Coronavirus: una reflexión sobre la muerte (Revisado)


No es de extrañar que últimamente solo escribo temas negativos y de muertes, lo que ocurre es que estamos viviendo en un ambiente negativo y no es posible evitar contagiarse.

Precisamente hablando de contagiarse, por muchas medidas profilácticas que tomemos, somos como una bola en el bombo de una lotería, ¡la nuestra puede salir en cualquier momento!, y si nos coge de mala manera, podría causarnos la muerte. Por eso creo que es el momento de reflexionar sobre lo que puede acontecer si el coronavirus nos llevase al otro mundo.

Como dada mi edad ya soy candidato para que la muerte me haga su desagradable visita, estoy intentando con reiterados esfuerzos ser yo quien sorprenda a la muerte, porque no esconda ningún secreto sobre el más allá.

Para aceptar las conclusiones de mi investigación dispongo de dos importantes fuentes de información: la fe, que es el complemento necesario para aceptar como válido aquello que imaginamos, o la intuición, que complementa la consciencia para llegar a concebir de forma racional y verdadera aquello que creemos.

La fe no aporta razones pero sí aporta certidumbres reveladas que puedan ser verdaderas aún sin la ratificación de la experiencia o de la razón. La intuición nos puede llevar al entendimiento, pero sin la experiencia no podemos decir que nos aporta un conocimiento, sino simplemente una teoría razonable.

Yo solo puedo aspirar a elaborar una teoría sobre los sucesos tras nuestra muerte, pero hasta que no muera no tendré un conocimiento de los hechos

No estoy tratando de convencer a mis lectores de que las cosas sucederán como yo las expongo, sino mostrarles el método utilizado y el largo camino recorrido para establecer una teoría de los sucesos postmortem, pero debe tener en consideración que no es más que una “teoría razonable”.




Primeras preguntas y respuestas

La primera pregunta obligada para abordar este complejo tema es: ¿Qué hay de eterno en el ser humano y que prevalezca tras la muerte? Y la respuesta parece obvia: lo que no sea natural o, dicho en términos teológicos, lo “sobrenatural”, puesto que todo lo natural perece.

En los seres humanos el cuerpo físico es lo natural, por lo tanto perece y no trasciende, pero tanto los pensamientos como la imaginación son fenómenos sin naturaleza, o como ya he dicho, sobrenaturales. De manera que si queremos averiguar qué hay de eterno en el ser humano en principio parece lógico que deberíamos buscarlo en estos dos fenómenos.

Pero si nos ceñimos a los hechos probados por la experiencia, ambos fenómenos se supone que están vinculados a la actividad del cerebro, de manera que si colapsa el cerebro desaparecen estos fenómenos, lo que nos lleva a la conclusión (provisional) que no trasciende nada después de muertos.

Por esta razón es pura lógica que si hay “algo” en los seres humanos que pueda trascender después de la muerte debe estar desvinculado del cerebro. Sí, ¿pero, qué?




En busca del alma perdida

Para encontrar una respuesta coherente y razonable he tenido que olvidarme de la teología y la filosofía y adentrarme en la pura realidad de la física. Una vez en este contexto, me pregunto de qué estamos constituidos como naturaleza, y empezando por lo más complejo, éste sería el contenido: órganos, tejidos, células, moléculas … y en el átomo me detengo, porque solo a partir de las moléculas podemos decir que da comienzo la naturaleza, porque son los primeros compuestos químicos de los que surgirá la vida natural, ¡el átomo no es un compuesto ni forma parte de las cosas vivas! Pueden formar nuevas aleaciones, con diferentes combinaciones de átomos y dar origen a diferentes moléculas, también pueden compartir electrones o perderlos, pero el átomo en sí mismo es inmutable, salvo que se produzca su fusión (el Sol) o fisión (energía nuclear). ¡Luego no son parte de lo natural ni de la vida, sino que están fuera de lo natural, es decir, el átomo ya es parte de lo “sobrenatural”! En mi opinión manipular el átomo es manipular sustancias divinas, lo que nos traerá graves consecuencias.

Desde hace milenios todas las grandes culturas han afirmado que existe un doble nuestro que está constituido solo de “energía sutil”, y es la misma ciencia quien nos ofrecen los elementos necesarios para confirmar su existencia.

Si la materia está constituida por átomos y existen lo antiátomos no sólo existe un cuerpo de átomos sino un “anticuerpo” de antiátomos: ¡el cuerpo astral que estamos buscando! Y no estoy haciendo conjeturas fruto de mi imaginación, sino de un estado de la energía y la materia que se está analizando en estos momentos por la física cuántica:

“El primer rayo de átomos de antimateria generado por la humanidad ha sido lanzado por un equipo de investigadores en el laboratorio europeo de física de partículas CERN. Es la primera vez que se consigue generar suficiente antimateria como para enviar un haz de antiátomos a distancia”.

De manera que esa energía sutil se convierte en “antienergía”, o tal vez debamos llamarla “energía oscura”. Por tanto ya tenemos dos realidades: la natural, formada por átomos, y la sobrenatural, formada por antiátomos”: como todo en nuestra dimensión es dual, también el átomo lo es y debe haber un antiátomo detrás de cada átomo y antimateria detrás de cada materia. Si unos contienen energía, los otros deben contener antienergía o más preciso sería decir “energía sobrenatural”.

Como todo debe tener una causa y su función, este anticuerpo doble nuestro que vive en otra dimensión debe tener una clara función, y no me cabe la menor duda de que es el espacio donde se procesan y se proyectan los fenómenos mentales y espirituales, además de ser la “pantalla” donde se proyectan los sueños, puesto que estos son también fenómenos inmateriales, en tanto que los sentidos son fenómenos naturales: escuchar música, saborear un helado o acariciar el lomo de nuestro gato. Todos tienen una relación con las cosas físicas, causante de los fenómenos no naturales, es decir, “sobrenaturales”, la mente y sus procesos y la imaginación y los sueños.

No solo es en ese ser sin atributos y antimaterial (o si lo prefieren llamar espiritual) donde tienen lugar estos procesos, sino que además debe ser la energía que los “anima”, en lenguaje teológico, ¡simplemente el “alma”!




El cerebro y el alma

El cerebro es una entidad física, y nos sirve exclusivamente para procesar y almacenar las sensaciones que transmiten todo los sentidos corporales, además de la memoria física de los fenómenos (emociones e impresiones) del alma y sus valores, siempre relacionados con algo físico. Pero para valorar la belleza la bondad o la verdad es necesario algo más que una memoria. Para establecer, tanto lo verdadero de lo falso como valorar la bueno y lo malo o lo feo de lo bello, es necesario un espacio “sutil” donde se exponen los razonamientos o se proyectan las imágenes, que obviamente son la conciencia y la imaginación. Este espacio puede estar en el cerebro, pero no en el cerebro del lado del cuerpo, sino del “anticuerpo” y su “anticerebro”; es decir, del alma.

Ese espacio del alma es lo que hace posible nuestra humanidad y raciocínio, de manera que sin alma no podríamos pensar ni imaginar, puesto que careceríamos del espacio donde se desarrolla la sustancia del pensamiento y de la imaginación.

Un cuerpo con cerebro pero sin alma tendría activos los sentidos (las almas vegetativas y sensibles, según las clasifica Aristóteles), pero anulados los pensamientos y la conciencia, la imaginación y los sueños. Y un alma sin un cuerpo, tendría un maravilloso espacio para descubrir todos los misterios del universo, pero sin alguien que pudiera utilizarlos, sería un “alma en pena”, o un alma errante en busca de un cuerpo.

Este fue el estado que pudo experimentar un lector de mi página en Facebook, que me envió un extenso relato de su experiencia, durante un desdoblamiento involuntario, en la que contemplaba escenas sin que le transmitieran ninguna emoción o sensación.

Cuerpo y alma se necesitan mutuamente, y ahora podemos hacernos la misma trascendental pregunta que supongo se haría Platón para ensalzar las ideas por encima de la realidad natural: ¿cuál de los dos es real? Para mí la pregunta es sencilla de responder, y no concuerda ni con Platón ni con Aristóteles: ambas son reales pero en su propia dimensión; las dos se mantendrán hasta la desaparición de ambas realidades, cuando suceda el supuesto “Big Crunch” del fin de nuestro universo.

Pero lo harán con sus propias estrategias: la naturaleza gracias a un equilibrado sistema de nacimiento y muerte, y el espíritu (del que forman parte las almas) gracias la periódica transmigración. Ambas deberán llegar a ese momento después de haber adquirido valores y conocimientos hasta el límite de la perfección: la naturaleza gracias a la experiencia y el alma a la reflexión y la virtud.


Berlín, 7 de abril, 2020
(En plena crisis creada por el “coronavirus”)