Teología para filósofos: el problema de Dios (Monografía)

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Bien es verdad el dicho popular que “nada es lo que aparenta”, porque aquí tenemos un paradoja teológica que contradice lo que parece evidente: ¡que Dios no puede existir para que sea Dios!

¡De acuerdo, puede parecer absurdo, pero tengo mis argumentos para defender esta tesis!
Empecemos por el principio: ¿qué es la “existencia”.
Por supuesto que tratándose de una cuestión filosófica no vale la pena consultar a la RAE, porque carece de interés por la filosofía.
Si nos vamos a Wikipedia no mejora la situación, al contrario, empeora:

“En filosofía, la existencia es, en términos generales, la realidad de un ente. A este concepto se lo suele contrastar con el de esencia”

Pero ¿qué quiere decir con “la realidad de un ente”? El ente es un concepto de la metafísica, por tanto no puede existir propiamente dicho; el ente es, pero no existe, como lo dejó dicho Parménides.

“Necesario es decir e inteligir que lo ente es”

En efecto, todo aquello que decimos o pensamos "está siendo"; es decir, "es" ("Pienso, luego soy"). Para que el ser llegue a existir necesita “sustanciarse” en algo objetivo que nos cause una impresión y podamos concebir su idea y, por tanto, tomar conciencia de su existencia, pues lo inconcebible puede “ser” pero no “existir”.
Desglosando esta definición tenemos que la existencia de algo necesita, en principio (más adelante veremos todo lo que puede causar una impresión), proceder de la observación de un objeto; que el objeto observado debe causar una impresión; que la impresión traslada la forma del objeto a la conciencia, donde obviamente es concebido. Por tanto, el objeto ya carece de sustancia para convertirse en un objeto insustancial o, lo que es lo mismo, un sujeto mental o esencial.
Una vez en la conciencia, la forma trasmitida por la impresión es analizada por nuestra facultad de la razón y la lógica.
Esta primera aproximación a lo concebido es el “concepto”, o lo esencial de su forma de ser. Finalmente este proceso termina en la formación de su idea, cuando conozcamos todos sus atributos. Por ejemplo, un habitáculo dotado de cuatro ruedas con un motor que le impulsa es el concepto de un automóvil, y un deportivo de color rojo de una determinada marca y potencia es una idea determinada de un automóvil específico.
Es a partir de este proceso de toma de conciencia cuando surgen las primeras discrepancias sobre la existencia de Dios, porque si Dios no es un objeto visible y observable, ¿de dónde procede la impresión que nos ha llevado a concebir una determinada idea de Dios? Esta no es una pregunta para teólogos, sino para filósofos, ¡porque la respuesta tiene que ser “lógica y razonable!”

¿De dónde provienen las impresiones?

La función de las impresiones es enviar a la conciencia la forma de ser de los objetos que observamos, por tanto las impresiones carecen de emociones o de sensaciones, son estrictamente formales. Cuando acudimos a un concierto no nos impresiona la armonía de la música sino la virtuosa interpretación del solista o de la orquesta, la música en sí misma no nos impresiona, nos emociona, y las emociones están conectadas directamente con la imaginación, del mismo modo que las impresiones lo están con la consciencia. También podemos deducir que la imaginación no necesita la conciencia. Ambas, imaginación y conciencia, son dos fenómenos independientes que pertenecen a dos dimensiones de nuestra personalidad: la exterior y la interior. La imaginación tiene sus propios “ojos”, que abre durante el sueño; la conciencia tiene los ojos naturales, que los abre durante la vigilia.
Lo que nuestros ojos y otros sentidos naturales ven o perciben es fácil de identificar y ubicar; lo que ven los ojos de la imaginación ya no está tan claro de dónde proceden, donde suceden y por qué se muestran escenas con absoluta nitidez y detalle pero sin sentido argumental.
Es evidente, y nunca mejor utilizada esta expresión, que cada sueño es una revelación y debe tener un significado. ¡Posiblemente sean muchas las sorpresas que nos esperan sobre los sueños para después de la muerte!
En mi opinión, con lo que quiero decir que lo que exponga puede ser razonable, pero improbable, pues no podemos probar algo que sucede en una dimensión sobrenatural, el sueño es el vínculo que nos une a lo sobrenatural; donde lo sobrenatural, sea lo sea, puede enviarnos sus mensajes y mostranos sus imágenes.
Pero como imágenes sin objeto no son reales, sino una aparición, es decir, “aparentes”. Para que estas imágenes pudieran existir sería necesario que tuviéramos la impresión del objeto que contiene la imagen, lo que no es el caso de las imágenes que aparecen, tanto en los sueños como las apariciones diurnas.
Será en una de estas apariciones o sueños donde personas excepcionales de una gran espiritualidad, ayudados por un posible prolongado ayuno o por otras formas de librase de la influencia de lo material, como la oración, la meditación o incluso el yoga, son los “elegidos” para recibir los mensajes de aquello que pueda haber en la dimensión sobrenatural. Estas personas excepcionales serán naturalmente los profetas, entre los que debemos incluir a Jesucristo.
De esta forma surgió una extraordinaria imagen de algo, o alguien, cuya impresión, por su forma y mensaje que
serviría para “hacernos una primera idea de Dios”.


El origen del escepticismo

Pero este extraordinario echo es, al mismo tiempo, el argumento para negar la existencia “objetiva” de Dios, porque procede de la impresión causada por una imagen aparente e irreal, luego no puede ser objetiva, sino una fantasía de la imaginación causada por una revelación.
Es aquí donde colisionan la dimensión exterior con la interior del ser humano, porque la interior cree que se ha producido la aparición del mismo Dios en los sueños de los profetas, y ya tiene suficiente certidumbre de su “presencia”, no de su existencia, sin necesidad de confirmarla a través del proceso de la conciencia ni siquiera necesita hacerse una idea precisa, sencillamente porque tiene la certidumbre de que Dios “es” (el Ser supremo) sin que sea relevante cómo es y dónde está. La colisión es entre el hombre que piensa, y por tanto razona y el que sueña, y por tanto, imagina. Pero ambos, pese a ser radicalmente opuestos, comparten la misma persona. El que se decidan por uno o por otro dependerá de su educación y su propensión natural hacia el realismo o la fantasía.
Ya estamos a punto de concluir la argumentación de lo que en el primer párrafo sugería, y que parecía aparentemente absurdo, porque si repasamos los argumentos en el supuesto de encontrarnos que ni con la idea de Dios a través de la impresión de un objeto ni con la impresión de una imagen revelada no llegaremos a hacernos una idea objetiva y razonable de Dios, por lo que el sendero de la filosofía esta cerrado para probar la existencia de Dios, tanto para ateos o escepticos como para creyentes, solo nos queda el sendero más imaginativo que realista de la revelación. Lo que nos lleva a la inevitable conclusión de que para ambos Dios no existe, pero también para ambos ¡¡Dios no existe, pero Es!!
En resumen, la existencia requiere la impresión de un objeto. ¿Existe la felicidad? Sí, siempre que haya gente feliz.¿Existe el amor? Sí, siempre que haya gente enamorada. ¿Existe Dios? Sí, siempre que hubiera un objeto con la forma de algo o alguien con los atributos que esperamos de lo que llamamos Dios. Si no se da esta condición, ¡Dios no “existe” para nadie, pero “es” para todos!

Panteísmo o el “jardín de Dios”

He tratado en infinidad de artículos y monografías de resolver el problema de Dios, el mayor reto que pueda plantearse un filósofo, pero reconozco no haberlo conseguido, sin embardo cada nuevo intento creo que me voy aproximando a su resolución. No sabré hasta pasado algún tiempo si en este nuevo intento estoy más cerca o más lejos de la solución, pero en este breve ensayo he incorporado algunas importantes novedades y una de ellas es esta:
Baruch Spinoza tenía sólidos argumentos para creer que a Dios no solo se le podía venerar en las iglesias, sino también en la naturaleza. Pero los guardianes de los dogmas teológicos le acusaron de hereje y ateo. Personalmente comparto la idea de los censores, pero por una razón totalmente opuesta, porque hemos visto que Dios no puede existir objetivamente, ¿cómo puede estar en la naturaleza si no existe? No, lo que debemos resolver es cómo es Dios omnipresente sin dejar de ser un Dios inexistente.
Son muchas las paradojas que contiene la teología cristiana que simplemente no pueden ser asimiladas por una mente racional y lógica, y esta es una de ellas.
Yo he meditado largamente sobre esta cuestión y he llegado a una conclusión: en la naturaleza no esta Dios en sí mismo sino una parte de ella podemos considerarla como “divina”, es decir, que ya no es parte de la naturaleza, que bien podemos llamar el “Jardín de la casa de Dios” aquí en la Tierra, la parte divina de la naturaleza.


Sobre el dogma de la Creación

Según el imaginativo relato del Génesis, pero de fuentes reveladas, Dios creó el ser humano en la cúspide de la pirámide de la vida natural, dándole su dominio y libre uso de sus recursos para su supervivencia. Esta generosa donación incluía los minerales, las plantas y los animales, pero por alguna desconcertante razón les impuso una limitación: que no comieran del árbol de la “Ciencia del Bien del Mal”. Eva, posiblemente la primera feminista de la historia de la humanidad, encontró intolerable esa prohibición y astutamente sugestionada por el mismo diablo transfigurado en una inofensiva serpiente, mordió la manzana.
Al romper esta prohibición la humanidad perdió la inmunidad de la que gozaba en el Paraíso, pero como compensación su mente fue liberada para hacer de su vida lo que le pareciera mejor, sin límites para el desarrollo de la ciencia y de su sentido moral del bien y del mal.
Durante siglos, concretamente hasta que James Watt patentase un artilugio mecánico capaz de mover la rueda de un molino sin necesidad de corrientes de agua, dio comienzo lo que hemos llamado la “Revolución industrial”, que en esencia significa un sustancial cambio del estatus del ser humano con relación a su entorno natural: antes de la máquina de Watt la naturaleza decía al ser humano lo que debía hacer para aprovechar sus recursos, después de la máquina es el ser humano quien ordena a la naturaleza cómo, cuándo y dónde debe producir sus frutos para la supervivencia.
Aquel fue el primer paso hacia su progresivo endiosamiento, y se cumplían los temores del Génesis.
Los prodigiosos descubrimientos que se produjeron en todos los campos culturales le confirmaban en su deseo de adquirir pleno conocimiento de la naturaleza para manipularla de acuerdo a sus propios intereses, lo que impulsó todavía más el ritmo y la trascendencia de sus descubrimientos. Pero, pese a lo espectacular del progreso, a principio del siglo XX todavía estábamos muy lejos de ese supuesto jardín de Dios, que marcaba los límites entre lo natural y lo divino.
Ahora hemos llegado al punto crítico de este capítulo, y debo desvelar en qué consiste mi idea de este jardín y cómo se reconocen sus límites. Pues bien, mi idea es que lo natural comienza con la fusión de átomos, que dieron forma a las primeras moléculas, origen de la vida.
El átomo, y lo que pueda contener, ya no es parte de la naturaleza. Salvo por la pérdida de electrones, se mantiene inmutable desde su formación en los remotos tiempos de la “Gran Explosión” y seguirá inmutable hasta la presunta “Gran Implosión”.
Este mundo cuántico debe ser el “jardín de Dios”, porque el átomo no nace, crece, se reproduce y muere y debe ser como “divino”.
Recuerdo que cuando el CERN logró descubrir en el gigantesco acelerador de partículas, una subpartícula bautizada como la “partícula o el bosón de Higgs”, un responsable del proyecto, declaró eufórico a la prensa: “¿Hemos descubierto la partícula de Dios; el ladrillo con el que está construido el universo?” Entonces aquella frase me impactó, pero no tenía sentido para mí. Hoy tiene pleno sentido porque, en efecto, ese minúsculo bosón y lo que media entre él y el átomo es propiedad privada de ese Dios que no existe, pero que es, y si ya es, ¡que importa que no exista!
Esos renombrados físicos se sentían eufóricos porque sus complejos experimentos les había acercado un poco más a Dios, pero con la intención de compartir reinado con Él, a su misma altura, como buenos colegas divinos y manejar el mundo a su antojo.
Lo que están haciendo con esta investigación es descubrir todos los misterios del universo para después venderlos a las puertas del templo, sin que haya ningún nuevo Jesucristo que los arroje de allí.
Sería un enorme paso adelante en la desnuclearización, al menos en el ámbito del cristianismo, que la Iglesia asumiera esta tesis en sus dogmas teológicos, y condenara la manipulación del átomo, en especial en el uso militar, por considerado un sacrilegio, merecedor de la excomunión y el apartamiento de la Iglesia.


La imaginativa religión Católica

Si la idea de Dios no se ha formado de la impresión de un objeto, sino de la revelación de una imagen, es lógico que las imágenes sean el lenguaje de Dios. Así las religiones iconoclastas tendrán serias dificultades para imaginar una idea de Dios entre sus fieles, en tanto que las que utilizan en su liturgia una gran profusión de imágenes están en sintonía con el medio más efectivo de establecer alguna forma de comunicación con Dios.
En nuestro entorno religioso del cristianismo, las iglesias católica y la ortodoxa compiten en el uso didáctico de las imágenes.
Por su parte el joven y rebelde monje Martín Lutero no pudo entender lo importante que era la construcción de una nueva basílica en Roma, cuyo tamaño y hermosura trasmitiese la imagen del poder de Dios, y dejó a los protestantes sin una referencia para una emotiva relación con Él. Esta falta de alicientes emocionales hizo que en su congregación decayera la espiritualidad y prosperase el materialismo, lo que favoreció un mayor desarrollo económico que en las congregaciones católicas.
En cuanto a Jesucristo, no puedo negar que por supuesto fue un personaje histórico, de una grandeza espiritual y moral extraordinaria. Incluso concuerdo con que tenía algo especial, cuando tres expertos en las conjunciones astrales debieron ver algo extraordinario en el cielo que les guiaría a la pequeña aldea de su nacimiento.
Pero su juicio y condena a muerte tuvo más que ver con la tradición y lo económico que con lo religioso. Los influyentes cambistas que operaban en las puertas del templo no le perdonaron su airado gesto expulsándolos de allí, como tampoco los guardianes de la justicia hebrea admitieron que predicara la condena de costumbres seculares de su justicia, como la lapidación de las mujeres declaradas adúlteras o el juicio inapelable del “ojo por ojo, diente por diente”.
También está sobradamente probado que atrajo junto a él 12 hombres buenos, si exceptuamos a Judas, a los que aleccionó en su doctrina para que continuaran su obra después de su presentida muerte. En cuanto a Pilatos, se lavó las manos por higiene, porque tenía suficiente poder para amnistiarlo, pero temía una violenta revolución de los exaltados judíos, y esa no era su guerra, pero fue tan culpable como los demás.
Una vez finalizada la pasión de Jesucristo, cuatro de sus discípulos entre los más letrados, se entregaron a la redacción de su experiencia religiosas, y como entonces no había grabadoras, como es lógico suponer tuvieron que añadir muchos pasajes de su propia cosecha, siempre en la linea de su doctrina.
Años más tarde digamos que fueron pasandos en limpio por los padres de la Iglesia y buenos escritores, como Tertuliano, san Agustín o san Ambrosio, que seguramente los retocaron.
Con todo ese material más los relatos de los primeros cristianos sobre Jesús, transmitidos por vía oral, pasarían a ser un cuerpo teológico que pusiera orden y coherencia sacramental de las muchas y variadas facciones en que se estaba dispersando la que ya era una considerable comunidad.
Los cristianos eran seguidores de Cristo, no de los padres de la iglesia, incluso Jesús sería mucho más relevante que el mismo Dios, porque a Jesús lo vieron expirar en la cruz, pero de la presencia de Dios no había testigos. Por tanto tuvieron que crear un dogma de fe en el que Jesucristo era elevado a la categoría de “consustancial” con Dios. Lo que dejaba en una confortable posición a los cristianos, pero enfureció a muchos, en especial al presbítero alejandrino Arrio, y a sus seguidores, que negaban vehementemente esa familiaridad divina de padre e hijo.
Aún faltaría identificar la fuerza del poder creador de Dios para crear el mundo y fortalecer la fe de los cristianos, que era obviamente una fuerza “espiritual”, es decir, el “Espíritu Santo”, que en el contexto físico yo he asociado con la energía nuclear.
Alejados de este reparto quedaron los padres naturales de Jesús, que tuvieron que conformarse con la santidad. Se da la paradoja de que José, padre natural de Jesús no se menciona en la pasión de Cristo, porque ya no era su padre, sino que era el mismo Dios.
Y así quedó establecido el dogma de fe sobre el que se articula la Iglesia del cristianismo, que ha prevalecido inmutables desde su fundación, porque es la Iglesia que mejor entiende de qué está constituida la esencia misma de la religión, y por que, a pesar de los siglos transcurridos, los seres humanos seguimos debatiéndonos entre el realismo y la fantasía, o entre el idealismo platónico y el materialismo aristotélico. Pero mientras su parte material, como todo lo material, ha evolucionado extraordinariamente, su realidad espiritual se ha estancado y persiste en las mismas imaginativas creencias, tal como creían los primeros cristianos.
Ese desfase ha supuesto la incapacidad de establecer los límites del progreso para adaptarnos, de la forma más humana posible, a un estilo de vida de acuerdo con los recursos naturales disponibles, aunque nuestra manipulación sobrepase sus principios. Esta idea ha sido y sigue siendo el aliciente que motiva a muchos que trabajamos sin descanso por un mundo desnuclearizado y con un modelo de desarrollo sostenible, si que tengamos que renunciar a aquello que pruebe su necesidad y sea justo y fraternal.
Ese es, y confío que siga siendo, el litemotiv de la Iglesia Católica, a pesar del negativo comportamiento de muchos de sus miembros más destacados a lo largo de su dilatada historia.


¿Demasiado tarde?

14 de julio de 1945. Laboratorio de investigación militar, Los Álamos, EE UU. Un grupo de físicos esperaban tener por fin éxito en un proyecto que contaba con 130.000 empleados, se desarrollaba en varios estados, y el coste se elevaba a 2.000 millones de dólares. Se conocía con el alias “Proyecto Manhattan”, y consistía en probar el efecto de la fisión del plutonio.
Se esperaba que se produjera una gran explosión de una potencia equivalente a 3000 kilos de dinamita. Se pusieron unas gafas especiales para protegerse del previsible gran resplandor y apretaron el botón que la activaba; contuvieron la respiración y unos segundos después se produjo una impresionante explosión que formó un gran hondo amarillo y naranja y que produjo un viento huracanado radioactivo a altísima temperatura que redujo a cenizas todas las construcciones y objetos que habían situado cerca de la explosión para comprobar sus efectos devastadores.
Finalizado el terrible experimento, los físicos se felicitaron efusivamente. ¡habían conseguido producir la primera bomba atómica de la historia!
Al día siguiente el “Tio Sam” anunció al mundo el extraordinario logro de su país, dejando claro que en adelante nadie podría poner en cuestión su liderazgo.
Pero lo que realmente hicieron fue romper la valla del jardín de Dios y pisotear las flores, para abrirse camino hacia la casa de Dios.
Ese día el ser humano experimentó lo que sucede cuando se manipula y libera la energía procedente de Dios, aunque tan solo sea la de su jardín.
Algunos años después de aquel nefasto gran logro científico, y después de comprobar con seres humanos los terribles efectos de su diabólico invento, los arsenales militares se llenaban de sofisticados misiles transatlánticos con un coste de millones de dólares, cargados con energía divina a la espera de alguna provocación que justificara su uso. Mientas tanto en varios países subsaharianos, morían cientos de niños cada día por falta de unos cientos de dólares para medicinas y alimentos.
Es evidente que caminamos en sentido opuesto al que debería llevarnos a la moderación en el consumo y reparto equitativo de la riqueza. En su lugar hemos decidido tomar el camino de nuestra deificación, lleno peligros y que solo puede abocarnos al abismo que media entre la “casa de Dios y su jardín terrenal”.