡Ya hemos tenido más de una desgracia en ese maldito paso  a nivel!
Nina ya estaba arrancando el motor del automóvil cuando el vigilante terminó de darle sus detalladas informaciones. Abrió la ventanilla, ofreció al vigilante un billete de cinco euros, y arrancó con tanta potencia que hizo patinar las ruedas del automóvil sobre el humedecido asfalto. Instantes después desapareció por la carretera que le había indicado el empleado.
—¡Qué mujer más loca! —exclamó el sorprendido vigilante, con el billete de cinco euros todavía en su mano.
Nina circulaba a gran velocidad por una carretera afortunadamente desierta, y confiaba en llegar a tiempo para asistir a aquel concierto, donde estaba segura que actuaba  Nano.
Trató de imaginarlo cinco años después, convertido en una estrella, vestido con un elegante frac negro con pajarita, siendo largamente ovacionado por un público puesto en pie y enardecido por su magistral interpretación; ¡porque ella no dudaba de su gran talento musical!
Nina reconoció con un gesto de triste resignación que tal vez Nano se había olvidado ya de ella, pero no entendía por qué razón, porque entre los dos no había  sucedido nada para justificar su olvido.
«—¿Por qué Nano no me ha enviado un simple email diciéndome dónde está y qué está haciendo? —se preguntó, cuando ya divisaba el primer semáforo, como le había indicado el vigilante. Pero justificó su ausencia porque debía  estar concentrado en sus estudios de guitarra, que le  habían llevado a ser el guitarra solista de una orquesta sinfónica. ¡No había otra explicación! Su corazón se agitó violentamente, ¡porque estaba ya tan cerca de Nano!
A pocos metros del tercer semáforo Nina encontró el paso a nivel, como le había advertido el vigilante, pero  ¡con las barreras bajadas!  Al otro lado de las barreras divisó lo que debía ser el Auditorio, un edificio vanguardista, «raro», como lo había descrito el empleado del hotel. Bajo  su gran marquesina se concentraba un grupo de gente que se disponía entrar en la sala de conciertos. Nina consultó angustiada su reloj. ¡Solo faltaban diez minutos para que diera comienzo el concierto!
«—¡Ábrete; ábrete de una vez, maldita barrera! —murmuró airada. Unos angustiosos momentos después ya no había nadie bajo la gran marquesina. Nina estaba desesperada, y por un momento pensó aparcar el coche y continuar a pie hasta el cercano Auditorio, pero instantes después  llegaba el tren que había causado el inoportuno cierre de las barreras. Por fin llegó hasta el Auditorio y pudo confirmar que su corazonada no le engañaba: en otro cartel anunciador de la velada estaba la fotografía de Nano.
«¡Lo sabía, es Nano; sí, mi querido amigo Nano!»
Entró en el desierto hall del Auditorio y se dirigió como poseída por una fuerza sobrenatural a la ventanilla de  venta de localidades.
—¡Lo sentimos, pero está todo el aforo vendido!
La inesperada noticia la sumió en una profunda desazón. Todo parecía ponerse en contra de su deseo de encontrarse con Nano.
—¡Por favo! —insistió Nina—, ¿no hay alguna anulación? Necesito asistir a este concierto... ¡Tiene que haber alguna localidad todavía disponible, no me importa el precio!
—No, ya le he dicho que no quedan localidades. Se han agotado hace una semana. ¡De veras que lo sentimos!
Nina no insistió. Se sentía profundamente desconsolada. Le parecía ser víctima de un sortilegio que le impedía que pudiera reencontrarse con su amigo y, para ella, salvador. Pero estaba decidida a encontrase con Nano y esperaría a que finalizase el concierto, con la esperanza de que no abandonase el edificio por alguna otra salida y no se pudieran encontrar.
Cuando ya resignada se disponía a salir, entró una pareja de aspecto estrafalario, que discutían acaloradamente.
—¡Ya sabía yo que llegaríamos tarde —exclamó airado el hombre—. ¡Una hora para arreglarte, ni que fuéramos a visitar al rey!
—Si ese cacharro de coche tuyo no se hubiera descompuesto, hubiéramos llegado a tiempo. ¡No puedo caminar más deprisa con estos tacones!
—¿Por qué tenías que ponerte esos zapatos con una cuarta de tacón?
—Tú siempre serás un zafio que no sabes nada de la vida. ¡A un concierto hay que venir elegante!
—¡Tú tienes de elegante lo que yo de cura!
—¡Grosero! ¡Qué sabes tú lo que es la elegancia!
Nina pensó que tal vez le quisieran vender sus localidades, y se acercó a la airada mujer para preguntárselo.
—Perdone que me entrometa en sus conversaciones de familia, pero como ya ha comenzado el concierto, tal vez quiera venderme su localidad.
—¿Venderle mi entrada después de lo que me ha costado arreglarme? ¡No guapa, no está en venta!
Pero el hombre parecía interesado en la oferta de Nina.
—Si nos compra las dos, ¡suyas son! Con esta parienta no se puede ir a un concierto, es capaz de discutir con el director de la orquesta.
—¡De eso nada, monada! ¡Yo me he arreglado para este concierto y no me vuelvo a casa sin haberlo visto!
—¡Tú calla y haz lo que te mande! ¿Está de acuerdo, señorita?
Nina les compró las localidades y recobró el ánimo por        la renovada esperanza de encontrarse con Nano. Pero parecía como si el sortilegio continuaba dejando su negativa influencia. Ya se escuchaba la melancólica introducción del clarinete cuando llegó a la entrada de la sala de conciertos, pero la puerta estaba cerrada. Una empleada encargada de la entrada le explicó la razón:
—¡Lo siento, señorita, ha llegado usted muy tarde! No puedo abrir la puerta hasta que no finalice el concierto.
Nina volvía a estar desolada, pero en ese instante escuchó los primer arpegios de guitarra interpretados por Nano y, estremecida por la magia de la melodía y la fuerza de la interpretación de Nano, no pudo evitar hacer una confidencia a la empleada:
—¿Sabe? ¡Ese guitarrista es mi mejor amigo!
La cuidadora de la puerta no parecía haber escuchado la confidencia de Nina, porque concentraba su atención en alguna duda.
 —A lo mejor meto la pata, pero ¿no es usted Nina, la cantante?
Nina asintió con leve gesto de cabeza y una amable sonrisa.
—¡Mis dos hijas gemelas la adoran, tienen su habitación prácticamente empapelada con fotografías suyas, y no se cansan de escuchar sus canciones! ¡Qué noticia cuando les diga que la he conocido en persona! ¡Pero no me creerán sin una prueba! ¿Me permite que le haga una foto con el móvil?
—Haremos algo mejor: nos fotografiaremos las dos juntas, así sus gemelas la creerán.
Se tomaron una instantánea las dos mujeres, y la emocionada encargada de la entrada a la sala de conciertos comprendió que debía hacer algo a cambio.
—Si no le importa quedarse de pie en el pasillo, haré una excepción con usted y le dejaré entrar. ¡Espero que mis jefes no anden por aquí!
—¡No puede imaginar lo que se lo agradezco! —le dijo Nina, sin poder ocultar su emoción.
La mujer entreabrió sigilosamente la puerta y Nina entró por fin a la sala de conciertos. ¡Y ahí estaba Nano, rodeado por los músicos de la orquesta sinfónica, junto al conductor, interpretando uno de los más difíciles temas clásicos escritos para guitarra!
⦁    El mensaje de Nano
«¿Es este el chico de las hamacas que yo conocí aquel mágico verano? —pensó Nina todavía sobrecogida por la impresión que le causó la visión de un Nano transfigurado, y no pudo evitar que le invadiera una súbita tristeza, porque empezaba a darse cuenta de que aquel ya no era el Nano que buscaba su camino y  que contagiaba ese mismo afán de búsqueda de la belleza, la armonía y la verdadera esencia del arte, sino un joven que ya estaba abriendo su propio destino.
Nina se preguntó qué interés podía tener un brillante músico por una mala estudiante de tercer año de Derecho? A esas horas el contrato con la discográfica ya estaría rescindido. Ya no era Nina la cantautora, sino la estudiante de Derecho, con un carné de estudiante número tal, para distinguirse del resto de los estudiantes de Derecho, y comprendió que no le quedaba otra opción que obedecer a los deseos de su padre. Terminar la carrera y después tocar la guitarra en el parque o en la fiesta de algún amigo. Comenzaba a resignarse y aceptar que aquel alocado viaje ya no tenía sentido, lo más que podía esperar de Nano era el recuerdo de una vieja amistad, con quien había compartido unas excitantes aventuras de adolescentes.
Oculta en la penumbra del pasillo, la contemplación de un Nano responsable y seguro de sí mismo, que había encauzado con éxito su vocación, le causaba una profunda sensación de inseguridad.
El concierto proseguía y Nano estaba haciendo una interpretación magistral, mientras ella, siempre oculta en la oscuridad, seguía descarnando su alma, y dando respuestas a muchas de sus muchas dudas del pasado.
El concierto estaba llegando a su fin, con las notas de guitarra finales en descrescendo hasta no ser perceptibles. Instantes después toda la gran sala de conciertos prorrumpió en un efusivo aplauso, acompañado de espontáneos «Bravos». Nina contemplaba la escena sumida en una angustiosa mezcla de alegría por aquellos aplausos y de tristeza por haber tomado la decisión de no reunirse con Nano.
«Nano ya tiene todo lo que deseaba, mi presencia solo serviría para crearle una innecesaria inquietud».
Los aplausos continuaban sin decaer en intensidad, pero se hicieron atronadores cuando el director y Nano, cogidos de la mano saludaron con un respetuoso gesto al  público. Después el director invitó a Nano a que avanzara él solo sobre el escenario, y la gran sala puesta en pie, acompañada de  inumerables «bravos», aplaudía con renovada energía. Querían premiar la maestría de la interpretación de aquel joven guitarrista, prácticamente  desconocido. Nina no pudo evitar que la emoción de aquella imagen humedeciera sus ojos hasta provocar las lágrimas.
«Sí, querido Nano, estoy llorando; lloro de alegría por tu merecido éxito, y de tristeza por mi merecido fracaso!»  Volvió a la penumbra del pasillo, para secarse las lágrimas y recuperar el suficiente ánimo como para regresar al mismo lugar de partida, pero con una Nina de la que solo quedaba  el nombre y poco más.
⦁    La renuncia
No había comido nada desde su salida y no se sentía con fuerzas para conducir. Buscó el bar del Auditorio. Después de encubrirse con sus desproporcionadas gafas de sol, pidió varios canapés y una bebida sin alcohol, y buscó el lugar más apartado de la sala. Tenía la desagradable sensación de que todos aquellos acontecimientos pasados serían visibles, y su aspecto debía ser horrible. Sintió la necesidad de desahogar su amargura por su renuncia escribiendo algo con el móvil que expresara su decaído estado de ánimo. Lo tituló «Canta  conmigo»

Si estás triste y deprimido,
si no encuentras tu camino,
si no tienes un amigo.

Si has perdido la esperanza,
si te falta la confianza,
si crees que todo te amenaza,

canta conmigo esta canción,
y recobrarás la perdida ilusión.
Canta conmigo esta canción,
y volverá a latir tu corazón.

Somos jóvenes e inexpertos y los mayores nos dicen lo que debemos hacer, pensar o creer,
pero nosotros sabemos que podemos hacer el mundo mejor, pensar sin maldad y creer en libertad.

Si te crees insignificante.
si dudas constantemente,
si te asusta la gente.

Si piensas que no tienes futuro,
si te sientes inseguro,
si tu porvenir está oscuro,

canta conmigo esta canción,
y recobrarás la perdida ilusión.
Canta conmigo esta canción,
y volverá a latir tu corazón.

Los mayores creen que no se puede confiar en los jóvenes,
pero los jóvenes sabemos que no podemos confiar en la confianza de los mayores.

Si te sientes perdido,
si tienes el corazón herido,
si tus sueños han huido.

Si ya no crees en nada
si tu mente está agotada,
si crees haber llegado a tu última parada,

canta conmigo esta canción,
y recobrarás la perdida ilusión.
Canta conmigo esta canción,
y volverá a latir tu corazón.

Creyó que podía ser un mensaje que solo Nano lo entendería y un buen regalo de despedida. Copió la letra y algunos apuntes sobre la frase principal de la melodía en una servilleta y se la entregó al camarero, con el ruego de entregársela a Nano si venía al bar.
—Seguro que vendrá, tengo puestas a enfriar cuatro botellas de cava para los músicos.
Poco tiempo después el bar se llenó con los asistentes al concierto. Nina se sintió agobiada y temía que la reconociesen en aquel lamentable estado. Salió del Auditorio con la sensación de que algo suyo se hubiese quedado dentro. Arrancó y se dispuso a desandar el camino  que le había llevado donde creyó que  estaba su felicidad.
⦁    Lali Boon
Al sobrepasar el último semáforo, Nina vio que alguien estaba haciendo auto-stop. Por un momento pensó  en recogerle, porque le haría más distraído aquel triste viaje de regreso, pero dadas las altas horas de la noche, tuvo miedo de que pudiera ser alguien peligroso. Pero al llegar a su altura vio que era de una joven, posiblemente una adolescente, que, además de una gran mochila, ¡cargaba con una guitarra en su funda! Nina se vio a sí misma cinco años antes en su escapada con Nano. Frenó bruscamente e invitó  a la sorprendida joven a que subiera.
—¡Gracias! ¡Hace más de una hora que estoy aquí, ya me estaba quedando dormida!
—Hola, yo no hubiese parado si no es porque he visto la guitarra. ¿Dónde vas?
—¡A donde vayas tú! ¡Me da igual un sitio que otro!
—Está bien, sube, ya me contarás por el camino por qué te has escapado de casa. Pon tus cosas en el asiento trasero y ponte el cinturón.
Nina arrancó y esperó a que la sorprendida adolescente confirmase su impresión, que parecía reflexionar una respuesta. Tenía la expresión de un carácter jovial y divertido y el cabello, recortado a la altura de la nuca, era rubio, con rizos naturales.
—¡Sí, me he     escapado, para qué te lo voy a ocultar! ¡Pero tengo mis motivos!
—No es necesario que me los cuentes, ¡te creo! Pero ¿cómo te llamas?
—Lali; Lali Boon.
—¿Lali Boon? ¡Qué original!
—Es mi nombre artístico, mi verdadero nombre es Eulalia.
—¿Y lo de Boon?
—Pues eso, que exploto; ¡que soy dinamita! ¿Y el tuyo?
—Ni… eves, ¡me llamo Nieves!
Nina ocultó su verdadero nombre, porque la Nina cantautora ya no existía y tal vez debería de adoptar ese nuevo nombre que acababa de inventar. Nieves le parecía adecuado para probar su nueva identidad.
—¡Nieves, buen nombre para el mes de agosto! ¿Es que nevaba cuando tú naciste?
—No lo sé, Lali, ¡era muy pequeña para darme cuenta!
—Ja, ja, qué graciosa… Sabes, Nieves, cada vez que te miro me recuerdas a una cantante.
—Sí, a Nina, ¡todo el mundo me lo dice! ¡Es una lata, incluso algunos me piden autógrafos! ¿Y a ti que te parece Nina?
—No es mi estilo, pero me gustan sus arreglos, ¡son geniales! ¡Esa chica tiene talento!
—¿Y las canciones?
—¡Ah, las canciones! No es para el bombo que le han  dado a su primer álbum, pero esa que abre el compacto se pega al alma, sobre todo por la pasión con que la canta. Es como si fuera autobiográfica.
Nina pensó que aquella joven debía ser una sensible artista, porque había descubierto el secreto más oculto de su canción.
Circulaban a pocos kilómetros de donde Nina descubrió el paradero de Nano.
—Lali, supongo que tendrás hambre, ¡yo estoy desfallecida! Cenaremos algo en este hotel.
Cuando el vigilante reconoció su automóvil, se deshizo en gestos indicándole dónde podía aparcar. Y cuando aparcó se apresuró a abrirle la puerta con un gesto servicial.
—¿Encontró el editorio con facilidad, señorita Nina?
Nina se sobresaltó, pero reaccionó con rapidez.
—¿Lo ves? ¡Otro que me confunde! Perdone, pero no soy esa Nina. Me llamo Nieves y no tengo ni idea de música, y mucho menos de cantar. Me confunde con ella por mi parecido. ¿Está todavía abierto el restaurante?  —preguntó Nina, con la intención de cambiar el tema de conversación.
El vigilante estaba seguro de que era ella, porque, salvo que fueran gemelas, no era posible dos personas tan idénticas.
—Si usted lo dice… Pero yo diría… ¿El restaurante? No, no; ya está cerrado, pero en el bar le pueden hacer unos bocadillos o algo así… Pues sigo pensando…
Las dos mujeres dejaron al vigilante en sus dudas, pero para la desagradable sorpresa de Nina, donde hacía unas horas había un cartel del concierto de Nano, ahora había uno de su concierto. Lali también lo vio, y al igual que el vigilante, ella también creía que la que  se hacía pasar por Nieves era, en realidad, la misma Nina del cartel, pero decidió seguirle el juego. Nina sabía que Lali descubriría su engaño, pero antes de descubrir su verdadera personalidad, quería conocer más opiniones sobre ella y sobre la misma Lali.
—Lali, ¿qué te pare el cartel? ¿No lo encuentras un poco... escandaloso?
—¿Escandaloso? ¡A mí me parece muy actual! Lo que daría yo por estar en ese cartel! Ya me has dicho antes  que no quieres que te cuente mis motivos.
—Si te sirve de desahogo, ¡cuéntamelos!
—Mis padres no paran de pelearse por culpa del dichoso dinero, porque mi padre perdió su empleo el año pasado, y con el paro no les llega a fin de mes. Cuando trabajaban los dos invirtieron mucho dinero en mi educación musical, y ahora que tanto lo necesitan me gustaría devolvérselo… No es por hacerte de menos, pero hubiera sido mágico que la primera  noche de mi aventura me hubiera encontrado con la verdadera Nina, porque tal vez me hubiera podido echar una mano entre colegas —dijo Lali, esperando su ración, pero Nina no quería revelar su verdadera personalidad hasta no estar segura de qué podría hacer  por ella. La presentaría a Marc y confiaba que mostrase el mismo interés que por ella. Por otro lado, no sabía si todavía era Nina o esa nueva personalidad inventada  de Nieves. Al menos la compañía de Lali le distrajo de sus tristes pensamientos, y le mostraba que no solo ella tenía problemas emocionales.
—Lali, debemos continuar el viaje, porque si no llegaremos tardísimo. Supongo que no tienes donde dormir. Por esta noche te puedes quedar conmigo; es un estudio pequeño, pero nos apañaremos.
—¡Gracias, Nieves; ha sido una suerte encontrarte!
Entraron en la autopista y en algo menos de dos horas divisaban las luces de la ciudad. Aparcó el coche y subieron al estudio. Nina estaba agotada y no tenía ganas de conversar, solo deseaba dormir.
—Los que vamos por la vida con el alma en la mano,  tenemos una protección especial.
Se dejaron caer sobre la única cama del estudio y se quedaron profundamente dormidas, sin tiempo para desvestirse.
⦁    El retiro
Apenas las dos mujeres  habían podido conciliar el sueño cuatro horas cuando sonó el móvil de Nina.
—Nina, ¿dónde has estado? ¡Te he buscado por todas partes y tu móvil estaba desconectado!
—¿Qué ocurre, Marc? Solo  he dormido cuatro horas, y estoy muy cansada… ¿no puede esperar lo que sea?
—El director gerente quiere hablar contigo…
—¿El director gerente? ¿No han rescindido ya mi contrato?
—¿No, Nina, y es sobre eso de lo que quiere hablar contigo.  Te vendré a recoger dentro de media hora.
—¿Por qué todos me dais media hora para ducharme y vestirme? Está bien, Marc, pero recogerás a dos pasajeros, porque quiero que conozcas a Lali… Lali Boon, ¡tu próximo ascenso!
—¡Lo sabía, sabía que tú eras Nina!
—Sí, Lali, pero ahora no es el momento de charlas, tenemos que estar arregladas en 30  minutos, porque vas a conocer a tu futuro agente, ¡y puedo asegurarte que pronto podrás ayudar a tus padres!
Una hora más tarde, Nina se encontraba en el lujoso despacho del director-gerente, y Lali en el de Marc.
—Buenos días, Nina. Tienes unas terribles ojeras —observó el director-gerente—, ¿has tenido una mala noche? Yo también padezco de insomnio. ¡Nadie sabe lo largas que son las noches en vela! Pero no te he hecho venir para hablar de mí, sino de ti. Tu padre quiere hacer de ti una buena abogada, y probablemente lo consiga, pero a costa de Nina, la artista. No es mi intención inmiscuirme entre padre e hija, pero llevo los suficientes años en este negocio para reconocer el artista que hay en una persona, y los desastrosos resultados cuando se les niega la oportunidad de expresar su arte —el director-gerente guardó unos instantes de silencio, y prosiguió—. Dentro de una semana tendrás la gran oportunidad que cientos de buenos artistas nunca tendrán, la de mostrar a los demás, pero sobre todo a ti misma, que no se puede privar del canto a las aves ni de los colores a las flores ni de su arte a los artistas. Tú sabes mejor que nadie lo que significan para ti tus canciones. Seguro que cada una te traerá esos gratos  momentos de cuando las compusiste. Y esa es la felicidad que trasmitirás a los miles de jóvenes que probablemente acudan a tu llamada, en esos carteles que tanto te disgustan,  —hizo una nueva pausa y prosiguió en un tono más conciliador—. He acordado con tu padre que rescindiremos tu contrato después de tu actuación y podrás decidir entre el Arte o el Derecho. ¿Cantarás, Nina?
Nina estaba profundamente impresionada, y solo pudo confirmarlo con un leve gesto de cabeza.
—¡Gracias, Nina! A veces los viejos debemos rebajar nuestro  orgullo de sabios y expertos, y aprender de la honestidad e inocencia de los jóvenes. Nina, tengo un acogedor bungalow en la Sierra que está desocupado en verano, solo lo utilizamos durante la temporada de esquí, y había pensado que sería el lugar ideal para dejar pasar los días hasta el concierto sin el estrés del teléfono, la televisión o Internet. ¿Qué te parece mi idea?
—Me parece genial, pero me parecería todavía mejor si me acompañara mi amiga y colega, Lali Boon.
¿Lali Boon,... Lali Boon? No conozco ninguna cantante con ese interesante nombre.
Pues si le parece interesante y quiere conocerla, está aquí, en el despacho de Marc.
El director gerente se dirigió al interfono y llamó a su secretaria.
—Llama  a Marc y que venga a mi despacho con su invitada, Lali Boon.
—Me gusta el nombre, esperemos que también lo demás.
—¡Le gustará!
Unos instantes después entraba Marc, seguido de una nerviosa y excitada Lali.
El director gerente fue directamente hacia ella y le extendió su mano con la intención de saludarla. Después dirigiéndose a Marc le pregunto:
—Y bien, Marc, ¿qué nos tienes que decir de esta jovencita?
—Simplemente ¡que es sensacional!
El director-gerente contempló unos instantes en una actitud pensativa a Lali, y finalmente exclamó:
—Está bien, le daremos una oportunidad para que haga valer su nombre. ¡Que salga de telonera en el concierto de Nina!
La excitada Lali no pudo evitar un grito de alegría. Pidió disculpas y se abrazó a Nina.
—¡Gracias, Nina! Mis viejos se van a sentir orgullosos de mí.
⦁    La víspera del concierto
Nina recuperó su vitalidad perdida en el frescor y los impresionantes paisajes que se podían divisar desde el bungalow. En ocasiones cruzaba el cielo alguna majestuosa águila, oteando desde aquella altura su posible presa: una descuidada liebre o una nerviosa garduña. Lali, por su parte ensayaba, una y otra vez, los dos temas que debía interpretar, pero no podía contar con bajos ni percusión, porque no tenía la posibilidad de ensayarlos.
Por las noches, después de cenar en el restaurante local, volvían al bungalow, extendían dos tumbonas en el jardín y contemplaban en un emotivo silencio la inmensidad de un cielo estrellado, como solo se puede contemplar en la montaña.
Lali rompió el silencio con una pregunta para la que ninguna de las dos tenía respuesta.
—Si como me dijiste tú nuestro encuentro había sido  fruto del destino, ¿dónde está escrito el destino?
—No lo sé, Lali, pero dicen que todos tenemos una de esas estrellas, donde debe estar escrito…
—Nina, ¿tú crees que existe Dios?
—Si me lo hubieses preguntado en la ciudad te hubiera dicho «no sé», pero si me lo preguntas aquí, contemplando  este cielo estrellado, sería una estupidez negar que existe.
—¿Estás preocupada por el concierto?
—Sí, estoy asustada, ¡todavía no estoy segura de si podré subir al escenario!
—¿Por qué, Nina? ¡Yo estoy deseando que llegue el día! Lo que me asustaría sería tener el auditorio vacío. A mí me gusta la fama, y no me importaría que me parasen en la calle y firmar autógrafos ¡hasta que me doliera la mano!
—Me gustaría tener tu temperamento y tu energía, pero no la tengo…
—A lo mejor te hace falta una buena motivación… Nina, ¿puedo preguntarte si estás enamorada de alguien?
—¡Es la segunda vez que me lo preguntan!, ¿por qué será?
—Debe ser por tu mirada… es solo una opinión, pero está siempre triste y, a la vez, añorante. Es como si hubieras perdido algo muy querido, pero sigues teniendo la esperanza de volverlo a encontrar…
—¿Has leído eso en mi alma?
—¿Quién es él? ¡Cuéntame lo que  te entristece y después seguro que te sentirás más aliviada!
—No es mi amante, es solo un querido amigo…
—Nina, creo que te estás engañando a ti misma, porque tu mirada es la de una mujer enamorada.
—¿Es posible amar a un amigo?
—¡Más fácil que ser amiga de un amante!
—Entonces yo debo estar enamorada de mi querido amigo Nano…
—¿Nano, quién es Nano?
—¡Hace cinco años sabía quién era, ahora no estoy segura de saberlo. Hace solo dos días que debo estar enamorada  de él, porque ya no solo era el viejo amigo de mis recuerdos, sino el joven de quien podía enamorarme.
—¡Ya te lo he dicho, tienes todos los síntomas de esa terrible enfermedad que es el amor! ¿Y dónde está él?
—¡En las nubes, y yo no sé volar!
—Nina, ¡no te entiendo!
—Si lo hubieras visto en un escenario, acompañado de toda una orquesta sinfónica, interpretando con su guitarra el «Adagio» del  «Concierto de Aranjuez», lo comprenderías.
—Pues sigo sin entenderte, porque ese no es un motivo para....
—Dentro de una semana yo seré «Nieves», una estudiante de cuarto año de Derecho. ¿Qué puede haber de interesante en alguien así para un músico en plena euforia del  éxito? La noche que te recogí en la carretera, Nano daba un concierto en el Auditorio, y me di cuenta de que yo sería un estorbo en su carrera y me fui decidida a apartarme de él para siempre.
—¿Pero no puedes apartarle de tus pensamientos!
—¡No, no puedo! ¡Desde la noche en que le vi en el escenario del Auditorio, su imagen me asalta cada momento. ¿Es eso amor?
—¡Pregúntaselo a tu corazón!
⦁    El concierto
Llegó el día señalado del concierto. Desde primeras horas de una radiante y fresca mañana, con el relente del amanecer todavía brillando en las plantas, las dos mujeres aguardaban la llegada del automóvil de la discográfica, que debía transportarlas hasta el estadio, donde se había instalado un gran escenario profusamente iluminado. El tiempo parecía colaborar en el éxito del evento. Las previsiones anunciaban tormentas de verano para el día siguiente.
Al llegar al estadio les recibió Marc, que había sido nombrado director y coordinador de aquel gran evento.
—¡Buenos días, supongo que vendréis relajadas despues de vuestro retiro en las montañas.
—Sí, Marc, ojalá el concierto se pudiera celebrar allí arriba.
Nina y Lali se apresuraron  a subir al enorme escenario, mientras los técnicos de luz y sonido probaban las instalaciones.
—¿No es un cuento de hadas madrinas y de brujos encantadores, que ayer yo estuviera poco menos que durmiendo en una cuneta y hoy esté en el escenario del concierto más popular del verano? ¿Se puede ser más dichosa? —exclamó Lali, y recorrió a grandes  zancadas el amplio entarimado, como si estuviera ensayando los movimientos de su actuación.
Pero Nina no  compartía su entusiasmo y trataba de imaginarse aquel inmenso espacio lleno de cientos de jóvenes que estarían allí solo para verla y escucharla a ella, ¡la futura estudiante de cuarto año de Derecho! También le angustiaba el cometer algún error y fuese abucheada por cientos o tal vez miles de asistentes. A medida  que se acercaba la hora del concierto aumentaba su miedo y nerviosismo.
A media tarde estaban ya instalados y comprobados todos los equipos de sonido de los grupos que harían de teloneros. Algunos saxofonistas ensayaban escalas; otros afinaban sus guitarras y probaban los teclados. Los técnicos de iluminación y efectos especiales aprovechaban que ya iba decayendo la claridad del día y ya eran más visibles, para probar sus sistemas.
Marc estaba profundamente preocupado por el estado de ánimo de Nina, que parecía empeorar a medida que se acercaba la hora del concierto.
—Nina, estoy preocupado por tu estado…
—No estés preocupado, Marc, ¡subiré a ese escenario cuando llegue mi turno!
—Si necesitas algo...
—No, Marc, estoy bien, solo un poco nerviosa. ¡Y no me pongas tú más nerviosa con tus cuidados!
—De acuerdo, disculpa, pero debes tener en cuenta que ¡soy el responsable de que todo salga bien!
Media hora antes del inicio del concierto llegó el director-gerente, que parecía satisfecho, porque ya habían vendido  la mitad del aforo disponible, y fuera del recinto había largas colas en las  improvisadas taquillas.
—¿Cómo va todo, Marc; cómo se encuentra Nina?
—Ella dice que está bién, pero yo no lo creo. Si quiere verla está con Lali en el caravana-camerino, que trata de darle ánimos.
—No, la pondría más nerviosa todavía. Yo sé lo que le sucede a esa joven: la escuché hace cinco años en un piano-bar de  la costa y tuve la sensación de que formaban un dúo indisoluble y ahora se confirma, por eso dudaba de si sería lo mismo ella en solitario. Para interpretar esas canciones compuestas  entre los dos tendrían que estar de nuevo los  dos. Ella debe creer que traiciona a su amigo si triunfa en solitario. He llamado a mis colegas de Londres y me han informado que Nano estaba aquí, en un gira de actuaciones por todo el país. Finalmente lo hemos localizado en el pueblo de la costa donde conoció a Nina, sin duda que esperaba encontrarse allí con ella,  y se ha puesto en camino inmediatamente. Si no se retrasa el vuelo, puede estar aquí dentro de una hora. Mi chófer ya está en el aeropuerto. ¡Dios quiera que llegue a tiempo!
A la hora prevista dio comienzo el concierto. Se habían superado las previsiones de asistencia, pero el estado de ánimo de Nina era deplorable. Se había encerrado en la caravana y no respondía ni a los ruegos de su nueva amiga Lali.
Comenzó su actuación el primero de los dos grupos previstos de teloneros. Lali Boon tenía prevista su intervención previa a la de Nina. El director-gerente consultaba obsesivamente su  reloj de pulsera, pero permanecía sereno. Marc, por el contrario, se había venido abajo, porque le aterrorizaba la idea de la anulación del concierto, del que se había hecho responsable.
El vuelo de Nano llegó a la hora prevista, pero los numerosos atascos retrasaban su marcha dramáticamente.
Había comenzado la actuación del segundo grupo y se escucharon algunos silbidos. Mientras tanto Nano continuaba atascado. En su desesperación vio que un motorista se abría paso entre los automóviles inmovilizados y, sin meditarlo dos veces, salió del coche, se interpuso delante                                                                                                                                                                                                                                                                 del motorista, le mostró un billete de cien euros y le dijo:
—¡Es suyo si me lleva al estadio en 15 minutos, y 50 más si me lleva en diez!
El motorista creyó que aquella era una magnífica oportunidad para demostrar sus habilidades, y aceptó encantado la oferta.
—¡Suba y agárrese fuerte a mí o saldrá volando!
El motorista se abrió paso entre los automóviles, y cuando no era posible, invadía la acera de peatones o tomaba cualquier otro atajo posible.
Mientras tanto, en el concierto la situación era desesperante, porque llegaba el turno de Lali Boon.
—Creo que tengo una idea para ganar tiempo, pero necesito un delantal, un cubo y una fregona. El vigilante del estadio tenía lo que necesitaba y Lali se transformó en una mujer de la limpieza. Salió al escenario e hizo ver que lo estaba limpiando.
—¿Qué miráis con cara de no haber ganado el Gordo por un número? ¿Es que no habéis visto nunca una mujer de la limpieza? Me han dicho que friegue el escenario porque está hecho un asco de bemoles y negrillas, que no se puede dar un paso sin resbalar. Yo soy una pobre chica de pueblo, que no sirve más que pa’ fregar suelos, pero lo que me gustaría ser…, lo que de verdad me gustaría ser, es … ¡cantante!
Lali se desprendió con un gracioso gesto del delantal, cogió una guitarra preparada  del escenario y cantó su canción «Quiero ser cantante». Como no había tenido oportunidad de ensayarla con los músicos del estudio de la discográfica, se acompañaba solo con su guitarra.
   
 Yo quiero ser cantante,
aunque se ría de mí la gente,
¡Ye, ye, yeah!

Cuando era una adolescente quería ser cantante,
pero mis padres me lo quitaron de la mente,
y tuve que aceptar un empleo sin aliciente,
como hace la gente corriente.

Pero yo quiero ser cantante,
aunque se ría de mí la gente.
¡Ye, ye, yeah!

De joven seguía queriendo ser cantante,
y mis amigos me decían: Lali, quítatelo de la mente,
y búscate un empleo decente,
como hace la gente corriente. 

Pero yo quiero ser cantante,
aunque se ría de mí la gente,
¡Ye, ye, yeah!

El ritmo de la canción de Lali era tan vivo y simple que fue fácil al batería del grupo de Nina incorporarse espontáneamente a su canción. Hizo lo mismo el bajista. Instantes después lo hizo el guitarra solista y los teclados. Lali estaba asombrada del resultado de aquella improvisación, y repetía una y otra vez las frases y los estribillos. También el público empezaban a contagiarse del resultado y participaban de la improvisación haciendo palmas, siguiendo el ritmo. Por último se incorporaron las tres cantantes de color con impresionantes coros estilo Góspel,  que aplaudieron los asistentes y les permitía ganar el tiempo que necesitaban.

A pesar del carácter reposado, el director-gerente empezaba a inquietarse y perder la esperanza de que Nano pudiera llegar a tiempo. La última llamada que hizo al móvil del chófer, le informó de la imprevista opción del motorista, porque él estaba encontrando grandes dificultades, por causa del denso tráfico, y comentó desolado con Marc:
—Va a ser difícil cerrar este ejercicio sin pérdidas. ¡Mi instinto me decía que Nina no podía funcionar sin Nano!
—La culpa es mía y ya me he resignado a que no merezco ascensos en los próximos dos a…
Marc no terminó su frase, porque en esos momentos entraba en el recinto del estadio un motorista con un esperado pasajero, deteniéndose con un brusco frenazo:
¡Toma —dijo Nano al  motorista—, te has ganado los 150 euros, pero yo no volveré a montarme en una motocicleta lo que me reste de vida, y doy gracias a Dios que todavía la conservo! —y dirigiéndose al director-gerente, le preguntó:
—¿Cómo está Nina?
—¡Muy deprimida!
—¿Cuánto tiempo disponemos?
—¡Muy poco. Lali no puede seguir improvisando mucho tiempo más!
—¡Necesito una guitarra!
Marc se apresuró a contestarle:
—No tenemos ninguna acústica, solo eléctricas, y están conectadas a los equipos de sonido del estadio.
—¡Mejor, así creerán que es el preámbulo de su actuación. Traerme la guitarra, pero en silencio, que Nina no sepa que estamos haciendo. ¡Tiene que ser una sorpresa! Le trajeron la guitarra conectada hasta la puerta de la caravana, donde Nina permanecía encerrada. Y resonaron en todo el estadio los armoniosos arreglos para dos guitarras que escribió Nano para su primera canción «Tus ojos son del color del mar».
Al escuchar aquellos acordes, Nina parecía despertar de una pesadilla a un dulce sueño, porque sabía que solo Nano los interpretaba de esa manera. Su dolorido corazón volvía a latir con fuerza inusitada otra vez. Se incorporó de donde había estado postrada  por  una profunda depresión, entreabrió la puerta de la caravana y su corazón pareció que se desbocaba. Solo pudo pronunciar su nombre y se arrojó a sus brazos.
—¡Nano!
Él la acogió y le susurró:
    —Nina, siempre te he querido, pero hasta hoy no había podido decírtelo…
—¿Decirme qué, Nano?
—¡Que te quiero, Nina!
Los que estaban pendientes de la recuperación de Nina, prorrumpieron en un caluroso aplauso por aquella emotiva declaración, sellada con un apasionado beso. Sin dejar de estrecharla, le volvió a susurrar:
—Nina, ahí afuera hay cientos de personas a las que les gustaría participar de nuestra felicidad, ¡no les hagamos esperar más! 
Nina pareció despertar de una amnesia y reaccionó con una inesperada vitalidad.
—¡Oh, el concierto, casi lo había olvidado! ¿No creerás que podía cantar nuestras canciones yo sola? He cometido solo un grave error en mi vida: ¡no compartir el primer éxito contigo! No  podía cometer otra vez el mismo error! ¡Estaré lista en cinco minutos, ya pueden anunciarnos!
—¡Lo haré con sumo gusto! —respondió aliviado el presentador del concierto.
Subió al escenario y trató de calmar el enfado:
—¡Estimados y pacientes amigos de Nina! Sé que estáis algo enfadados por esta demora, pero os aseguro que ha valido la pena. Hoy ha concluido felizmente una extraordinaria historia de amor que comenzó hace cinco años, con una canción que marcó el destino de dos músicos adolescentes en una de las más bellas e inspiradoras localidades de nuestro litoral, y ahora se ha producido el feliz acontecimiento de su rencuentro después de todos estos años, en los que se han convertido en dos fulgurantes  estrellas de este maravilloso mundo de la música…
Mientras el animador hacía esta emotiva presentación Nina se vistió con las mismas prendas que llevaba durante la sesión fotográfica, y que todavía estaban en la caravana.
 Cuando Nano la vio, exclamó:
—Nina, estás encantadoramente sexy,   pero ¿no es un poco provocativo?
— No, Nano, es cool!
 Y, cogidos de la mano, subieron al escenario.
⦁    Unidos por una canción
   Cuando los fans de Nina la vieron aparecer en el escenario con el mismo vestuario que en el  cartel de la promoción, la acogieron con un sonoro  aplauso, y el animador terminó de hacer la presentación:
—¡Estimados amigos y amigas, con vosotros… Nina  y... Nano, protagonistas de una bella historia de amor, que hoy concluye  en este escenario!
Nina fue la primera en dirigirse a sus entusiasmados admiradores.
—¡Hola, hola a todos, ya estoy aquí! Tengo una buena razón para este retraso: ¡Nano! Sin él no hubiera podido cantar aquí esta noche, porque lo que voy a cantar son nuestras canciones...
—Eso no es completamente cierto, Nina —interrumpió Nano—, son tus canciones…
—¡Pero tú me las inspiraste —interrumpió a su vez Nina.
—No, Nina, no fui yo, fueron la ilusión y la inocencia de dos músicos adolescentes…
—¡Nano, eres un filósofo!
—Y tú, Nina, eres una artista, y cuando la filosofía se junta con  el arte surge la belleza.
La reflexión de Nano fue acogida con un nuevo aplauso. Cuando todavía  resonaba la ovación, Nina y Nano iniciaron el concierto  con los temas del compacto de Nina, que fueron acogidos con gran entusiasmo, hasta que llegó el momento de la canción más esperada del concierto. Nano propuso una interpretación especial.
—Esta canción es para Nina  y para mí la qué marcaría nuestros destinos, cada una de sus tres estrofas han sido los tres momentos decisivos de nuestras vidas, por eso vamos a cantarlas tal como sucedieron. La primera estrofa la cantará Nina y yo la acompañaré como la cantó por primera vez, hace cinco años, en un pequeño piano-bar de una bella localidad de la costa. La segunda estrofa la cantará Nina en solitario, nuestra separación, y la tercera y última, la cantaremos todos, porque es la de nuestro feliz reencuentro…
Nano inició la primera estrofa con sus arreglos para dos guitarras cambiando una nostálgica mirada con Nina,  que le respondió con una emotiva sonrisa. Al escuchar esos populares arpegios el auditorio le dedicó un caluroso aplauso. Nina se sentía transportada al pequeño escenario del piano-bar, donde la cantó por primera vez. Se sentía inmensamente feliz por cómo el destino había hecho su extraño trabajo y comenzó a cantar transmitiendo al auditorio esa misma felicidad:

«Hoy he soñado que tus brazos me abrazaban, como abraza una barca el temporal.
Que tus labios me besaban, como besa la luna llena el mar.
Que tu sonrisa me cautivaba, como cautiva la aurora boreal.

Tus ojos son del color del mar,
tus caricias como las olas que vienen y van.»

El siguiente verso lo cantó a capella, sin guitarras, lo que producía una emotiva sensación de soledad.

«Hoy he soñado que te hundías en el mar y me hiciste llorar.
Que te habías desvanecido, como se evapora el agua del mar.
Que  éramos dos extraños, como la montaña y el mar.
Que solo me quedaba esta canción, donde antes tenía un corazón.

Tus ojos son del color del mar,
tus caricias como las olas que vienen y van.»

El público reaccionó encendiendo mecheros y cantando el estribillo junto con Nina. Al finalizar un sonoro redoble del batería sobrecogió al auditorio, seguido de la incorporación de las guitarras, teclados y el coro de las cantantes de jazz, en una apoteosis de sonido para repetir varias veces  el estribillo hasta que una eufórica Nina cantó el último verso:

«Hoy he soñado que te devolvía el mar, y me hiciste recordar,
que ayer nos amábamos, como ama la lluvia el mar,
que hoy nos encontrábamos, para no volvernos a separar.
Que volvía a tener un corazón, donde antes solo tenía una canción.
Tus ojos son del color del mar,
tus caricias como las olas que vienen y van.

Tus ojos son del color del mar,
Tus caricias como las olas que vienen y van.»

Tuvieron que hacer varios bises, por que el auditorio no cesaba de aplaudir pidiéndoles un nuevo bis. Finalmente Nina se despidió del público, con una noticia que sorprendió a todos:
—Queridos amigos, yo no he nacido para ser aclamada, ni me atrae la fama o la popularidad. Yo he nacido para ser como sois muchos de vosotros: personas sencillas que llevan una vida sencilla. Yo solo deseo tener un lugar al que llamar hogar, donde esté rodeada de todo lo que me gusta y es entrañable para mí, y, si pudiera ser, con dos o tres escandalosos diablillos a los que cuidar y asegurarles el derecho a la felicidad. Por eso este será el primer y el último de mis conciertos —un intenso rumor de queja se extendió por todo el estadio—. Sí, amigos y amigas, me retiro de los escenarios…
—Entonces —interrumpió Nano—, tal vez aceptes este anillo de  compromiso. Lo compré en el aeropuerto, y no sé si te vendrá bien. Me he basado en el recuerdo de cuando, cogidos de la mano, caminábamos por la playa, en silencio, entregados cada uno con nuestros propios sueños  de adolescentes.
Nina reaccionó sorprendiendo una vez más a su entregado público con una inesperada respuesta:
—¡Claro que sí, Nano! Pero ¿qué pensáis vosotros, debo aceptar?
Un clamoroso «sí» resonó en todo el estadio.
—Entonces, Nano, ¡no tengo más remedio que aceptar ese anillo! 
Nano abrazó a una emocionada Nina, y ratificó sus deseos:
—Sí, mis queridos amigos y amigas, creo que aquí termina esta maravillosa historia solo de amistad entre dos músicos adolescentes y comienza la de dos jóvenes amantes. ¡Un beso inmenso para todos vosotros y gracias por estar aquí… Pero no estéis tristes, porque os dejamos una magnífica sustituta: ¡Lali Boon! –dijo Nano, abrazando también a la emocionada Lali. Después los tres, cogidos de la mano, abandonaron el escenario entre una ovación que no parecía tener fin.

⦁    La despedida
El director-gerente no podía estar más satisfecho con los resultados del concierto y fue el primero en felicitar al dúo.
—Gracias, Nina y Nano, nunca olvidaré este gran concierto. Los patrocinadores están encantados, por la positiva imagen que habéis dejado. En cuanto a ti, Nina, perdemos una gran cantautora, pero ganamos lo que más cuesta conseguir en este negocio: el prestigio de haber grabado a las mejores artistas. Cuando en nuestro negocio pasan cosas como estas es cuando recordamos que el prestigio y los beneficios suelen ser malos compañeros y peores amigos, pero no podemos renunciar a ninguno de los dos. ¡Ya eres libre, y no necesito preguntarte qué has decidido!
Marc también la felicitó, pero le comunicó algo que turbó la felicidad de aquel mágico momento:
—Nina, fuera de este recinto están tus  padres, que han asistido al concierto confundidos entre el público, y quieren felicitarte, pero temen que no desees recibirlos, porque sienten haberte defraudado…
Nina se disculpó con Nano por ausentarse unos minutos, sin darle una razón y se encaminó a la salida del recinto. Y allí estaban sus compungidos padres, sentados en un solitario banco, en medio de los envases vacíos, restos de comida y otros objetos dejados tras el concierto.
—¿Papá, mamá? ¿Por qué no habéis entrado al recinto? ¡El guarda os hubiera dejado pasar!
—Nina, hija —respondió el padre—, no estábamos seguros de si nuestra presencia te alegraría… ¡Los dos te hemos defraudado!
—Sí, es verdad, siempre me he sentido sola e incomprendida, pero ha sido la soledad la que me hizo encontrar mi camino. ¡Mamá, papá, no os sintáis culpables; todos hemos cometido errores! Al fin y al cabo, somos humanos y ¡nadie es perfecto! Os debo a los dos algo más importante que mi vocación y mi triunfo: ¡os debo la vida, y en esto no me habéis  defraudado!

A la    mañana siguiente del concierto, Nina y Nano, desayunaban en la terraza del hotel donde se alojaba Nano. Nina leía las críticas y notas de prensa sobre el concierto, y leyó una en voz alta:
«Nina se retira de los escenarios en la cúspide de su fama.
La cantautora Nina, revelación del año, declaró al finalizar su concierto que se retira de los escenarios musicales, para casarse con Nano, «Un amor  de dos jóvenes, surgido de la amistad de dos adolescentes —según sus propias declaraciones—. He vivido una extraordinaria experiencia personal que me ha enriquecido —declaró a los medios presentes—. He comprendido lo importante que es proteger la integridad mental y moral de la adolescencia, porque es durante esta difícil edad cuando toman forma nuestros grandes ideales y nuestro comportamiento de adultos.»
La popular cantautora  anunció su inminente matrimonio con el guitarrista Fernando M., conocido en el mundo de la música como Nano, especializado en temas clásicos para guitarra de autores nacionales. La feliz pareja residirá en Londres, ciudad que contribuyó de manera decisiva en su formación musical y donde imparte un máster de guitarra clásica española. ¡Adiós, Nina y Nano, os echaremos de menos!»
—¿Y qué dicen sobre el concierto?
—Prácticamente todas coinciden en los elogios, pero esta es la más interesante: «El mismo sello discográfico que lanzó a la fama a Nina, ha firmado un contrato con Lali Boon, la divertida cantautora que se dio a conocer como telonera de Nina. Según su director-gerente. «Lali Boon será, sin la menor duda, ¡la cantante revelación del año!»
—Espero que sus padres sean felices y deje de pelearse. ¡Bravo, Lali! Esta chica debió nacer en un escenario.
 Después de beber el último sorbo de café de su desayuno, Nano hizo a Nina una inesperada proposición:
—Nina, cuando me entregaron la servilleta con tu canción, «Canta conmigo», no sabía que ibas a celebrar este concierto y supuse que estarías de camino hacia la pequeña localidad donde nos conocimos y allí fui en tu búsqueda, pero solo encontré los evocadores lugares donde habíamos estado juntos. Ahora recuerdo que cuando el autobús en el que huíamos remontó la loma y perdimos de vista el pueblo, tú me dijiste que algún día volveríamos a ese lugar sin estar huyendo de nadie —Nina sonrió melancólica, por el recuerdo de  aquellos difíciles pero creativos días—. Creo que este es el mejor momento para cumplir nuestro deseo.
—¡Nano, nada me haría más feliz!
—He alquilado un coche, cuando termines de desayunar podemos emprender este nostálgico viaje!
Cuando solo quedaba un tenue resplandor de un sol oculto detrás de las suaves colinas del paisaje, remontaban la loma que daba acceso a la bahía donde estaba situada la pequeña localidad costera que tanto añoraban.
—Ah, Nina, había olvidado decirte algo. La última vez que estuve aquí, recorrí los lugares que me traían tu recuerdo, y en la terraza del apartamento donde te conocí, había un letrero anunciando su venta. Yo no soy rico, pero esta última gira ha sido muy lucrativa. Creí que este era un magnífico lugar para descansar y relajarse después de una  agitada gira de conciertos. Hablé por teléfono con mi banco de Londres, y... —Nano sacó de uno de sus bolsillos una llave unida a un llavero en forma de guitarra y dijo a la asombrada Nina—. ¡aquí tienes la llave de nuestro apartamento!
Nina no podía creer lo que estaba escuchando.
—Nano, por fin volvemos a estar solos tú y yo, y en nuestro  propio…. ¡No es posible! —exclamó sorprendida, porque al aproximarse a la playa había colgada una gran pancarta que les  daba la bienvenida, que decía «¡Bienvenidos Nina y Nano!», y un grupo numeroso de vecinos y veraneantes que, al parecer, les esperaban. Pero lo asombroso era que entre ellos estaba Marc con Lali y el director gerente de la discográfica.
Cuando sorprendidos salieron del automóvil, el director-gerente les puso al corriente de lo sucedido:
—Creo que todos hemos tenido la misma idea: descansar aquí unos días para quitarnos el estrés del concierto: La pancarta ha sido idea del piano-bar. Alguien del hotel en que te alojabas conocía tu intención de venir aquí,   debió avisarles, y ya se han anticipado anunciado vuestra actuación, ¡estará muy concurrida!
Lali se acercó a Nina y le dio otra inesperada noticia:
—Nina, no te extrañe que esté también yo aquí, son las cosas del destino, ¡Marc y yo nos hemos prometido, así queda todo en familia!
Las dos amigas se abrazaron entre sonrisas por la alegría del inesperado encuentro y la noticia.
Detrás del grupo de gente que rodeaba a los recién llegados estaban los padres de Nina, cuando los vio, exclamó sorprendida:
—¡Papá, mamá, también estáis aquí!
—Sí, hija, nos invitó el director-gerente a pasar unos días en su casa de la ladera y no podíamos rechazar su generosa invitación.
—¡Entonces, estamos todos!
—Sí, eso creo —dijo el director gerente—, y hemos acordado celebrar este encuentro con una inmensa y sabrosa parrillada de pescado. Supongo, Nina, que te gustará el pescado, ¿o prefieres la carne?
Nina intercambió una mirada de complicidad con su madre y exclamó divertida.
—Todavía me pesa en la conciencia el haber dejado en el plato sin probar la última parrillada de pescado a la que me invitó mi madre. ¡Qué desperdicio, no me lo perdonaré nunca!
—¡No, hija —interrumpió la madre, cambiando otra mirada de complicidad con Nano—, hice que me la envolvieran para el gato y ¡esa fue la cena de Nano de aquel día!
—Entonces ya está todo decidido —exclamó el director gerente—. ¡Así es como trabajamos en nuestra fábrica de estrellas! Mañana, después del mediodía, que estaréis descansados del viaje, nos reunimos en este restaurante, y al atardecer, cuando refresque, Nina y Nano, nos pueden deleitar con sus nuevas canciones, pero no será en el piano-bar, que no cabríamos todos, sino al aire libre, en la  playa,  en el pequeño escenario preparado por ellos.  ¿Están de acuerdo los jóvenes músicos?
Nina y Nano hicieron un gesto de aprobación  con el dedo pulgar.
—Entonces hasta mañana —y dirigiéndose a los padres de Nina, les dijo:
Si lo desean pueden quedarse con su hija y volver a mi casa cuando quieran. Supongo que tendrán mucho de  qué hablar.
—No, creo que después del concierto Nina nos dijo todo lo que tenía que decirnos. Ellos desearán estar solos. Ahora nuestra hija ya tiene quien la cuide y la proteja. Nina ya no  nos necesita.  Si no le importa, nos retiraremos con usted. ¡Mañana será otro día!
Después de la inevitable firma de autógrafos, por fin pudieron verse libres del acoso de la fama, y se encaminaron hacia su nuevo apartamento caminando por el lado de la playa. A esas horas de la tarde el quiosco de la playa estaba cerrado y las hamacas recogidas. La entrada al piano-bar estaba iluminada, y se escuchaba el sonido de un piano, que interpretaba “Para Elisa”, de Beethoven.
—Nano, parece que hay alguien tocando el piano…
—¡Y con buena técnica y sensibilidad! —añadió Nano sorprendido.
—¡Me muero de curiosidad por saber quién es!
El reducido local estaba desierto y prácticamente en penumbra. Tan solo estaba iluminado  con un haz de luz sobre las partituras de quien estaba sentada al piano. Al sentir la presencia de Nina y Nano, dejó de tocar y se volvió  hacia ellos sorprendida.
—¡No, por favor, sigue tocando! —rogó Nina.
La pianista era la joven que solía acompañar al director-gerente.
—¡No, no; soy malísima! Pero ¿no sois Nina y Nano? Disculparme que no he ido con los demás a recibiros… Recuerdo la noche que tú, Nina, cantaste aquí tu canción que a mi padre le encantó…
—¿Tu padre? Entonces, tú eres la hija del director gerente de la discográfica?
La joven asintió con un gesto de cabeza, pero con una expresión melancólica.
—Tu padre debe sentirse feliz de tener una hija pianista…
—Desgraciadamente sucede todo lo contrario, no quiere verme sentada ante un piano… Cree que no tengo talento para la música, y que seré una gran empresaria, como es él,  y creo que tiene razón.
—¡Qué gran paradoja! Tu padre es capaz de reconocer el talento musical de los demás, pero no el de su propia hija —exclamó Nina contrariada—. ¿Por qué no te sinceras con tu padre y le haces ver que está equivocado?
La joven parecía haber aceptado su situación con resignación.
—¡Ya es demasiado tarde! Para llegar a ser un pianista que destaque es necesario comenzar tu carrera cuando todavía eres una adolescente, como creo que es vuestro caso. Si el destino no decide lo contrario, cuando termine la Universidad, dentro de dos años seré una nueva ejecutiva de la empresa de mi padre.
—Lo siento, no hay peor sentimiento que trabajar en algo que no te gusta.
—Ya lo he asumido. Al menos me queda el consuelo de que seré responsable de los nuevos lanzamientos.
—¡Estoy segura de que harás un magnífico trabajo! —y se despidieron de la joven pianista frustrada sin ocultar su tristeza.
—Parece ser algo inevitable —comentó  Nina, una vez fuera del piano-bar—, que todos los padres ven a sus hijos como su reencarnación y se empeñan en que sigan sus mismos pasos. Para ser artista la primera gran dificultad es vencer la resistencia de tus propios padres, que toman grandes medidas sobre tu futuro cuando apenas eres consciente del mismo futuro y no te puedes oponer. Todo lo demás es más fácil.
Cuando llegaron al lugar junto a la terraza donde se conocieron, Nano exclamó, sin evitar la emoción de aquel fortuito encuentro.
—Fueron unos segundos, en que nuestras miradas se encontraron, pero suficientes para saber que habíamos nacido el uno para el otro. Pero tú por entonces no necesitabas un amante, sino un amigo. Por desgracia tú misma lo pudiste comprobar! Porque de la amistad al amor hay un paso, pero del amor a la amistad con frecuencia hay un abismo.
⦁    La celebración
Nina y Nano se habían despertado a tiempo para contemplar desde su terraza el nuevo amanecer, como hizo Nina el primer día con su madre, pero el tiempo no era tan caluroso como entonces y tuvieron que abrigarse para contemplar aquel sublime espectáculo.
—Sabes, Nano, cada nuevo amanecer siento como si me llenara de nueva energía y presiento lo que me traerá el nuevo día…
—¿Y qué presientes que nos traerá este nuevo día?
—¡Paz, mucha paz! —respondió Nina sin titubear.
—¡Una pequeña palabra para un gran significado! —agregó Nano.
—Paz en la mente, paz en el alma, paz en el cuerpo, paz con tus vecinos, paz en las calles de tu ciudad, paz en tu nación, ¡paz en el  mundo! ¡Qué hermoso sería un mundo en paz!
—Lo  presiento, Nina, estás a punto de crear una nueva canción. Vuelves a tener la misma expresión ausente de hace cinco años.
—Sí, Nano, escucha:

«Dos ángeles bajaron del cielo con una difícil misión,
traer la paz al mundo y devolver a los hombres la razón.
Preguntaron a un hombre herido cuál era la razón,
y respondió: es la guerra, no hace falta una razón.
Le preguntaron al enemigo cuál era su razón,
y respondieron: Son enemigos de nuestra nación, no necesitamos una razón.
Preguntaron a una niña que lloraba cuál era la razón,
y respondió: mi papá ha muerto en la guerra y mi mamá no sabe por qué razón.
Los dos ángeles regresaron al cielo con gran desazón
y le preguntaron a Dios que lo consentía, por qué razón,
    y respondió: porque Yo tampoco tengo una razón.
 Di a los hombres la libertad de acción para que se guiasen por la razón,
pero han preferido la sinrazón.

—Nano, ¿crees que podemos ponerle música  para poderla cantar esta noche?
—Este lugar debe tener alguna magia especial para ti…
—No, Nano, lo que me inspira no es el lugar; ¡son tus ojos del color del mar!
Todo estaba preparado para el gran encuentro en el restaurante de la playa. Los primeros en llegar fueron el director-gerente y los padres de Nina, mientras los jóvenes disfrutaban de un refrescante baño en la playa. El director-gerente les hizo señas con los brazos indicándoles que deberían ir ya al restaurante, porque todo estaba preparado.
Nano se acercó y comentó:
—¿No podemos esperar un poco más? Hemos invitado a una persona muy especial, y no me gustaría comenzar sin ella. No creo que tarden mucho en llegar.
No tuvo ocasión de responder el director, cuando Nano vio llegar el automóvil de Sofía, que aparcaba justo a la playa.
—¡No hace falta esperar más, ya están aquí! —y se apresuró a ir al encuentro de quien les salvó de un posible desastre en su escapada adolescente.
—¡Bienvenida a este pequeño paraíso, Sofía!
—¡Tú debes  ser un impostor, no puedes ser el Nano que conocí una calurosa noche en la playa frente a mi casa!
—¡El tiempo no es justo: a unos los rejuvenece y a otros los envejece!
—Ah, Nano, creo que ya conoces a mi acompañante.
—Sí, usted es el ginecólogo que atendió a Nina en su falso embarazo…
—El mismo, pero ahora no es solo el amigo de la familia, sino también mi marido —interrumpió Sofía,  cogiéndole afectuosamente del brazo—. La vida sigue, Nano…
—Mi más calurosa felicitación, pero ahora hay que acudir al restaurante, porque lo que encargamos ya está a punto y no debemos hacerles esperar.
Nina se reunió con ellos y Sofía la recibió con un caluroso abrazo.
—¡Nina, estabas preciosa en el cartel de tu concierto, un poco subidita de tono, pero como dicen mis hjos: es cool!
Finalmente el grupo se reunió alrededor  de una gran mesa montada, con un inmaculado mantel blanco en cuyo centro había una gran bandeja con un variado surtido de los pescados más sabrosos que se capturaban por aquel litoral, y para acompañarlo varias botellas de vino blanco de buena crianza y una botella de cava, con la que el director general hizo un emotivo brindis:
—Quiero brindar por Lali, nuestra nueva estrella, porque su divertida actuación salvó  el concierto.
Pero  Lali rechazó amablemente el brindis.
—Creo que quién merece este brindis es Nina, a la que debo el estar sentada aquí con gente tan maravillosa...
—De ninguna manera —protestó a su vez Nina—. Si alguno de nosotros merece este brindis es Nano.
Pero Nano también lo rechazó.
—Quien realmente lo merece es Marc, que creyó en el talento musical de las dos. ¡Él hizo posible el concierto!
—Eso no es justo, Nano, —comentó Marc, dirigiéndose al director-gerente—. Nada hubiera sido posible sin la confianza que puso en mí al aceptar a Nina.
—Ya veo que finalmente el brindis vuelve a mí —exclamó el directo-gerente—. Creo que nos hemos olvidado de alguien, que ha sido la verdadera artífice de todo lo sucedido: la amistad. ¡Brindo por la amistad, en especial de los artistas y los empresarios,  que haga posible la armonía entre el arte y los negocios.
Todos aceptaron el brindis.
 Nina fue la  primera en servirse el sabroso pescado.
—¡Mamá, no sucederá como la otra vez! ¡Hoy no tendrás que pedirle al camarero que te envuelva los restos de pescado para el gato!
⦁    La última canción
Mientras prácticamente toda la población parecía desierta por el tiempo de siesta, Nina y Nano trabajaban en la música y los arreglos de la última canción pacifista de Nina.
—Nina —comentó Nano asombrado—, tus últimas canciones no son como las románticas de la Nina que yo conocí cuando era el chico de las hamacas. ¿Qué ha sucedido?
—Tal vez, que la de antes era una adolescente que descubre la vida, y ahora sea una joven, que descubre el mundo, con toda sus violencias, injusticias y falsedades…
—Sí, eso debe ser… Entonces ¡bienvenida al confuso mundo de los adultos! ¿Podrá sobrevivir nuestra inocencia?
—Si perdemos nuestra inocencia solo nos quedará la desconfianza, y ¿cómo será posible la paz si desconfiamos los unos de los otros? Yo no tengo la respuesta, ¡solo tengo mi canción!
Después de múltiples propuestas desechadas, encontraron la melodía con el tono desgarrador que necesitaba y, después de cantarla varias veces, la dieron por concluida.
Al atardecer, cuando las sombras cubrían ya la ladera y los acantilados se dibujaban con el destello rojizo de los últimos rayos de sol, los dos músicos se encaminaron al lugar de la playa donde estaba previsto que darían el último concierto antes de fijar su residencia en Londres. Prácticamente todos, eventuales turistas o veraneantes, de la pequeña localidad ocupaban ya un sitio, sentados o tumbados sobre la cálida arena de la playa. Cuando llegaron Nina y Nano les recibieron con un cálido aplauso y después se hizo  un respetuoso silencio a la espera de su actuación
Nina presentó sus dos nuevas canciones:
—Yo tuve una abuela filósofa, aunque apenas había asistido a la escuela. Ella me animó a ser cantautora, porque sabía leer los deseos de mi corazón. Pero me advirtió: “Niña, la felicidad no está en el éxito, sino en los sueños de éxito que se tienen en el camino hasta conseguirlo. Cuando llegues a la cumbre, vuelve a bajar al llano y búscate otra cumbre distinta para seguir caminando.” Las dos  canciones que os vamos a cantar hoy, están compuestas durante el camino de una nueva cumbre y me hacen feliz. La hemos titulado: «Canta conmigo» y «La razón de la sinrazón».

Y cantaron sus dos nuevas canciones dejando a todos los asistentes algo desconcertados, porque en aquel paradisíaco lugar era fácil olvidarse de que  en alguna parte del planeta hay una niña que llora porque su papá ha muerto en una guerra y que su mamá no sabe cuál es la razón.

Fin de esta historia.
En Berlín, un 25 de julio de 2019.



⦁    Agradecimientos
⦁    La mayoría de los escritores, entre los que me incluyo yo, no sabemos corregir nuestros manuscritos. Cada nueva lectura en la que intentamos corregirlos, nos dejamos llevar por la acción y no prestamos atención a la redacción, por eso pasamos por alto, una y otra vez, las erratas del texto que no son muy evidentes.
Por suerte yo he contado para esta novela con una correctora excepcional, Alba Castilla Baiget, una extraordinaria lectora a quien estoy profundamente agradecido, tanto por la exhaustiva revisión del texto, como por sus acertadas sugerencias sobre algún pasaje polémico. 
Todos los escritores desearíamos contar con lectoras como Alba, que saben elogiar tus aciertos pero también criticar tus muchos errores, lo que me ha hecho bajar de la nube y reconocer que estoy a años luz de merecer el premio Nobel. Creo que las críticas estimulan y los halagos adormecen, ¡pero los dos son necesarios! ¡Gracias, Alba!
Y a mi entrañable amigo y tocayo, Jaime Nubiola, a quien debo más aprecio del que merezco, por su fiel y constante apoyo y estímulo, por lo que en agradecimiento le dedico esta novela. ¡Gracias, Jaime!